"NUESTRA TIERRA SE LLAMA "BAJA CALIFORNIA", NO SE LLAMA "BAJA":
SOMOS "BAJACALIFORNIANOS", NO SOMOS "BAJEÑOS"... "Agradezco infinitamente a mi amigo ARQ. MIGUEL ALCÁZAR SÁNCHEZ, el apoyo que me ha brindado al diseñar ésta página y subir mis trabajos desde el año 2007"

sábado, 10 de noviembre de 2012

PANTEON MISIONERO DE EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA.

Una tradición misionera centenaria que sobrevive en Baja California.

El primer panteón de El Rosario fue fundado en 1774; el segundo en 1802; el tercero hacía 1863, y el cuarto el 24 de Diciembre de 2011.
Nuestras tradiciones son cultura y conocimiento, valoremos nuestro legado.

Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
07 de Noviembre de 2012.
Artículo número 104.
“Somos de Baja California, no de Baja; Bajacalifornianos, no bajeños”.

           Cuando en 1774, se estableció en lo que hoy conocemos como El Rosario de Arriba, Baja California el primer sitio de la misión en el paraje Viñatacot, sitio natural así conocido durante milenios por las tribus de los primeros pobladores, los mal llamados “indios”, y que a partir del año del establecimiento de la misión nace El Rosario, un asentamiento mas para mitigar en poco la ansiedad de mas territorios y dominios para el imperio español en la península de Baja California, siendo la fundación de  El Rosario, el primer logro de la orden dominica,  la mas austera y pobre de las tres ordenes religiosas misioneras que sometieron la tierra peninsular bajacaliforniana y a sus habitantes a  la España de aquél entonces.
           En el primer asiento misional establecido en El Rosario, Baja California en el ya remoto año de 1774, hoy conocido como El Rosario de Arriba, se abrió el primer panteón  para las gentes de “razón”, que eran españoles, y criollos, mientras que, era costumbre de los misioneros, que a la poblacón autóctona  se les sepultara aparte, para el caso de El Rosario, en el sitio de la primera misión,  los 'indios' se sepultaban en la parte noreste, sobre una colina, fuera de los muros de la misión.  Recientemente se construyó una calle a base de concreto, que conduce a la colonia “la misión”; esta rampa se construyó en el preciso sitio donde se encontraba el panteón de los “neófitos”, tambien llamados penitentes, o indios, que era como los misioneros y cualquier extranjero llamaba a los cochimies.
        Para el año de 1802, en que se estableció el segundo sitio de la misión, en lo que hoy conocemos como El Rosario de Abajo, de inmediato se abrió un nuevo panteón al suroeste de las construcciones del nuevo sitio misional. Aunque desconocemos en la actualidad a quien fue la primera persona que se le sepultó en ese lugar, sabemos que a partir de aquel año, de 1802,  la mayoría de los rosareños allí descansan.
           Posteriormente, en los primeros días del registro civil en México, en El Rosario, hacía 1862, se extendió el panteón hacia el Este, colina arriba, en cuyo lugar se han sepultado infinidad de personas, mayormente de las familias Valladolid, Meza, y Ortiz. En ese lugar, hacia 1863, fue sepultado Regís Varelas, siendo abandonado el sitio por unos veinte años, siendo hasta los 1880 en que se sepultó a dos o tres parroquianos má, para ser abandonado de nuevo, y reabierto en 1921 con el sepelio del chino Alfonso Cho, siendo desde esa fecha utilizado en forma permamanente hasta la actualidad.

