"NUESTRA TIERRA SE LLAMA "BAJA CALIFORNIA", NO SE LLAMA "BAJA":
SOMOS "BAJACALIFORNIANOS", NO SOMOS "BAJEÑOS"... "Agradezco infinitamente a mi amigo ARQ. MIGUEL ALCÁZAR SÁNCHEZ, el apoyo que me ha brindado al diseñar ésta página y subir mis trabajos desde el año 2007"

jueves, 30 de septiembre de 2010

ESTUDIA-HAMBRES.

ACERCA DE LOS ESTUDIANTES RURALES, Y DE LAS ZONAS MARGINADAS DE LAS CIUDADES.

Cuando para un niño las preguntas por parte de los mayores son frecuentes, y dentro de éstas, sobre el futuro del chico:

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Luego el infante norteado por completo responde, dando palos de ciego:

Quiero ser ingeniero, doctor, bombero, o cualquier cantidad de cosas que se le ocurran, o que por ahí haya escuchado; sin imaginar siquiera entonces, en esa tierna edad, por el larguísimo peregrinar que estudiar conlleva en la vida de un individuo, cuando proviene de familia de escasos recursos, o como dicen los políticos “clases menos favorecidas”, o con “pobreza existencial, estas frases de ellos, son solo para ocultar esa realidad.

Por principios de cuentas, a los que nacimos, vivimos, y provenimos de las recónditas zonas rurales de nuestro país, estudiar era y es en infinidad de ocasiones tarea harto difícil.

Antes, por allá en la década de los cuarenta, cincuenta, y sesenta del siglo veinte; pretender llegar a tener una formación académica de nivel superior, significaba eso, un superior esfuerzo para lograr apenas salir del totalmente olvidado rincón en el cual habíamos nacido.

En aquellos rincones, donde nuestros antepasados habituados a las profundas herencias, tradiciones, y costumbres íntimamente arraigadas con el quehacer campirano, y que lejos de pensar en que alguno de nosotros pretendiera “estudiar”, la mayoría de las veces, aquellos nuestros viejos decían casi al unísono:

¡Para qué, los que estudian se vuelven locos!

Y tenían razón…cómo no volverse loco, con aquellos métodos de los profesores, y con las golpizas de nuestros abusivos compañeros, los más grandes,…Y después en la universidad, las terribles hambrunas que pasábamos.

Bueno, el caso es que para empezar, en aquéllos pueblitos rurales, la esperanza de nuestros mayores eran que los jóvenes les vendríamos a quitar pasos, a apoyarlos en las labores propias, a fortalecer las muchas veces paupérrimas economías, todo esto con nuestro tierno trabajo físico, muy limitado entonces dadas nuestras cortas edades, y pequeñas fuerzas.

Ni qué decir de los bárbaros profesores de primaria y secundaria de aquellos tiempos, los que antes nos daban “clases”; la mayoría de ellos, salvo rarísimas excepciones, ponían en practica diaria sobre nosotros, su ego, y salvajes métodos de enseñanza, como eran: Coscorrones, reglazos, jalones de patilla, granos de maíz bajo las rodillas, múltiples vejaciones, orejas de burro, y tantísimas mas arbitrariedades con el beneplácito de las autoridades, y lo peor, con la complacencia o disimulo de nuestros padres. A pesar de esa turbulenta forma de “enseñar”, algunos de nosotros los “rurales” logramos estudiar, y hacer carrera superior, o al menos universitaria, en cuyo nivel los profesores eran mas civilizados, aunque muchos no eran carentes de un ego sumamente inflado, que los hacia sentirse dioses, y a nosotros sus estudi-hambres nos veían como dios a los conejos: chiquitos y orejones.

No se diga, como nos trataban en las escuelas los citadinos, cuando de pronto veían llegar a un rancherito bajado a “tamborazos”. Éramos causa de burla permanente, por el tono de voz, la vestimenta, las costumbres, en fin, éramos rancheritos, éramos entonces los “mensitos”. A nuestro regreso ya en nuestras comunidades, éramos los catrines, los “perfumados”, los que nos creíamos mucho, los más señalados por cualquier cosa, con todo esto:

¡Cómo no volverse medio loco!

En las vacaciones trabajábamos arduamente para juntar algunos centavitos para nuestros estudios. En ocasiones regresábamos a la escuela, allá en la cuidad, a la secundaria, preparatoria, o universidad, lo hacíamos con zapatos nuevos, a veces con ropita nueva, casi siempre ropa de uso, regalada, o comprada a bajísimos costos.

Cuando los años pasaron, el nivel de estudios era cada vez mayor, y aparejado a esto aparecía la necesidad de pagar renta, de comprar caros materiales, transporte. Para todo debía alcanzar el dinerito, no se podía dejar de presentar los trabajos en las escuelas, so pena de reprobar, y repetir tal o cual curso, con lo que retardaba el término de los estudios. Como debíamos comprar de todo, y el dinero era tan, pero tan escaso en nuestros bolsillos, y a un mas en el mío. La alimentación era la que sacrificábamos, pues comíamos, o estudiábamos, no había de otra; en lo personal estudié, fui siempre un estudi-hambre.

Convivíamos diariamente con algunos compañeros que los llamaban “hijos de familia”, y nosotros éramos hijos de quien sabe qué.

Los hijos de familia universitarios, iban en carro a la escuela, muy bien vestidos, excelentemente alimentados, con tarjetas de crédito, celulares cuando los hubo, usaban champú, eran chapeteados, y con muy buenas calificaciones,…y cómo no, si sólo para estudiar vivían, y que bien que en nuestro país exista esa clase social. En las vacaciones viajaban a Europa, a las zonas turísticas de México, en fin, habían nacido con “su torta bajo el brazo”.

Pero la “perrada”, dentro de los que me encontraba en primera fila, durábamos días sin comer, en ocasiones nos acostábamos el viernes por la noche, y no nos volvíamos a levantar hasta el lunes en la mañana, para ahorrar energías, lo crean o no, así fueron las cosas, aunque había uno que otro rural que si contaba con recursos suficientes: ¡Viva México!

SARA SÁNCHEZ SANTILLAN:

Enfrente del campus de la universidad autónoma de Baja California, en el bulevar “Benito Juárez” de Mexicali, Baja California, se encontraba ya en 1975, el restaurante, que aun existe, llamado “SARA’S”, propiedad desde 1971 de la guanajuatense Sara Sánchez Santillán.

Este restaurante se encontraba diario y a todas horas desde la siete de la mañana hasta las diez de la noche, abarrotado por “la perrada”, comíamos veinte, y pagábamos ocho, y solo a veces hacíamos el pago.

De no haber sido por el SARA’S, estoy completamente seguro que muchos no habríamos cursado ni siquiera un semestre de la universidad.

