A PROPOSITO AHORA QUE ESTAN CERCA LA NAVIDAD DEL 2010, Y EL AÑO NUEVO 2011.
Las costumbres tradicionales en la población de El Rosario, eran básicamente las emanadas de las misiones, aunque hasta nuestros días han llegado diversas de aquellas las costumbres del ayer, muchas otras han sucumbido con la partida de nuestros abuelos, y otras tantas han caído en las garras del vaivén de la economía, muchas que por mas que se recuerden, y se desee proseguir con ellas, la economía no da para mas.
Por esa razón deseo traer al conocimiento de muchas personas que no les tocó convivir, o tal vez, que ni saben que existieron aquellas gratas familias que se encargaban de realizar por su cuenta y bajo su mas arduo esfuerzo, fiestas para que todos en el pueblo nos sintiéramos como una gran familia.
Don José Valladolid Ortiz, mejor conocido como “Don Pepe Valladolid”, o como “Pepe Garrucha”, derivación del nombre de “Garrocha”, ya que lo apodaban de esta manera por ser de complexión alto y delgado, o como dirían en mi tierra: “era espigado”, o “era garrucha”, queriendo manifestar su delgadez y su alta estatura.
Don “Pepe Valladolid”, fue casado con Dominga Duarte Espinoza: “Doña Dominga”; eran ambos originarios y descendientes de las primeras familias que se asentaron en El Rosario, incluso provenían ambos de los Espinoza, mientras que Don Pepe descendía de María del Carmen Espinoza Castro de Ortiz, Dominga descendía de Carlos, hermano mayor de María del Carmen.
En aquellos lejanos días de su niñez, a fines del siglo diecinueve, a ambos en El Rosario les tocó convivir de manera directa con sus padres, abuelos, y bisabuelos: para el caso de Don Pepe, cuando él era niño, solo sus tatarabuelos habían fallecido por el lado de Espinoza; mientras que para el caso de Doña Dominga, vivían sus bisabuelos a fines del siglo diecinueve, y principios del veinte.
El caso es que siendo ellos niños, convivieron por completo con las costumbres y tradiciones que para entonces tenían ya algo así como ciento treinta años de celebrarse en El Rosario.
Se acostumbraba que en las casas de algunas familias, se realizaran fiestas de fin de año, de año nuevo, y otras celebraciones, como era el día de la virgen patrona del pueblo, en octubre, el día siete de cada año.
Todos los que arribaron ya viejos al siglo veinte, muy pronto se fueron, ya para mil novecientos veinte, no vivía nadie de los que habían nacido cien años antes, y que eran precisamente los viejitos que les transmitieron a Don Pepe, y a Doña Dominga las costumbres que ellos hicieron llegar a las siguientes generaciones hasta un poco antes de su partida; Costumbres aquellas que en los tiempos actuales, han quedado sino en el olvido, les ha sucedido con la actual situación económica, lo mismo que a las casas de los mexicanos, que en su mayoría han disminuido tanto en terreno, como en habitabilidad; igual ha empequeñecido aquellas nuestras portentosas fiestas tradicionales.
En los años de los mil novecientos cuarenta, cincuenta y sesenta, Don Pepe, y Doña Dominga, acostumbraban todas las navidades preparar hasta tres mil tamales, con el único propósito de invitar a cuanta persona pasara frente a su casa, desayunaban, comían, o cenaban de aquellos tamales, mientras que Don Pepe ambientaba el momento con su guitarra, la cual en manos de él, sonoras notas emitía, y así entonados en aquel agradable ambiente se reunían veinte, treinta, cien, las personas que estuvieran, para todos había, todos cantaban, y algunos bailaban. Don Pepe con una pierna arriba de una silla, guitarra al cuerpo, y con voz de cantor, animaba a cualquiera, incluso a que se repitiera en el platillo de la tamalada, teniendo como segunda voz a Cristóbal Gilbert, y a Alejandro “Negro” Espinoza Peralta, mi abuelo. Cantaban según relaciones de mi abuelo: “El sauce y la Palma”, “Ese Faro”, “En el mar esta una palma”, corridos, y muchas otras de los siglos XIX y principios del XX.
Mientras tanto Doña Dominga enviaba a los chamacos para que metieran leña, y no se enfriara el calientito, y que las ollas de los tamales estuvieran siempre repletas, unas con tamales crudos, otras a medio cocer, y otras ya con los tamales cocidos, todas las ollas tenían por tapadera un saco “guangochi”, que era de raspa de los que se usan en las cafetaleras, doblado para mantener siempre calientes los tamales.
