"NUESTRA TIERRA SE LLAMA "BAJA CALIFORNIA", NO SE LLAMA "BAJA":
SOMOS "BAJACALIFORNIANOS", NO SOMOS "BAJEÑOS"... "Agradezco infinitamente a mi amigo ARQ. MIGUEL ALCÁZAR SÁNCHEZ, el apoyo que me ha brindado al diseñar ésta página y subir mis trabajos desde el año 2007"

jueves, 30 de junio de 2011

FAMILIA “ESPINOZA” EN EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO.

Orígenes de la familia “Espinoza” en El Rosario, Baja California: Año de 1800.

POR ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO: PATENTADO BAJO NUMERO 1660383.


Cuando en el año de 1774 se fundó la misión de Nuestra Señora del Santísimo Rosario de Viñadaco, solo las familias “Espinoza”, y los ancestros de la “Ortiz”, estuvieron presentes en la fundación de El Rosario, se encontraban los pioneros Juan Nepomuceno Espinoza, en ese sitio antes llamado por los antiquísimos pobladores cochimies como: Viñatacot; dentro de esa raza cochimi se encontraban las familias que al castellanizar su nombre vinieron a ser las familias “Aguilar”, y “Savin”, quienes fueron consanguíneos de la familia “Ortiz”, por emparentar con ellos poco después de la fundación de la misión.

El español Juan Nepomuceno Espinoza, quien había llegado a la misión de San José del cabo, Baja California en diciembre de 1755, a bordo del galeón de Manila conocido como “Santísima Trinidad”, quedándose en ese lugar de manera definitiva, en el extremo sur de la península, desde donde realizó infinidad de exploraciones al norte de la península, hasta las confluencias del paraje de San Juan de Dios, en las inmediaciones de El Rosario, cuyo paraje había sido fundado el 8 de marzo de 1766 por el padre misionero jesuita Wenceslao Link, quien reconoció la geografía peninsular hasta el extremo sur de la sierra de San Pedro Mártir, que para ellos como europeos venía siendo la región peninsular más norteña a la que se habían adentrado hasta esa fecha de 1766, en los tiempos de la fundación de San Juan de Dios, sitio al que también Juan Nepomuceno Espinoza había llegado en calidad de mulero primero, y como arriero después, al servicio de los jesuitas.

A la expulsión de los Jesuitas de los territorios del imperio español, habiendo sucedido esto en 1767 en todo el reino, menos en la península de Baja California, a donde la noticia llegó más tarde debido a la lejanía, siendo esta tierra abandonada por aquella expulsada orden misionera en 1768.

Fue en 1768, cuando al ser desterrados los jesuitas de esta tierra, para Juan Nepomuceno Espinoza, quien había llegado aquí a la edad de treinta años, se vio de repente solo en la inmensa bastedad peninsular, sin el apoyo de sus protectores a los que había servido desde 1755, y que con su expulsión quedaba él en el más profundo desamparo.

Cuando los Franciscanos encabezados por Fray Junípero Serra, viajaron desde Loreto, Baja California Sur con rumbo al norte peninsular, con miras de llegar hasta los territorios ocupados por los San Dieguitos, y ante el imparable avance de los rusos de norte a sur, quienes habían llegado hasta el fuerte Ross. El imperio español con los franciscanos como punta de lanza, y con el ánimo de hacerse de esos territorios para el dominio español, avanzaron apresuradamente en 1769 hasta la bahía de San Diego, en la actual California Estados Unidos de Norteamérica. En el tal contingente viajaba en calidad de arriero Juan Nepomuceno Espinoza, quien conocía la geografía peninsular hasta el pie sur de la sierra de San Pedro Mártir, hasta donde había llegado con el misionero Wenceslao Link.

A su paso por este territorio el padre Serra fundó el 14 de mayo de 1769 la misión de San Fernando Velicatá, convirtiéndose en la única misión franciscana en toda la península, ubicada en la delegación de El Rosario.

El propio padre Serra acampó por unos días en el paraje de San Juan de Dios, a causa de una molestia que le causaba hinchazón en una pierna, siendo atendió en ese sitio por su arriero de apellido Coronel, aplicándoles algún brebaje del que usaba en sus mulas. Mejorado en su salud Serra ordenó continuar con la exploración rumbo a San Diego, a donde llegaron el primero de julio de 1769, es decir habían transcurrido cuarenta y seis días desde que salieron de San Fernando Velicatá.

Pasado algún tiempo Espinoza regresa a Loreto, lugar en el que se enrola en 1773 con la tercer orden misionera a la que sirvió, siendo esta ultima la Dominica, sirviéndoles de guía y arriero, ya que para entonces contaba con dieciocho años recorriendo a lomo de mula por todo el territorio, de misión en misión.

El 12 de agosto de 1768, el visitador Jose de Gálvez, enviado que había sido por las autoridades virreinales del centro de la Nueva España, hoy México, expidió un decreto en el que otorgaba “suertes de tierra”, y “solares” a españoles, hijos de éstos, o a hombres de bien, para que en esas tierras fundaran sus ranchos, formaran pueblos, y se asentaran con sus familias. Entendemos a ese decreto como un primer intento del gobierno español por colonizar la península. El tal decreto indicaba los pormenores a los que debían atenerse los nuevos moradores, o “dueños” de las tierras; se les indicaba cómo debían construir sus casa, cuántos animales debían tener, que debían servir a su familia, a su tierra, y debían poseer armas para defender este suelo en caso de invasión de extranjeros, o enemigos de la España; y que si algún morador excavaba un pozo, podía hacerse de otra suerte de tierra, y que se rancho podría crecer en extensión según los pozos, y el agua que se encontrara, siendo la primer superficie de tierra, la que resultara de multiplicar ochenta por ciento sesenta varas, tomando en cuenta que una vara eran ochenta y tres centímetros aproximadamente. Ordenaba el decreto que las propiedades serian indivisibles, y no se podrían enajenar por ningún medio, y que solo se podrían heredar al hijo más apto y respetuoso de cada familia.

Fue a éste decreto al que se ciñó Juan Nepomuceno Espinoza; fue esta la causa por la que en un viaje que inició en Loreto con rumbo al norte en 1778, ya con esposa y su primer hijo de nombre Carlos Espinoza Castro, viajó en busca de aquella tierra que lo convenciera para formar su rancho.

Desde Loreto, viajaron hasta la parte más o menos central de la Alta California, de donde se regresaron por los intensos fríos que no soportó la esposa Loreto Castro, habiendo sucedido esto hacia 1798, casi veinte años después que salieran de Loreto, años en los que solo viajaron de misión en misión, donde fueron naciendo sus hijos, que al principio era solo uno, y al final de aquel épico viaje, eran ya diez.

A su paso de regreso al sur por el paraje de San Juan de Dios, en 1799 le sobrevino la muerte a Espinoza, allí fue sepultado por la familia, y allí se quedaron, cuidando su tumba, y esperando el regreso de Carlos y Zacarías.

Y es que Carlos y Zacarías, que eran los hijos mayores Espinoza Castro, habían proseguido su viaje de la parte central de California hasta Oregón para cazar nutrias, mientras que sus padres y hermanos menores regresaban a Baja california.

Varios meses después cuando ya se encontraba sepultado el padre, y los hijos ya cazaban nutrias en Oregón, recibieron un correo de parte de su madre, avisándoles de la muerte de Juan Nepomuceno; y que se encontraban en San Juan de Dios, viéndose los hijos obligados a tomar el primer vapor, un ballenero que los dejó meses después de iniciado el viaje en Punta Baja, al norte de la bahía de El Rosario, desde donde viajaron a pie a la misión, y de ahí en caballos prestados hasta San Juan de Dios.

