Nieto del primer “Gerardo” de El Rosario, fue Andrés Díaz Gerardo, un joven con clara visión tanto en su entorno diario desde niño, como en el futuro que muchas décadas después lo esperaba, en el que se miraba como un hombre que en su edad madura, la prosperidad, el entusiasmo, y el trabajo lo llevarían por senderos de progreso.
Nacido en “Playitas”, en la ciudad de Ensenada, Baja California el día 20 de enero de 1949, y criado entre la familia Gerardo, la que acostumbrada a trabajar duro, enseñó a Andrés, la vocación de conseguir mediante el esfuerzo y la dedicación cualquier meta por él emprendida; que aunque superadas las expectativas sembró un caudal de esperanzas, que en su mayoría culminaron en grandes éxitos.
Hombre de gran estatura física, y moral, dedicado por entero a sus actividades de empresario ganadero, y de mercadeo supo ganarse el aprecio de sus semejantes, aunque no faltaron sus detractores; esos que nadie los tiene contentos, y que ni con ellos mismos se contentan, algunos de aquellos seres peleados con la vida, ahí se encontraban sus detractores, a los que jamás escuchó, y mucho menos atendió; pues sus ganas de proseguir adelante eran mucho mayores.
En ocasiones, como a todos, la vida lo convirtió en “Lobo Solitario”, ya que remar a contracorriente es sumamente difícil, sin embargo es de ahí, de donde se sacan las fuerzas internas, el coraje, y el aprendizaje para salir adelante, como él lo hizo.
De niño pasó tiempo en Estados Unidos, lo que propició que dominara el idioma ingles de manera fluida. Al llegar por los dieciocho años de edad se aventuró con su tío Antonio “Toño Gerardo” Gómez, en la vida de pescador, donde trabajaban hacia 1967, en
Los Morros Colorados, campo pesquero ubicado unos ciento cincuenta kilómetros al sur de El Rosario, en donde trabajaban en la langosteada. En aquellos tiempos Andrés era un muchacho muy risueño, jovial y travieso con sus tíos Gerardo Gómez, a la vez que los atendía en acercarles el café caliente, o la sopa de mariscos que él mismo les preparaba. Era muy apreciado por sus buenos detalles, por sus buenos modales; y como era buen conversador, largas pláticas sostenía con su tío Antonio, quien en broma decía:
¡Andrés no me ayuda en nada, pero como me hace reír!
¡Maneja tan recio el troquecito, que por el vientazo, ya me estoy quedando sin pelo!
¡Se pone tanta loción acá en el desierto, donde ninguna doncella se ve, ni quien lo huela!
En la ocasión en que escuché las frases antes descritas fue en el año del ’67, mientras con ellos viajábamos de El Rosario, a Los Morros Colorados; en el tal viaje, Antonio nos quería “vender”, según él con Isidoro Aguilar, para que nos hiciera tamales, y nos vendiera a “Los Sureños”:
¡Puedes dar a peso cada tamal, Isidoro!
Vieja, le dijo Isidoro a su esposa Genoveva “Beba” Acevedo; cuando lleguen los sureños les ofreces tamales de becerritos, nomás no digas que son ajenos:
Los becerritos, los de los tamales, éramos mis hermanos Héctor, Eduardo, y yo, entonces entre seis y ocho años de edad.
Para nosotros fue durísima aquella experiencia de caer en manos de aquellos viejos chacales, y de la señora que nos cocinaría en tamales: Nimodo así puede ser de crédula la mente un niño; y si además se encuentra ante la disyuntiva de dos viejos tan buenos para el drama, como eran Isidoro Aguilar, y Antonio Gerardo Gómez;
Para nuestra suerte, durante el trayecto, nos habíamos ganado las simpatías y confianza de Andrés, que aunque era de unos diecisiete años de edad, nosotros lo veíamos muy grande; fue durante aquel viaje que duró muchas horas, nuestro protector ante las “embestidas” del “Toño Gerardo”, y los amigos que tenia en cada rancho, en los que parábamos mientras duró aquel inolvidable viaje.
