ACERCA DE LOS ESTUDIANTES RURALES, Y DE LAS ZONAS MARGINADAS DE LAS CIUDADES.
Cuando para un niño las preguntas por parte de los mayores son frecuentes, y dentro de éstas, sobre el futuro del chico:
¿Qué quieres ser cuando seas grande?
Luego el infante norteado por completo responde, dando palos de ciego:
Quiero ser ingeniero, doctor, bombero, o cualquier cantidad de cosas que se le ocurran, o que por ahí haya escuchado; sin imaginar siquiera entonces, en esa tierna edad, por el larguísimo peregrinar que estudiar conlleva en la vida de un individuo, cuando proviene de familia de escasos recursos, o como dicen los políticos “clases menos favorecidas”, o con “pobreza existencial, estas frases de ellos, son solo para ocultar esa realidad.
Por principios de cuentas, a los que nacimos, vivimos, y provenimos de las recónditas zonas rurales de nuestro país, estudiar era y es en infinidad de ocasiones tarea harto difícil.
Antes, por allá en la década de los cuarenta, cincuenta, y sesenta del siglo veinte; pretender llegar a tener una formación académica de nivel superior, significaba eso, un superior esfuerzo para lograr apenas salir del totalmente olvidado rincón en el cual habíamos nacido.
En aquellos rincones, donde nuestros antepasados habituados a las profundas herencias, tradiciones, y costumbres íntimamente arraigadas con el quehacer campirano, y que lejos de pensar en que alguno de nosotros pretendiera “estudiar”, la mayoría de las veces, aquellos nuestros viejos decían casi al unísono:
¡Para qué, los que estudian se vuelven locos!
Y tenían razón…cómo no volverse loco, con aquellos métodos de los profesores, y con las golpizas de nuestros abusivos compañeros, los más grandes,…Y después en la universidad, las terribles hambrunas que pasábamos.
Bueno, el caso es que para empezar, en aquéllos pueblitos rurales, la esperanza de nuestros mayores eran que los jóvenes les vendríamos a quitar pasos, a apoyarlos en las labores propias, a fortalecer las muchas veces paupérrimas economías, todo esto con nuestro tierno trabajo físico, muy limitado entonces dadas nuestras cortas edades, y pequeñas fuerzas.
Ni qué decir de los bárbaros profesores de primaria y secundaria de aquellos tiempos, los que antes nos daban “clases”; la mayoría de ellos, salvo rarísimas excepciones, ponían en practica diaria sobre nosotros, su ego, y salvajes métodos de enseñanza, como eran: Coscorrones, reglazos, jalones de patilla, granos de maíz bajo las rodillas, múltiples vejaciones, orejas de burro, y tantísimas mas arbitrariedades con el beneplácito de las autoridades, y lo peor, con la complacencia o disimulo de nuestros padres. A pesar de esa turbulenta forma de “enseñar”, algunos de nosotros los “rurales” logramos estudiar, y hacer carrera superior, o al menos universitaria, en cuyo nivel los profesores eran mas civilizados, aunque muchos no eran carentes de un ego sumamente inflado, que los hacia sentirse dioses, y a nosotros sus estudi-hambres nos veían como dios a los conejos: chiquitos y orejones.
No se diga, como nos trataban en las escuelas los citadinos, cuando de pronto veían llegar a un rancherito bajado a “tamborazos”. Éramos causa de burla permanente, por el tono de voz, la vestimenta, las costumbres, en fin, éramos rancheritos, éramos entonces los “mensitos”. A nuestro regreso ya en nuestras comunidades, éramos los catrines, los “perfumados”, los que nos creíamos mucho, los más señalados por cualquier cosa, con todo esto:
¡Cómo no volverse medio loco!
En las vacaciones trabajábamos arduamente para juntar algunos centavitos para nuestros estudios. En ocasiones regresábamos a la escuela, allá en la cuidad, a la secundaria, preparatoria, o universidad, lo hacíamos con zapatos nuevos, a veces con ropita nueva, casi siempre ropa de uso, regalada, o comprada a bajísimos costos.
