Corría el mes de septiembre de año de 1970, cuando en esos precisos días recién llegué desde la querida Sonora, a Ensenada para estudiar la secundaria; ya que ni en El Rosario, ni en el Ejido “La Sangre” del Municipio de Tubutama, en Sonora, que eran los lugares donde estudié la primaria, existían escuelas de ese nivel, el que para aquellos tiempos y para nosotros los rancheros, estudiar secundaria, era como andar en la nubes, era un alto nivel.
Cuando mis abuelos Alejandro Espinoza Peralta y María Visitación Garcia Marrón, me dejaron en las buenas manos de mis muy queridos tíos abuelos William James Cochran Flores y Natividad Garcia Marrón, en Ensenada; siendo ellos entonces mis cuatro protectores; y también mis abuelos me dejaron inscrito en el Colegio “Luis Mejía Velasco”, donde debía yo estudiar “Secundaria y Comercio”:
Para que seas “Tenedor de Libros” mijito: Me dijeron en coro mis cuatro protectores.
Esa era la manera en que antes se les llamaba a los “Contadores Privados”; yo con la intención de estudiar muy poco me importaba que las decisiones de lo que debía hacer, las tomaran ellos por mí; aunque con el tiempo decidí lo que era de mi agrado; por eso llegué a ser ingeniero, estudios bastante distanciados de los de “Tenedor de Libros”.
Bueno, así se dieron las cosas en aquel ya lejano año del ’70 del siglo veinte; el caso es que mis abuelos se regresaron para El Rosario, dejándome de “huésped honorario”, en casa de mis tíos Cochran Garcia.
Cuando el mes de octubre se acercaba, también se acercaba el pago de la colegiatura; y ¡con qué ojos, divino tuerto!; conforme los días pasaban, se acentuaba mi preocupación por el pago del colegio, ya que se nos tenía muy bien dicho que:
¡El que no pague a más tardar en día cinco de cada mes: Para afuera!
¡Para afuera!, significaba para mí, el regreso a El Rosario, el abandono de la oportunidad de estudiar, significaba continuar trabajando para apoyar el sustento familiar, o por lo menos tirar las basuras, sacar agua del pozo, ordeñar las vacas, traer leña, pastorear, cuidar a los más chicos, recibir cascadas de órdenes para realizar también cascadas de labores; así que no me quedaba de otra, contaba con unos cuántos días para conseguir trabajo; ¿Pero en dónde?, a la corta edad de doce años.
Don Roberto Cordero, oriundo el pueblo y ex misión de San Ignacio, Baja California, Sur, era un hombre fornido, blanco, de largo bigote, muy risueño, y era también quien a bordo de una bicicleta entregaba el periódico en el barrio donde con mis tíos vivía.
Un día como a las seis de la mañana en que llegó con el periódico, sin más ni más, lo abordé:
¿Don Roberto, me puede dar trabajo vendiendo periódicos?
No muchacho, no va a querer Doña Naty, ni Don Willy lo va a permitir: contestó.
Pero yo les voy a pedir permiso, digo si usted me pudiera dar trabajo: le contesté.
Bueno, diles pero que ni sepan que yo estoy enterado del asunto.
Así lo hice, solo les pedí permiso; a lo que de inmediato contestó mi tía Naty:
¡Cómo me da gusto cuando un muchachito es derechito, y que además no sea flojo: el otro día vino un hombre, me pidió dinero, y le pedí que barriera la banqueta; dio media vuelta y se retiró; fíjate nomás el hombre!
Si mijito, como no, voy a hablar con el señor Cordero, para ver si te acepta: concluyó.
Habiendo obtenido la respuesta afirmativa, el permiso pues, de mi tía, volteé a ver a mi tío Willy, quien no requirió que de mi parte pronunciara palabra alguna; de inmediato me dijo:
¡Claro que si compañero!
Cuando por fin Don Roberto Cordero dijo que si, insistió:
Te daré solo quince periódicos diarios, pero debes pagarlos por adelantado; además deberás presentarte a las tres de la mañana en la curva de la calle diez, y veinte de noviembre; pero con un día que llegues tarde, no te daré trabajo, un día más:
¿Estás de acuerdo con las muy simples reglas del trabajo?
Sí; y no llegaré tarde.
El primer día en que me presenté para recoger el periódico, sería como el 26 de septiembre de aquel año del setenta; no había llegado nadie, serian como la una de la mañana, así que debí esperar a que llegara el camión desde Tijuana con la carga de periódicos que debíamos armar, ya que las secciones llegaban separadas.