Mientras que disimuladamente comíamos, Sara nos veía, nos hacia bromas, jugaba con nosotros, nos hablaba a cada uno por nuestro nombre desde un micrófono, que era con el que anunciaba que la orden estaba lista para que pasáramos por ella. En ese restaurante, comíamos, luego empezábamos las tareas, volvíamos a comer, le firmábamos a Sara una notita para que la pusiera en nuestras impagables cuentas.

Tenían Sara y Don Raúl Torres, su esposo, aconsejados a sus menores hijos que no fueran a cometer alguna imprudencia, y decirnos algo por que siempre nos servíamos de ellos, y rarísimas veces pagábamos, no por malas pagas, sino porque no había con qué, cosa que ellos muy bien sabían.

Sarita: ¿Por qué nos aguantas?: ¡Vieras cómo me da pena!: le pregunté, y le comenté un día:

Con su fino carácter me contestó:

No te apures Ales, a mi nunca me ha interesado tener dinero, y voy para allá que vuelo.

Me dan ganas de ya no venir, a menos que tenga con qué pagarte, le dije.

Tú que no vienes, y yo que voy y te traigo aunque sea a jalones.

Bueno, pero me da mucha pena, le contesté.

Pena es robar, eso si te debe apenar, a mi me pagas saliendo adelante, al cabo que el sol sale para todos, y mas aquí en Mexicali, me contestó Sarita, mientras le decía a don Raúl:

Que le da pena comer al Ales:

Luego don Raúl con su sonora carcajada me dijo:

¡Noo Ales, apenas empiezas la vida, y si dejas de comer, que tanto vas a durar: tú come Ales, tú come, aquí tienes el SARA’S, no tienes dinero, pero tienes el SARA’S!

Somos cientos por decir lo menos, los que nunca podremos pagarle a Sara y a su familia aquel inmenso apoyo, cuando en muchas mañanas y tardes, se ennegrecía la vista por el hambre, y al llegar al “Oasis” SARA’S, volvíamos a la vida. Como olvidar aquellos finísimos seres humanos: Sara y su familia.

En la actualidad, cada vez que voy a Mexicali, paso por el restaurante, estar en ese lugar me fortalece, me lleva a aquellos días en que contaba con los veinte años de edad, percibo el aroma del café, el ambiente gentil, lo familiar del lugar; allí nos reencontramos muchos de aquellos que ahora ya pasamos de los cincuenta, y desayunamos allí, porque todos queremos recibir de nuevo, de cuando en cuando las vibras del excelente restaurante, y de nuestra cariñosa madre adoptiva, la que nos quitó el hambre por años, así es como muchos llamamos a Sara Sánchez Santillán, a quien estaremos agradecidos de por vida, sin dudarlo.

Con tantas situaciones adversas por las que pasamos los “estudiahambres”, y parafraseando a los viejitos que ya todos murieron:

¡No tiene caso que estudien los chamacos, pues los que estudian se vuelven locos!: Y cómo no.

Siempre los estudi-hambres han existido y de seguro seguirán existiendo, es una condición social que no sabemos cuando desaparecerá, si es que eso sucede, no se tiene la certeza que como nación la superemos.

ARTÍCULO ESCRITO POR:

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO

EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA

DOMINGO 26 DE SEPTIEMBRE DEL 2010.

NOTAS RELEVANTES:

Don Raúl Torres, esposo de Sarita, falleció hacia finales de la década de los noventa, o a principios de los años del dos mil.

Sara Sánchez Santillán, posee en la actualidad una sólida situación a base de esfuerzo, trabajo, y principalmente generosidad.

Los hijos de Sarita y don Raúl: Son Raúl, Sara, Javier, y Miguel Ángel, todos ellos con sus propios negocios, y con sus carreras profesionales.

Inseparables de esta familia lo han sido los Téllez Duarte, otra de las generosas familias de Mexicali, que en otro momento los traeré a su amable consideración apreciable lector.

Muchos de aquellos estudi-hambres en la actualidad son destacados profesionistas, en el sector gubernamental, privado, comercio, y en otras ramas. A cualquiera de ellos que por alguna razón le llegue una petición de Sara, es de inmediato atendida.

El restaurante SARA’S, fue visitado por el entonces presidente de Estados Unidos: Ronald Reagan, quien se tomó una foto con Sara.

En una ocasión me tocó compartir la mesa allí mismo, con el cómico mexicano: Alejandro Suárez. Ambos personajes fueron a conocer a Sara, así de popular y querida es ella.

Este día domingo 26 de septiembre del 2010, en que escribo estas sencillas palabras a Sarita, y siendo las cinco de la tarde nació mi primer nieto, llamado ISAAC ALEXANDER ESPINOZA MONTIEL, pertenece a la décima generación “Espinoza”, en la península de Baja California; para quien espero que tengamos sus mayores la fuerza para que no pase por las situaciones que he descrito, ni él, ni ninguno de mis descendientes.

martes, 14 de septiembre de 2010

PANTEON MISIONERO DE EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA.

Cuando en 1774, se estableció en lo que hoy conocemos como El Rosario de Arriba, el primer sitio de la misión en el paraje Viñatacot, así conocido durante milenios por las tribus de los primeros pobladores, los mal llamados “indios”, y que a partir del año de su establecimiento nace El Rosario, nace un asentamiento mas para mitigar en poco la ansiedad de mas territorios y dominios del imperio español en la península de Baja California, como un logro de la orden dominica, las mas austera y pobre de las tres que sometieron la tierra peninsular y a sus habitantes, bajo el yugo español. El Rosario, fue el primero de los fundados por esa orden misionera. Es a partir de aquella fecha en que se introdujo en el nuevo rincón del dominio hispano, la costumbre de sepultar a los fallecidos, al estilo de ellos.

En el primer asiento misional establecido en aquel ya remoto año, se abrió un panteón para las gentes de “razón”, mientras que era costumbre de los misioneros que a los neófitos se les sepultaba aparte, para el caso de El Rosario, en el sitio de la primera misión, se sepultaban en la parte noreste, sobre una colina, en la cual recientemente se construyó el acceso a base de una rampa en concreto, la cual conduce a la colonia “la misión”, esta rampa se construyó en el preciso sitio donde se encontraba el panteón de los “neófitos”, Penitentes, indios, o salvajes, que era como los misioneros y cualquier extranjero llamaban a los cochimies, a aquellos pobladores milenarios, y que eran considerados en muchas ocasiones y por muchos, como de menor calidad; al menos ante los ojos, y la escala de aceptación que prevalecía en aquellos tiempos.

A la gente de “razón”, es decir a los misioneros, los soldados de cuera, a los arrieros, artesanos, y otros individuos catequizados, de los que ya habían aceptado por las buenas o por las malas la doctrina dictada por la iglesia, y algunos individuos extranjeros que medio sabían la cultura occidental europea, o al menos básicas nociones de esta tenían, siempre y cuando hubieran sido de alto valor y apoyo para la misión, eran sepultados cerca de los edificios de la misión, y a los frailes dentro de esta, en el piso, aunque después se eliminó esa costumbre de sepultarlos en el interior del templo; se hacia también en el patio posterior. Solo en ocasiones lo hacían con los soldados de mayor confianza. Nuestro padre fundador Carlos Espinoza Castro, fue sepultado en el panteón de la misión de San Fernando Velicata, la única en la península, fundada por la orden de los franciscanos, aunque esto sucedió cuando la misión como institución ya no existía. Falleció el 12 de mayo de 1883.

