Por Carlos Lazcano 2003-08-09
Conocí al ingeniero Alejandro Espinoza Arroyo hace unos 15 años y desde un primer momento llamó mi atención el profundo amor por su comunidad natal: El Rosario, en la parte sur del municipio.
En ese tiempo Alejandro trabajaba incansablemente en dos proyectos: terminar su libro “Los Rosareños” y rescatar del abandono y el vandalismo la antigua escuela “Salvatierra”, edificio histórico de principios del siglo XX que se localiza en su pueblo. Ambos proyectos los llevó a cabo al poco tiempo, dedicándoles todo su tiempo libre y no poco dinero de su propio bolsillo.
Hay pocos pueblos como El Rosario que tienen la fortuna de contar entre sus hijos a personas como Alejandro, que buscan aportar lo mejor de sí para su comunidad de una manera desinteresada. Por eso desde entonces lo admiro y respeto, además de que iniciamos una buena amistad que se ha enriquecido con los años.
La familia de Alejandro tiene un profundo arraigo en el Rosario, ya que forma parte de la octava generación de Espinozas bajacalifornianos, y la séptima de Espinozas rosareños. El desciende del exsoldado misional Carlos Espinoza, primer colono de El Rosario, ha principios del siglo XIX, o sea que su familia lleva algo así como 200 años de estar en la región.
Alejandro cursó sus estudios básicos en El Rosario y en Ensenada, y su carrera de ingeniero civil la hizo en la UABC en Ensenada. Su vida profesional como ingeniero civil la ha efectuado tanto en la iniciativa privada como en instituciones de gobierno, la que se ha enriquecido al colaborar con la Universidad de Indiana, Estados Unidos, y hacer una serie de viajes de trabajo a Japón y a Corea entre 1993 y 1997. Actualmente es el delegado en Ensenada del Comité Administrador de Infraestructura Pública y Educativa del Gobierno del Estado (CAIPE). Su esposa es la señora María Magdalena Jáuregui López, con quien tiene tres hijos de 16, 13 y 6 años.
Desde muy chico le nació el interés por conocer la historia de su pueblo y esto se debió gracias a que entre los mayores escuchaba las historias y leyendas que se habían venido transmitiendo de generación en generación a través de la tradición oral. Así empezó a recopilar todas estas historias, a registrarlas por escrito o en grabaciones, entrevistando a los viejos, sobre todo a los más grandes, ya que fue viendo como iban muriendo y en no pocos casos con ellos se iba buena parte del conocimiento sobre muchos detalles de la historia de El Rosario. Veinte años le llevó reunir estos materiales los cuales los recopiló en su libro “Los Rosareños”, el único hasta la fecha sobre la historia de esta comunidad, publicado en 1992. Actualmente continúa rescatando la tradición oral de El Rosario, y reuniendo textos y viejas fotografías. Espera publicar al menos un par de libros más donde hará nuevas aportaciones para su comunidad.
Cabe destacar que Alejandro, como ya lo mencioné, rescató el viejo edificio de la escuela “Salvatierra”, y no conforme con eso, lo volvió el Museo comunitario de El Rosario, encargándose personalmente de reunir las colecciones y el acervo que lo fundamentan. Desde luego, no han faltado los funcionarios que se han querido adornar con su trabajo, ya que Alejandro es de un espíritu modesto y trabajador, y no le gusta andar cacaraqueando lo que hace. Característica de mucha gente valiosa.
Conocí al ingeniero Alejandro Espinoza Arroyo hace unos 15 años y desde un primer momento llamó mi atención el profundo amor por su comunidad natal: El Rosario, en la parte sur del municipio.
En ese tiempo Alejandro trabajaba incansablemente en dos proyectos: terminar su libro “Los Rosareños” y rescatar del abandono y el vandalismo la antigua escuela “Salvatierra”, edificio histórico de principios del siglo XX que se localiza en su pueblo. Ambos proyectos los llevó a cabo al poco tiempo, dedicándoles todo su tiempo libre y no poco dinero de su propio bolsillo.
Hay pocos pueblos como El Rosario que tienen la fortuna de contar entre sus hijos a personas como Alejandro, que buscan aportar lo mejor de sí para su comunidad de una manera desinteresada. Por eso desde entonces lo admiro y respeto, además de que iniciamos una buena amistad que se ha enriquecido con los años.
La familia de Alejandro tiene un profundo arraigo en el Rosario, ya que forma parte de la octava generación de Espinozas bajacalifornianos, y la séptima de Espinozas rosareños. El desciende del exsoldado misional Carlos Espinoza, primer colono de El Rosario, ha principios del siglo XIX, o sea que su familia lleva algo así como 200 años de estar en la región.
Alejandro cursó sus estudios básicos en El Rosario y en Ensenada, y su carrera de ingeniero civil la hizo en la UABC en Ensenada. Su vida profesional como ingeniero civil la ha efectuado tanto en la iniciativa privada como en instituciones de gobierno, la que se ha enriquecido al colaborar con la Universidad de Indiana, Estados Unidos, y hacer una serie de viajes de trabajo a Japón y a Corea entre 1993 y 1997. Actualmente es el delegado en Ensenada del Comité Administrador de Infraestructura Pública y Educativa del Gobierno del Estado (CAIPE). Su esposa es la señora María Magdalena Jáuregui López, con quien tiene tres hijos de 16, 13 y 6 años.
Desde muy chico le nació el interés por conocer la historia de su pueblo y esto se debió gracias a que entre los mayores escuchaba las historias y leyendas que se habían venido transmitiendo de generación en generación a través de la tradición oral. Así empezó a recopilar todas estas historias, a registrarlas por escrito o en grabaciones, entrevistando a los viejos, sobre todo a los más grandes, ya que fue viendo como iban muriendo y en no pocos casos con ellos se iba buena parte del conocimiento sobre muchos detalles de la historia de El Rosario. Veinte años le llevó reunir estos materiales los cuales los recopiló en su libro “Los Rosareños”, el único hasta la fecha sobre la historia de esta comunidad, publicado en 1992. Actualmente continúa rescatando la tradición oral de El Rosario, y reuniendo textos y viejas fotografías. Espera publicar al menos un par de libros más donde hará nuevas aportaciones para su comunidad.
Cabe destacar que Alejandro, como ya lo mencioné, rescató el viejo edificio de la escuela “Salvatierra”, y no conforme con eso, lo volvió el Museo comunitario de El Rosario, encargándose personalmente de reunir las colecciones y el acervo que lo fundamentan. Desde luego, no han faltado los funcionarios que se han querido adornar con su trabajo, ya que Alejandro es de un espíritu modesto y trabajador, y no le gusta andar cacaraqueando lo que hace. Característica de mucha gente valiosa.