La fila de vendedores con las estibas de secciones del diario, abarrotaban casi toda la banqueta de la cuadra.
Aquel mi primer día, le pague a Don Roberto, no con dinero mío, sino con el que le pedí prestado a mi tío Willy; una vez que recibí los bultos de los quince ejemplares, me puse a armarlos ante las rudas y agrias miradas de los demás voceadores, aquellos que eran según ellos los “dueños de la plaza”; y unidos todos ellos en mi contra, no permitirían la intromisión del chamaco nuevo, en sus negocios; continué con el armado de los ejemplares; y tan luego me dispuse a buscar un rumbo para ofrecer mi mercancía; eran ya como las cuatro de aquella estrellada madrugada:
Caminé unas cuantas cuadras, cuando de repente escuche unas pedradas que velozmente se acercaba a mi espalda; y luego las vi pasar y caer delante de mí, un par de ellas hicieron blanco en mi espalda.
Me alcanzaron aquellos terribles y desconsiderados “Compañeros de trabajo”, me quitaron los periódicos, me dieron tremendas patadas, y me dejaron tirado.
Vague un par de horas sin rumbo por las calles, todas nuevas para mí; poco después de las seis de la mañana llegué a la casa, entre por la cocina donde mi tío Willy tenía como una hora tomando café, y platicando con el “Bochito Hernández Hussong”, con José Domínguez Valdez, con su inseparable amigo Francisco “Pancho” Núñez Cota, y con Aristeo Poblano.
Luego que llegué maltrecho, me dieron café, y me cuestionaron todos aquellos gentiles viejos sobre lo sucedido.
En la noche de ese mismo día, serían como las nueve, me acerqué a mi tio Willy, le pedí de nuevo dinero prestado para comprar quince ejemplares del periódico “El Mexicano”, que era el único que se vendía en Ensenada entonces.
¿Vas a volver?: me cuestionó:
Si, necesito volver, debo juntar dinero para pagar mis estudios.
Me los prestó, con la debida reprimenda de mi tía Naty, quien nos dijo:
¡Nada de volver, si lo haces le diré a María mi hermana, que venga por ti!
Sabiendo mi tío Willy lo que eso significaba para mí, supo cómo convencerla de lo contrario, así que me prestó los dineros que ocupaba.
Segundo día de trabajo, misma suerte que el primero, el tercer día misma situación que los dos anteriores; con la diferencia que los recibimientos que me propinaron mis compañeros de trabajo cada día eran más, y más crueles.
Al cuarto día, o tal vez al quinto, la situación en casa era insostenible, mientras que mi tía se oponía férreamente a que siguiera insistiendo, el mes de octubre se acercaba cada vez más, y “mis deudas”, se acrecentaban más y más; para entonces además de la colegiatura debía pagar los préstamos de mi tío Willy.
Una mañana, la más dura, fue cuando aquellos chacales de “mi trabajo”, en el que para entonces no había trabajado nunca, me golpearon hasta dejarme casi sin sentido, además me lanzaron por encima de una cerca al patio de una escuela que se encuentra en la calle diez y Ruíz; tan pronto busqué la salida, un guardia que me vio dentro y en lo obscuro, se dejó venir hacia mí, creyéndome un ladrón, llamo a un guardia que lo acompañaba; llegaron hasta mí, diciéndome que me enviarían a la correccional por “rata”.
Luego les pude decir que no había llegado a ese lugar por mi gusto, sino que había sido lanzado por aquellos malditos; al verme todo destartalado y maltrecho, indicándome la salida me retiré de aquel sitio, al que jamás he vuelto a entrar, ni por las buenas, ni por las malas.
Vagué durante unas tres horas, sin ningún rumbo, cuando al pasar por el Hospital General, que se encontraba en la calle Ruiz y Catorce, mire dentro de un tanque de basura, unas mangueras muy elásticas con las que en aquéllos tiempos aplicaban el suero a los pacientes; tomé unas cuantas, las llevé a las casa, y de un árbol olivo corte una “Y”, y de la “lengua” de un zapato viejo alisté una “Honda”, con esos implemento confeccioné una “resortera”, corté muchas aceitunas verdes de aquel árbol; me dirigí a la cocina ya como para las siete de la mañana; al entrar hasta mi tío Willy se apenó, siendo que era un hombre de fuerte carácter y decisiones:
¡Pues te irán a matar de seguro compañero!, me dijo, al tiempo que me ofreció un rico café.
