"NUESTRA TIERRA SE LLAMA "BAJA CALIFORNIA", NO SE LLAMA "BAJA":
SOMOS "BAJACALIFORNIANOS", NO SOMOS "BAJEÑOS"... "Agradezco infinitamente a mi amigo ARQ. MIGUEL ALCÁZAR SÁNCHEZ, el apoyo que me ha brindado al diseñar ésta página y subir mis trabajos desde el año 2007"

domingo, 26 de agosto de 2018

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA. (4)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 27 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 127.

CUARTA PARTE.

...Desde luego que al día siguiente, muy de mañana, encaminé mis pasos y mi atención para la exploración del arroyo, tal y como lo habíamos comentado la tarde anterior en casa de los Celaya Jiménez.
Es un arroyo cuyas corrientes, en épocas de "las aguas", discurren desde el norte de San José, pasando entre La Sangre y Santa Isabel, -La Cuchilla-, y continúa su corriente con rumbo al golfo de California.
Al poco tiempo de andar con rumbo al arroyo, me encontré con una familia que estaban en el corral ordeñando a las vacas, los saludé, y de inmediato la señora, que era joven, muy alegre y de hablar rápido, dirigiéndose al marido le dijo:
- "Mira Lico, aquí viene llegando un buqui del rumbo "denque" la Rodhe, pero trae un paso como de Juan", -que después supe que significaba paso muy lento-
"¿Qué andas haciendo?, Yo soy la Uva Montoya Gaxiola, él es Lico Celaya Bernal, y todos éstos buquis son nuestros hijos;
- ¿y Tú, quién eres?".
-Soy sobrino del profesor Heraclio...
-"Ya ves Lico, te dije que venía “denque la Rodhe"; -
¿Te mandaron para acá?
-No, voy para el arroyo
-Y qué chin...vas hacer pa'l arroyo sobrino del profe Heraclio?, preguntó Uva, luego agregó: "Tómate una taza de leche con café, y luego te vas pa´l arroyo pueees buqui jodido".
 Y como no me tomé pronto la bebida, se quedó viéndome mientras me preguntó:
- ¿Que pasó puees, te la vas o tomaar o nooo?
Nadie hablaba, sólo ella, pero al fin me dio la bienvenida a su casa muy gentilmente, con un lenguaje muy florido, y con mucha rapidez al hablar.
Lo mismo hizo Lico, mientras me decía que era hermano de Don Ruperto Celaya Bernal, y del Profe Manuel Carlos, pero que él sí era muy alegre; pegó unos gritos y empezó a cantar:
…"En las cumbres de un verde mezquite, tristemente cantaba un jilguero..."
 Y después empezó con otra canción, al mismo tiempo miraba a Uva:
"…Que tendrán esos ojitos, por qué me miran así, contentos con otras caras y enojados para mí; y en el juego del albur le fui...",
 Luego me dijo:
"Noo si aquí en San Manuel nunca te vas a enfadar, y si te enfadas, recalas "panque" la Uva y el Lico, y te vas a ir componiendo... una sonora carcajada le siguió al canto.
Bueno pues me hicieron desayunar cuajada con tortillas de harina, unos burritos de machaca seca y frijoles enteros, a pesar que les insistí que ya había desayunado antes de salir de la casa.
"Queeé ya comí, ni que la chin..., ándele buqui o te agarro a peñascazos", me dijo Uva.
Fuimos amigos todo el tiempo que estuve viviendo en San Manuel.
Ese día  ya no fui al arroyo, me la pasé con Lico ayudándolo a ordeñar, y luego a llevar las vacas a la milpa, darle comida y agua a los becerros en el corral.
Como a las tres horas nos gritó Uva: "Vénganse a comer". -Otra vez a comer pensé-
Uvaldina Montoya Gaxiola, es mi nombre, pero me dicen "La Uva", soy prima de tu tía Rhode; mi mamá y la de ella son hermanas; son hijas de mi tata Chemalia Gaxiola, que vive pa´llá, pa´ La Cuchilla, pa´llá, pa´rriba.
Al siguiente día de haber estado en casa de Federico "Lico" Celaya Bernal y Uvaldina Montoya Gaxiola, muy de mañana, poco antes de la seis, mientras estaba atizando la estufa de leña, tocaron a la puerta; eran "Michita" y "Conchita" Celaya Jiménez, mis vecinitas, y me dijeron que iban por mí para que fuera a desayunar con ellos, que ya estaba todo listo. Fui a su casa en su grata compañía, pero ya Don Ruperto se había ido a trabajar, así que como un hijo más desayuné junto con Michita, Conchita, Vicky, Juan, Chejo, Dalia, y  la bebita que era María de Jesús, y le decían "Macachú"; todos siendo atendidos con mucho cariño por Doña Arminda.
Después de desayunar fui con rumbo al arroyo, sólo que ésta vez tuve a quien avisarle hacía donde dirigiría mis pasos; mi nueva protectora: Doña Arminda.
-Sí, vete con cuidado,; y cuando vuelvas vienes avisarme para no estar con pendiente, me dijo cuando ya me iba.
Pasé por "enque" Lico y Uva, me detuve como una hora con ellos, y luego seguí con rumbo al arroyo.
 Allá, en el arroyo me encontré y conocí a Don Lázaro Murrieta, andaba arreglando los canales porque esperaban "las aguas del verano del ´69", -que así le llaman a las fuertes lluvias de verano en Sonora; y que en mi tierra se le conocen como: "lluvias de verano", a secas-.
Al ver a Don Lázaro, detuve mi andar, y él detuvo el traspaleo que hacía, y al igual que todos al no conocerme, cuestionó mi origen; nos presentamos, y al saber que era Yo un Espinoza, me dijo:
- Mira ésta milpa es mía, pero aquí sembramos frijol pinto a medias, el Profe Heraclio y Yo,
  aprovechando "las aguas"