Cuando los años pasaron, el nivel de estudios era cada vez mayor, y aparejado a esto aparecía la necesidad de pagar renta, de comprar caros materiales, transporte. Para todo debía alcanzar el dinerito, no se podía dejar de presentar los trabajos en las escuelas, so pena de reprobar, y repetir tal o cual curso, con lo que retardaba el término de los estudios. Como debíamos comprar de todo, y el dinero era tan, pero tan escaso en nuestros bolsillos, y a un mas en el mío. La alimentación era la que sacrificábamos, pues comíamos, o estudiábamos, no había de otra; en lo personal estudié, fui siempre un estudi-hambre.
Convivíamos diariamente con algunos compañeros que los llamaban “hijos de familia”, y nosotros éramos hijos de quien sabe qué.
Los hijos de familia universitarios, iban en carro a la escuela, muy bien vestidos, excelentemente alimentados, con tarjetas de crédito, celulares cuando los hubo, usaban champú, eran chapeteados, y con muy buenas calificaciones,…y cómo no, si sólo para estudiar vivían, y que bien que en nuestro país exista esa clase social. En las vacaciones viajaban a Europa, a las zonas turísticas de México, en fin, habían nacido con “su torta bajo el brazo”.
Pero la “perrada”, dentro de los que me encontraba en primera fila, durábamos días sin comer, en ocasiones nos acostábamos el viernes por la noche, y no nos volvíamos a levantar hasta el lunes en la mañana, para ahorrar energías, lo crean o no, así fueron las cosas, aunque había uno que otro rural que si contaba con recursos suficientes: ¡Viva México!
SARA SÁNCHEZ SANTILLAN:
Enfrente del campus de la universidad autónoma de Baja California, en el bulevar “Benito Juárez” de Mexicali, Baja California, se encontraba ya en 1975, el restaurante, que aun existe, llamado “SARA’S”, propiedad desde 1971 de la guanajuatense Sara Sánchez Santillán.
Este restaurante se encontraba diario y a todas horas desde la siete de la mañana hasta las diez de la noche, abarrotado por “la perrada”, comíamos veinte, y pagábamos ocho, y solo a veces hacíamos el pago.
De no haber sido por el SARA’S, estoy completamente seguro que muchos no habríamos cursado ni siquiera un semestre de la universidad.
Mientras que disimuladamente comíamos, Sara nos veía, nos hacia bromas, jugaba con nosotros, nos hablaba a cada uno por nuestro nombre desde un micrófono, que era con el que anunciaba que la orden estaba lista para que pasáramos por ella. En ese restaurante, comíamos, luego empezábamos las tareas, volvíamos a comer, le firmábamos a Sara una notita para que la pusiera en nuestras impagables cuentas.
Tenían Sara y Don Raúl Torres, su esposo, aconsejados a sus menores hijos que no fueran a cometer alguna imprudencia, y decirnos algo por que siempre nos servíamos de ellos, y rarísimas veces pagábamos, no por malas pagas, sino porque no había con qué, cosa que ellos muy bien sabían.
Sarita: ¿Por qué nos aguantas?: ¡Vieras cómo me da pena!: le pregunté, y le comenté un día:
Con su fino carácter me contestó:
No te apures Ales, a mi nunca me ha interesado tener dinero, y voy para allá que vuelo.
Me dan ganas de ya no venir, a menos que tenga con qué pagarte, le dije.
Tú que no vienes, y yo que voy y te traigo aunque sea a jalones.
Bueno, pero me da mucha pena, le contesté.
Pena es robar, eso si te debe apenar, a mi me pagas saliendo adelante, al cabo que el sol sale para todos, y mas aquí en Mexicali, me contestó Sarita, mientras le decía a don Raúl:
Que le da pena comer al Ales:
Luego don Raúl con su sonora carcajada me dijo:
¡Noo Ales, apenas empiezas la vida, y si dejas de comer, que tanto vas a durar: tú come Ales, tú come, aquí tienes el SARA’S, no tienes dinero, pero tienes el SARA’S!
Somos cientos por decir lo menos, los que nunca podremos pagarle a Sara y a su familia aquel inmenso apoyo, cuando en muchas mañanas y tardes, se ennegrecía la vista por el hambre, y al llegar al “Oasis” SARA’S, volvíamos a la vida. Como olvidar aquellos finísimos seres humanos: Sara y su familia.
