Artículo escrito a petición de Nícida Patricia Collins Espinoza, con motivo de la celebración el día 2 de julio del 2010, del 236 aniversario de la fundación de El Rosario, Baja California, México.
En cualquier sitio de la geografía del globo terráqueo se dan hechos por demás importantes y sobresalientes, basta con adentrarse en su estudio y conocimiento para apreciar las grandes etapas de su evolución, o desaparición.
El punto geográfico que en la actualidad conocemos como El Rosario, Baja California, México, en el continente americano, tiene su origen muy atrás en el tiempo, hará tal vez en unos cien millones de años.
En aquellos muy, pero muy lejanos tiempos, según la paleontología, la vida era arcaica, el actual cañón de El Rosario era algo así como un pantano donde sobrevivían gigantescos animales, incluso el suelo fósil en el que hoy se asienta El Rosario, fuera alguna vez fondo marino, dado que el nivel del mar ha variado a veces subiendo, otras veces bajando. Las montañas actuales no existían como ahora se conocen, han emergido y desaparecido, según las erosiones por viento, agua, frio, calor, las que alguna vez formaron un pantano, en el que habitaban varios tipos de de animales como, aves dentadas, tortugas gigantes, caracoles de varias especies, como amonitas, también dinosaurios, como el pico de pato, y otros. Existían frondosos bosques de coníferas, y primitivas palmas, según se ve por los restos fosilizados que se encuentran en la actualidad en suelos, y las montañas circundantes del cañón. Todos estos animales desaparecieron junto con los bosques, en un periodo que los científicos ubican entre fines del cretácico y principios del periodo terciario, hace unos 65 millones de años. Solo sus restos fosilizados han llegado hasta nuestros días, desde aquellos tan lejanos días.
Con el paso de las eras geológicas, llegarían las formaciones geológicas de El Rosario, conocidas en el universalmente y que dan su nombre a cualquier formación igual en cualquier parte del mundo, como se tiene: Formación “El Rosario”, formación “Punta Baja”, formación “Gallo”. En pasadas eras geológicas aparecieron las mesas de San Carlos, de La Sepultura, de El Rosario, formando y moldeando de esa manera no solo la región de El Rosario, sino también la península y el golfo de California, el cual hasta nuestros días sigue ampliándose y buscando su salida al océano pacifico al noroeste, y que alguna vez encontrará, convirtiendo a esta península, o lo que de ella quede, en isla.
Con el transcurrir de millones de años aparece la prehistoria, y en nuestra región entonces, ya no existía ninguno de los animales que describe la paleontología, solo los restos fosilizados de organismos animales y vegetales. En la prehistoria aparecieron aquí, por migraciones, diferentes animales, muchos ya extintos desde hace milenios, como el mastodonte, muchos de aquellos animales migraban, a causa de las glaciaciones que cubrían amplias zonas del continente americano, y del globo, y que empujaban a un sinnúmero de grupos de animales que en nuestra región se adentraron por todo el actual México, y la península.
En la prehistoria llegaron los primeros humanos, quienes provenían desde el norte, regularmente persiguiendo a los animales en su migración. Según la arqueología, los primeros hombres tal vez tengan en esta región entre ocho mil y trece mil años.
Durante todas las épocas han desaparecido las más débiles especies de la flora y la fauna, han aparecido otras, o han evolucionado en muy distintas especies emparentadas evolutivamente entre sí.
Hará unos ocho, tal vez diez mil años, según la arqueología, después de la última glaciación, -hace once mil años- aquí en la región de El Rosario, ya lo habitaban personas primitivas que entre ellos se empujaban hacia el sur de la península, que era como un callejón sin salida, llegaban otros grupos desde el norte, y empujaban a los que entes habían llegado, posteriormente aparecían nuevos grupos que seguían empujando y arrinconando a los anteriores en el callejón peninsular. Con el tiempo estos grupos humanos formarían las naciones de los cochimis al norte, los guaycuras al centro, y los pericues en el extremo sur peninsular.
Los de aquí, los cochimis, del tronco lingüístico yumano peninsular, y de dialecto borjeño; ocupaban toda la región desde el pacifico hasta el golfo, se alimentaban de raíces, de peces, venados, liebres, y otros animales silvestres; apreciaban especialmente la pitahaya agria: eran cazadores y recolectores, seminómadas, medio organizados en grupos de parientes, guiados por un chaman. Aquellos seres humanos nos heredaron valioso arte rupestre, tanto petrograbados como pinturas rupestres, encontramos también infinidad de “tatemas de indios”, rastros de rocas en forma circular, que son restos de sus precarias chozas. Las puntas de flecha hechas a base de pedernal, por su tamaño dan indicios de los tamaños de animales que cazaban, principalmente borrego cimarrón, venado, y otros, como codorniz, paloma, y distintas especies de pájaros. De la costa aprovechaban principalmente el abulón negro, y azul que habitan en la zona de rompiente.