Habiendo reconfortado su ánimo, construyeron una pequeña casa, como la que se indicaba en el decreto de José de Gálvez.

Para el verano del año de 1800, viajó toda la familia hasta El Rosario, en donde se asentaron, desde entonces y por largos años con Carlos como hermano mayor a la cabeza de la familia.
Así que con aquel arribó en el verano de 1800, se asentó, y nació la “Familia Espinoza de El Rosario”…Cuando crecieron los hijos salieron a poblar una bastedad de la península, de Sonora, y de Sinaloa.

Carlos es el patriarca de los “Espinoza” de El Rosario, Maria del Carmen, su hermana, la fundadora de la familia “Ortiz”; Perfecta Escolástica, otra de las hermanas, fue la madre fundadora de la familia “Ames”, Zacarías se fue de El Rosario a Sonora en 1802, de donde jamás regresó, solo algunos de sus descendientes que vinieron a conocer a su familia en El Rosario, esto, cuando habían pasado más de ciento veinte años de que él se había ido…

AUTOR DEL ARTÍCULO:
INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
JUEVES 30 DE JUNIO DE 2011.

NOTAS: Las familias Acevedo, Loya, Marrón, Ortiz, Ames, Machado, Duarte, Peralta, Aguilar, “Pellejeros”, y muchas otras se encuentran íntimamente ligadas entre sí, y con la “Espinoza”.
Para este año de 2011, situando a Juan Nepomuceno Espinoza y a Loreto Castro como la primer generación “Espinoza’, en Baja California, y la actual con menor edad que vive, han transcurrido diez generaciones; es decir, desde 1755 al año 2011, han transcurrido 256 años, y hemos aparecido diez generaciones.

En El Rosario, tenemos los “Espinoza” radicando desde 1800 a la fecha, o lo que es lo mismo, llevamos en ese pueblo 211 años de manera ininterrumpida, más los que faltarán…
En lo sucesivo escribiré en ésta bitácora los orígenes de cada una de las familias de El Rosario, al menos las de mayor antigüedad, las primeras cuarenta tal vez…

Por cierto, este día 30 de junio de 2011, si viviera Adalberto “Caracol” Espinoza Peralta, cumpliría 121 años, ya que nació en San Juan de Dios el 30 de junio de 1890; fue hermano de mi bisabuelo Santiago Espinoza Peralta; pertenecieron a la quinta generación “Espinoza” en Baja California. Mi bisabuelo Santiago había nacido en San Juan de Dios en 1878, es decir 100 años después que su bisabuelo Carlos Espinoza Castro naciera en 1778.

Al igual yo nací en 1957, 100 años después que lo hiciera mi tatarabuelo Policarpo Espinoza Marrón, en 1857; y mi padre nació en mayo de 1938, 100 años después que lo hiciera su tatarabuelo Jose del Carmen Espinoza Salgado, en 1838.

¿A quién de mis descendientes le tocará nacer 100 años después que yo, en 2057?





Esto es lo que quedaba en 1936 de la primera casa “Espinoza” construida en San Juan de Dios, a principios del año de 1800. La cocina de la casa se levantó en el preciso sitio donde se encontraba sepultado Juan Nepomuceno Espinoza, al estilo de las misiones que dentro de los templos sepultaban a los misioneros principales. En los primeros ranchos se adoptó la costumbre de sepultar en la casa grande a los padres fundadores de familias, por esa razón fue sepultado el primer Espinoza en su casa. Aunque esa costumbre no fue de gran auge.




A la izquierda Adalberto “Caracol” Espinoza Peralta, acompañado por su sobrino Francisco “Panchito” Espinoza Arce, en El Rosario, Baja California, el año de 1940.
Foto publicada en mi libro “LINAJE ESPINOZA” 2007.
Foto del archivo de: Eva Vázquez Collins.

miércoles, 22 de junio de 2011

EL ERMITAÑO: “CHUYITO DE LA BOCANA”.

Era un hombre de complexión delgada, de espesa barba, de larga y risada cabellera negra, la que con el paso de los años se fue tornando entrecana; si se le veía de perfil por el lado derecho mostraba una blanca dentadura en su amplia sonrisa, pero si se le veía reír desde el perfil izquierdo, mostraba la ausencia total de dentadura, la razón era que contaba con solo la mitad de su dentadura, tanto arriba, como abajo; cuando se le cuestionaba al respecto, decía que la otra parte se la había entregado a su “media naranja”, y que desconocía el rumbo que ella había tomado, habiéndola perdido de vista por completo desde hacía varias décadas.

Llegó solo, y a pie a El Rosario, por allá en los principios de mil novecientos sesenta, o antes tal vez, de repente apareció en una pequeña e improvisada cueva-choza en la parte de mayor pendiente de la montaña que hace la margen izquierda de la desembocadura del arroyo de El Rosario, en la costa pacífica.

Jesús el Ermitaño, era conocido como: “Chuyito de la Bocana”, “Chuy Trenzas”, y “Chuy Mentiras”; era un personaje silencioso pero amable, era amigable, en extremo mentiroso y exagerado, parecía que al entablar platica con él, se hablaba con un pirata, con un corsario, y hasta con un extraterrestre. Su principal afición era las pláticas sobre sirenas, y cosas por el estilo.

Como vivía a la orilla de la laguna en la bocana del arroyo, en la parte más difícil de llegar, la que siempre es golpeada por el viento del noroeste, que es el reinante en el lugar, y por las diarias neblinas que esconden aún más aquel apartado lugar, se convertía con todo eso, en un lugar mítico, un lugar misterioso, habitado por un misterioso pero agradable individuo.

¡Aquí en la orilla de la laguna, frente a mi casa me he entrevistado en varias ocasiones con sirenas que salen del mar, a las que ayudo a llegar hasta acá!, decía.

¡Todas ellas, llegan por lo regular del norte, yo las peino, y les hago platica, aunque algunas no les entiendo porque no hablan español!

Entre sus múltiples exageraciones contaba que en su lugar de origen; -jamás dijo dónde era tal sitio-.

Que en su lugar de origen, en una ocasión fue contratado por largo tiempo en un colegio de señoritas por la madre superiora, nada más y nada menos, que como semental del colegio.

Decía que había llegado hasta la península, por haber sido lanzado al mar por órdenes del capitán del navío corsario en el que era tripulante; y después de nadar por casi un mes arribó hasta la bocana de El Rosario, y que con maderas que encontró por toda la orilla construyó su cueva, como llamaba a su jacalito.

Dentro de sus escasas pertenencias se encontraba una pequeña embarcación de madera, y un par de remos, con los que hacía recorridos de “paseo” por “toooda” la laguna, decía; que si acaso serán unos quinientos metros de larga por unos cien de ancho, y que en esa “basta” navegación sacaba a pasear y a asolear a sus amigas las sirenas, que con frecuencia recibía en su “aposento” según sus propias palabras.

Contaba con una tarima, en la que según él las sirenas se tiraban al sol en medio de la laguna; aquella tarima siempre la remolcaba con dos o tres sirenas encima de ésta, y otras cinco o diez a bordo con él en la panguita; y que la tarima cuando no la estaba usando para pasear a las sirenas, la usaba como defensa de los ataques de los bucaneros hostiles a él, que hasta su cueva llegaban, merodeando en busca de tesoros que Chuyito celosamente guardaba.