Andrés, y Antonio viajaban en la cabina del troque, mientras que nosotros tres viajábamos en la parte alta de la carga, y arriba de los tambos de agua, y de las demás mercancías; todo el camino nos pegaba el aire de frente, y también el polvo del desierto; cantábamos, platicábamos, reíamos; saludábamos a los cardones, a los cirios, biznagas, ocotillos, mesquites, pájaros, coyotes, y a cualquier animal o planta que viéramos; pero al devisar un nuevo rancho enmudecíamos, pues desconocíamos lo que se le podría ocurrir a Antonio y a su nuevo amigo al verse.
Aquellos hondos y polvorientos caminos, por los que viajábamos con Andrés al volante de un viejo y destartalado troque, propiedad que era del “Toño Gerardo”, destartalado pero muy bueno para aquellas travesías, en las que en ocasiones el camino real cruzaba por los senderos milenarios por donde caminaron los primeros pobladores, y en otras ocasiones cruzaba las veredas abiertas por los misioneros, los arrieros, y los soldados misionales…
Al “Toño Gerardo” se le ocurría parar casi en cualquier lugar, pues la urgencia por tomar café vaquero era constante, por lo que Andrés, acomodaba el troquecito en algún llanito, para evitar estorbarle a otro troque decía; mientras que su tío le contestaba:
¡Pero cómo vamos a estorbar muchacho, si por aquí pasa un carro cada tres días, si bien nos va!
Luego agregaba:
¡Baja a los tres becerritos, para que tomen café!
¡Déjelos tío, no los confunda, no los asuste!
¡Que no te metas muchacho te digo, deja mis negocios de las tamaladas en paz!
Está bien tío, ya no me voy a meter, contestaba, mientras nos hacía una leve señal con la que nos quería decir que seguiría en nuestra defensa, lo que en aquéllos momentos, mucho se lo agradecíamos.
¡Qué historias!...
Cuando al fin llegamos a Los Morros Colorados, le dijo “Toño Gerardo” a nuestro padre:
¡Aquí te traigo a tus niños Julio, amigo, los cuidé mucho en todo el trayecto; Andrés me dio mucho lata, pues los quería vender a los rancheros en el camino!
No podíamos creer lo que escuchábamos, mientras todos reían sin ningún enfado; Andrés nos dijo, así de juguetón es mi tío, no le hagan caso.
¿Era juego?, preguntamos los tres en coro.
- Pues si, nomás que ellos hablan tan en serio, que parece que es cierto lo que dicen, pero es juego.
Trabajó sin descanso durante la mayor parte de su vida, fue Andrés una persona de gran empuje, que se planteó grandes anhelos, y los logró; nació casi en la pobreza material, pero su empuje lo llevó a ser un hombre de grandes triunfos; era muy ordenado, poseía grandes dotes natos de administrador, de empresario, lo que lo llevó a vivir de manera tranquila, con una calidad de vida buena, vio resuelta su situación económica a temprana edad, gracias al gran apoyo de su esposa Idelia Delgadillo Espinoza, y al de sus hijas Yulissa, y Yenni, quienes desde muy niñas brindaron todo su empeño y apoyo a sus padres, de quienes heredaron un incansable espíritu de lucha, y de triunfo.
Construyeron en El Rosario una amplia y moderna casa habitación, con huerto de árboles frutales, corral de manejo de ganado, y otros negocios a los que les dedicaron todo su tiempo y entrega.
Al nacer su nieto Braian Andrés Díaz Delgadillo, vino a ser para Andrés, y para la familia en general, una bujía que le dio nuevo brío a la maquinaria productiva que se encontraba desde su niñez en su interior; fue su nieto, según me lo manifestó alguna vez; una nueva fuerza antes desconocida por él, que vendría a ser el depositario de todos sus conocimientos, de sus esperanzas, y de sus ilusiones, como así fue.
Fue con su nieto Braian Andrés, de catorce años de edad, que se encontraba el abuelo Andrés aquel día 8 de diciembre del 2010, en las cercanías del corral del ganado, cuando hablaba por teléfono con una de sus hermanas que se encontraba en el norte, repentinamente, le dijo Andrés a su hermana, según lo relata el nieto:
¡Espérame poquito, al ratito te vuelvo a llamar!