Para el año de 1802, en que se estableció el segundo sitio de la misión, en lo que hoy conocemos como El Rosario de Abajo, de inmediato se abrió un nuevo panteón al suroeste de las construcciones del nuevo sitio misional. Aunque desconocemos en la actualidad a quien fue la primera persona que se le sepultó en ese lugar, sabemos que a partir de aquel año, la mayoría de los rosareños allí descansan.

Posteriormente, tal vez unos ochenta años después, esto es hacia 1880, se extendió el panteón hacia el Este, colina arriba, en cuyo lugar se han sepultado infinidad de personas, mayormente de las familias Valladolid, Meza, y Ortiz. Por cada diez nuevas tumbas en la parte baja del panteón, se abren si acaso dos o menos en la parte alta de la colina, dado que arriba los estratos que forman el suelo, es de antiguas playas, areniscas altamente consolidadas, y estratos fosilizados, que provocan alta dureza en el terreno, cosa que no sucede en el suelo transportado, a base de suaves arenas y arcillas, sedimentos que las corrientes pluviales transportan al arroyo, y este las transporta al mar, esos polvos bajan desde lo alto y desde las estribaciones de la mesa de “La Corcho lata”, y son los que dan origen al terreno del Campo Santo en la parte baja.

A nuestros días ha llegado un valioso legado, relativo a la original costumbre de la conmemoración del día de muertos, que se ha transmitido de generación en generación, y que Don Manuel Clemente Rojo, dejó algunos muy importantes pormenores escritos acerca de esta, como costumbre del sistema misional, y por lo tanto del credo católico.

MOTIVOS Y ANTECEDENTES POR LOS QUE DON MANUEL CLEMENTE ROJO LLEGO A EL ROSARIO.

En octubre de 1848, en casa de Carlos Espinoza Castro, en El Rosario de Abajo, se hospedó Manuel Clemente Rojo, ciudadano peruano, quien navegando a bordo del bergantín “Ascensión Bructos”, con rumbo a San Francisco, California, proveniente de Acapulco, con un cargamento de harina, azúcar, arroz, y otros víveres, que pensaban comerciar con los mineros que recién iniciaban actividades por el descubrimiento de placeres de oro, en el entonces recién arrebato territorio de la Alta California, -una parte de México que por la sed de nuevos territorios de Estados Unidos, se expandió al norte mexicano, hoy suroeste de Estados Unidos, antes llamado viejo oeste, o salvaje oeste, cuya pérdida fue de gran perjuicio para México, perdiendo a manos de los anglosajones mas de la mitad de su anterior territorio-.

Rojo y su socio Don Juan Lertura, habían naufragado en El Socorro, a treinta kilómetros al norte de El Rosario, desde donde se trasladó a pie sin conocer a nadie en esta entonces ex misión, siendo esa la razón por la que conoció a Espinoza, quien le brindó la hospitalidad y asistencia que aquel entonces joven de veinticinco años de edad requería. Según las relaciones de Rojo, Carlos Espinoza Castro era entonces un hombre de avanzada edad, que vivía solo, trabajando principalmente en la cacería de nutrias en los mares de la bahía de El Rosario.

De El Rosario, Rojo pasó a la misión de Santo Domingo de la Frontera, distante ciento seis kilómetros al noreste, gracias a que desde aquel lugar había llegado José Luciano Espinoza Castro, hermano menor de Carlos, y cuando este regresó a Santo Domingo, Rojo se fue con él. A su paso por El Socorro, se detuvieron para revisar la carga que habían logrado rescatar del naufragio, y que se encontraba en la orilla del mar, regalando Rojo a José Luciano unos quintales de harina; Espinoza insistía en pagarla, y Rojo en obsequiarla, como así fue: “con lo cual me gané su voluntad”, escribió.

CELEBRACION DE DIA DE MUERTOS EN LA MISION DE SANTO DOMINGO DE LA FRONTERA.

Según las relaciones que Rojo dejó escritas y que llegaron hasta nuestros días, él se encontraba en la misión de Santo Domingo de la Frontera, el día dos de noviembre de 1848, día de muertos, cuando en la tardecita de aquel día empezaron a llegar jóvenes jinetes que provenían de distintos ranchos, principalmente de San Telmo, eran Gabriel, Gregorio, y Julián Arce, hijos del antiguo soldado de cuera Don Ignacio de Jesús Arce, que a su vez era primo del también antiguo soldado misional Don Santiago Domingo Arce, ambos vivían en San Telmo. En sus memorias dejó asentado Rojo que aquel día de muertos, en Santo Domingo, conforme llegaban los jinetes traían consigo unas florecillas, que eran muy escasas dado lo frío del otoño en la región. Aquellas florecillas silvestres eran utilizadas para adornar los sepulcros de los parientes, y que los jinetes habían venido a brindarles su respeto por ser su día.

Por la mañana del día dos de noviembre, describe Rojo, las familias acuden a limpiar las tumbas, y el panteón en general; lo hacen de manera que mientras unos llegan, otros se retiran del lugar.

La celebración de lleno inicia al caer la noche, se reúnen las familias alrededor de las tumbas de sus difuntos, mientras encienden una “bujía”, en referencia a una vela, que los mismos rancheros fabricaban para ese fin, valiéndose de la cera de las pencas de miel.

La familia reunida en torno a la tumba del ser querido, enciende la bujía, y se quedan toda la noche velándola para volver a encenderla cuando el viento la apaga, mientras tanto, todos rezan, y platican mayormente los recuerdos que se guardan del difunto.

Al amanecer se despiden los últimos parientes que aun quedan en el panteón, de donde el retiro inicia hacia las tres de la mañana, para volver al año siguiente.

Esta conmemoración de muertos descrita por Manuel Clemente Rojo, se acostumbraba en todas las misiones, sin embargo en la actualidad, solo en El Rosario se conserva intacto, como en aquellos lejanos tiempos.

El día tres de noviembre de 1848, en compañía de los mismos jóvenes de la familia Arce de San Telmo, que le sirvieron de guías, prosiguió Rojo el viaje a lomo de bestia, saliendo ahora desde San Telmo, con rumbo a la Ensenada de Todos Santos, pasando por La Berrenda, La Calentura, El Calvario, la misión de San Vicente Ferrer, el rancho de Doña Marina Ocio, la misión de Santo Tomas de Aquino, La Grulla, hasta llegar a la Ensenada, lugar en el que conoció y conversó con Jatiñil, jefe tribal de los Paipai.