Platicamos un rato, pero cuando mi tía hizo su arribó a la cocina, se consternó por mi triste estado:
¡No puede ser mijito!,
Willy, debemos hablar duramente con el señor Cordero.
Aquella situación me apuró a pedirles que por favor no lo hicieran, que solo me dieran la oportunidad de insistir para ver si podía acomodarme en ese “muy duro trabajo”; como les insistí durante toda la mañana, me lo permitieron, con muchas recomendaciones:
¡Mejor nosotros te pagamos tus estudios, no te expongas tanto mijito!: Dijo mi tía mientras me abrazo, y junto conmigo lloró; mientras mi tío se alejó, volviendo a darme un abrazo sin mediar palabra entre nosotros.
Me permitieron volver una vez más, yo estaba seguro, que aquella era mi última oportunidad de trabajo, de lo contrario:
Estudios adiós, fuera, viaje de regreso para El Rosario: oportunidades extintas.
Lo mismo, me persiguieron, solo que en esa ocasión puse los periódicos debajo de mi rodilla, saqué la resortera, la “cargué” con aceitunas, una por una, e inicié las hostilidades contra aquellos indeseables; al primero le pegué un “aceitunazo” en la frente, aunque pronto recapacité que debía pegarles en las piernas, y en los brazos y manos, no en la cara, por el riesgo de pegarles en un ojo.
Llevaba “parque” suficiente para “tumbar” a varios enemigos en el frente de batalla durante toda la mañana, como así fue: aquel día pude vender mis quince periódicos, al siguiente igual; un mes después vendía 50, y para fin de año hasta 150. Mis enemigos aunque me perseguían, lo hacían de lejos, pues sabían que mi artillería era pesada, y mis estrategias muy bien estudiadas.
Bueno, así pagué todo el año del colegio, compré útiles, y proseguí con aquel mi primer trabajo en Ensenada, como todos los demás que tuve en aquella ciudad durante muchos años, con diferentes gentes, y en diferentes escenarios, pero con muy similares actitudes ante la “competencia”:
¡Qué lástima, que siga siendo así, casi en cualquier campo laboral de esa ciudad!
Para mayo del ’71, la angustia me invadió de nuevo, ya que fui expulsado del colegio, antes de terminar mi primer año de secundaria; por fortuna convencí al entonces Director Eugenio Mejía Velasco, que me permitiera continuar solo un mes más, y poder recibir mi boleta de calificaciones, a cambio me iría para siempre de ahí, y nunca más me volverían a ver, ni siquiera por equivocación; como así fue, la siguiente ocasión que pise esa escuela fue unos 25 años después; cuando volví a ver a algunas de mis compañeras del salón ya eran abuelas. Las razones por las que fui expulsado del colegio, fue por un reporte que sobre mi pusieron en la dirección dos niñas, por una travesura que no hice, pero que ellas dijeron que si, y pues ni modo asa fueron las cosas…
DON WADI SAAD ANDRES.
Después de recorrer la muy pequeña Ensenada de aquellos años, pasaba con la venta de mis periódicos a diario por la tienda de Don Wadi, quien me compraba el diario, y me los pagaba el sábado religiosamente. Don Wadi era un árabe quien había fundado y atendido desde muchos años antes su tienda de ropa de clase “LA PERLA DEL PACIFICO”, en su aparador tenía unas botas que en especial llamaban mi atención, y como él se daba cuenta que las observaba de manera especial, un día se acercó a mí, y me preguntó:
¿Gustan botas, harbano?
Fíjese que sí Don Wadi, ya estoy ahorrando para comprarle un par
¡Qué buenos, cuestan ciento cinco dólares!
Durante largos ocho meses ahorré el dinero para adquirir aquellas botas “Volga”, hechas en Rusia, que eran de excelente calidad, y muy bonitas que me parecían.
Una tarde que no tuve clases, fui con Don Wadi, después de saludarlo, puse sobre el mostrador de la tienda, una bolsa llena de pesos “Morelos”, eran mil trescientos doce de ellos, y una moneda de cincuenta centavos de aquellas llamadas “Cuauhtémoc”; todas esas monedas las había ahorrado con la venta de 5,250 ejemplares del periódico “El Mexicano”.
Al ver tal situación en un niño de trece años, Don Wadi abrió desmesuradamente sus ojos, cuestionándome si los había ahorrado todos, o si mi familia me había apoyado para completar la cantidad.