En la actualidad, cada vez que voy a Mexicali, paso por el restaurante, estar en ese lugar me fortalece, me lleva a aquellos días en que contaba con los veinte años de edad, percibo el aroma del café, el ambiente gentil, lo familiar del lugar; allí nos reencontramos muchos de aquellos que ahora ya pasamos de los cincuenta, y desayunamos allí, porque todos queremos recibir de nuevo, de cuando en cuando las vibras del excelente restaurante, y de nuestra cariñosa madre adoptiva, la que nos quitó el hambre por años, así es como muchos llamamos a Sara Sánchez Santillán, a quien estaremos agradecidos de por vida, sin dudarlo.
Con tantas situaciones adversas por las que pasamos los “estudiahambres”, y parafraseando a los viejitos que ya todos murieron:
¡No tiene caso que estudien los chamacos, pues los que estudian se vuelven locos!: Y cómo no.
Siempre los estudi-hambres han existido y de seguro seguirán existiendo, es una condición social que no sabemos cuando desaparecerá, si es que eso sucede, no se tiene la certeza que como nación la superemos.
ARTÍCULO ESCRITO POR:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
DOMINGO 26 DE SEPTIEMBRE DEL 2010.
NOTAS RELEVANTES:
Don Raúl Torres, esposo de Sarita, falleció hacia finales de la década de los noventa, o a principios de los años del dos mil.
Sara Sánchez Santillán, posee en la actualidad una sólida situación a base de esfuerzo, trabajo, y principalmente generosidad.
Los hijos de Sarita y don Raúl: Son Raúl, Sara, Javier, y Miguel Ángel, todos ellos con sus propios negocios, y con sus carreras profesionales.
Inseparables de esta familia lo han sido los Téllez Duarte, otra de las generosas familias de Mexicali, que en otro momento los traeré a su amable consideración apreciable lector.
Muchos de aquellos estudi-hambres en la actualidad son destacados profesionistas, en el sector gubernamental, privado, comercio, y en otras ramas. A cualquiera de ellos que por alguna razón le llegue una petición de Sara, es de inmediato atendida.
El restaurante SARA’S, fue visitado por el entonces presidente de Estados Unidos: Ronald Reagan, quien se tomó una foto con Sara.
En una ocasión me tocó compartir la mesa allí mismo, con el cómico mexicano: Alejandro Suárez. Ambos personajes fueron a conocer a Sara, así de popular y querida es ella.
Este día domingo 26 de septiembre del 2010, en que escribo estas sencillas palabras a Sarita, y siendo las cinco de la tarde nació mi primer nieto, llamado ISAAC ALEXANDER ESPINOZA MONTIEL, pertenece a la décima generación “Espinoza”, en la península de Baja California; para quien espero que tengamos sus mayores la fuerza para que no pase por las situaciones que he descrito, ni él, ni ninguno de mis descendientes.
4 comentarios:
Mi siempre estimado Alejandro.
Con este excelente articulo, has hecho que se me regrese la cinta. Y me pregunto, cuantos como nosotros, habran pasado por la situacion de "estudihambres"?
No cabe duda de que nuestra bella tierra, aunque tenga un aspecto aspero e inhospito, es un cumulo de cosas bellas.
Ojala que tanto los habitantes, como las autoridades correspondientes, y en particular los visitantes, de una vez por todas podamos adquirir conciencia (si no es que amor). Para preservar toda esta irreeplazable riqueza, que es patrimonio de nuestra Baja California, de nuestro pais, y ultimadamente de nuestro planeta.
Como todo lo que escribes, excelente articulo. Te felicito y te saludo, mi amigo.
"miren nada mas la cara que se traen....aqui esta el agua caliente y aqui esta el cafe, tomense el que necesiten para que no se duerman en clases...y por si acaso aqui esta un pan para que calmen esas tripas...."...asi era DOÑA SARA......tambien la recuerdo con mucho cariño y afecto
me gustaria que subieran fotos de el eguajito, o de el cardonal ya que me gusta me parece un bosque en el decierto. tambien sus posas de agua que cuando estaba en la adolesencia las bicitaba. recorriamos barios km en bicicleta, para poder disfrutar de un buen rato.
Muy buena familia, Dios los siga bendiciendo por tanta ayuda a los estudiantes, ojalá hubiera más gente como ellos, son un buen ejemplo a seguir
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