CELEBRACION EN EL ROSARIO.

En El Rosario al igual que antaño, en la actualidad, el día primero y dos de noviembre se atiende durante el día la limpieza de las tumbas, mientras unos llegan, otros se retiran, llevando a cabo todo tipo de arreglos dentro del camposanto, es decir, se prepara el panteón, para que al anochecer del día dos se vuelque el pueblo sobre este, de tal manera que el ambiente de respeto, de camaradería, de afecto, entre todos los asistentes es tan importante, que pareciera que no existen tensiones, de esas problemáticas muy típicas en todos los pueblos, y en nosotros los humanos.

Nunca se ha acostumbrado tomar licor durante esta ceremonia, solo se agregaron bebidas calientes, después algunos alimentos, y ya durante el siglo veinte, a principios, se introdujeron a muy baja escala los tamales, panecillos de harina de trigo, chocolate, y atoles de maíz, principalmente café.

Hoy en día, en cada tumba se encienden cientos de velas, ya no una como las que describe Rojo. Familias completas desde mayores, jóvenes, niños de brazos, y de mano, se arremolinan en torno a las tumbas, y después de un rato, inicia el recorrido por todo el panteón, para saludar y brindar el respeto a los parientes que “velan” las tumbas, donde descansan los demás parientes.

Desde hace siglos se ha enseñado, y se les sigue enseñando a los niños que enciendan velas en las tumbas que permanecen apagadas. Los niños piden velas a cualquier persona que se encuentren por ahí, los que generosamente se les obsequian para que cumplan con su encargo, y para que la tradición continúe.

Existen tumbas en las que nadie enciende velas, salvo los niños y algunos adultos; estas tumbas son en las que descansan personas que ya no cuentan con ningún sobreviviente en el pueblo, o bien, son de personas que vivían solas, y cuando murieron la caridad pública las sepultó; y que ahora la misma caridad publica les enciende velas para iluminarles el camino hacia donde quiera que vayan.

Por fuera del panteón, por fuera de los limites cercados, en la colindancia sur, existen varios y solitarios sepulcros, en las que hace unos cien años o mas, fueron sepultadas las personas que la iglesia consideraba herejes, tales como practicantes de magia negra, o cualquier individuo que hubiera sido excomulgado.

Estas personas eran consideradas no gratas, y la iglesia los olvidaba para siempre, no permitiendo cruz en sus tumbas, tampoco el nombre del fallecido, de tal suerte que su entierro era en todos los sentidos. Por estas razones legadas durante todos los tiempos, no se acostumbra voltear incluso en la actualidad a ver los sitios donde yacen aquellos desdichados; aunque ya para estos tiempos se encuentran muy borrados, y afectados por las corrientes pluviales, con lo que se viene perdiendo esa parte de la historia del panteón.

A todas las tumbas que se encuentran dentro del cerco del camposanto, absolutamente a todas, se les encienden velas.

El panteón se encuentra tan saturado, que cuando se requiere sepultar a alguien en la actualidad, al excavar la fosa en la parte antigua, se encuentran a diferentes profundidades los restos de hasta cuatro personas. En cualquier sitio que se realice la excavación, se encuentran restos algunos orientados de Este a Oeste, otros de Norte a Sur, otros mas de Noreste a Sureste, y otros de Noroeste a Suroeste, entendiendo con esto que las tumbas se borraban, y cuando se volvía a excavar, unos cien años después de la primera, cincuenta después de la segunda, cincuenta después de la tercera, o algo así, se sepultaba sobre otros a los nuevos. Se observa que las tumbas han sido orientadas de muy diversa formación, como ha quedado relatado.

Esta bonita costumbre y tradición de festejar a los muertos, arraigada en todos los panteones del norte peninsular fue perdiendo presencia, al grado tal que ya se ha olvidado en todas partes, no así en El Rosario, que se ha conservado, creo, gracias a lo aislado que estuvo este sitio desde su fundación hasta el año de 1973, año en que llegó la carretera transpeninsular; es decir su aislamiento fue durante 199 años, lo que redundó en la preservación de originales costumbres como esta, las vaquerías, la pesca tradicional, la microhistoria narrada de padres a hijos, entre otras originales costumbres desde el nacimiento de nuestra sociedad con costumbres occidentalizadas.

MI PRIMER CONTACTO CON ESTA TRADICION.

La primer ocasión que tuve conocimiento de esta bonita tradición, -claro sin entenderla en aquella primera vez-, fue cuando era un niño que aun no cumplía los cinco años de edad, el año de 1962, y es que la tarde del día dos de noviembre de aquel año, mi madre y yo preparamos tamales de carne de res, y tan luego como cayó la tarde, casi para obscurecer, me mandó a pie con rumbo al panteón, para que los vendiera, y con ello poder ayudarnos un poco con la maltrecha economía familiar de aquellos “tiempos malos”,...-ni modo, así eran las cosas entonces, igual como son ahora, en el siempre empobrecido país mexicano,… y yo que pensaba mientras preparábamos los tamalitos, que eran para nosotros-…

Recuerdo que por ser de carácter callado, y como no se acostumbraba entonces que los chicos cuestionaran las decisiones de los mayores, partí desde El Rosario de Arriba, donde vivíamos, con rumbo a El Rosario de Abajo, donde el panteón se encuentra.

Antes de salir de casa mi madre me dio tremendas y bastas recomendaciones:

No te vayas por el camino de carros, vete por el arroyo, por las veredas de los caballos, no sea que algún borracho te atropelle, y cuando escuches algún jinete te metes al monte, no te entretengas en nada; ah, y no vayas a perder el dinero.

En la travesía entre la casa y el panteón, me asaltaban y torturaban todo tipo de pensamientos, mientras pensaba que a mi madre algo malo le pasaba, pues como era que vendería tamales en el panteón, donde todos estaban muertos. Mi miedo y angustia crecían importantemente a medida que la obscuridad caía, se acrecentaba entre mas me acercaba al panteón, pero ni modo, debía vender la mercancía.

Cuando salí del monte, ya en El Rosario de Abajo, alcancé a devisar un lucerío, nunca antes visto por mi en ningún lado, mi sorpresa fue mayúscula, pues creía que las ánimas se estaban apareciendo, ya que esas eran las cosas que mi tía Francisca “Pachita” la esposa de mi tío abuelo Serapio García Marrón, me había contado en repetidas ocasiones.

Escuché que se acercaban algunos jinetes al lucerío, y luego escuché murmullos como de platicas, y de rezos; por ahí dejé la pesada olla de los tamales, mientras me acerqué sin salir de la absoluta obscuridad, para apreciar, y explorar lo nuevo que aparecía ante mis ojos, y poder correr en caso necesario, pero distinguí personas conocidas, así que después de un rato de observación regresé por la olla, y con cierta confianza me adentré al panteón, al primero que vi fue al tío “Chuy” Espinoza Arce; para entonces eran cuando mucho como las nueve de la noche, y me preguntó:

¿Qué andas haciendo, aquí con esa carita de pregunta?