No, los ahorré, tal y como se lo dije:
Muy contento me acompañó, hasta el área del calzado, me ayudó hasta que me quedó el par que de ahora en adelante y mientras duraran serían mis “Botas Volga”.
Cuando después de cerrar el negocio, me disponía a retirarme de la tienda, Don Wadi amablemente me acompañó hasta la banqueta frente a su tienda; al despedirme, me cuestionó:
¿Tú ahorraste dinero, o recibiste ayuda de familia?
Sorprendido le respondí de nuevo:
¡Lo ahorré!
¿Lo ahorraste?
Vas a llegar muy lejos en vida, solo voy a dar consejo, consejo de hombre viejo, a niño, consejo de amigo:
Vas a llegar lejos en vida, pero solo cuídate de tus baisanos.
Bueno, gracias, si me cuidaré.
No olvides nunca: Cuídate de tus baisanos:
Si, gracias, le decía mientras me retiraba; al llegar a la esquina de la cuadra como a unos cuarenta metros, voltee para atrás, y ahí estaba Don Wadi parado viéndome mientras me alejaba.
¡Cuídate de tus baisanos, no lo olvides!: me gritó.
Crucé la calle tercera, con rumbo a la casa, y cuando iba ya cerca de la calle cuarta, volteé de nuevo para atrás, y allá se miraba Don Wadi, y mientras lo vi, me hizo unas señas, que luego adiviné:
¡Cuídate de tus baisanos!
Sí, le hice señas también:
Al subir la banqueta cuando cruce la calle cuarta, volví la vista atrás, y allá muy lejos seguía Don Wadi parado, solo que ya era en la calle, me volvió hacer de señas:
Sí, le volví a contestar a señas.
No volví a voltear para atrás, así que no supe hasta cuando estuvo ahí mi buen amigo Don Wadi Saad Andrés.
Mientras tanto llegué a la casa en la calle nueve, y luego fui con mis zapatos nuevos que me las había puesto en la tienda, y se los mostrando a mi tío Willy, como a mi tía Naty, quienes muy contentos me felicitaron por mis logros; les mostré también mis zapatos viejos, agujerados de la suela de tanto cargarme sobre ellos por las calles de Ensenada, mientras buscaba a mis posibles clientes lectores del diario; mis zapatos viejos los llevaba en la caja de mis “Botas Volga”.
Para las nueve de la noche hora en que nos fuimos a acostar, deje mis zapatos al pie de la cama, y como estaba tan contento no podía dormir, de cuando en cuando los volteaba a ver, como queriendo decirles:
¡Qué gusto tengo que ahora sean ustedes los que me carguen desde ahora, y por largo tiempo”; pues eran botas “mata-víboras”, muy fuertes y resistentes.
Al fin me dormí, y cuando a las dos de la mañana quise pararme sobre mis nuevas botas, pise el suelo, en el sitio donde debían estar, moví los pies de lado a lado en lo obscuro del cuarto, y al fin de no encontrarlas de un salto llegué hasta el control de la luz, la prendí, y mis botas no se veían por ningún lugar; fui al closet, las busqué en la caja de zapatos, pero no aparecieron; así que fui corriendo hasta el cuarto de mis tíos, que se encontraba muy lejos del mío; los despearte y les dije que nos encontraba mis botas; mi tía me dijo en la mañana las buscas:
Regresé al cuarto, las busqué por donde quiera, pero mis botas nuevas, las que solo había usado por cinco horas, habían misteriosamente desaparecido; saqué mis viejos zapatos de la caja de las “Volga”, me los puse, y me fui a trabajar, en aquella muy fría madrugada; mientras pensaba qué había pasado con mis botas:
En la mañana siguiente en que fui a entregarle el periódico a Don Wadi, al verme con los zapatos viejos, me cuestionó:
¿Por qué no traes botas nuevas harbano?
Es que…
Es que, se me perdieron.
¿Cómo perdieron?
Si, se me perdieron.
No, No perdieron, las robaron.
Ayer dije: Cuídate de tus baisanos, no cuidaste!
Ahora otra vez digo a usted: ¡Cuídate de tus baisanos; cuídate de tus baisanos!