Después de vagar durante milenios, estos seres humanos sobrevivieron en la hostil y agreste península, con escasa agua, con calor y frio intensos, arremolinándose en grupos en las ciénagas, aguajes, o pozas con agua, sin embargo se adaptaron magníficamente al medio ambiente, viviendo en la misma tierra que nosotros ahora pisamos, y en las mismas montañas que hoy miramos. En este mismo lugar donde nuestros ancestros descansan bajo la tierra, en esta misma tierra donde también aquellos milenarios pobladores descansan para siempre.
Después del arribo del hombre europeo al continente americano, acompañados con la desmedida ambición de poseer más, y más territorios para el imperio español, y que valiéndose de sus milicias y de sus hombres santos, vendrían a exterminar a aquellos seres autóctonos, los verdaderos dueños durante milenios de la península, y por su puesto de las tierras rosareñas. En realidad los primeros pobladores estaban tan íntimamente ligados a la geografía peninsular, que sin ellos no se concebía este territorio, es como observar una casa sin sus moradores, pareciera que la casa no tendría razón de ser, percibiéndola en esos términos.
En este mes de julio del 2010, el día 2, se cumplen apenas 236 años, desde la llegada del hombre blanco a El Rosario; diciendo “apenas”, si comparamos ese breve tiempo con los milenios que aquí vivieron los cochimis antes que los nuestros llegaran, y detrás de ellos nosotros, solo por mencionar a los humanos que en esta tierra hemos habitado.
Con la llegada del hombre blanco, llega también la fundación de una misión, la primera de la orden dominica, de varias otras que se instalaron en el entonces territorio desolado, desde aquí y hasta la actual frontera, en Tijuana.
Según decían los misioneros, su presencia aquí era para lograr rescatar y obtener la conversión de los “salvajes” habitantes peninsulares, y traer aquellas criaturas al cristianismo. Sin embargo, la expansión territorial del imperio español, era la verdadera razón de su presencia en esta, ahora nuestra tierra. La desaparición de aquellos indefensos seres fue inevitable, se sumaron a la larga lista de tantos seres extintos antes que ellos.
El año de 1774, como venimos diciendo, es cuando aparecen los primeros blancos y mestizos, representados por soldados, misioneros, arrieros, herreros, agricultores, todos ellos al servicio de la institución misional, bajo el más estricto mando del misionero. Mientras que los mal llamados “inditos”, “barbaros”, “penitentes”, “salvajes”, “gentiles”, servían como bestias de carga, por cruel que esta expresión parezca a nuestros actuales modos de vida, así eran las cosas.
En aquel año de 1774, en el grupo de personas que llegaron para fundar la misión, venia nuestro antepasado JUAN NEPOMUCENO ESPINOZA, siendo el primero de todos los de nuestra estirpe que pisó estas tierras. Ya habitaban en este lugar, entonces llamado “VIÑATACOT”, las familias de DOMINGO AGUILAR, y de COLUMBA SAVIN, quienes tenían raíces cochimis tan profundas y gruesas desde tanto tiempo atrás, que memoria no se tiene, aunque sus nombres como aquí se asientan eran castellanizados, tomándolos de sus padrinos, o impuestos por los misioneros, ya que ellos usaban nombres cochimis, porque de esa raza eran. De aquellas familias AGUILAR y SAVIN, descienden la actual rama rosareña de los ORTIZ, siendo la razón por la cual ubicamos a esa familia, como la más antigua en nuestro pueblo.
En el verano del año de 1800, llegan desde San Juan de Dios, la familia Espinoza castro, instalándose en la misión de El Rosario de arriba, y en 1802, en la de abajo. De todos ellos ampliamente destacó CARLOS, fundador del linaje Espinoza en El Rosario. MARÍA DEL CARMEN, hermana de Carlos, fue la madre fundadora de la familia ORTIZ, casada con el español JOSÉ RITO ORTIZ, soldado misional, al igual que CARLOS, su cuñado. Solo estos dos hermanos Espinoza dejaron descendencia en El Rosario.
Los MARRÓN, llegaron a El Rosario hacia 1822, los ACEVEDO lo hicieron hacia 1827, los Montes hacia 1850, los LOYA en 1868, Los DUARTE hacia 1872, los ORTEGA en 1870, los PERALTA en 1873, los VALLADOLID hacia 1874, los VILLAVICENCIO aparecen hacia 1878, los Murillo hacia 1880, los GROSSO en 1895, y muchas otras familias que abandonaron el lugar por diversas razones, principalmente las grandes crecidas del arroyo, o las interminables sequias. Diversas familias se asientan aquí, durante los primeros cincuenta años del siglo veinte, y en 1961 llegan muchos de los nuevos pioneros a El Rosario, en la parte que más tarde se le llamaría “Ejido Nuevo Uruapan”.