Vendiendo tamales

¿Cuánto cuestan?

No sé

Normalmente cuestan un peso, dijo el Tío Chuy

Me compró dos, y me dio tres monedas de a peso, de aquellos grandes pesos conocidos como “Morelos”. Aquel suceso se convirtió en la primera venta que realice en toda mi vida, fue mi primer negocio, y el sitio fue el panteón misionero de El Rosario. Se acercaron varias personas más, todas conocidas por mí, todas estaban vivas, me compraron rápidamente los tamales, así que la confianza la recobré, y el miedo se fue.

Pasado un rato, cuando los tamales habían desaparecido, guardé la olla sobre la tumba que después supe era de María de Jesús Espinoza Marrón, fundadora de la familia Loya en la región, y hermana de mi tatarabuelo Policarpo.

Tan pronto terminé con la venta, me encontré a Elodia Duarte García, y a Alma Duarte García, que aunque llevaban los mismos apellidos no eran hermanas, ellas eran niñas de unos siete años de edad cuando mucho, y me invitaron a encender velas a las tumbas obscuras, y así lo hicimos con toda sobriedad, y seriedad.

Ya para cerca de la media noche de repente miré llegar a mis abuelos paternos, con lo que mi descanso fue total. Como a las tres de la mañana me fui con ellos.

A partir de 1961, con la llegada a El Rosario, y posterior fallecimiento de personas del Ejido Nuevo Uruapan, oriundos del interior del país, y al sepultar en nuestro panteón a sus seres queridos, integraron a nuestras costumbres la flor de cempasúchil antes desconocida por nosotros. Ellos adornan las tumbas al estilo del México interior, y asisten al panteón de día.

Con celebraciones autenticas, genuinas formas de vida transmitida de abuelos a nietos, de padres a hijos, es como conservamos aun el espíritu pionero en nuestra tierra, el que sin lugar a dudas perdurara espléndidamente por largo tiempo, como hasta ahora ha sido…Ahí se las encargamos jóvenes rosareños…

AUTOR DEL ARTÍCULO.

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO

EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO

SABADO 11 DE SEPTIEMBRE DEL 2010.

NOTAS RELEVANTES Y COMENTARIOS DE, Y PARA LA HISTORIA.

Las relaciones de Don Manuel Clemente Rojo, se encuentran publicadas en sus “APUNTESHISTORICOS, DE LA FRONTERA DE LA BAJA CALIFORNIA”, publicados en el año 2000, por Carlos Lazcano, y Arnulfo Estrada.

Don Manuel Clemente Rojo Zavala, falleció en Ensenada, Baja California, en 1900; en su casa ubicada en la calle Ruiz, entre tercera y cuarta. Fue gran amigo de nuestro tatita Carlos Espinoza Castro, a quien en varias ocasiones posteriores a 1848, lo visitó en su casa de El Rosario, desde donde envío varios importantes correos, que se convirtieron en históricos. Rojo, fue una persona de gran utilidad para Baja California durante el siglo XIX, y gracias a que tenía la afición y el cuidado de escribir los acontecimientos, es como ahora nos servimos de su valioso intelecto.

Según las relaciones del propio Rojo, acerca de Carlos Espinoza Castro, dice lo siguiente:

“ Desde el mes de octubre de 1848 en que naufragué en El Socorro, con motivo de guardar la carga que pusimos en tierra, mientras mi socio Don Juan Lertura, iba a San Diego, y San Francisco, Alta California, en solicitud de un buque que viniera a levantar nuestra carga, tuve ocasión de conocer a varios ancianos que vinieron a la conquista de este país, desde el año de 1784, en que se fundó la comandancia militar de San Vicente Ferrer, y como eran hijos de los primeros descubridores y conservaban la tradición de todos los acontecimientos de mas importancia,…Como quedé enteramente solo, guardando la carga de día y de noche, atormentado con los ladridos de los coyotes que llegaban hasta muy cerca de mi, me dio horror permanecer en aquella triste playa, sin tener con quien hablar, ni como defenderme de aquellos chacales en el caso que intentaran atacarme. Por eso determiné ir a El Rosario, punto no muy distante de El Socorro, y desde allí volver con frecuencia a vigilar la carga.

En El Rosario me alojé en la casa de Don Carlos Espinoza (Castro) un hombre muy anciano que había sido soldado desde su juventud y vino de Loreto a la frontera con el teniente Don José Manuel Ruiz, cuando se fundó la comandancia militar de San Vicente Ferrer, y que había servido siempre hasta el año de 1836, en que se secularizaron las misiones.

Don Carlos así tan viejo como estaba, era un riflero de primer orden y vivía cazando nutrias por temporadas.

Don Carlos que era muy comunicativo y hospitalario me refirió lo que había pasado en su larga carrera militar, íntimamente ligada con la historia de esta frontera de Baja California. Tenia en la ex misión de El Rosario un corto terrenito de siembra que le concedió el sargento Don Ignacio de Jesús Arce, cuando de orden del jefe superior político del territorio licenciado Don Luis del Castillo Negrete, se realizo en la frontera la ley del soberano congreso nacional de 1836, para que se secularizaran las misiones de ambas californias…”

Tuve el honor de publicar una pequeña parte de los “apuntes” de Don Manuel Clemente Rojo, gracias a que en 1992, días antes de salir mi primer libro llamado “LOS ROSAREÑOS”, aparecieron esos viejos escritos en una caja en casa de la familia Cota en Ensenada, quienes le hablaron al historiador Carlos Lazcano Sahagun, para que los revisara, y les diera el uso merecido. Carlos Lazcano de inmediato me llamó para que analizáramos la documentación, y tan luego que vimos que se trataba de un hallazgo de suma importancia, amablemente me otorgó su permiso para que insertara en parte el material concerniente a El Rosario. Por esa razón tuve el rarísimo placer de poder leer los manuscritos originales, y publicar parte del magnifico trabajo de aquel gran ser humano.

Los sepulcros que se encuentran en los ranchos de la región de El Rosario, como lo son San Juan de Dios, Los Mártires, El Rosarito de los Loya, entre otros, eran construidos como a continuación se indica:

En los suelos rocosos se abrían fosas de unos cuarenta centímetros de profundidad, apenas en cuanto el ras del suelo cubría el cuerpo del difunto, este era colocado sobre el cuero crudo de una res, y bajo el cuero una tanda de gruesos troncos de mesquite, una cobija, después el cuerpo, y se cubría con mas cobijas, y con otro cuero de res. Encima de esta mortaja se colocaba una tanda de gruesos troncos de mesquite, luego encima una capa de piedras planas; enseguida partiendo desde el suelo hasta una altura de un metro y medio aproximadamente, se levantaba un muro perimetral en la fosa. El muro era de roca acomodada, trabada, y asentada con mortero de cal fabricada por los mismos rancheros. Este muro se rellenaba de tierra, y en la parte alta se terminaba la tumba en bóveda o algo similar, que era como se le daba el acabado final.