Yo lo visitaba con la frecuencia en que visitaba mi tierra en época de vacaciones escolares, aunque en ocasiones aquellas visitas de cortesía se prolongaban hasta en tres o cuatro años, entre una y otra. Siempre que llegaba al frente de su choza, me recibía con tremenda sonrisa, en ocasiones le veía dientes, y en otras no, dependiendo donde me encontrara parado.

¿Amigo, por qué no habías vuelto?, nomás vieras cuantas visitas he recibido, decía:
Aunque del pueblo no, sino más bien algunos amigos corsarios que no me guardan mala fe; pero las sirenitas nunca me olvidan, ellas siempre me dan vueltas, pero vieras que algunas son muy celosas, por eso cuando veo llegar a varias, mejor me escondo, o me voy en mi pollino pa’l monte, y vuelvo cuando ya se han ido.

“Mi pollino”, le decía a un burro que era su medio de transporte, y el que fue su última comida.

¿Cómo has estado mi amigo Chuyito?, le preguntaba al llegar:
Así como te digo, así como te digo, repetía.

¿Y por qué nunca me ha tocado ver jamás a ninguna de tus amigas las sirenas? lo cuestionaba cada vez que iba a visitarlo.

Lo que pasa es que al escuchar tus pasos, como les son desconocidos, se sumergen en la laguna, y no salen hasta que te ven alejarte, entonces vienen y me preguntan, que ¿Por qué quieres verlas?

Chuyito se alimentaba de mejillones, de peces de la laguna, de patos, de gallinetas, y como visitaba el pueblo al menos una vez al año, la gente que todos lo conocíamos, le regalábamos desde verduras, carnes, ropas de uso, herramientas, cigarros; los cargaba sobre su resistente “pollino”, se retiraba a su cueva, y volvía un año, o dos después, apareciendo cada vez más viejo, cada vez más mentiroso.

En una ocasión, poco antes de 1990, más o menos, ya algo entrado en décadas de edad, al igual que su pollino, pues llegaron a la vejez casi al mismo tiempo; y como era de esperarse, al no salir Chuyito por el cansancio acumulado sobre su viejo cuerpo, su “pollino” se daba sus vueltas al monte para comer algo de la hierba que en las cercanías de la choza no existían, o nacía muy poca. En cierta ocasión su pollino no regresó, así que “Chuyito Mentiras”, se fue a buscarlo, encontrándolo que había muerto tal vez un día antes, así que para no perder la carne de su inseparable amigo, lo destazó, secó sus carnes y las comió en machaca seca; al menos tres comidas de aquella machaca alcanzó a saborear. Si Chuyito hubiera sabido que su pollino murió envenenado, no habría muerto él por la misma causa al comer las “sabrosas machacas” de su burro.

En los tiempos de la muerte del burro, siendo ya éste alimento en la alacena de Chuyito, fue a visitarlo Miguel Ángel Jáuregui López, encontrando a “Chuy Trenzas” en deplorable estado de salud. Lo sacó en brazos, lo llevó al hospital general de El Rosario, donde murió; según la necropsia: por envenenamiento en alimentos.

Su cuerpo fue sepultado en el panteón misionero de El Rosario, sin que jamás nadie en las décadas que vivió en el pueblo, ni después de muerto lo haya reclamado, o pasado a buscar, como lo digo, nadie lo buscó, ni vivo, ni muerto.

Seguramente “Chuyito Trenzas”, “Chuyito el de La Bocana”, “Chuy Mentiras”, “El Semental del colegio de señoritas”, ahora debe estar en otro alejado sitio como ermitaño, recibiendo a corsarios, sirenas, y tal vez con la compañía de lo que quedó de su burro; y también, por qué no, enterándose que he escrito algo sobre su extraña y solitaria vida.

Bien se dice: Que entre la cordura y la locura, existe solo un transparente velo, existe solo un pequeño paso, que para darlo, es solo cuestión de tiempo…

AUTOR DEL ARTÍCULO.

INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO
MIERCOLES 22 DE JUNIO DE 2011.


Ahí lo tienen: Aquí posa “Chuyito Mentiras” frente a su cueva, porque era una cueva que acondicionó con la madera que encontró en la costa.
Foto tomada por autor anónimo hacia 1975.







NOTA:
Aunque no tiene nada que ver con el artículo anterior, deseo comentar que hoy día miércoles 22 de junio de 2011, se cumplen cien años de los hechos de armas en la parte norte de Baja California, de la llamada “Invasión Filibustera de 1911”, en la que muchos murieron en defensa de nuestra tierra…
Hoy pasé frente al predio donde se dieron aquellos hechos, aquel enfrentamiento armado, en la actual complejo escolar Preparatoria “Lázaro Cárdenas”; y también pasé por el sitio donde fueron sepultados aquellos héroes, esto en la ciudad de Tijuana, Baja California.


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Raul Villarino Ruiz dijo...
Mi estimado Amigo, bien por el relato de El Ermitaño, te felicito por ese rescate de nuestra memoria histórica, te invito a que pases al Museo de Historia de Tijuana, exhibimos una cronología de los Sucesos de 1911 en Baja California en nuestra sala de exposiciones temporales, se que te va a interesar y mostramos la Bandera Original del Cuerpo de Auxiliares que participó en la Batalla del 22 de junio de 1911, que conservó Don Faraón Sarabia Espinoza y otros objetos y documentos originales, así como gran número de fotografías y facsimilares del Periódico Semanal Regeneración, partes oficiales de guerra y otros más. Invitados a visitarnos al Museo, se abre de martes a domingo de 10 a 18 horas, te esperamos, Tu amigo Arq. Raúl Villarino Ruiz.

25 de junio de 2011 08:20



TITULO: "El prisionero"
AUTOR: ARQ. JORGE BERNAL RAYA: 2011.

lunes, 20 de junio de 2011

¡PREGUNTALE SI NO TIENE OTRO…!

SANTA ANNA PERALTA ORDUÑO: 1993.

Cuando el arroyo de El Rosario, discurre frente a los caseríos, lo hace la mayoría de las veces con una fuerza tal que destruye la comunicación entre el pueblo de Arriba, y el de Abajo; el de Arriba se encuentra en las estribaciones de la mesa norte, en la margen derecha del arroyo, mientras que el de “Abajo”, se encuentra en las estribaciones de la Sierrita, o y de la mesa de “La Corcho lata”. Las avenidas del arroyo se vuelven “Máximas” cuando al unir sus caudales el arroyo de “Los Manzanos”, el de “La Víbora”, y el de “San Juan de Dios”, este último conocido también como “El Cardonal”; todas estas afluentes a su vez se alimentan “Aguas Arriba”, en la sierra de San Miguel, estribación sur de la de San Pedro Mártir, por otras corrientes, como son los arroyos de “Los Mártires”, “El Cartabón”, “Rancho de Peña”, y otros aguas abajo, como “El Aguajito” o “La India Flaca”, e infinidad de corrientes menores de cañadas y mesetas que escurren sus aguas hacia la corriente principal, que tiene una longitud de unos veinte kilómetros, desde “El Cardonal”, o de la “Cuesta de la Víbora”, hasta el estero, o bocana en su desemboque en el océano pacifico.

