El tesón de un hombre de
lucha, y los logros de una familia de éxito.
Por Ing. Alejandro
Espinoza Arroyo
El
Rosario, Baja California
05
de agosto de 2016
Patente 1660383
Articulo 122.
“Nuestras costumbres y
tradiciones, son cultura y conocimientos”: Valoremos nuestro legado…
Francisco
Rodriguez Obispo, un Rosareño por adopción, que en la vida,y desde niño, se
desenvolvió pasando en los trabajos de “Almorcero”, “tumbador” y “jimador de
cocos”, sindicalista, caminero, policía, piscador de algodón, obrero de fábrica, jubilado, y de apoyo para desamparados.
Nacido
el 30 de agosto de 1943, en Corralitos, Municipio de Aquila, Michoacán, hijo de
Felipe Rodríguez –Reyna- Munguía, y de Adelaida Obispo González. Casado a
temprana edad con su inseparable compañera María Guadalupe Vázquez Espíritu.
“Almorcero”,
se le nombra en algunas partes de México a quien desde las casas lleva el almuerzo o desayuno a quienes se
encuentran trabajando la tierra.
A los siete años de edad,
Francisco, el niño almorcero, en el Estado de Colima, dio inicio a quien
vendría a ser un ¨hombre de trabajo¨. Por
ciento cincuenta pesos de sueldo a la semana, lo rentaban por contrato a esa
corta edad, sueldo que su padre cobraba por él, y le daba, a veces, algunas
monedas para que gastara.
El trabajo de Almorcero,
consistía en llevar los alimentos a los que trabajaban arando la tierra,
sembrando o limpiando, principalmente maíz y frijol; regularmente los
trabajadores, eran los hombres de la comunidad y los niños “añejíos”, que
rondaban los diez años de edad. Los de entre cinco y diez eran rentados para
actividades más ligeras, pero igual de importantes en la labor. Los alimentos
consistían normalmente en tortillas de maíz hechas a mano, frijol, salsa de
molcajete, queso y leche, y cuando se podía, carne de aves, cerdo o de res.
Los mayores a los diez años
trabajaban en la yunta de bueyes, ya fuera arando, cultivando y preparando la
tierra de la manera requerida, según la
plantación que estuviera en puerta.
El obrero de yunta en la
labor rompía la tierra con bueyes o con mulas, siempre eran niños “añejíos”, de
diez años, trabajo que realizaban bajo las ordenes de los mayores, con sueldo
de trescientos pesos mensuales; labor también realizada por Francisco.
A los trece años de edad, se
fue a un lugar llamado “Cerro Ortega”, en Colima, pero ahora, su trabajo
consistía en “ayudante de albañil”; actividad que dejó para dedicarse a
trabajar a “Gancho y machete”, desahijando vástagos en las plantaciones de
plátano.
Para
1958 o el ´59, se enroló en una compañía conocida como “Cofasa”, de los
ingenieros Apolonio Farías padre, e hijo de igual nombre; el trabajo predominante
de esa compañía era la construcción de caminos y puentes. A Francisco le tocó
trabajar en esa actividad desde la frontera entre Colima y Michoacán: El puente
“Coguayana”, sobre el río del mismo nombre; en el puente que cruza el río
Zihuatlán, frontera entre Colima y Jalisco. De ahí pasó al estado de Guerrero,
donde apoyó en la construcción del puente que cruza el río “Néspan”, en un
lugar conocido como “Las Vigas”.
A los diecisiete años de edad regresó a Cerro
Ortega, Colima, donde se alistó en el sindicato de “tumbadores y jimadores de
coco”, perteneciente a la confederación nacional campesina.
Los
cocos de las palmeras de hasta veinte metros de altura los tumbaban con un
gancho y una vara de otate, parecida al carrizo, solo que ésta es sólida. Con
tal vara y gancho cortaban el racimo de veinte o veinticinco cocos, haciendo el
corte en el “malachicón”, que es la parte que une al racimo a la palma. El
racimo, cae a toda velocidad, directamente sobre el cortador, quien con toda
habilidad esquiva la cocotera que se le viene encima. Luego continua
“descargando” las palmas del zurco, y cuando esto ha sucedido, regresa el
cortador machete en mano, para cortar las barbas que le quedan al malachicón,
hasta dejar el montón de coco ya “despencados”, al pie de cada palma.
Hasta
los montones de cocos, al pie de cada palma, llegan los “juntadores” y “sacadores”,
que a lomo de bestias cargan en “arguenas”, que son redes especiales, mientras
que otros usan canastas para sacar la cocotera.
Recuerda
Don Francisco: “Cuando abren las “arguenas”, cae la “porriza” de bolas por
debajo de la panza de la bestia”.
Hasta un callejón llegan los
troques, donde cargan la cosecha de cocos. Francisco tumbaba entre uno a seis
mil cocos al día.
Para no desperdiciar el
terreno: Arriba están las palmas, y por debajo de éstas los vástagos de
platinos.