Este tipo de sepulcros se utilizaron al menos durante todo el siglo diecinueve; y se pueden aun ver en los panteones de los ranchos, y en las viejas tumbas del panteón de El Rosario, tanto arriba de la colina, como en la parte baja.

Muchos años después, ya en pleno siglo veinte, los ataúdes en el pueblo se construían a base de madera, muchas veces con tablas o tablones de los que se varaban en las playas y bahías de la península. En El Rosario, desde aproximadamente 1937, año en que el colimense José Martínez Radillo, casado con la rosareña Matea Duarte Peralta. Martínez de oficio carpintero, se dio a la tarea de construir los ataúdes en los que se sepultaba desde la década de los treinta a los rosareños; utilizaba tablas de madera de pino, y como era la madera tan escasa, en muchas ocasiones los construía con la pedacera de tablas que reciclaba de las pequeñas embarcaciones que él mismo construía en el taller que tenía al fondo del terreno donde vivía.

Los tales ataúdes en ocasiones eran de varios colores, una parte de pino, otro pedazo de ébano, otro de encino; Don José completaba el ataúd a como se podía. Cuando la familia llegaba por el ataúd, don José además les entregaba aparte la tapa, y unos clavos, para que al momento de bajar al ser querido a su última morada, se le clavara la tapa, que consistía en dos largas tablas, las que muchas veces me tocó ver que el mismo las clavaba, en el umbral de la fosa.

Cuando Don José Martínez Radillo, falleció el 28 de diciembre de 1975, fue al sudcaliforniano asentado en El Rosario desde su juventud Severo Gil Rodríguez a quien le tocó elaborar su ataúd. La última persona de que se tiene memoria que se le sepultó de esta manera fue a Genoveva Duarte García, en la década de los mil novecientos ochenta.

En la actualidad la mercadotecnia, el ministerio público, los médicos, y las funerarias se encargan de darle a la familia los pormenores oficiales de la muerte de alguien, y la familia se encarga de pagar los últimos gastos. Lo único que a la fecha se conserva al respecto, es la costumbre de sepultarnos en el viejo panteón misionero de El Rosario, y la original y vieja tradición de la celebración del día de muertos.

Hacia 1967, llegó a El Rosario, en vísperas del día de muertos un andarín, o húngaro, que es como en los pueblos se les llama a los hombres que caminaban solos, antes por el camino real, hoy por la carretera transpeninsular. El tal sujeto de mediana edad, se llamaba “Fortunato”, o al menos así dijo llamarse, este hombre padecía serios trastornos psicológicos, que rayaban en la locura. La noche de aquel día dos de noviembre, cuando el pueblo celebraba a sus muertos en el panteón, hizo su arribo Fortunato, y deslumbrado por la cantidad de luces y por el fuego de las velas, poco antes de amanecer, cuando ya todos se habían retirado a sus casas, se dio a la tarea de quitar todas las cruces de madera, las amontonó, y les predio fuego, quemándolas en una gran fogata, mientras que eufórico gritaba con gran frenesí. Así de esta manera, El Rosario perdió una gran cantidad de antiguas cruces labradas por expertas manos de algunos ya difuntos artesanos. Durante años “Fortunato”, fue recordado como “El loco que quemó el panteón”.

Alma Duarte García, fue hija de Elisandro Duarte Peralta y de Octavia García Vidaurrázaga, Falleció a la edad de doce años, ahogándose junto con Raúl Espinoza Valladolid, también de doce años de edad, en la bocana del arroyo de El Rosario, hacia el año de 1967.

Elodia Duarte García, fue hermana de Genoveva (la última persona en ser sepultada en ataúd hechizo de madera, porque esa fue su ultima voluntad, además quiso que se le sepultara en la tierra, sin ningún tipo de construcción). Elodia y Genoveva fueron hijas de Bárbaro Duarte Peralta, y de Silverie García Marrón; Elodia vive actualmente en El Rosario.

Octavia García Vidaurrázaga fue sobrina de Silverie García Marrón.

Bárbaro y Elisandro Duarte fueron primos hermanos por las dos puntas.

Mi madre durante muchos años obsequiaba todas las flores de su jardín, que para eso las cultivaba, para que fueran colocadas en las tumbas el día de muertos.

Por mi parte continúe vendiendo tamales en el panteón de El Rosario, el dos de noviembre de cada año, hasta 1968. En la primera ocasión, en 1962, también le vendí tamales a los ya avanzados en edad Amadeo “Quitito” Peralta Murillo, Lázaro Peralta Acevedo, Abel Ortiz, Benjamin Reseck Núñez, de mediana edad, y los mayores Anita Valladolid Ortiz, Don José Valladolid Ortiz, y a los entonces jóvenes Jesús, Aurelio, y Juan Acevedo Valtierra. A la fecha ninguna de estas personas vive, todos se encuentran descansando en el panteón misionero, incluso mis abuelos. Solo Elodia y yo existimos, todos ellos algún día nos recibirán donde quiera que se encuentren…

En la actualidad el panteón de El Rosario requiere ser dignificado, forestado, bardeado, brindarle un mantenimiento adecuado, tal vez con un hombre a sueldo, para que en todo momento se encuentre atendido.

martes, 7 de septiembre de 2010

CONMEMORANDO EL ANIVERSARIO 236 DE LA FUNDACION DE EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO.

El pasado mes de julio, el día 2, se cumplieron 236 años de la fundación de mi tierra El Rosario, Baja California, México, con origen misional, de la orden Dominica.

La comunidad representada en las personas de Carolina Espinoza Murillo, Nicida Patricia Collins Espinoza, Guilebaldo Espinoza Valladolid, Leonel Antonio Duarte Higuera, y Ramón Adolfo Loya García, al frente de la Organización Cultural de El Rosario: OCR”, fundada por ellos mismos en febrero del 2010; aunque los trabajos tuvieron sus primeros pininos en 2005, a iniciativa en aquel entonces de Carolina Espinoza Murillo, Antonio Muñoz, Guilibaldo Espinoza Valladolid, Gloria Isela Arce Espinoza, y Jesús Chávez, desde cuyo año se han realizado magníficos eventos con tendencia cultural, deportiva, y turística, que en mucho realzan a El Rosario. Con mucho entusiasmo y no poca dedicación, dinero de sus propios bolsillos, y de todo su tiempo, los organizadores han proyectado a nuestro pueblo de una manera positiva, sana, y elocuente a todas luces, por lo cual este artículo es dedicado a su excelente labor, y al cariño con el que representan y exhiben el ser rosareño.