Estas fuertes avenidas han sido la causa de muchos éxodos de rosareños en busca de otros sitios para vivir, ya que desde 1802, año en que se da el primer éxodo, aunque aquel primero fue a corta distancia, pues fue el año en que la misión cambió su sitio de El Rosario de Arriba, a El Rosario de Abajo, a causa de las corrientes pluviales.

Poco antes de que México perdiera el norte nacional que antes fue, y que desde 1848 es el suroeste de Estados Unidos de América, bajó el arroyo, en 1847, con saña inaudita, llevándose la mayor parte de las tierras que entonces se cultivaban, y ahogando a muchos rosareños, de los que algunos jamás aparecieron, mientras que otros aparecieron sus cuerpos en los rebalses de ramajes, espinas, y raíces dejados por las broncas corrientes.

Así han bajado las corrientes pluviales del arroyo de El Rosario, así han transcurrido las generaciones de rosareños, y en todos los tiempos hemos sido apacibles y desconcertados testigos de la magnificencia de la naturaleza, la que siempre da la última palabra, la que siempre manda, y gana.

Las avenidas de los años de 1847, de 1886, de 1905, de 1914, de 1931, de 1967, de 1978, de 1992, y de 2010, han sido igual de destructoras, igual han arrasado con tierras, que con árboles, con personas, que con caseríos del pueblo.

Por si fuera poco, en 1973, año en que se abrió la carretera transpeninsular, no se construyó puente en el arroyo, ya que según “los estudios técnicos” de México, dictaban que no se requería, pues en la zona el agua nunca llega, palabras más, palabras menos, se había calculado por aquellos ingenieros hidráulicos, que la máxima elevación del tirante del arroyo, sería cuando mucho de un metro, razón por la cual no se justificaba la inversión en la construcción de un puente.

La naturaleza “calculó” que no era así, dando su primera demostración hacia 1978, año en que “bajó” tal cantidad de agua que alcanzó niveles, nunca antes vistos por los residentes que entonces vivíamos en el pueblo, desde luego tampoco se contaba con registros escritos de los niveles que alcanzaban las aguas, todo lo que sabíamos había sido transmitido de generación en generación.

Hacia 1982, el gobierno federal mandó construir, ahora sí, un puente que diera a basto con las “forajidas aguas”, solo que se cometió un garrafal error, o tal vez omisión en la ingeniería hidráulica, ya que se construyeron dos tramos de puente, sobre las márgenes del arroyo, dejando al centro de “la caja” por donde escurre el caudal, un tapón, es decir un bordo, que al oponerse a la corriente, esta era desviada a las márgenes, así que se le dio “permiso” a las aguas para que “barrieran” las tierras de las dos márgenes, razón por la que casi desaparecen los dos caseríos, después de arrastrar al mar todas las tierras blandas, formadas por aluvión, llegado de las dos mesas que flanquean al pueblo.

En el lluvioso 1992, año en que falleció, a los 92 años de edad la fina dama: Doña Faustina Valladolid Ortiz, esposa que fue de Francisco Duarte Espinoza; como ella vivía en El Rosario de Arriba, y el panteón se encuentra desde 1802, en El Rosario de Abajo, se tuvo que transportar por familiares y amigos su ataúd en lancha al panteón, pues el arroyo se encontraba muy crecido. Esas eran precisamente las narraciones de Doña Faustina:

¡Espero que cuando me muera, sea en tiempos de secas!; ¿Si no, en dónde me van a sepultar?, me dijo en una entrevista, como si hubiera sabido, como si lo hubiera presentido, pues no murió en tiempos de secas.

Poco después, en 1993, bajó tal cantidad de agua, y como siempre el pueblo de Abajo quedó totalmente aislado, razón por la que sus moradores acabaron con los víveres que se encontraban en la única tienda entonces, llamada “Los Panchos”, habiendo sucedido esto, yo me encontraba en Ensenada, y era entonces uno de los enlaces entre la gente de El Rosario en general, con los rosareños que vivían en otros lugares, como Ensenada casualmente.

En ese entonces en El Rosario no existían líneas telefónicas de ningún tipo, la única comunicación era desde muchos años antes, solo vía radio de onda corta, mediante repetidoras que se encontraban en “La Bufadora” y en San Quintín.

Una mañana, de aquel lluvioso año de 1993, escuché un llamado por el radio, de manera muy insistente:

¡Haber Alejandro, Alejandro, Alejandro, si me escuchas Alejandrooo, para Santana, adelanteee!

Ya que logré contestarle, saludé a Santa Anna Peralta Orduño, quien se encontraba “varado” al igual; que un grueso contingente en El Rosario de Abajo, sin asistencia, ya con escases hasta de lo más elemental.

¡Adelante, Santana, adelante, buenos días!: le contesté.

¡Buenas nochis, buenos días, que diga: Mira Alejandro busca gente de El Rosario, allí en Ensenada, para ver con que nos pueden aventar, ya no tenemos nada de lonchi desde anochi, ni podemos manijar los carros, porque no tenemos gasolina!

Luego le pedí a mi amigo Santa Anna, que me diera un tiempo para realizar algunas llamadas por teléfono en la ciudad, en búsqueda de apoyo para mis paisanos.
Cuando ya tuve una respuesta, lo volví a llamar:

¡Santana, dice Pancho Aráuz Espinoza, que tiene un torete en su rancho, que lo pueden agarrar!

Luego Santa me contestó:

¡Haber Alejandro, pregúntale si no tiene otro, porque ese que dice ya nos lo comimos!
En 2010, el gobierno federal después de los destrozos causados por el arroyo, unió los dos puentes marginales con el centro de las corrientes, y ha encauzado las aguas en ciertos tramos, todo con la finalidad de no ver al pueblo de El Rosario, y a sus tierras formar parte del transporte litoral del océano pacifico.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
LUNES 20 DE JUNIO DE 2011.

NOTAS REELEVANTES: La cuenca del arroyo de El Rosario, al igual que la de Tijuana, son las de mayor área, en la península de Baja California, aunque solo la de El Rosario desemboca en el pacifico mexicano, mientras que el de Tijuana desemboca en el pacifico estadounidense.
Aunque mis artículos los escribo en Tijuana, Baja California, ciudad donde vivo y trabajo, se los anoto a El Rosario, con la idea de dar realce a mi tierra, aunque amplia gratitud le tengo, y le tendré siempre a Tijuana.

Santa Anna Peralta Orduño, es casado con Floriza Aceves, quienes procrearon a tres hijos, y a tres hijas. El torete que sirvió de alimento a la comunidad, nunca se supo que haya sido pagado a su dueño.

miércoles, 8 de junio de 2011

CERRO “EL RAYADO”, MAGNIFICA FORMACION GEOLOGICA.

ANTES GUIA DE LOS PRIMEROS POBLADORES, HOY DE PESCADORES.




Foto del Cerro “El Rayado” tomada por: Andrés Acevedo García.





Poco antes de llegar a la bahía de El Rosario, muy cerca del campo pesquero “Agua Blanca”, se encuentra sobre una cañada un cerro distintivo, el mismo que cuando se navega de sur a norte, se alcanza a ver desde la distancia desde la bahía, lo mismo que cuando se sobrevuela.