Esta era la manera en que fueron enseñados por aquellos que se fueron antes de 1920, y que ahora, a ellos les tocaba continuar y enseñar a los nuevos, para que también prosiguieran con esas costumbres.
Antes de las fiestas en cualquiera de aquellas casas, las cosas se daban de la siguiente manera:
Cuando el año terminaba, desde antes de la navidad se preparaban grandes cantidades de leña, que muchos de los rosareños le llevaban a la casa anfitriona, otros llevaban vino, otros mas frijol, alguien acercaba queso, harina, maíz; todos llegaban, dejaban lo que llevaban, y se retiraban.
Mientras tanto el anfitrión desde principios de año había estado engordando algún puerco, un novillo, disponía de gallinas. En los dos o tres días antes de la fiesta, se cocía el nixtamal, se acercaban jóvenes a molerlo; a la par llegaban quienes apoyaban en el sacrificio y beneficio de los animales que ya estaban listos para la ocasión. Cuando la masa, las carnes, y todos los ingredientes estaban listos, llegaban veinte, treinta mujeres o más, y ayudaban a amarrar los tamales. Luego otros jóvenes los cocían, y entre todos se los comían.
Las fiestas duraban desde nochebuena, hasta pasado el día dos o tres de enero del año nuevo; en las que además se preparaban buñuelos, empanadas con frutas y de con carnes, mantequilla, quesos fundidos, panecillo de harina de maíz amasada con carne deshebrada, cabeza de res tatemada en pozo, menudo, caldo de res, de pescado, “Chopin”, orejones de abulón seco, y de fruta seca, y varios tipos de aguas frescas. ¿Esa calidad de vida cuando la volveremos a tener?, solo el paso del tiempo lo dirá.
Poseía además Don Pepe, por los años de mil novecientos cuarenta y cincuenta, un corral en el mismo lugar donde ahora se encuentra el centro de salud, en el centro del poblado, en ese lugar ordeñaba todos los días antes del amanecer, y para las siete de la mañana en que estaban pasando los niños a la escuela, don Pepe, les gritaba:
¡Vengan a tomar lechii!
Y así muchos niños llegaban a la escuela con bigote blanco, rastros de la espuma de la “lechii” bronca que recién habían tomado.
Don Pepe Valladolid, fue un gran herrero en el pueblo, además era excelente agricultor, elaboraba vino tinto de muy buena calidad, y por si fuera poco junto con el rosareño Enrique “Chacho” Meza Echeverría, hicieron levantar polvo de la “pista” de baile a dos que tres, ya que eran los afamados músicos del pueblo.
Era dueño de un carro de mulas, mismo que había sido de la propiedad de Don Anastacio Villavicencio Arce, quien poseía dos de esos carromatos, del que hablo, primeramente perteneció a don Crisóstomo Arce Higuera, quien antes de irse de El Rosario a vivir a San Vicente Ferrer, se la dejó a su sobrino Don Anastacio, y él se la vendió a Don Pepe, como ha quedado relatado, y que cuyo costo fue un saco de frijol, uno de maíz, una mula, y una marrana.
-Recordando el otro carro de mulas de Don Anastacio Villavicencio Arce, este pasó a manos de Don Salomé Acevedo Marrón, de él a Rosario Duarte Valladolid, y uno de sus hijos me vendió dos de los aros de fierro de las ruedas, las cuales conservo desde hace mas de veinte años-.
En su carretón repartía Don Pepe a la gente que se les pasaba el vino en la tamalada, era como el chofer asignado, algunos dormían a bordo, otros cuando se sentían algo sobrios mejor seguían a pie, pues la velocidad del carromato era sumamente lenta, y además no tenia “maneas”, sobretodo la lentitud era cuando pasaban por donde crecía el sácate, y las mulas se tomaban su tiempo para comer algo y recuperar energías, o bien cuando al pasar por el arroyo, las mulas tomaban agua en exceso, y ya no se les podía apurar el paso, pues como decían los viejitos: “Las mulas se pusieron chimpas, o timbudas” por tanta agua que tomaron.
En algunas ocasiones las mulas regresaban solas con el carromato, pues donde Pepe, se había quedado por allá con la parientada, y mientras las mulas a mucho de estar uncidas, regresaban a sus querencias, y a los días aparecía despreocupadamente el dueño.