La inauguración del evento se llevó a cabo en las instalaciones del “Museo Comunitario de El Rosario”, el pasado viernes 30 de julio, en donde tuve el honor de ser distinguido por los organizadores para que en nombre del pueblo, cortara el listón conmemorativo para dar inicio a las festividades, así como dar a conocer en el acto uno de mis artículos escrito a propósito para ese importante evento, el que denominé: “SITIO EL ROSARIO, UBICADO EN TODAS LAS ERAS”.

El patio del museo fue abarrotado por completo por la caballada y sus jinetes que participaron en la tradicional cabalgata, que arribó al recinto a las doce del día. Su formación fue elegante y sobria, en la que se tomaron infinidad de fotografías. Engalanó el evento el grupo de damitas que compitieron para reina del festival; al igual que la presencia de los rosareños de mayor edad en la actualidad, en las personas de la señora Ana Grosso Peña, con mas de cien años de vida, y el descendiente directo de la antigua nación Cochimi, el viejo vaquero, señor Teofilo Ortiz García, con cerca de noventa años de edad.

No está por demás recordar que en El Rosario, se celebra desde el año de 1774, el día 7 de octubre, a la patrona del pueblo, “La Virgen del Santísimo Rosario”, y que las festividades de la fundación, recién se iniciaron apenas el pasado año del 2005, como un esfuerzo de los organizadores, con mayor e importante realce en este año de 2010, y que lo hacen con infinito esfuerzo, amor a su tierra, y el interés de proyectar al pueblo en lo cultural, deportivo, turístico, y dar mayor arraigo a la distinción que El Rosario tiene en Baja California, como su pueblo mas antiguo; y que aunque muchos lo saben, no le dan la relevancia que esto merece. No cabe duda que cuando un pueblo se une en torno a lo suyo, se vuelve una sociedad exquisitamente pulcra en la defensa de sus raíces.

Las fiestas de la virgen de El Rosario, en octubre de cada año, tienen tanta importancia y antigüedad como la tiene la festividad del día de muertos, a la usanza de las antiguas misiones, y que a la fecha, la celebración de día de muertos al estilo misional, solo en El Rosario se lleva a cabo, habiendo ya desaparecido en todos los otros pueblos con origen en la institución misional. La de muertos, en El Rosario, es una celebración tan única en México, y que por desgracia muy pocos la conocen fuera de nuestros limites territoriales; es esta una tradición del credo católico, sin embargo muchos que profesan otras creencias en el pueblo, hacen a un lado aquellas sus doctrinas, y abrazan el 2 de noviembre de cada año, esta antiquísima tradición, en clara alusión y respeto a las enseñanzas de sus padres y abuelos, en clara defensa de una de las mas bonitas celebraciones de día de muertos en todo el país; con decir, que el panteón data desde 1802, es de origen misional, y casi a todos los rosareños se les ha sepultado en ese lugar desde aquel remoto año.

Las festividades iniciadas en 2005 por la fundación de El Rosario, realizadas a muy alto costo monetario, y todo tipo de esfuerzos, manifiestan que nacieron con profundo y sólido cimiente, ya que la atmosfera que se proyecta, asemeja como si desde siempre se hubiera realizado, señal inequívoca que su vida será larga, máxime con la ORGANIZACIÓN CULTURAL DE EL ROSARIO, nacida como ha quedado dicho en febrero del presente año, conformada por las personas ya aludidas, dado que la celebración desde 2007, al 2008, casi perdieron el rumbo, de ahí que renaciera con mayor ímpetu la actual organización cultural, con algunos de los participes originales como lo son Carolina, y Guilibaldo Espinoza.

La etapa de la juventud en el ser humano, la etapa de los desasosiegos, de las risas, de la desorientación, nos lleva a creer que todo lo anterior es pasado de moda, que se fueron las cosas viejas con los viejos tiempos, que ya todo lo que podía y debía hacerse, ya fue hecho, que ya nada queda por hacer, por construir, por inventar; Sin embargo, basta con que alguien dé un paso al frente y muestre a los demás, que aun estamos al inicio de tantas cosas que nunca se habían siquiera intentado iniciar.

En El Rosario, tenemos claros ejemplos: El campo de béisbol “Alfonso Espinoza Romo”, iniciado por Herminio Espinoza Romero, la escuela secundaria iniciada por el distinguido y de grata memoria profesor Heraclio Manuel Espinoza Grosso, que merecidamente lleva su nombre; el rescate del antiguo edificio “Padre Salvatierra”, y el museo comunitario fundado por quien esto escribe; la historia escrita del pueblo realizada por quien esto escribe; la escuela preparatoria a iniciativa de Leobardo Espinoza Duarte, con apoyo de Carolina Espinoza murillo, y Rosa Isela Arce Espinoza; la biblioteca publica “Alfonso Espinoza Romo” a iniciativa de quien esto escribe con el valioso apoyo del sector productivo pesquero; el corral de jaripeo iniciativa encabezada por Miguel Ángel Duarte Duarte, el laboratorio de acuacultivo en “La Lobera”, a iniciativa del grupo “Regasa”; el festival de la fundación del pueblo a iniciativa de los aquí homenajeados; por inaugurarse un gimnasio de usos múltiples, iniciativa encabezada por Miguel Ángel Duarte Duarte, por citar solo algunos ejemplos de logros que antes no existían; como no existen ahora por ejemplo:

Una sociedad o patronato de Rosareños con estudios superiores, agrupados para apoyar a los que vienen detrás: No existe una casa de música, una organización que fomente el reconocimiento a los personajes destacados en todos los ámbitos, tampoco existen clubes de jóvenes, o de personas de la tercera edad, donde puedan de a de veras fomentarse y proyectar sus conocimientos, o adquirirlos; tampoco existe una asociación que proteja, estudie, y divulgue lo concerniente a las zonas fosilíferas, a nuestra vegetación única; no existen grupos ni privados ni públicos, que promuevan el turismo ecológico; tampoco existe una asociación que se agrupe para dignificar el panteón donde nuestros muy queridos antepasados descansan, y que algún día nos recibirán allí mismo, bajo esa tierra que hoy pisamos.

Ahora bien, podría escribir varias páginas solo señalando tantas cosas que nunca se han hecho, y que según muchos, “Ya nada hay por hacer”.

Una sola persona, o un solo grupo, no podría atender todas estas u otras necesidades, por esta razón, son muchas las manos, las mentes, y las voluntades que deben sumarse, para hacer crecer en lo mas sublime a este apacible pueblo, y en ello crecer quien realiza un esfuerzo extra en pos del engrandecimiento social.