Y es que las formaciones geológicas en la península son tan variadas, como bastas, simplemente en la región de El Rosario, contamos con las formaciones de “El Rosario”, “Punta Baja”, “El Gallo”, “Agua Blanca”, las distintivas mesas de “La Sepultura”, y la de “San Carlos”, sin dejar de mencionar los muy secos valles de “San Vicentito”, y el de “El Malvar”, cuyas escasísimas corrientes pluviales desembocan ya en la bahía de El Rosario, en “Cajiloa”, o en la laguna salobre de “Agua Amarga”; la escases de lluvias en esa zona es tal que sus corrientes, cuando se llegan a formar, apenas si llegan tímidamente al mar, aunque existen periodos de retorno muy largos en los que aguas embravecidas arrastran con todo lo que a su paso encuentran, arrojándolo al mar como con saña.




El Cerro de “El Rayado”, así llamado por contar con un estrato aparentemente de rocas calcáreas, calizas, que se depositaron sobre la costa que alguna vez fue la hoy parte alta de la montaña, y que al retroceder el nivel del mar, o emerger la montaña, o ambas situaciones a la vez, dejaron para la posteridad esa magnífica, única y distintiva formación.




Ha sido fotografiado por innumerables visitantes, escalado por muy pocos, admirado desde siempre, y aunque a simple vista se aprecia como un cerro más, no lo es, ya que forma parte de la algo lejana mesa de El Rosario, donde se encuentra una aterrizaje terminada en concreto, y en las inmediaciones de “El Rayado”, existió otra en terracería, en la que bajaban algunos aviones chicos, en los tiempos en que se pirateaba abulón seco y langosta, en ocasiones en emergencias.
Cuando se excava en la mesa de El Rosario, a unos cuantos metros de profundidad se encuentra el mismo estrato que en “El Rayado”, lo que geológicamente puede significar que alguna vez millones de años atrás, fueron una misma formación, a la que la erosión de aguas, vientos, y sol desquebrajaron, transportando los suelos finos a las partes bajas, moldeando paulatinamente el paisaje que ahora vemos, y que seguirá similar por miles y miles de años después de nuestra partida.




En aquellos años de mi niñez cuando al pasar frente al cerro, llamaba de manera especial mi atención, ya que en ningún otro lugar había apreciado tal línea blanca, como si alguien a propósito la hubiera pintado allí, pero no, los mayores escasa información daban para calmar mis dudas, solo atinaban a decir: “Es Caliche”.




Para donde quiera que volteemos, encontramos tantas bellezas, que al estar tan en contacto con ellas, ya no las vemos, sucede exactamente igual que, cuando los árboles, no nos permiten ver el bosque.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO
08 DE JUNIO DE 2011.





NOTA:
La Universidad Autónoma de Baja California, a través de la Facultad de Ciencias Marinas, han realizado desde hace unos veinte años, una gran cantidad de estudios en la zona de El Rosario, y en muchas otras, por lo que sí existe interés en alguien que haya leído este artículo, podrá ampliar de seguro la información desde el punto de vista científico, en esa fuente; ya que por mi parte, solo trato de destacar los aspectos para un público sin formación científica.
La foto del inicio del artículo fue tomada por Andrés Acevedo Garcia, quien es al igual que yo, bisnieto de Santiago Espinoza Peralta. Es mi estimado pariente Andrés, uno de los que orgullosamente lleva nuestra ancestral tradición de las vaquerías en El Rosario.

martes, 7 de junio de 2011

LAGUNA SECA DE CHAPALA, BAJA CALIFORNIA.

PARAJE DE LA PENINSULA QUE TRAJERA A LA FAMA DON ARTURO GROSSO PEÑA: “EL CURA DEL DESIERTO”.
Si por alguna razón en pláticas sale el nombre de la Laguna Seca de Chapala, Baja California, ubicada en el desierto central, de inmediato viene a la memoria Don Arturo Grosso Peña, el muy famoso “Cura del Desierto”, y no por nada sus nombres se encuentran íntimamente relacionados entre sí, pues tanto Don Arturo le dio fama a la laguna seca, como este recodo peninsular se la dio a él.

Y en el antiguo sendero que era el camino real, que unía a todos los pueblitos, ranchos, parajes, aguajes, minas, y campos de nuestra geografía, dio fama a un sinnúmero de personajes que se antojan como de cuento; todos legendarios, eran al mismo tiempo tanto criadores de ganado, restauranteros, herreros, mecánicos, poliglotas, geógrafos, narradores, historiadores, naturalistas, pescadores, mineros, cocineros, vaqueros, gambusinos; leñadores, y leñeros; pero nadie como Don Arturo Grosso Peña: “Cura”. De ahí que se le recuerdo como: “El Cura del Desierto”.

Fue Don Arturo el hijo mayor del italiano Eduardo Eugenio Boittard Grosso, y de la Pima Tecla Peña Duarte, quienes se casaron en Santa Rosalía, Baja California Sur, en la década de 1890, a principios, llegando a la zona de El Rosario, en 1895, a un sitio al que llamaron rancho “Buenos Aires”, en recuerdo a la primer ciudad en América a la que Grosso había llegado años antes de pasar de Argentina a México. Habiendo vivido por varios años en el rancho “Buenos Aires”, el que geográficamente no se encuentra muy alejado de la Laguna Seca de Chapala, Don Arturo en sus años mozos fue un vaquero, y minero que exploró junto con su buen amigo William James Cochran Flores, toda la región media de la península, prospectando las vetas de oro, granate, plata, cobre, y lo que pudieran encontrar con tal de hacerse vivir de manera que aunque bastante ruda, ganarse la vida de manera decente.

Cuando algún tiempo pasó fueron naciendo sus hermanos en el propio rancho, pero en la época de inicios de la revolución mexicana al encontrarse las familias de capa caída en la situación económica, Don Eduardo decide viajar al norte en busca de mejores aires, que aunque ya estaba en “Buenos Aires”, eran otros mejores los que necesitaba; cruzó la frontera de México con Estados Unidos por Mexicali, luego que se acomodó en un trabajito cuidando conejos, regresó por la familia, abandonando el rancho, e instalándose en “Coyote Wells”, un poco al norte de la sierra de Jacumba, California del lado gringo, que del lado mexicano se conoce como sierra “La rumorosa”, en el actual municipio de Tecate, Baja California. Aquel viaje que fue hacia 1911, se realizó a bordo de carretas tiradas por caballos; regresando a El Rosario, muchos años después, ya para 1927, época en que Grosso compró el rancho “Buena Vista”, en El Rosario de Abajo, rancho del que aún existe la casa.

Por su parte Don Arturo Grosso Peña se casó con Juanita Duarte Ortiz, procreando a dos hijos, pero en breve tiempo su esposa falleció, por lo que años después se casa con Adela Peralta Acevedo con quien procreó a varias hijas y a un hijo.

Don Arturo y su esposa Adela se asentaron de manera definitiva en su rancho de la laguna seca de Chapala, donde vieron crecer tanto a sus hijos, como el inmenso número de amistades que lograron formar durante las décadas que vivieron en el desierto central.
Tenían un restaurante que se llamaba “Chapala”, cuya especialidad era como en todos los demás restaurantes del camino real: Machaca seca de res, de pescado, de langosta, de venado, o de burro.

¡Pásenle a la machaca de burrego! Decía animosamente don Arturo.

Las mujeres atendían la cocina, y todas las tareas dentro de la casa, mientras que los hombres todas las de patio, las de sierra, las de playa, teniendo prohibido por ellos mismos y por las mujeres entrar a la casa, solo que fuera para comer y para dormir, de lo contrario, si los hombres entraban mucho los llamaban “faldilleros”; así que don Arturo era hombre de “afuera”, jamás un “faldillero”; afuera atendía al ganado, la herrería, el taller mecánico, la llantera, y a los viajeros hombres que detenían su andar brevemente en Chapala, las mujeres viajeras entraban al comedor, es decir con las demás mujeres.