 Por cierto que ese año del sesenta y nueve, o en el setenta, también me tocó trabajar en la siembra de temporal del frijol, y levantamos abundante cosecha, que con la parte de mi tío, llenamos a granel el porche de la casa hasta por encima de la mitad de las paredes, y entrábamos a la casa por la cocina. Se dio un grano muy grande y bonito, que luego vendieron; me parece que se lo llevaron para Nogales, o para Cananea y Caborca, después de dejar bien surtida nuestra despensa.
Cuando llegó el día de inscribirnos en la escuela, aunque nosotros decíamos "matricularnos"; c aquél día de las matriculas llegué a la escuela y fui a buscar al Profesor Manuel Carlos Celaya Bernal, pero me topé con que ahí estaba mi tío, había llegado directo de Hermosillo a la escuela, sin pasar por la casa, y de la misma manera se fue.
Ya en la escuela miré que a muchos niños de todos los grados los estaban matriculando. A la primera persona que conocí esa mañana del primero de septiembre del sesenta y nueve, fue a Santos Badilla, y poco más tarde a Silvia Castañeda Núñez, a Dora Luz y Elvira Noriega Núñez, Heriberto Celaya Badilla, Dora María Jiménez Badilla, Armando y Crucy Badilla González, Samuel Cruz Molina, Rodolfo Tavares, Isabel Luna, Yolanda Calixtro, Andrés y Felipe Gaxiola, José Castañeda Núñez, Raquel Montoya Gaxiola, Ernestina y Elías Castañeda Gaxiola, Antonio Celaya Figueroa, Ignacio Celaya, Guadalupe Rivera Serna, Martha Murrieta, hija de Don Lázaro; y a otros niños, entre ellos a Martín Celaya Badilla.
Para cuando entramos a clases, todos se reían por mi extraña y pausada manera de hablar, y con acento distinto al de Sonora.
La escuela contaba con tres maestros, uno para primero y segundo, otro para tercero y cuarto, y otro más para quinto y sexto. A los de quinto y sexto nos daba clases mi tío Heraclio; el Profesor Manuel Carlos Celaya Bernal, además de Director le daba clases, creo que a tercero y cuarto; y otro profesor que no recuerdo su nombre a primero y segundo; aquel profesor vivía en la dirección de la escuela.
Mi compañero de mesa-banco, que era para dos niños fue Antonio Celaya Figueroa, que le decíamos "Toñito Celaya", a mi izquierda, después del pasillo, estaba Samuel Cruz Molina.
Las clases eran todo el día, ahí en la escuela comíamos, y cada quien llevaba sus alimentos.
A un costado del camino real, que une a todos los pueblos, al lado Este de la escuela, estaba un mezquite; en ese lugar los Castañeda, y Noriega, tenían su "campo" y siempre un sartén de fierro colgado de un clavo, sobre el suelo tres piedras, unos leños de mezquite y de palo fierro, con que calentaban todos los días su comida.
Yo comía enfrente de la escuela, en la casa de María de Jesús Dicochea Gaxiola y Juanito Escudero, ya que ella es hermana de mi tía Rhode;  en ese lugar también se asistía mi tío.
Todos los compañeros comían en distintas partes alrededor de la escuela, pero por fuera del cerco. Los que vivían por ahí cerca, en La Sangre, como Heriberto y Martín Celaya Badilla, Dora María Jiménez Badilla, Yolanda Calixtro, los Tavares, y otros iban a sus casas.
Al finalizar la segunda semana de clases, ya traía el pelo muy largo, según la apreciación de los profesores; -y era cierto, ya que la última vez que me lo había cortado fue en El Rosario, dos meses antes, con Juan "Cachirri" Duarte Peralta-; así que me dieron la orden que me lo cortara. Y me dijo mi tío, te vas a Magdalena de Kino para que compres unas cosas, y de paso te cortas ese pelo.
- ¿Y en dónde está ese lugar que dice?
-Está para allá para el otro lado de Santa Ana.
- No lo mandes solo, se va a perder Heraclio, le dijo mi tía Rhode, está muy chico Alejandro.
- Ahí donde la ves, le contestó, ese "chico" es capaz de sacar al diablo de un agujero.  ¿Qué no te has dado cuenta que tan decidido es?
Me volteó a ver y me dijo:
-"Mañana temprano te vas a Magdalena de Kino, va a pasar Don Pancho López en un camioncito, le haces la parada en la orilla del camino, y no te le despegues, él te va a llevar hasta Santa Ana.
Hasta la orilla del camino real, iba la gente en aquéllos pueblos rurales sonorenses a esperar a Don Pancho, que manejaba la ruta rural entre Atil y Santa Ana,  era el medio de transporte en que muchos se movían entre pueblo y pueblo,  entre rancho y rancho.
Cuando íbamos en el camión de Don Pancho López, entre San Manuel a Santa Ana, el ambiente era de total armonía, pues todos se conocían, se conducían entre ellos con toda familiaridad, siendo Don Pancho el moderador; viajaba Bernabé García,  que yo lo había conocido antes, pues cuando estaba solo en la casa, fue y me tomó varias fotos. -mismas que aún conservo-
Era Bernabé, al igual que Don Pancho, conocido en todos los pueblos, ya que fue quien le tomó fotos a casi todos, como de los años del cincuenta hasta los setentas, incluyéndome.
-La hija de Don Pacho, llamada Alma López, quien vive en Santa Ana en la actualidad, recién me acaba de ilustrar: dice que el recorrido por su padre realizado, era con salida en Atil, continuaba para Tubutama, La Reforma, San José, La Sangre, San Manuel, El Ocuca, y Santa Ana-