En la actualidad muchos somos los dueños de este pueblo, somos los que debemos trasmitirlo a los futuros rosareños, del mismo modo que los rosareños de antes, ya desaparecidos, nos lo heredaron. Tenemos el gran reto de aprender a conservar lo que la madre naturaleza nos ofrece aun, de mantener dentro de lo posible nuestro ambiente, en su estado natural lo más posible, ya que a la naturaleza pertenecemos, a ella nos debemos, y a la tierra regresaremos. Desde luego que nuestro especial interés debe ser creo, la atención a nuestras familias, nuestros hijos y nietos, al enseñarles a ellos todo lo relacionado a nuestro origen como sociedad, el origen de esta tierra, sus razas, sus tradiciones, su historia, y con ello generarles el apego, el respeto y amor a lo más sublime que poseemos, y transmitirlo tan intacto como sea posible al futuro, al más remoto futuro posible.
Con eventos como lo es la celebración de la fundación de El Rosario, con esfuerzos tan aplaudibles para las personas que lo hacen posible desde el año 2005, se gesta y se nutre una nueva forma de proyectarnos hacia el futuro, un futuro que deseamos sea cierto, sea de logros, de tributo a nuestros antepasados, y a nuestra región, que no porque la conozcamos de primera mano, signifique que no sea importante, y que además es el principal interés manifiesto en estas letras. Es por ello que con este breve relato se brinda el más amplio reconocimiento por el valioso trabajo de todas las personas que entregan su empeño, su carisma, y su amor, al realizar el festival por un aniversario más de vida de nuestro viejo pueblo, el más antiguo en actual Estado de Baja California, el que sigue teniendo solo tres direcciones: Arriba, Abajo, y, el otro lado…
AUTOR DEL ARTÍCULO
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MÉXICO
14 DE JULIO DEL 2010.
Notas relevantes:
En los años de 1985, y 1986 recibí en El Rosario, por petición del mexicalense Doctor en Ciencias Miguel Agustín Téllez Duarte, a un grupo de Científicos de ciencias de la tierra de la Universidad de West Lafayette, Indiana de Estados Unidos, en cuyo grupo se encontraba el mexicano Luis Mario Paredes Mejía, científico oriundo de Puebla, México. Su estancia en El Rosario, se debía a los estudios científicos que debían realizar apoyados por nuestra Universidad Autónoma de Baja California, consistentes en la paleontología, de la mesa de San Carlos. Asistí con ellos aquel par de años, tanto en sus recorridos, como en el muestreo de los estratos fosilíferos, y según el científico Levandovzky, jefe de las expediciones, y otros científicos con los que he conversado ampliamente, la región de El Rosario, es de suma importancia desde el punto de vista científico, ya que cuenta con zonas fosilíferas de primer orden a nivel mundial.
En 1977, año en que me encontraba trabajando en la pesca en Campo Nuevo, al sur de la bahía de El Rosario, obtuve en préstamo por parte del entonces estudiante de Ciencias Marinas, Miguel Agustín Téllez Duarte, importantes tratados de placas tectónica, con cuyo estudio entendí a mis veinte años de edad, sobre la deriva de los continentes, y la evolución de los seres vivos, vistos desde la retrospectiva de sus restos fosilizados, temas ampliamente estudiados por la paleontología, entendiendo por mi parte desde entonces, la importancia en ese sentido de El Rosario.
La facultad de Ciencia Marinas, perteneciente a la Universidad Autónoma de Baja California, realiza desde hace muchos años, trabajos de investigación en las zonas fosilíferas de El Rosario. Cuenta la Universidad con amplio grupo de intelectuales quienes poseen profundos conocimientos del tema, y de El Rosario, en particular.
La paleontología entre muchos otros campos del conocimiento estudia la biodiversidad, y la biogeografía, es decir la actual composición y distribución de los seres vivos sobre la tierra, antes de la intervención del ser humano.
En los tiempos de mi niñez en El Rosario, la abundancia relativa a ras de suelo de fósiles era significativa, existía en cualquier lugar de la terraza superior, madera petrificada, y toda suerte de fósiles. Con pena en 1995, mientras levantábamos un documental para televisión nacional, averigüé que la existencia fosilífera había descendido de manera drástica, incluso pude enterarme que algunas personas del pueblo, sin escrúpulos y con muy corta visión, utilizaban aquellas piezas con millones de años de existencia, para construir los cimientos de sus casas, en vez de utilizar rocas.