EL CURA DEL DESIERTO:

Los hermanos Ceseña Smith, de Bahía de Los Ángeles, entre ellos Arturo, bautizaron a Don Arturo con este apodo, por la gran facilidad con la que “bautizaba” a cuanta persona se parara o pasara frente a él, cualquiera era de inmediato bautizado por el cura del desierto.
En cierta ocasión, llegaron al restaurante en troque tres hombres, dos se bajaron, mientras que el tercero se negó a hacerlo aduciendo que no, pues sabía que en ese lugar le ponían sobrenombre a las personas; cuando los dos entraron saludaron a don Arturo, quien no les hizo caso por estar viendo hacia el troque, intrigado porque uno se había quedado a bordo, luego les preguntó a los dos que entraban:

¿Po, po, po, por qué no se bajó aquel cabeza de tasa?

Luego los compañeros del viajero, le hicieron una seña al del troque, diciéndole:

¡Vente, ya te jodieron, ya tienes nombre!

Y es que el que no se bajó, tenía solo una oreja.
“El Perro Buldogui”, “El Boca de Sapo”, “El sol”, “La Tintorera”, “El siete de copas”, “La Barra de Oro”, “El Recién Castrado”, “El Boca chula”, “”El Tres Tientes”, “El Sufridito”, “La Saltarina”, “La Golondrina”, “El Güero Nailon”, “El Copa de Nieve”, “El Siete Suelas”, “El Pico Chulo”, “El Hueso de Mango”, “El Tiburón”, “La Tenebrosa”, “El Bolsa de Fierro”, y “Los Cola Blanca”, fueron algunos de los cientos de sobrenombres con los que “bautizó” a diversos personajes, los había desde chicos, a viejos, y de hombres a mujeres, pues afirmaba que un cura no tenía por qué hacer distinciones con nadie.

Cuando los víveres se escaseaban en el rancho, y siendo Don Arturo ya un hombre de avanzada edad, pedía que le dieran raite del rancho a El Rosario; en cierta ocasión cuando ya había comprado lo que requería en su rancho, se dio a la tarea de buscar a alguien para que lo llevara de regreso a el rancho, así anduvo casi todo un día, sin encontrar a alguien que estuviera disponible para que lo acercara al rancho, con todo y sus provisiones que había dejado encargadas por ahí con alguna amistad; al fin de tanto andar en búsqueda de raite, encontró a Francisco Peralta Duarte, sobrino de su esposa; Francisco acordó con Don Arturo cierta cantidad de paga para los gastos del viaje; y luego se fueron. Caminaron varias horas, mientras Francisco conducía, Don Arturo agarrado del tablero del vehículo, muy seguido volteaba a ver al chofer, pero sin mediar palabra; cuando al fin dieron la vuelta en un cerro, y que ya Don Arturo vio el rancho, fue entonces cuando le dijo a Francisco:

¡Po, po, po lo que vengo viendo, es que eres muuu pend…pa’ manijar!

Luego Francisco, que también era muy ocurrente, le contestó:

¡Es que, que, que, que, cómo no me dijo eso antes, para dejarlo tirado!

¡Po, po, po, es que el pend… eres tú, no yo!

Era Don Arturo un hombre blanco nórdico, tostado por el sol peninsular, de mirada profunda y perspicaz, travieso, y juguetón.

Hacia 1977, en sus últimos días de vida se la pasaba sentado tomando el sol, viendo pasar los carros:

¿Qué hace Don Arturo?, le pregunté un día en que fui a saludarlo a casa de su hija Rosa en El Rosario:

¡Po, po, po, contando los carros que pasan por la carretera!

¡P’aca han pasado catorce, y p’allá, trece, van parejones!

Siete de color claro, dos muy cochis, uno sin mofle, uno con un caballo arriba, y otro con un toro; los demás no los columbré muy bien, porque pasaron muuu recio.


En los tiempos anteriores a la segunda guerra mundial, por allí del año de 1935, Don Arturo firmó un contrato con el gobierno federal para abrir caminos “modernos”, en la península, decía que el día que firmó el primer contrato, viajo la descomunal distancia de Ensenada, hasta El Rosario, el mismo día, proeza desde luego, ya que en aquellos tiempos el viaje duraba hasta tres días con buen tiempo.

Las Cuestas de “El Aguajito”, “La Turquesa”, y de “Jaraguay”, fueron las primeras que acondicionó a cincel y marro con su brigada de trabajadores, bajo aquel contrato, hace ya unos setenta y cinco años.

Fue en ese tiempo, según sus pláticas, cuando se hizo de un perico, que llamaba a su dueño, a gritos, diciéndole: ¡Arthur, Arthur!, porque se lo había dejado encargado un gringo, y el perico español no hablaba.


AUTOR DEL ARTÍCULO:

INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
07 DE JUNIO DE 2011.

NOTAS RELEVANTES:


Don Arturo Grosso Peña, junto con Juanita Duarte Ortiz procreó a: Eduardo apodado “Watare”, derivación de “Boittard”, y Maria, quien fue la madre de la familia Coussiño, en la ex misión de San Vicente Ferrer, Baja California.

Con Adela Peralta Acevedo: Procreó a: Amalia, Rosa, Lidia, Natividad, y Eugenio; y crió a su nieta Clementina, hija de Amalia.

Fue padre también de Elena Grosso, quien nació en la mina de El Mármol, siendo ella la mayor de todos sus hijos e hijas. La madre de Elena, llamada Eduviges falleció al nacer ella, quedando sepultada en el panteón de El Mármol.

Los hermanos de Don Arturo fueron: Eduardo, Ángel, Emilio, Juan, Teresita del Niño Jesús, Amalia, y Anna.

Su padre llegó de Italia, lugar al que jamás regresó.

sábado, 4 de junio de 2011

RANCHO SANTA CATARINA, BAJA CALIFORNIA.

Don Gilberto Peralta Véliz, quien fuera casado con Otilia Solorio, fundó hacia el año de 1900, propiamente ese paraje como rancho llamado desde entonces Santa Catarina, Baja California, ubicado en el actual municipio de Ensenada, sobre la antigua segunda ruta del mármol, que comunica a la mina del mismo nombre con el puerto de Santa Catarina, en el océano pacifico.
Fue en ese rancho fundado hace ya unos ciento veinte años, en un paraje que era utilizado por los “vaqueros” del sistema misionero, en cuyo lugar pastaban algunos animales de la caballada, y vacunos con los que las misiones se ayudaban tanto en la alimentación, como en las labores propias de la campiña de la misión de San Fernando Velicatá, ubicada un poco al noroeste de Santa Catarina, siendo este sitio parte de la demarcación de aquella misión.

Don Gilberto Peralta Veliz, y Doña Otilia Solorio, se dedicaron como todos los rancheros de aquella época, a la cría de aves de corral, su hato ganadero, bestias para la carga, algunas siembritas, ordeña, y en la elaboración de varios derivados de la leche, principalmente queso, mantequillas, requesón, asaderas, y cuajada. Por el rancho pasaba la ruta hacia el puerto donde embarcaban los bloques de mármol, y se desembarcaban desde carros de mulas, estufas, ropas, provisiones, caballos, vacas, zacate, y todos los elementos que daban apoyo a la vida cotidiana de hace al menos un siglo.