DIA DE MUERTOS EL AÑO DE 1848.
            A nuestros días ha llegado un valioso legado, relativo a la original costumbre misionera de la conmemoración del día de muertos, que en El Rosario se ha transmitido de generación en generación, siendo este el único sitio en Baja California, donde se conserva esa tradición misionera, y que Don Manuel Clemente Rojo,  dejara algunos  importantes pormenores  acerca de esta costumbre.
         Según las relaciones que Rojo dejó escritas y que llegaron hasta nuestros días, él se encontraba en la misión de Santo Domingo de la Frontera, el día dos de noviembre de 1848, día de muertos, viajó hasta allá proveniente de El Rosario.
            “Por la mañana del día dos de noviembre, describe Rojo, las familias acuden a limpiar las tumbas, y el panteón en general; lo hacen de manera que mientras unos llegan, otros se retiran del lugar.
            La celebración de lleno inicia al caer la noche, se reúnen  las familias alrededor de las tumbas de sus difuntos, mientras encienden una “bujía”, (en referencia a una vela), que los mismos rancheros fabricaban para ese fin, valiéndose de la cera de las pencas de miel.
             La familia reunida en torno a la tumba del ser querido, enciende la bujía, y se quedan toda la noche velándola para volver a encenderla cuando el viento la apaga, mientras tanto, todos rezan, y platican mayormente los recuerdos que se guardan del difunto.
             Al amanecer se despiden los últimos parientes que aun quedan en el panteón, de donde el retiro inicia hacia las tres de la mañana, para volver al año siguiente”.
             Esta conmemoración de muertos descrita por Manuel Clemente Rojo, se acostumbraba en todas las misiones, sin embargo en la actualidad, solo en El Rosario se conserva intacta, al igual que  en aquellos lejanos tiempos.

CELEBRACION EN EL ROSARIO.
            En El Rosario al igual que antaño, en la actualidad, el día primero y dos de noviembre se atiende durante el día la limpieza de las tumbas y el panteón, mientras unos llegan, otros se retiran, llevando a cabo todo tipo de arreglos dentro del camposanto, es decir, se prepara el panteón, para que al anochecer del día dos  el pueblo completo acude a pasar la noche con sus fallecidos, de tal manera que el ambiente  de respeto, de camaradería, de afecto, entre todos los asistentes es de suma importancia y cordialidad.
           Nunca se  ha acostumbrado tomar licor durante esta ceremonia, solo se agregaron bebidas calientes, después algunos alimentos, y ya para principios del siglo veinte, se introdujeron a muy baja escala panes de lonche, panecillos de maíz, galleta pilota, chocolate,  atole de maíz; y principalmente café.
         Hoy en día, en cada tumba se encienden cientos de velas, ya no una como las que describe Rojo. Familias completas desde mayores, jóvenes, niños de brazos y de mano, se arremolinan en torno a las tumbas, y después de un rato, inicia el recorrido por todo el panteón, para saludar y brindar el respeto a los parientes que “velan” las tumbas, donde descansan los demás parientes.
          Desde hace siglos, en El Rosario, se ha enseñado, y se  sigue enseñando a los niños que enciendan  velas en las tumbas que permanecen apagadas. Los niños piden velas a cualquier persona que se encuentren a su paso, los que generosamente  las obsequian para que cumplan con su encargo, y para que la tradición continúe.
       Existen tumbas en las que nadie enciende velas, salvo los niños y algunos adultos; estas tumbas son en las que descansan personas que ya no cuentan con ningún sobreviviente en el pueblo, o bien, son de personas que vivían solas, y cuando murieron la caridad pública las sepultó; y que ahora la misma caridad pública les enciende velas para iluminarles el camino hacia donde quiera que vayan.
        Por fuera del panteón, en la colindancia sur, existen varios y solitarios sepulcros, en las que hace unos cien años o más, fueron sepultadas las personas que la iglesia consideraba herejes, tales como practicantes de magia negra, o cualquier individuo que hubiera sido excomulgado.
        Estas personas eran consideradas no gratas, y la iglesia los olvidaba para siempre, no permitiendo cruz en sus tumbas, tampoco el nombre del fallecido, de tal suerte que su entierro era en todos los sentidos, y por fuera del camposanto. Por estas razones legadas durante todos los tiempos, no se acostumbra voltear incluso en la actualidad a ver los sitios donde yacen aquellos desdichados; aunque ya para estos tiempos se encuentran muy borrados, y afectados por las corrientes pluviales, con lo que se viene perdiendo esa parte de nuestra historia.
        A todas las tumbas que se encuentran dentro del cerco del camposanto, absolutamente a todas, se les encienden velas.
    Esta bonita costumbre y tradición misionera de festejar a los muertos, originalmente arraigada en todos los panteones del norte peninsular fue perdiendo presencia, a grado tal, que ya se ha olvidado en todas partes, no así en El Rosario, y que se ha conservado, creo que es, gracias a lo aislado  que estuvo este sitio desde su fundación hasta el año de 1973, año en que llegó la carretera transpeninsular; es decir su aislamiento fue durante 199 años, lo que redundó en la preservación de originales costumbres como esta, las vaquerías, la pesca tradicional, la microhistoria narrada de padres a hijos, entre otras originales costumbres que continúan hasta nuestros días en mi tierra.