Cuando los años les cayeron encima, poco a poco Don Pepe, y Doña Dominga se fueron retirando, sin embargo ya estaban listos sus relevos, que vinieron a ser Don Lázaro Peralta Acevedo y su esposa Gertrudis Duarte Valladolid, mejor conocida como “Tulita la de Don Lázaro”, que fue hija de Concepción Duarte Espinoza, hermano de Doña Dominga, y de Josefa Valladolid Ortiz, hermana de Don Pepe; o sea que era sobrina de ellos por las dos puntas.
No pasaba una navidad y un año nuevo sin que Don Lázaro y Doña Tulita, no prepararan las fiestas como lo hacían antes los viejitos. En la casa que cuenta con un corredor al frente, en el cual se colocaba una larga mesa, en esta comíamos “tandas” de veinte o mas, nos levantábamos, llegaba otra, y así durante varios días.
Tuve la fortuna de asistir al menos unos diez años a casa de Don Lázaro, y Doña Tulita, el ambiente era sano, limpio, tan familiar, tan amigable, que difícilmente se puede explicar en unas cuantas letras, habría que estar allí para poder ser elocuente en la percepción.
Un día en plática con Don Lázaro y Doña Tulita les pregunté:
¿No es cansado para ustedes atender a tanta gente, y por tantos días?
-Además había invitados de invitados, gente desconocida, que en otros pueblos escuchaban de aquellas fiestas y se acercaban con algún conocido-.
Casi al mismo tiempo contestaron:
¡La gente se atiende sola, nosotros solo preparamos que comer!
Aun así, les dejamos mucha basura, muchos trastes sucios, gritamos, bailamos, cantamos, como si estuviéramos en nuestra casa.
De nuevo, la respuesta de inmediato:
¡Esta es su casa, el día que nosotros no los recibamos, quien sabe si alguien mas lo hará!
Mejor no hubiera preguntado, exactamente eso fue lo que pasó.
Cuando Doña Tulita Falleció en 1984, se llevó con ella aquella entrañable tradición. Don Lázaro que la sobrevivió ocho años más; el día mientras sepultábamos a mí abuela paterna María Visitación García Marrón, el 14 de diciembre de 1987, señalando la tumba de Doña Tulita, me dijo:
¡Mira Alejandro, allí descansa Tulita, se llevó con ella siglos de tradición, ya vez no hemos vuelto a las fiestas aquellas!
Me dio una pequeña palmada, y se fue; lo vi retirarse con paso lento apoyado en su bastón, pero lo alcancé, pidiéndole de favor que platicáramos un día de aquellos, y así fue:
Cuando a los días fui a su casa, ya en el corredor de su casa le pregunté los motivos por los que ellos habían seguido con la tradición, y me contestó que era solo por agrado, que a ellos les recordaba el ambiente que en su niñez pasaron, y que cada año volvían a ser niños, y que les parecía ver en los que allí nos encontrábamos, a sus seres queridos que mucho antes ya habían partido.
Y como no volver a ser niños, si en sus rostros ahora recuerdo su alegría, una alegría distinta, se extasiaban en sus recuerdos, con la oportunidad de que al siguiente año lo volverían a hacer.
No cabe duda que las personas, en lo mas sublime para bien o para mal, somos hechos por nuestros mayores, nos ven nacer, nos ven crecer, y aunque en la rebeldía nos apartamos de sus caminos, tan pronto la vida se nos viene encima, volvemos a su regazo:
Bien decía mi abuela: “Si uno nace en un feo cerro, a ese cerro defiende con dientes y con uñas, y a ese cerro siempre se ha de volver”.
Ninguna duda tengo en que la sabiduría llega en canas, y se ensancha en ellas.
Don Lázaro, callado como era, muy poco platicaba de las historias de antes, sin embargo le quise preguntar por qué a uno de sus hermanos le decían “Mentirillas”, luego de una breve risa, dijo: No sé, solo te puedo platicar una historia de él, y tú deduces.
“Una tardecita, -empezó a contar-, como por el año del cincuenta se encontraban unos diez hombres platicando en el corredor de una casa, y cuando miraron a mi hermano pasar, pronto le gritaron:
¡Mentirillas, ven a contarnos unas mentiras!
Y luego aquel sin detener el paso de su caballo, les contestó, igual a gritos.