Los “operadores” de los carros de mulas, en los que se transportaba el mármol a la costa, llegaban a comer y dormir luego de todo un día de andar desde la mina al rancho. Luego de pernoctar en ese lugar, cambiaban de caballos, prosiguiendo el viaje con rumbo al barco, llegando después de otro día de arduo trayecto al rancho “La Ciénega de San Carlos”, propiedad que era de Don Tomas Vidaurrázaga Murillo; hacían lo propio que antes habían hecho en el rancho Santa Catarina, y viajaban durante el tercer día, hasta llegar al mar, descargar el mármol, descansar un día, para al siguiente cargar y regresar con rumbo a las montañas, donde los esperaban ansiosamente con los exquisiteces que a bordo de los carromatos transportaban. El trayecto para llegar del puerto a la mina, es tan largo como cruzar la península del pacifico al golfo, un poquito menos, por esa razón el viaje en esos toscos aparatos duraba tres días.

En el rancho de Santa Catarina, lugar en el que nacieron los hijos Peralta Solorio, lo hicieron con el apoyo de parteras, entre ellas la señora Maria Garcia de Cajeme, esposa que fue de Pascual Cajeme, ambos originarios de la nación yaqui del valle del yaqui, en Sonora, quienes habían llegado a estas tierras peninsulares, huyendo del terrible azote del gobierno del dictador y nefasto Porfirio Díaz Mori.

Fue una de las hijas Peralta Solorio, llamada Etelvina, y uno de los hijos Cajeme Garcia, quienes en su adultez, y ya casados formaron la familia Cajeme Peralta, fundando el rancho “El Progreso”, que se ubica a la entrada del camino a la misión de San Fernando Velicatá, sobre la actual carretera transpeninsular. Ese sitio el que además de rancho fue un restaurante en el que los troqueros “sureños”, los de la diligencia de la ruta postal ambulante, los vaqueros, los “gringos locos”, y algunos otros viajeros disfrutaban de la machaca seca con ajo, tortillas de harina, frijol y queso, que forman uno de los tradicionales platillos de la península, sobretodo en la zona aislada, la antes muy poco visitada, la que comprende desde El Rosario, al norte hasta los Cabos en el extremo sur; zona que incluso en nuestros días es poco frecuentada, y en la que sigue como antaño ofreciéndose el tradicional platillo; aunque me ha tocado escuchar a algunos gringos ordenar hamburguesa con papas.

“Gringos locos” se les llama aquí en México a cualquier individuo con aspecto de andar dando vueltas sin rumbo aparente, con una cámara fotográfica al cuello, pantalón corto, y lentes obscuros; algunos de ellos se hospedaban por días en el rancho Santa Catarina.

En la actualidad ya no existe en el rancho la actividad con la que se desenvolvió durante décadas, ya sus fundadores y muchos de sus hijos desaparecieron, quedaron nietos, y bisnietos que se marcharon al pueblo del Guayaquil, no muy distante del rancho, cercano al antiguo rancho “El Águila” de Don Reyes Quiñonez Castellanos, quien fuera directivo de la mina, y propietario de la tienda general. Con el éxodo de los habitantes de varios ranchos se formó poco a poco el pueblo del Guayaquil, sin embargo el desierto siempre vence, siempre tiene la última palabra. Si Guayaquil se originó con los habitantes de ranchos y del pueblo del Mármol, cuando la mina se dejó de explotar, no logro sobrevivir ni siquiera un siglo, pues en la actualidad es también un pueblo fantasma, el que a orillas de la carretera transpeninsular, no tuvo la suficiente fuerza para resistir el inexorable paso del tiempo, y lo agreste de la tierra, la casi nula existencia de agua, lo que se puede considerar un triunfo de sus moradores al poder resistir casi cien años en ese paramo, que aunque bello no deja de ser una inmensa soledad.

Los pobladores o descendientes de El Guayaquil, del pueblo de El Mármol, y de infinidad de ranchos viven en la actualidad ya en Cataviñá, Punta Prieta, Guerrero Negro, Nuevo Rosarito, Ensenada, y principalmente en El Rosario; por lo que toda la región geográficamente localizada entre El Rosario, y el paralelo 28 grados, es decir unos quinientos kilómetros de península se encuentra prácticamente deshabitada, de no ser por los pueblos de: El Rosario, Cataviñá, Punta Prieta, Nuevo Rosarito, Santa Rosaliita, Bahía de los Ángeles, Villa Jesús Maria, y El Costeño, que en suma tendrán si acaso unos diez mil habitantes, lo que nos da una perspectiva de la soledad de la región; pero si lo vemos en retrospectiva, cuando fui niño en El Rosario vivíamos si acaso unos doscientos habitantes, todos emparentados entre sí. No queda ninguna duda en la razón por la que casi todos los habitantes desde El Rosario, hasta el paralelo veintiocho nos conocemos, pues además de ser pocos individuos, tenemos aquí las familias hasta doscientos cincuenta años de sobrevivir en este desierto.

Espinoza, Cajeme, Peralta, Garcia, Maclis, Smith, Ceseña, Quiñonez, Cota, Agúndez, Arce, Mouett, Marrón, Duarte, Loya, Murillo, Valdez, Gonzalez, Díaz, Solorio, Sandez, Collins, Aguilar, Acevedo, Vidaurrázaga, Romero, Tena, Grosso, Meléndrez, Ibarra, Villavicencio, Fuerte, son algunas de las familias representativas en la región de la que hablo.

Y sobre sus ranchos desde los lejanos ayeres se encuentran: San Juan de Dios, Santa Úrsula, Santa Catarina, Ciénega de San Carlos, El Progreso, El Águila, El Roñoso, El Cartabón, cerro Pelón, San Antonio, Los Mártires, El Arenoso, El Aguajito, El Porvenir, Santa Teresa, Sonora, Santo Dominguito, Jaraguay, Chapala, Las Arrastras, El Pedregoso, Santa Cecilia, Los Torotes, y Las Codornices principalmente, siendo la misión de San Fernando Velicatá primero, y después la mina del mármol la que principalmente les dio vida a todos esos ranchos, aunque muchos fueron criaderos de grandes hatos de ganado que expendían a los chinos en Mexicali, principalmente el de San Juan de Dios de los Espinoza.

Al viajar en tiempos actuales se pueden ver las ruinas de muchos de estos sitios, y otros nuevos, que en mucho, son los menos. EL Progreso es un rancho y restaurante que sobrevivió a sus fundadores el matrimonio Cajeme Peralta, ya que su hijo Guillermo y su esposa Dominga atienden a los comensales que detienen su andar allí.

En El Arenoso, se encuentran solo las ruinas, y en muy buen estado de conservación un pozo artesiano ademado en madera, la que dejó un recoveco donde unos pajarillos llaneros instalaron su nido, un poco arriba del espejo de agua, que a juzgar por el paisaje se antoja pensar que no existe este líquido, sino muy por debajo de la tierra, al menos si en sitios muy lejano; pero no, no es así, el agua se encuentra muy fresca apenas a unos cuantos metros de excavar la tierra; de no ser por ello, nunca hubiéramos sobrevivido durante dos siglos y medio bajo las típicas inclemencias.

En las notas dejaré asentada una carta que Rosendo Peralta Murillo envió a su madre Matea Murillo Smith desde Santa Catarina a El Rosario, en 1911, solo con la idea de poner en retrospectiva el rapidísimo paso del tiempo, el que a pesar de ser así, mucho humanos viven como si fueran eternos, sabiendo que somos como una lechuga expuesta al ardiente sol.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

INGENIERO ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
03 DE JUNIO DE 2011.

