Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 25 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 126.
TERCERA PARTE.
…Aquel día fui por toda la vereda, por entre el monte, desde San Manuel a La Sangre, siempre viendo el ambiente, los árboles de palo fierro, palo verde, sahuaros, hediondia, el blanquizco y arenoso suelo; escuchando las chicharras que aumentaban su ruido conforme el calor era más intenso.
La distancia, entre la casa y la escuela, es de cinco kilómetros.
Muy adentrado iba en mis pensamientos, cuando de repente un trozo de papel que llevaba el viento chocó contra mí, lo agarré por instinto, y miré que traía algo escrito; seguí caminando y leyendo aquel escrito, el mismo que ahora les comparto, lo hago, porque me agradó mucho lo que ahí decía, al grado que lo aprendí de memoria:
"Por una simple avellana,
dos rapa-suelos pobretes,
se pegaron de cachetes,
un martes por la mañana;
Cansados de sacudirse,
y obrando al fin la razón,
la causa de la cuestión,
acordaron repartirse,
uno de los dos la fruta partió,
y una vez partida,
vieron que estaba podrida,
y había sido inútil la disputa...
Suele a menudo pasarle,
e al grande como al pequeño,
pretender con tanto empeño,
lo que no ha de disfrutar".
Seguí mi andar, y al fin me tope con la escuela que en uno de cuyos muros estaba escrito: "Escuela Primaria Rural Federal Maestro Justo Sierra", Ejido La Sangre, Sonora.
En el trayecto se encontraban unas cuantas casas, entre juntas y dispersas, con grandes llanos, no llegué a ninguna parte, solo regresé a la casa, al fin que ya había explorado más allá del terreno de la casa, y eso me daba seguridad.
En el camino me encontré con un hombre muy amable, me dijo que era el comisario en el ejido La Sangre, su nombre: Salvador Jimenez, venía caminando por un terreno muy grande que era el campo de béisbol, que se encontraba juste frente a su casa, se contentó mucho cuando le dije que el profe Heraclio era mi tío. Nos despedimos, y al poco andar de regreso a la casa me encontré con Don Ruperto Celaya Bernal, nuestro vecino; juntos nos fuimos y entablamos una charla muy amena, aunque era él quien me explicaba las costumbres del pueblo, sobre las familias, y sobre la amistad y el aprecio que todos le guardaban al profe. De seguro recibirás lo mismo trato, repitió varias veces. Me invitó a comer a su casa, ese medio día. Siempre me dieron trato como a un hijo propio...
...Cuando iba en recorrido de exploración de la casa a la escuela, al pasar por algunas casas, se miraba que todas contaban con los mismos implementos de uso cotidiano que las de nosotros en El Rosario; todas tenían pozo para agua con sus brocales muy bien terminados, sus cuerdas sobre las rondanillas y enrolladas en el suelo, espacios para aves de corral como, gallinas, guajolotes, y en ocasiones patos; corral para la ordeña, quesera, quebradero para la leña con una hacha clavada en un tronco, y bastante leña apilada, una cortada y otra en troncos; había tendero para la ropa, letrina, algunos árboles; todas las casas se veían con sus chimeneas, o tubos galvanizados por donde humeaban las estufas de leña.
Había corral para los cochis, en algunas casa contaban con un carro viejo que les servía como almacén, o como gallinero; todo me era familiar, también pude ver molinos para moler el nixtamal cerca de las casas. Por afuera, todo era igual que en mi pueblo.
Lo que llamó mi atención, y que no se usaba entre nosotros, era que en todas las casas tenían en el patio, cerca del lavadero y el tendero de la ropa, una tina grande ahumada, sentada sobre tres piedras, o sobre ladrillos, con una pila de leña al lado; eso me hizo creer que era donde calentaban el agua para bañarse, -pero si hace aquí hace mucho calor, para qué van a calentar el agua, pensaba-
Había a la llegada de todas las casas, por fuerita, una cántara, o un recipiente grande lleno de agua fresca y con tapadera; al lado, y de un clavo colgaba un pequeño sartén coludo; supe que era el agua para beber: todo mundo saciaba su sed, tomando el coludo agarraba agua, la bebía, dejando una poca para enjuagar el coludito, aventaba el agua del enjuague sobre alguna planta, o directo al suelo, y lo volvía a colgar en el clavo para que llegara el siguiente sediento y repitiera aquél ritual.
Ese cántaro de agua y las tinas ahumadas del patio eran desconocidas para mí.
No había luz eléctrica, solo lámparas de carburo que llamaban cachimbas, y otras de destilado, -petróleo-, que usaban para alumbrarse; no había pavimento, muy pocos autos, mayormente contaban con camioncitos y bestias para el trabajo.
Cuando iba de regreso de la escuela a la casa y nos acompañamos Don Ruperto Celaya Bernal y Yo, de inmediato lo cuestioné con respecto a aquellas ahumadas tinas, y me dijo:
- Es donde las mujeres ponen a hervir la ropa.
- ¿La ropa, a hervir la ropa, y para qué la hierven?
- Todas las mujeres hacen eso, primero la lavan, la enjuagan, y después la hierven para que quede limpia y no percudida; y ya seca la planchan con planchas de fierro que calientan en las brazas o en las estufas de leña. – me dijo-
- En el publo de Atil, de donde somos los Celaya, hacen lo mismo que miras aquí. Mi padre también es de allá, su nombre: Ruperto Celaya Ortiz.
Y te digo que también lo hacen en Oquitoa, en el Sasabe, El Ocuca, La Reforma, Tubutama, Trincheras, Pitiquito, El Claro, Altar, La Playa, Imuris, en Cucurpe; en algunas casas en Santa Ana, en Magdalena de Kino, y en Caborca; en todas partes, aquí en Sonora se hace eso, -en todas Alejandro-
-Ya vamos a llegar a la casa, vénte, vamos para que almuerces con nosotros me dijo, y así lo hicimos.
Me quedé sin palabras ante las explicaciones sobre la ropa que me hizo Don Ruperto.
También lo del cántaro y el sartén coludito me lo explico él.
En todas las casas por las que pasé cuando iba para la escuela, estaban haciendo queso, se veía que algunos quebraban la cuajada, otros ya los tenían en mantas, y otros más lo estaban cociendo.
Una señora estaba haciendo requesón, y otra mas estaba dándole el suero a los cochis.
En otras casas estaban haciendo tortillas de harina muy grandes en fogones que tenían en una de las paredes, por fuera de las casas. -Son tortillas sobaqueras de Sonora, también me explicó mi ya amigo Don Ruperto Celaya Bernal.
Me contentaba mucho ver que en varias casas tenían un tendedero de carne seca, y sobre los zarzos varios quesos oreados.
-Muchos años después, supe que lo que acabo de describir, lo que miré en 1969, eran costumbres y tradiciones en Sonora, para entonces, con al menos trescientos años de antigüedad, y que habían sido introducidas a la Alta Pimeria por Fray Francisco Eusebio Kino, y por otros misioneros que se adentraron mediante el sistema misional a las tierras de la Baja y Alta Pimeria, que hoy ocupan los estados de Sonora y parte de Arizona, - la parte que también era Sonora-, principalmente.
Cuando terminamos de almorzar en casa de Don Ruperto y Doña Arminda, me dijeron que si ya habia ido para el arroyo, les dije que no, y que como hacía demasiado calor prefería ir al día siguiente, como así fue...
…continuará…
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