¡No, ahorita no puedo, porque voy muy apurado para Punta Baja, para ver que recojo del barco que se varó esta mañana!
Siguió su paso con rumbo hacia Punta Baja, -que se encuentra a doce kilómetros de distancia-, mientras tanto los otros se dijeron, vamos a ver que logramos recoger.
Alistaron sus caballos, y salieron a toda prisa hacia el barco varado, sobretodo que la caída del sol estaba cerca.
Cuando llegaron a Punta Baja, unas tres horas después de apurar a sus caballos, encontraron a los pescadores muy tranquilos en sus campos, sin notar nada que indicara que un barco se hubiera varado.
¿En dónde se varó el barco?
¿Qué barco?
¿El barco que dijo el Mentii…? : ¡Mendigo Mentirillas!, se dijeron mientras dieron la vuelta de regreso al pueblo, a donde llegaron ya bien entrada la noche.
Al día siguiente, buscaron al Mentirillas, y le preguntaron por su proceder, luego este les contestó:
¿Me pidieron que les contara mentiras, o no?: ¡y eso que solo les conté una!
El silencio que siguió fue la única respuesta.
Mi hermano no fue aquella tarde a Punta Baja, subió a la sierrita en busca de unos caballos, y luego volvió a su casa, pero los otros diez, si fueron.”
Y volviendo a las fiestas aquellas: Para esas ocasiones se construía en varias casas un “salón de baile”, que era un cerco de varas y ramas de sauce, que encerraba un área de unos doscientos metros cuadrados de tierra regada con agua, que al secarse formaban grandes polvaredas debido al “taconello” de los bailadores. Los músicos, que también les llamaban: “trompas de huli”, se colocaban al fondo del salón, amenizaban con música en vivo, y algunos que eran algo vergonzosos tocaban dándole la espalda al amplísimo público, que en realidad, era cuando mucho de unas doscientas personas, es decir, todo el pueblo de El Rosario dentro del “salón”, que bailaba toda la “nochi”, incluyendo a los niños, a los mayores, los faroles de petróleo, que escasamente alumbraban, y a los caballos, contándolos a todos por igual, como para hacer parecer mas grande el número de asistentes. El último grupo musical, era conformado por dos: Fernando “Suriano” Acevedo Espinoza, a la guitarra y Rubén, al violín, siendo conocidos como: “Los coyotes de la bocana”, su última gira artística en los “salones de El Rosario”, fue en la década de los mil novecientos ochenta.
Quisiera dejar asentadas algunas de las familias que en los últimos doscientos años realizaron estas actividades tradicionales en El Rosario:
José Rito Ortiz y María del carmen Espinoza Castro, más o menos desde 1812, hasta más o menos 1860.
Carlos Espinoza Castro y María Dolores Salgado Camacho, desde 1833, a mas o menos 1875.
Eduardo Acevedo y Germana Ceseña, desde 1840, a más o menos 1866, año en que falleció su hijo Loreto.
Ignacio Marrón “Carrillo” (Murillo) y Petra “Pellejeros” (Verdugo) Sevilla, desde 1860, hasta 1920.
José del Carmen Espinoza Salgado desde 1860, hasta 1913, año de la muerte de José del Carmen.
Luis Collins y Pilar Meza, desde 1875 hasta mas o menos 1900.
Policarpo Espinoza Marrón y Balbina Peralta Véliz, desde 1877, hasta 1908, año del fallecimiento de Balbina.
Inocencio Peralta Aguiar y Francisca Véliz Osuna, desde 1878 hasta mas o menos 1915.
Ángel Loya Moreno y María de Jesús Espinoza Marrón, desde 1880 a 1898
Crisóstomo Arce Higuera y Luisa Collins Meza desde 1880, hasta mas o menos 1900.
Domingo Duarte Cossio y Gertrudis Espinoza Marrón, desde 1880, hasta más o menos 1925.
Tomas Vidaurrázaga Arce y Victoriana Peralta Veliz desde mas o menos 1890 a 1900.
Santiago Espinoza Peralta y Josefa Peralta Ramírez, desde 1906 hasta 1932, año en que falleció Josefa.
Francisco Meza Arce y María de la Luz Echeverría Ortiz, desde mas o menos 1915, hasta mas o menos 1935.
José María “Chemale Murillo” Arce y Bartola Peralta Murillo, desde mas o menos 1939 a mas o menos 1960: A partir de este ultimo año, Don Chemale proveía las fiestas de nopales y de tunas.