Llamada que no pudo regresar jamás.
Acto seguido intentó guardar su teléfono en su pantalón, cuando se desplomó totalmente sin vida, ante la presencia de su menor nieto; a quien le quedó no solo las enseñanzas de su abuelo, sino una carga muy pesada de llevar, porque como le dijo mi hijo Alejandro a Brian:
¡Ahora tú eres Andrés Díaz, para eso te preparó!
Son pocas las palabras que dedico a la memoria y al incansable labor de mi buen amigo Andrés Díaz Gerardo, con quien ampliamente conversé, intercambié infinidad de impresiones, y precisiones, y me consta que solo anhelaba el progreso para su tierra, a la que amó profundamente, y a su gente, aunque muchas veces se sintió incomprendido, porque así lo fue; sin embargo deja una semilla en sus hijas, y en sus nietos, quienes serán guiados por su abuela, y por sus padres, mientras alcancen la madurez que el abuelo deseaba.
Muchos como Andrés le hacen falta a nuestro México.
AUTOR DEL ARTÍCULO:
INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
A 25 DE ENERO DEL 2011.
ALGUNAS NOTAS RELEVANTES:
Andrés Díaz Gerardo fue hijo del Jalisciense Ángel Díaz Gutiérrez, y de Guadalupe Gerardo Gómez.
Su abuelo fue Don Anastacio Gerardo Espinoza.
Su esposa fue Idelia Delgadillo Espinoza, con quien se casó el día 8 de marzo de 1970.
Sus hijas fueron: Yulissa, y Yenni Díaz Delgadillo.
Sus nietos: Braian Andrés Díaz Delgadillo, Eblen Natanael Murillo Díaz, Edlin Briones Díaz, y Jonathan Briones Díaz:
Sus yernos: José Murillo, y José Briones.
Los datos de las notas fueron facilitados por su esposa y nieto Brian, a mi hijo Alejandro Espinoza Jáuregui, en El Rosario, Baja California el día 29 de diciembre del 2010.
Mis hermanos Héctor y Eduardo en aquellos tiempos de la década de los sesenta vivían en casa de nuestros tíos Serapio García Marrón y Francisca “Pachita” Vidaurrázaga Peralta; solo en vacaciones iban al sitio donde pescaba mi padre: Mi tía “Pachita” acostaba a mis hermanos a las tres de la tarde, les daba desayuno a las tres de la mañana; y los mandaba a la escuela a las cinco, aunque la entrada era a las ocho de la mañana.
Mientras tanto yo vivía con mis abuelos paternos Alejandro “Negro” Espinoza Peralta, y María Visitación García Marrón; quienes aunque me levantaban a las tres de la mañana, la hora de ir a dormir era a las nueve de la noche, el desayuno a las cinco, y la ida a la escuela, a las siete y media, y cuando al llegar me encontraba a mis hermanos quienes ya tenían casi tres horas jugando en la escuela, ya se encontraban bastante llenos de tierra, en ocasiones los regresaban por no ir “limpios”, que aunque si iban, se ensuciaban por tanto tiempo del que disponían para jugar antes de entrar a clases.
En el momento en que cierro este breve artículo, son las 7:15 de la tarde del día 25 de enero del 2011, la hora exacta en que el 25 de enero de 1980 perdió la vida en accidente carretero en la Laguna Salada, en el Municipio de Mexicali, Baja California, a la edad de 35 años, el distinguido profesor Heraclio Manuel Espinoza Grosso, primo hermano que fue de Idelia Delgadillo Espinoza, esposa de Andrés Díaz Gerardo; quien representa al igual que Andrés, otra lamentable pérdida para El Rosario. Ambos descansan en el panteón misionero de El Rosario; el profesor Heraclio Manuel en la parte baja, mientras que Andrés en la parte alta.
ANDRES DIAZ GERARDO:
IDELIA DELGADILLO ESPINOZA, ESPOSA DE ANDRES, Y MI HIJO
ALEJANDRO ESPINOZA JAUREGUI:
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA: 29 DICIEMBRE 2010.
FOTO: BRIAN ANDRES DIAZ DELGADILLO.
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