    MI PRIMER CONTACTO CON ESTA TRADICION.    
                 La primer ocasión que tuve conocimiento de esta bonita tradición,  -claro sin entenderla en aquella primera vez-, fue cuando era un niño que aun no cumplía los seis años de edad, el año de 1963, y es que la tarde del día dos de noviembre de aquel año, mi madre y yo preparamos tamales de carne de res, y tan luego como cayó la tarde, casi para obscurecer, me mandó a pie con rumbo al panteón, para que los vendiera, y con ello poder ayudarnos un poco con la  maltrecha economía familiar de aquellos “tiempos malos”.
          Recuerdo que por ser mi carácter callado, y como no se acostumbraba entonces que los chicos  cuestionaran las decisiones de  los mayores, partí desde El Rosario de Arriba, donde vivíamos, con rumbo a El Rosario de Abajo, donde el panteón se encuentra.
Antes de salir de casa mi madre me dio tremendas y vastas recomendaciones:

      No te vayas por el camino de carros, vete por el arroyo, por las veredas de los caballos, no sea que algún borracho te atropelle, y cuando escuches algún jinete te metes al monte, no te entretengas en nada; !Ah!, y no vayas a perder el dinero.
         En la travesía entre la casa y el panteón, me asaltaban y torturaban todo tipo de pensamientos, mientras pensaba que a mi madre algo malo le pasaba, pues como era que vendería tamales en el panteón, donde todos estaban muertos. Mi  miedo y angustia crecían importantemente a medida que la obscuridad caía, se acrecentaba entre mas me acercaba al panteón.
   Cuando salí del monte, ya en El Rosario de Abajo, alcancé a mirar  un lucerío en el panteón, nunca antes visto por mi en ningún lado, mi sorpresa fue mayúscula, pues creía que las ánimas se estaban apareciendo, ya que esas eran las cosas que contaban algunos mayores en repetidas ocasiones.
      Escuché que se acercaban algunos jinetes al lucerío, y luego escuché murmullos como de platicas, y de rezos; por ahí dejé la pesada olla de los tamales, mientras me acerqué sin salir de la absoluta obscuridad, para apreciar, y explorar  lo nuevo que aparecía ante mis ojos, y poder correr en caso necesario, pero distinguí personas conocidas, así que después de un rato de observación regresé por la olla, y con cierta confianza me adentré al panteón,  para entonces eran  cuando mucho las nueve de la noche.
 Se acercaron varias personas, todas conocidas por mí, estaban vivas, me compraron rápidamente los tamales, así que la confianza la recobré, y el miedo se fue.    
       A partir de 1961, con la llegada a El Rosario, y posterior fallecimiento de personas del Ejido Nuevo Uruapan,  oriundos del interior del país, y que al sepultar en nuestro panteón a sus seres queridos, integraron a nuestras costumbres la flor de cempasúchil antes desconocida por nosotros. Ellos adornan las tumbas al estilo del México interior, y asisten al panteón sólo de día.
      Con celebraciones auténticas, genuinas formas de vida transmitida de abuelos a nietos, de padres a hijos, es como conservamos, en parte, aun el espíritu misional en nuestra tierra, el que sin lugar a dudas perdurara espléndidamente por largo tiempo, como hasta ahora ha sido…!Se las encargamos jóvenes rosareños!…
OTRA COSTUMBRE DE SEPULTAR.
          Los sepulcros que se encuentran en los ranchos de la región de El Rosario, como lo son San Juan de Dios, Los Mártires, El Rosarito de los Loya, entre otros, eran construidos como a continuación se indica:
          En los suelos rocosos se abrían fosas de unos cuarenta centímetros de profundidad, apenas en cuanto el ras del suelo cubría el cuerpo del difunto, este era colocado sobre el cuero crudo de una res, y bajo el cuero una tanda de gruesos troncos de mesquite, una cobija, después se colocaba el cuerpo, y se cubría  con mas cobijas y, con otro cuero crudo de res. Encima de esta mortaja se colocaba una tanda de gruesos troncos de mesquite, luego encima una capa de piedras planas; enseguida  partiendo desde el suelo hasta una altura de un metro y medio aproximadamente, se levantaba un muro perimetral en la fosa. El muro era de roca acomodada,  asentada con mortero de cal fabricada por los mismos rancheros. Este muro se rellenaba de tierra, y en la parte alta se terminaba la tumba en bóveda o algo similar, que era como se le daba el acabado final.   