José Valladolid Ortiz y Dominga Duarte Espinoza desde mas o menos 1930 a 1953.
Lázaro Peralta Acevedo y Gertrudis Duarte Valladolid desde 1950, hasta 1980.
Desde 1983 para acá, se realizan las fiestas de manera un tanto distintas, nunca con el ambiente y sabor de antaño, que muy bien se podrían retomar a la vieja usanza, con el solo hecho de unirse varias familias y sacar a relucir aquellas costumbres que frescas se encuentran aún en varios de nosotros.
Por eso en algunas ocasiones me pregunto:
¿Rosareños de antes, a dónde habrán ido…?
Ni duda queda que se fueron para allá, para donde mismo que se fueron los pioneros, es decir, los primeros rancheros peninsulares, los fundadores de nuestras familias, pues cualquier rosareño o bajacaliforniano de profundas raíces al retroceder en el tiempo en pos de sus ancestros, vamos a dar a las mismas personas fundadoras. Si a alguien le queda duda, puede analizar los árboles genealógicos de los homenajeados en este articulo, lo cual es mas que elocuente; Esta situación sucede en todos los pueblos peninsulares que posean antiguas raíces, sobretodo los que tienen su origen en asiento misional.
Baste decir que en 1999, 2003, y 2005, años que visité la zona de la ex misión de San Pedro y San Pablo de Tubutama, en Sonora, una de las regiones de las misiones fundadas en la alta pimería por el jesuita Francisco Eusebio Kino, se dan las fiestas hoy en día, de la misma manera en que he descrito las de nuestra región, que tiene origen misional.
AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
VIERNES 12 DE NOVIEMBRE DEL 2010.
NOTAS RELEVANTES:
Dejo asentadas las relaciones familiares de los homenajeados, esperando que sus descendientes no se vayan a perder al leerlas, ni tampoco se vayan a enfadar, que por cierto fue tarea que me tomó al menos 35 años investigarlas, y que fueron bastante difícil de lograr, sin embargo aquí están.
José Valladolid Ortiz nació en El Rosario el día 19 de marzo de 1891, y falleció en El Rosario hacia 1976; sus padres fueron el chihuahuense Manuel Valladolid Apodaca, originario del pueblo de Villa de la Concepción; y la rosareña Encarnación Ortiz Aguilar: Sus abuelos maternos fueron Rosario Ortiz Espinoza y Columba Aguilar Savin: Los paternos se desconocen: Sus bisabuelos maternos fueron: El Soldado misional o de cuera José Rito Ortiz y María del Carmen Espinoza Castro; sus tatarabuelos paternos Juan Nepomuceno Espinoza y Loreto Castro.
Dominga Duarte Espinoza nació en El Rosario el día 25 de febrero de 1895, falleció en El Rosario en la década de los mil novecientos cincuenta o a principios de los sesentas: Sus padres fueron Domingo Duarte Cossio y Gertrudis Espinoza Marrón, Fundadores “Duarte” en El Rosario: Sus abuelos paternos fueron en sonorense Luis Duarte y Ambrosia Cossio, cofundadores “Duarte”, en Baja California: Sus abuelos maternos fueron: José del Carmen Espinoza Salgado y María de la Cruz Marrón Murillo: Sus bisabuelos paternos se desconocen; Sus bisabuelos maternos fueron el soldado misional o de cuera Carlos Espinoza Castro y María Dolores Salgado Camacho, fundadores “Espinoza” en El Rosario: Sus tatarabuelos maternos fueron: El español Juan Nepomuceno Espinoza y Loreto Castro: Fundadores “Espinoza” en Baja California; así como el Alférez Estanislao Salgado y María Camacho; y por otra parte Juan Marrón, y María Elena Murillo.
Los hijos de Don José Valladolid Ortiz y Doña Dominga Duarte Espinoza fueron: Francisco, Manuel, Lidia Ramona, Norberto, Paz, María Guadalupe, Dionisio, Simon, Martha, Francisca, y Teodoro Valladolid Duarte.