Cuando en la mañana de aquél día llegamos de San Manuel a Santa Ana, tan pronto miré las vías del tren, me sorprendí, y le pregunté a Don Pancho que si qué era ese camino de fierro y barrotes:
- "Son los rieles del tren; ¿no los conocías?", exclamó Don Pancho.
- No, ni conozco el tren, nunca he visto uno.
- Por aquí pasan a diario, son muy largos.
- ¿Más largos que éste camión? le pregunté.
-! Oh sí! como cien camiones, y más largos todavía
-¿Nunca has visto uno? ¿ni en los libros?
-¡No, nunca! Bueno en los libros sí.
- Y es que lo que Yo había escuchado acerca de los trenes, era muy diferente, ya que a mi tierra llegó, desde México, Distrito Federal, un hombre llamado Saturnino Díaz, y fumada exageradamente, y algunos le decían: "Le ganarás al tren a correr, pero a echar humo no"; eso era lo más cercano a un tren que había escuchado durante mi niñez en El Rosario-
Eso le contesté a don Pancho López, y respondió:
-"Ah qué viejo chucatoso ese Saturnino".
-¡Chuca qué?
-!Vieeejo fumadorrr!.
Sólo eso me respondió.
Así que la primera vez en que miré las vías del tren fue en compañía de Don Pancho López, en Santa Ana, Sonora.