           Este tipo de sepulcros se utilizaron al menos durante todo el siglo diecinueve; y se pueden aun ver en los panteones de los ranchos, y en las viejas tumbas del panteón de El Rosario, tanto arriba de la colina, como en la parte baja.
         Muchos años después, ya en pleno siglo veinte, los ataúdes en el pueblo se construían a base de madera, muchas veces con tablas o tablones de los que se varaban en las playas y bahías de la península. En El Rosario, desde aproximadamente 1937, año en que llegó el colimense José Martínez Radillo,   de oficio carpintero, se dio a la tarea de construir los ataúdes en los que se sepultaba desde la década de los 1930 a los rosareños; utilizaba tablas de madera de pino, y como era la madera tan escasa, en muchas ocasiones los construía con la pedacera de tablas que reciclaba de las pequeñas embarcaciones que él mismo construía en su taller
          Los tales ataúdes en ocasiones eran de varios colores, una parte de pino, otro pedazo de ébano, otro de encino; Don José completaba el ataúd a como se podía. Cuando la familia llegaba por el ataúd, Don José además les entregaba por separado la tapa y unos clavos, para que al momento de bajar al ser querido a su última morada,  la clavaran, en el umbral de la fosa.
         En 1967, llegó a El Rosario, el día de muertos un andarín, o húngaro, que es como en los pueblos se les llama a los hombres que caminan solos, antes  por el camino real, hoy por la carretera transpeninsular. El tal sujeto de mediana edad, se llamaba “Fortunato”, o al menos así dijo llamarse, este hombre padecía serios trastornos mentales, que rayaban en la locura. La noche de aquel día dos de noviembre, cuando el pueblo celebraba a sus muertos en el panteón, hizo su arribo Fortunato, y deslumbrado por la cantidad de luces y por el fuego de las velas, poco antes de amanecer, cuando ya todos se habían retirado a sus casas, se dio a la tarea de quitar todas las cruces de madera, las amontonó, y les predio fuego, quemándolas en una gran fogata, mientras  eufórico gritaba. Así de esta manera, El Rosario perdió una gran cantidad de  antiguas cruces labradas por expertas manos de muchos ya difuntos artesanos. Durante años “Fortunato”, fue recordado como: “El loco que quemó el  panteón”.
    En la actualidad existe un cuarto panteón, que se ubica en la parte de El Rosario, llamada Ejido Nuevo Uruapan, siendo su primer sepultado, el 24 de Diciembre de 2011, el señor Juan González Durán.


AUTOR DEL ARTÍCULO.

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO

La presente es investigación de su autor, quien la protege bajo patente 1660383, se permite su reproducción siempre que se otorguen los créditos correspondientes.
Nuestras tradiciones son cultura y conocimiento, valoremos nuestro legado.
Somos de Baja California, no de Baja; Bajacalifornianos, no Bajeños”.

Vista parcial norte del panteón misionero de El Rosario, Baja California, el día 2 de noviembre de 2012: Foto: Javier Villa Espinoza, y Lourdes Espinoza Liera. Archivo: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo/Laura Delia Espinoza Jáuregui.

Vista parcial Oeste del panteón misionero de El Rosario, Baja California, el día 2 de noviembre de 2012: Foto: Javier Villa Espinoza, y Lourdes Espinoza Liera. Archivo: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo/Laura Delia Espinoza Jáuregui.

Niños encendiendo velas,  ya de noche en el panteón de El Rosario, Baja California, el día 2 de Noviembre de 2012, sobre la tumba de Zacarías Espinoza Peralta. Foto: Javier Villa Espinoza. Archivo: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo/Laura Delia Espinoza Jáuregui.


1 comentario:

Unknown dijo...

Que me puedes comentar del chino Liumindo, a que se dedico y donde murio.