Lázaro Peralta Acevedo, nació en El Rosario el 17 de diciembre de 1908, falleció el 02 de febrero de 1992, en Ensenada, fue sepultado en El Rosario: Sus padres fueron: Epigmenio Peralta Veliz y Petra Acevedo Marrón: Sus abuelos paternos fueron: Inocencio Peralta Aguiar y Francisca Veliz Osuna: Sus abuelos maternos fueron: Zenón Acevedo Espinoza (1860-¿?) y María del Carmen Marrón “Pellejeros” (1859-¿?): Sus bisabuelos paternos se desconocen: Sus bisabuelos maternos fueron: Loreto Acevedo Ceseña, nació en El Rosario en 1827, falleció allí mismo el 13 de enero de 1866, y María Rita Espinoza Salgado (1833-1905, nació y murió en El Rosario): Sus bisabuelos maternos fueron Ignacio Marrón Murillo y Petra Pellejeros Sevilla: Sus tatarabuelos maternos fueron: Carlos Espinoza Castro (1778-1883) y María Dolores Salgado Camacho (Nació en 1811 en San Vicente Ferrer, falleció el 06 de octubre de 1892 en El Rosario): y por la otra parte Juan Marrón y María Elena Murillo; así como Exiquio “Pellejeros” (Verdugo), y Columba Sevilla; y por la otra parte fueron el soldado de cuera o misional Eduardo Acevedo y Germana Ceseña: Los padres de sus tatarabuelos maternos fueron: Juan Nepomuceno Espinoza (nació en España hacia 1730, falleció en San Juan de Dios, sierra de El Rosario en 1799) y Loreto Castro quien nació en la misión de Loreto, partido sur de Baja California, y falleció en El Rosario en 1838); Sus otros tatarabuelos maternos (estamos hablando de don Lázaro Peralta Acevedo) fueron El Alférez Estanislao Salgado y María Camacho llegados del sur peninsular a la misión de San Vicente Ferrer.
Gertrudis Duarte Valladolid, esposa de Lázaro Peralta Acevedo, nació en El Rosario hacia 1914, y falleció a principios de la década de los ochenta: Fue hija de Concepción “chinito” o “Rey de los Yaquis” Duarte Espinoza, y de Josefa Valladolid Ortiz: Sus ascendientes son los mismos que de Don José Valladolid Ortiz, Dominga Duarte Espinoza, y Lázaro Peralta Acevedo.
Los hijos de Lázaro Peralta y Gertrudis “Tulita” Duarte Valladolid, fueron: María Antonia, Josefina, Victoria, Silvestre, Anastacio, Ramón, Francisco, Rosario, Salvador, y la esposa de Juan Servín Jiménez.
En las sucesivas conversaciones que tuve con Don Lázaro Peralta Acevedo, después de 1987, y hasta su muerte habló de los orígenes de los Peralta, y de los Acevedo, que ya en otros artículos dejaré asentados los pormenores de estas familias, con algunos datos del propio Don Lázaro, y con diversas fuentes de las que he investigado.
Donde quiera que se lea el apellido Marrón, este fue fundado en el norte peninsular por el soldado misional o de cuera Juan Marrón y María Elena Murillo, quienes por cierto fueron los padres de Ignacio y María de la Cruz Marrón Murillo, que en la relación anterior aparecen como ancestros de los homenajeados, en este caso solo salvo Don José Valladolid Ortiz.
Para mayor información de las familias pioneras de El Rosario, y algunas de la región del norte peninsular se puede consultar en los libros “LOS ROSAREÑOS”, Y “LINAJE ESPINOZA” de este mismo autor.
Cuando Herminio Espinoza Romero, encargado de la fundación del campo de béisbol de los “Jaibos de El Rosario”, decidió retirarse del comité, buscó a Angelita Meza, esposa de Francisco García Marrón, para que a la usanza antigua preparara dos mil quinientos tamales con cargo a su bolsa, para invitar al pueblo, y despedirse de aquella actividad, que llevó a cabo hasta 1977.
2 comentarios:
Oh, que recuerdos me ha traido la lectura de este site. Yo me crie en la Baja Sur, y fui testiga de muchas tradiciones de esa entidad.Ahora vivo en Oregon, USA y extrano mucho la Baja, donde fui testiga de muy linda cultura y de su gente.
Ahora entiendo por que los viejos siempre que llegaban visitas ofrecian cafe, un taquito(frijoles,queso y miel o en ocaciones carne seca) y las visitas se retiraban muy contentos con la promesa de volver. Tambien cuando se trabajaba el ganado se mataba una res(novillo) para los presentes y llegaba la vaquerada de los ranchos cercanos a ayudar. Bellos tiempos aquellos
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