En aquél mi primer viaje con Don Pancho, a mediados de septiembre del sesenta y nueve, cuando llegamos a Santa Ana, me dijo Don Pancho que a petición de mi tío, me llevaría en su camión con el herrero José Ramón Araiza Tapia, cuyo taller era "El Cepillo", y fue con aquél joven hombre que Don Pancho me dejó, con quien fui de Santa Ana a Magdalena de Kino.
Y cuando llegamos a Magdalena, José Ramón fue y me dejó en una peluquería, más o menos al centro del pueblo, él se fue con distinto rumbo.
El hombre que me iba a cortar el pelo, tan pronto me vio, dijo:
"Si te vas a cortar el pelo, sigues que aquél señor".
"Aquél señor" de quien yo seguía, era un hombre como de unos ochenta o más años, un hombre sonriente, muy bueno para la "platicada", pero sordo; sus respuestas no correspondían a la plática generalizada en la peluquería; desentonaba como guitarra bastante desafinada en un conjunto musical.
Cuando el peluquero empezó a cortar mi pelo, dijo:
- "Ah qué buqui pelo de alambre, me vas a dejar sin filo las máquinas y las tijeras"...
-Y como en los siguientes meses seguí yendo a que me cortara el pelo, al verme exclamaba:
- "¿Otra vez tú?
- ¿Por qué te mandan conmigo?
-Ayayay... ¿Por qué te mandan conmigo?
Yo lo tomaba en broma porque se le notaba una muy leve sonrisa-...

Por la tarde, de aquella primera vez que fui a Magdalena de Kino, regresamos  a Santa Ana, José Ramón me llevó a casa de Doña Socorro Traslaviña, -tía paterna de mi tía Rhode- a quien Yo no conocía; ahí estaba Don David Dicochea, padre de mi tía Rhode, -que tampoco lo conocía-, y fue con quien regresé a San Manuel, en su camioncito de redilas chevrolet color rojo.
 -En la casa de Doña Socorro me estaba esperando Don David, cosa que José Ramón  sabía por intermediación de Don Pancho López, y a petición de mi tío-.
-Bueno, así fueron las cosas-

-José Ramón le hizo una redilas de metal y madera a mi tío, muy seguido me mandaba de San Manuel a Santa Ana, -con Don Pancho-, para que viera qué tan adelantado iba el trabajo-
 Esas mismas redilas se las llevó hasta El Rosario, Baja California, y ahí en mi tierra, las miré por muchos años, por décadas, en diferentes picaps. La Señora Beatriz Araiza Tapia, quien radica en Santa Ana, hermana de José Ramón, en enero de 2017, me informó que hace varios años que él falleció.

Otro medio de transporte, en aquéllos pueblos rurales y rancherías, era el de Don Martín Castañeda, casado Albertina Gaxiola,-hija de Don José María "Chemalía" Gaxiola-.
  Don Martín Castañeda poseía un camioncito de redilas, era a bordo de ese camión, que viajaban como cada quince días muchos hombres de San Manuel, San José, La Cuchilla,  La Sangre, y ranchos de la comarca, con  rumbo a Santa Ana para comprar los víveres de sus familias.
 Recuerdo que en la cabina iba Don Martín al volante, y una o dos señoras;  en la parte trasera, en la plataforma, iban todos los hombres parados, porque no cabían de tantos que eran; habrán de imaginar cómo venían al regreso, ya con las mercancías; viajaban casi hasta en el capacete.
Era Don Martín, hombre caritativo, ya que los llevaba y los traía sin cobrar nada a cambio, aunque siempre los "raiteros" le compartían algunos bienes
 Me tocó ir unas tres veces a Santa Ana en aquél troque, en medio de tantos compañeros, todos de pie, de ida y de vuelta.
También Don Pancho López era caritativo, ya que cobraba sólo cinco pesos, que hasta mí, que era un niño se me hacía poco…

-Antes de proseguir con las memorias que  por cerca de cincuenta años he guardado, y que ahora por éste medio les he narro,  quisiera traer ante ustedes a dos personajes, de aquellos que en todos los pueblos existen, y que al paso del tiempo se convierten en "propiedad" de la colectividad, de aquellos seres que se vuelven parte del folclor: “RAMÓN GORDO" y “PIANO GAXIOLA”
…continuará…

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