Mis abuelos vinieron de El Rosario, y les platique la historia de la misteriosa desaparición de las botas. En Diciembre de aquel año del ’71, fui a pasar navidad a El Rosario, como llegué de noche, dormir en un granero que mi abuelo tenía en el traspatio; para las cinco de la mañana en que me levanté fui a la cocina donde ya se encontraba mi abuela tomando café, luego de saludarla le pregunté por mi abuelo, diciéndome que estaba ordeñando en el corral del ganado; fui allá con él, y al llegar pude verle mis botas a una prima mía; de inmediato le dije a mi abuelo:
¡Mire abuelo, esas son las botas que se me perdieron!
De manera inmediata la prima contestó:
¡No es cierto, mi mamá me las compró!
Buenos pues ahí fui a ver de nuevo las “Botas Volga”, las que solo cinco horas usé, y las que miles de periódicos vendí para poderlas comprar.
Resulta que la madrugada de aquella noche en que las compré, salieron con rumbo a El Rosario, esos parientes que yo no escogí, llevaban botas nuevas, ya que estaban de visita en casa de mi tía Naty, y al irse lo hicieron como a la una de la mañana, no sin antes mandar a hurtadillas a “mi prima” para que se llevara “sus botas”, una hora antes que me levantara. En fin, así son algunas personas en esta vida, personas que solo son piedras de tropiezo para las metas que algunos nos trazamos.
AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
14 DE ABRIL DEL 2011.
NOTAS RELEVANTES: Jamás mi tío Willy permitió que se le regresaran aquellos préstamos, que me hizo.
Viví en casa de mis tíos durante el tiempo en que estudie secundaria y preparatoria: seis años;
Mi tío Willy falleció el 22 de junio de 1974, a cuatro años de haber llegado so a su casa; fue para mí un gran apoyo en la formación de mi persona, y en el campo profesional; ahora por cierto estoy elaborando un proyecto de ingeniería oceánica, costera, y procesos litorales, para la construcción de un malecón en la isla de Cedros,, Baja California, precisamente al lado donde se encuentra un muelle de madera que él construyó hace unos setenta o más años, el cual sigue en pleno uso, por lo bien construido que se encuentra: Es para mí, desde luego un gran orgullo, el poder construir al lado de mi muy querido tío Willy Cochran, aquel bajacaliforniano de sangre irlandesa u española, quien en mis años mozos me tendiera aquella amigable mano, aquella generosa personalidad que tanto bien me ha hecho desde entonces: Tío en donde quiera que se encuentre Gracias: Igual para usted Tía Naty.
Don Wadi Saad Andrés, árabe radicado en Ensenada, como todos ellos, los de esa nación y cultura, fue un hombre sumamente productivo, hombre capaz, y amable; vivió una larga vida de alta calidad en todos los sentidos: no hace mucho tiempo que se adelantó en el camino sin regreso; su tienda sigue en manos tal vez de sus familiares.
Gracias señor Don Wadi Saad Andrés, no le quisiera decir cómo me ha ido con mis baisanos en la vida, para que no me regañe, y me recuerde de nuevo aquel su consejo… lo que sí le puedo decir, es que por más que me cuido de todas maneras alguno ha de tomarme descuidado…
Don Wadi hablaba perfectamente el español. Solo que en esta narración he querido dejarla como la he escrito, para dar a entender el acento árabe con el que lo hablaba.
Por tantísimas cosas pasa uno en la vida…
Nota de el Lic. Eduardo Saad Kahwage (hijo del SR. WADI SAAD ANDRES.):
Gracias por su cortesía y buena voluntad.
Adjunto encontraras la foto de mi padre SR. WADI SAAD ANDRES.
Una visión de su vida se puede resumir de la siguiente forma:
A la temprana edad de 14 años, siendo el hijo mayor de su familia, dejo de estudiar para ayudar a su padre quien estaba delicado de salud, Sr. Salim H. Saad en su comercio La Perla del Pacifico. Esto permitió a sus cuatro hermanos continuar sus estudios. Su trato cálido y honesto gano la confianza de sus amigos y clientes a lo largo de 73 años como comerciante. Por más de 50 años, participó activamente en el Club de Leones de Ensenada, B.C. El 19 de Junio del 2009 su alma partió de este mundo dejando un grato recuerdo por su calidad humana. Descanse en Paz.
Lic. Eduardo Saad Kahwage
LA PERLA DEL PACIFICO
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> Buen dia mi estimado amigo del siglo XX.
> No se si hayas visto alguna ves la serie de television "Heroes" que es acerca de personas con poderes especiales.
> Pues uno de esos poderes es lo que a ellos llaman "time bender". O sea, alguien que tiene la habilidad de transportarse y transportar a otros al pasado, o al futuro.