Que bien por Carolina, por su hija Nicida Patricia, por Guilibaldo, por Antonio Leonel Duarte Higuera, por Ramón Adolfo Loya García, y por todos y cada uno de quienes se han sumado a este grandísimo esfuerzo, gracias por su pasión, por su entrega, por su visión, porque han continuado con su labor a base de mucho esfuerzo, eso es algo que muy bien lo sé. Sé el gran esfuerzo que se requiere para llevar a cabo esos logros, que muchas voces se unen para hacernos perder el aliento, que muchas veces aparecen ingratas corrientes y mezquinos intereses en contra, mientras esas voces e intereses no mueven ni un ápice por mejorar las cosas; sin embargo, la satisfacción para quienes duro trabajan, es infinitamente superior a cualquier esfuerzo, ingratitud, politiquería, o mezquindad; porque en este mundo, si las cosas se quieren hacer bien, nada es fácil; así también, la mayoría de nosotros no aceptamos que nadie se adorne con nuestro esfuerzo, ni le damos crédito a quienes pretenden hacer caravana con sombrero ajeno.

Nada de lo que hagamos, para bien, o para mal, pasara desapercibido, la diferencia consiste, en que los que trabajan para bien, gozarán de grata memoria, la historia los alcanzara para bien; y para los que actúan para mal, solo entregaran a la tierra un cuerpo inerte, pasaran por la vida sin pena ni gloria, y serán olvidados, incluso por los propios, tan pronto como la tierra los arrope.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO

EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA

SABADO 21 DE AGOSTO DEL 2010.

NOTAS RELEVANTES: Mas datos para la historia que transmitiremos.

Del comité organizador, fundado en febrero del 2010, como: “ORGANIZACIÓN CULTURAL DE EL ROSARIO: OCR”.

Nicida Patricia Collins Espinoza: Presidente: Es hija de Miguel Collins Martínez y de Carolina Espinoza Murillo, nieta de Rubén Collins Sandez, y Rosario Martínez; y de Herminio Espinoza Romero y Evangelina Murillo Peralta; nació en San Quintín, en febrero de 1990. Estudia actualmente el séptimo semestre de la licenciatura en Mercadotecnia y Turismo.

Carolina Espinoza Murillo: Secretaria: Es hija de Herminio Espinoza Romero, y de Evangelina Murillo Peralta; es nieta de Santiago Espinoza Peralta y Bertha Romero Loya, y de José María Murillo Arce y Bartola Peralta Murillo. Carolina es junto con Rosa Isela Arce Espinoza quienes organizaron la documentación oficial para la instalación de la escuela preparatoria en El Rosario, dependiente del Colegio de Bachilleres de Baja California, donde actualmente trabaja.

Guilibaldo Espinoza Valladolid: Tesorero: Es hijo de Zacarías Espinoza Peralta y Francisca Valladolid Duarte, nieto de Cecilio Espinoza Peralta, y de Eloísa Peralta Murillo; y de José Valladolid Ortiz, y Dominga Duarte Espinoza. Es Licenciado en Empresas Pesqueras.

Leonel Antonio Duarte Higuera: Vocal: Es hijo de Margarito Leonel Duarte García y María Elena Higuera Valladolid. Es nieto de Elisandro Duarte Peralta y Octavia García Vidaurrázaga; y de Roberto Higuera Duarte, y Paz Valladolid Duarte. Es licenciado en derecho.

Ramón Adolfo Loya García. Vocal: Es descendiente de la familia Loya Espinoza del rancho “Rosarito de los Loya”.

En este año 2010, en el certamen que se celebró para distinguir la belleza femenina de El Rosario, el orden según los jueces quedó de la siguiente manera:

Reina señorita El Rosario: Kenia D. Loya Peralta

Princesa: Miriam Nahara Meling Vega

Duquesa: Itzel Peralta Sánchez

Reina Mamá 2010: Yulma Inés Espinoza Verdugo

Princesa Diamante Mamá: Noemí Lopez

Princesa Perla Mamá: Liliana Savin Martínez

Duquesa Mamá: María Quintero Aguilar.

Reina saliente: Adriana Lisbeth Acevedo Meza.

De los patrocinadores: Algunos apoyaron en especie, y otros de manera económica.

IMANALOGO, Restaurant “Mama Espinoza”, “Hotel Cabaña”, “Novaclean”, “LM Eventos”, Rancho “Santa Rosa”, Rancho “Beltrán”, Frutería “La Costa”, Grupo Pesquero “Regasa”, Cooperativa de pescadores “Ensenada”, Tortillería “Blanca Eshtela”, “San José” Mercados, Mercado “ABD”, Papelería “Yadhys”, CEMSAD COBACH EL ROSARIO, Mercado “Impulsora Comercial”, Compra-Venta de Ganado “El Vaquero”, Hotel “Baja Cactus”, Mofles “Aviña”, Llantera “San Borja”, Mercado “Wence”, Novedades “Nereida”, “Jersey”, Universidad Xochicalco, Grupo Sentencia Norteña.

Asistió al acto la representación del Instituto de Cultura de Baja California.

Turismo del Estado de Baja California

Desarrollo Social

Se contó con la presencia de la autoridad local en la persona de Jesús Wence Ríos: Delegado Municipal.

Antonio Muñoz, uno de los Promotores en el año 2005 del festival de la fundación de El Rosario, es hijo del profesor Antonio Muñoz Meza, quien en su juventud, era el único rosareño estudiado.

Antonio Muñoz Meza, es nieto por parte de madre de la primer profesora originaria de El Rosario, la señora Doña María de la Luz Echeverria Ortiz, y del Juez de Paz en 1915, Don Francisco A. Meza; bisnieto también del juez de Paz en 1890, Don Teofilo P. Echeverria.

Después de Antonio Muñoz Meza, le siguió como rosareño estudiado el distinguido profesor Heraclio Manuel Espinoza Grosso, precursor de la escuela secundaria del lugar, que merecidamente lleva su nombre; a él le siguió el Ing. Industrial Marco Antonio Espinoza Grosso; años más tarde se sumó el profesor Gilberto Covarrubias Espinoza; y a la par de Gilberto, lo hizo también quien esto escribe, como Ingeniero Civil, Investigador, Historiador, Escritor, rescatador del antiguo edifico “Padre Salvatierra”, y fundador del museo comunitario “El Rosario”; el Ingeniero Agrónomo Carlos Beltrán Lara, el ing. Jesús Cortés, el maestro Leobardo Espinoza Duarte, son otros estudiados de aquellos tiempos, todos dignos representantes del intelecto que engrandecen a El Rosario, y que se enriquecerá amplia y generosamente con toda seguridad cuando los nuevos lleguen a la meta.

En la actualidad por fortuna somos un magnifico número de rosareños estudiados; los hay en casi todas las disciplinas, tan destacados como lo es el Ingeniero en aeronáutica en jefe Felipe Higuera Cochran, descendiente de Rosareños, quien trabaja, en la importantísima Organización del tratado del atlántico norte: OTAN, viajando por todo el mundo, y radica en Alemania.

Con gusto y orgullo tenemos a infinidad de jóvenes en formación, en cuyas manos y bajo su responsabilidad dejaremos el engrandecimiento de nuestro pueblo. Los actuales jóvenes no podrán pasar de largo por la vida sin dejar su semilla, que fructificara de seguro engrandeciéndolos a ellos, y fortaleciendo al pueblo.