ALGUNAS NOTAS RELEVANTES:

Don Gilberto Peralta Veliz, fue hijo de Inocencio Peralta Aguiar, y de Francisca Veliz Osuna, quienes con hijos chicos llegaron a El Rosario, en 1873, provenientes de Comondú, Baja California Sur. Cuando Gilberto llegó a la adultez y casado con Otilia Solorio reutilizaron el viejo paraje de Santa Catarina, conociéndose desde entonces como rancho.
Sus hijos fueron entre otros: Elías, Güero Peralta, Etelvina, y Beto Peralta Solorio.
Los hermanos de Don Gilberto Peralta Veliz fueron: Bruno (fundador del rancho Santa Úrsula); Epigmenio casado con Petra Acevedo Marrón); Balbina (casada con Policarpo Espinoza Marrón: mis tatarabuelos paternos); Victoriana (casada con Tomas Vidaurrázaga Murillo); Cenobio (casado con Matea Murillo Smith: padres de Rosendo); Jaime ( de los Peralta de Arroyo Seco, Santo Tomas, y Colonet).

CARTA DE ROSENDO PERALTA MURILLO A SU MADRE MATEA MURILLO SMITH:
“Santa Catarina, Julio 26 de 1911.

Mi muy estimada mamá a quien le deseo una gran felicidad, en toda la compañía de toda la familia, y tendré mucho gusto que cuando reciban esta carta en sus manos, se encuentren todos buenos, y gozando una buena salud, y yo también estoy bueno ahora, ya tengo tres días aquí en Catarina, yo también iba de auxiliar si acaso estaba Margarito aquí en Catarina, como no estaba, no fui, pero se llevaron mi montura, también no fui porque supe que mi papá venia para acá en estos días y ahora estoy dando tiempo a ver si viene; pero ahora me voy para atrás, contésteme y pregúntele si puedo ir a la guerra, también no fui porque mis tíos no me dejaron que fuera; dígale a Eloísa que si tiene ganas que vaya a pelear con los revoltosos que me mande decir para ir yo. Para allá iba ahora (para El Rosario), pero al último no fui porque iba muy arrancado, no llevaba ni cinco centavos, pero si viene el barco tengo seguros noventa y tantos pesos, por eso no fui para allá por falta de dinero, se me hace muy triste ir sin ni un centavo en la bolsa.
Yo les aseguro ir muy pronto para allá, voy a trabajar otra vez, pero puede que no dure mucho; si acaso no trae dinero el vapor, ya hace mucho tiempo que lo aguardan desde el día 18 lo están esperando, y no viene. No tengo más que notificarles salúdeme a toda la familia de doña Tula, y dígale al Cuate D. que mate a todos los pronunciados que pueda; y ustedes reciban un fino recuerdo que hago para ustedes y demás familia. Su hijo que verla desea más que escribirle.


ROSENDO PERALTA”


En la carta claramente se aprecia la dependencia económica que de los dineros producto de la venta del ónix se tenía en la región, que era casi la única actividad que generaba dinero en efectivo, ya que el resto de las actividades y de obtención de bienes era a través del trueque.

Pedia permiso para ir a “la guerra”, se refería a enlistarse en los movimientos revolucionarios de los Flores Magón de 1911, en el norte peninsular. Aunque no fue cuando solicitaba el permiso a la familia, si se enlistó tiempo después, muriendo en Mexicali antes hacia 1913, en los hechos de armas del lado de la revolución, del lado del pueblo.

“Eloisa”, a quien se refiere, fue su hermana, quien casó con Cecilio Espinoza Peralta.
También menciona a “Margarito” Duarte Espinoza, quien no llegó a Catarina, él era también su cuñado casado con su hermana Elvira Peralta Murillo.

“Cuate D”.: Se refiere a Salvador “Cuatito” Duarte Espinoza, quien fue casado con Anna Valladolid Ortiz.

“Doña Tula”: Fue Gertrudis Espinoza Marrón: madre del Cuate Duarte, de Margarito, y de muchos más. Fue la madre fundadora del apellido Duarte en El Rosario, cuyo esposo fue el primer Duarte en el lugar, llamado Domingo Duarte Cossío.

“Los pronunciados”: les llamaban a los que estaban en contra de ellos y de sus ideales

El vapor al que se refiere era uno de los barcos que llevaban el mármol a Estados Unidos, y desde allá, y desde Ensenada, traían los bienes que al principio del articulo cité.

Es una gracia que Rosendo supiera leer y escribir, y más aún su madre, ya que hace cien años el analfabetismo en nuestro país, era galopante.

La carta que se inserta en este artículo, al morir Rosendo un par de años después de escribirla, su madre la guardó hasta su muerte, heredándosela a su otro hijo Amadeo “Quitito” Peralta Murillo, quien la conservó hasta su muerte, poco antes de ocurrida se la entregó a su hijo Jesús Peralta Espinoza, quien en 1989, me facilitó la original, misma que publiqué en mi primer libro: “LOS ROSAREÑOS” en 1992. La carta la conserva aún a cien años de escribirse en custodia de Jesús Peralta Espinoza en El Rosario, quien de seguro la encargara por tercera ocasión a otro de los descendientes Peralta.

Los hermanos de Rosendo Peralta Murillo fueron: Bartola, casada con Jose Maria Murillo Arce; Eloísa, casada con Cecilio Espinoza Peralta;, Elvira, casada con Margarito Duarte Espinoza; Maria, casada con Fernando Duarte Espinoza; Jacinta, Victoria, casada con un Castillo; y Amadeo, casado con Isabel Espinoza Romo. Por su parte Rosendo Murió soltero, en la guerra a la que la familia no lo dejaba ir soltero, quedo sepultado en algún lugar de la campiña del valle de Mexicali, Baja California.

Existe otro sitio llamado ‘SANTA CATARINA”, que se encuentra en la Sierra de Juárez, al Este de la ciudad de Ensenada, sitio habitado desde hace milenios por los californios nativos: Pai pai.




AL CENTRO: “BETO PERALTA SOLORIO” EN GUAYAQUIL, BAJA CALIFORNIA: HIJO DE DON GILBERTO PERALTA VELIZ Y DE OTILIA SOLORIO. LO ACOMPAÑAN SU ESPOSA, SU HIJA, NIETAS, SANTA ANNA PERALTA ORDUÑO, Y JULIO ESPINOZA GARCIA: Foto: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: 1995.

POBLADORES DE EL MARMOL, Y RANCHOS VECINOS, EN EL VELORIO DE FRANCISCA PERALTA, MEDIA HERMANA DEL PADRE DE ROSENDO: AÑO 1924. ARCHIVO: WILLIAM JAMES COCHRAN FLORES: ELENA ESTHER COCHRAN GARCIA.


JULIO ESPINOZA GARCIA; TILONGO SMITH, Y LORENZO “YAQUI": Foto: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: 1995.


EL AUTOR: ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO, EN UN RANCHO EN CATAVIÑA, BAJA CALIFORNIA: FOTO: SANTA ANNA PERALTA ORDUÑO: 1995.



NIDO EN EL POZO DE AGUA EN LAS RUINAS DEL RANCHO “EL ARENOSO’: FOTO: ing. Alejandro Espinoza Arroyo: Marzo de 2008.



OTRO NIDO EN EL DESIERTO: DE HALCON:
FOTOS: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: Marzo de 2008.