> Explicado esto, te dire que cada vez que leo tus articulos, te comparo con uno de esos "time benders". Tu tienes esa habilidad de transportarnos a los que te leemos al pasado, y vivimos de nuevo esos tiempos tan especiales, que jamas volveran.
>
> He disfrutado muchisimo tu articulo acerca de tu estancia con tus tios abuelos, y con el bien recordado senor Wadi Saad.
> Y es que la avenida Ruiz, especialmente el area comprendida entre el Paseo Hidalgo y la calle 10, fueron mis dominios cuando yo tenia 9 o 10 anhos de edad.
> Ahi yo boleaba zapatos, vendia chicles (de la flecha), limpiaba carros, ademas de ayudar a mi padre a vender dulces y chuchulucos en una carretita que poniamos en la Ruiz y 4ta (donde estaba la muebleria La Malinche).
> Por eso yo tuve el gusto de conocer a personalidades como el senor Wadi Saad, Rafael Chan, el senor Feiz, Don Eduardo Maimes, y tantas otras personalidades que hacian de ese transecto su "habitat natural".
>
> Hay muchisimo que platicar acerca de este pedacito de mi querida Ensenada. Pero creo que lo dejamos para proximos tiempos.
> Gracias siempre por regalarnos estos "viajes" hacia nuestras memnorias.
>
> Saludos fraternos mi antiguo amigo.
ANTONIO CHAIDEZ CHAIDEZ
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PARA ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
Mi estimado amigo de tiempos lejanos.
Como te dije anteriormente, aqui te comparto estas anécdotas personales con el buen amigo Wadi Saad.
Como ya te había comentado en el correo anterior, en los tiempos que yo trataba de ganarme algunos pesos, boleando, vendiendo chicles, limpiando carros, etc. Entré a la tienda de ropa La Perla del Pacifico del senor Saad. En parte porque yo andaba en mi "negocio" pero en parte también porque me gustaba mucho esa tienda. Me gustaba aspirar el aroma que ahí había, me gustaba la elegancia de la tienda.
Esa vez yo iba armado con mi cajón de bolear y mi cajita de chicles de la flecha. Entonces una de las empleadas me dijo: "Vete chamaco" aquí no se permite entrar a vender nada.
Entonces el señor Saad llegó en mi auxilio. Le dijo a la empleada: ¿Porqué maltrata muchachito, ha? el está trabajando, ¿ve usted?. Entonces el señor Saad me preguntó: ¿Quiere usted muchachito trabajar y ganar algo de dinero? yo le contesté que sí. Entonces me puso a cepillar como algunos 40 pares de calzado, por los cuales me pagó con un billete de 20 pesos. Para mí en esos mis escasos 10 años, me parecía que de pronto me había vuelto rico.
Así, seguí llendo a hacer trabajitos de ese estilo por algún tiempo.
Pasaron unos pocos de años, y un día mirando los aparadores, mire una chamarra que atrajo mi atención poderosamente, entré y pregunté el precio, el cual por supuesto superaba mis posibilidades. ,
Entonces me propuse a ahorrar el dinero necesario. Cuando por fin pude completar la cantidad, fui y me compré mi flamante chamarra.
La use como por una semana, y entonces comprendí que ya necesitaba una lavadita. Leí la etiqueta y en mi pobre conocimiento del idioma inglés, entendí que se podía lavar en la lavadora. Oh error, toda la borra de a chamarra, después de lavada y exprimida por la maquina, se le fue a la parte de la cintura, y la de las mangas, se le fue completamente a los puños. Amigo, no sabes la tristeza que me dio ver mi flamante chamarra en esas condiciones.
Entonces fui a ver al señor Saad para que viera en lo que se había convertido. Él me aclaró que la chamarra no se debía lavar en lavadora.
Y por supuesto no me podía regresar mi dinero, ni tenia porqué hacerlo. Sin embargo, me dijo: Mira muchacho, de aquellas camisas de franela, escoge alguna que te guste, y también escoge un par de calcetines.
Si él hubiera querido, yo me regreso a casa sin chamarra y sin nada, pero él no era de ese tipo de gente. Esa camisa me salió tan buena, que me duró por muchos años, aunque no la "soltaba" para nada.
Bueno mi estimado amigo de tantos años, te saludo con afecto y quedo pendiente de tus amenos e interesantes artículos
ANTONIO CHAIDEZ CHAIDEZ