Pero
si la palma es de altura mayor a los veinte metros, otra es la historia: El
cortador sube al amanecer a descargar la palma, lo hace con machete que tiene
filo por los dos lados, y se hace al amanecer para ganarle al viento y al
calor. Con gancho y vara, desde el suelo, todo el día pueden cortar, en palmas
con altura menor a veinte metros; pero al subir a la palma, no. Les pagaban a
veinticinco pesos el mil de voilas, ya “despencados” al pie de la palma. Cuando
subían a descargar, les pagaban veinticinco pesos el mil de bolas, que debían
quedar al pie de la palma.
Los cocos mas grandes los
apartaban para jimarlo; le quitaban la cascara, le daban tres machetazos para
su presentación, le dejaban la estopa, que es la cascara interna. Toda esa
labor, es como si fuera un arte, ya que la destreza que ellos adquieren es
increíblemente eficaz cuando de limpiar a machetazo limpio un coco, o miles de
ellos. El Jimador utiliza un tronco de árbol “pacueco”, que es un trozo de
madera blanda, para que no se dañe el machete. También trabajaban los
“Copreros”, que son quienes sacan la carne del coco, pero tiran el agua. Cuando
les llegaban pedidos grandes de coco, los tumbadores también jimaban. Siempre
se decían entre ellos cuando estaban por partir a las labores, en las mañanas:
“Vamos al destino”, porque no sabían en qué tareas les tocaría trabajar durante
el día.
Francisco, siendo muy joven,
dejó su trabajo en las actividades campiranas y se enroló en las de gobierno,
en la policía en Cerro Ortega, Municipio de Tecomán, Colima, lugar en el que
tuvo que “aguzar” el ingenio para atrapar criminales.
Recuerda
Don Francisco Rodríguez Obispo, que en una ocasión lo comisionaron para que
intentara atrapar a un muy peligroso rufián. Para tal acción se vistió de civil
con un sombrero de los que hacen en Sahuayo. Vestido de esa manera, llego hasta
donde se encontraba el sujeto, en la cantina de Antonia, se le emparejo al
individuo, quien lo confundió con parroquiano, sin saber que era un policía que
le iba a echar guante, y que en un descuido del malandro, lo pesco sin que no
pudiera ni siquiera, decir: “pio”.
Recuerda, que cuando era
niño, hubo una matazón de trece personas, tragedia que sucedió en el pueblito
de Tepames, Colima, hechos ocurridos en la cantina “Paloma”, cuando corría el
año de 1948.
Y en
un rancho llamado Cuirindales, se celebraba una boda, cuando de repente llegó
un coyote, ya que estaban cocinando unas gallinas para los crudos, alguien le
disparó al coyote mantequero, con la mala suerte que le pegó a un invitado, y
de esa manera empezaron los balazos. En la balacera, que nadie pudo detener,
murieron ocho hombres, incluido el novio. Esos hechos ocurrieron en 1946 o tal
vez el ´47. Recuerda que en la bola andaba un “Rural de la defensa”, y que
cuando quiso actuar, había perdido el cerrojo de su rifle, y que en 1963,
cuando andaban todos intentando pasar de mojados al otro lado, le hacían burla
al “Rural”, ´por la conveniente “Perdida” del cerrojo ante la matazón, que mas
que perder la pieza de su rifle, la había escondido para no tener que ver nada
en la balacera, por temor a perder la vida. Aquel rural se llamó: José Barajas.
Por
las muchas veredas que Don Francisco ha transitados en la vida, le tocó pizcar algodón
en el valle de Mexicali, que en 1964, era un requisito para entrar de alambre,
mojado o bracero al lado gringo de la frontera.
La segunda semana de 1969,
llegó a Estados Unidos de mojado, al paso del tiempo le tocó trabajar en el
sindicato que dirigía Cesar Chávez, nacido en Deleno, California, cuya labor
consistía en ser el presidente de quejas, mientras trabajaban en la compañía
“Kilbor”, encomienda que atendió Don Francisco con todo esmero.
Dice
Don Francisco, que él fue a la escuela un lunes, un martes y un miércoles de
una semana de su niñez, y que es toda la escuela que tiene, pero que la escuela
de la vida, le ha dado muchos grados de aprendizaje.
Cuando
pasaron los años, y llegó la jubilación o poco antes de ésta Don Francisco
gustaba de ir a pescar a Punta Canoas, al sur de El Rosario, en el océano
pacifico, y que tantas veces fue, que en una ocasión, siendo acompañado por su
familia, se detuvieron a descansar en El Rosario. Cuando comenzaban en tal
descanso, se acercó hasta donde ellos estaban, el rosareño Santiago Espinoza
Murillo, quien muy amablemente le ofreció una casa para que no estuvieran casi
al aire libre. Recuerda Don Francisco, que le contestó, que sí aceptaba la
casa, porque consideró que era solo una expresión de Santiago. Cuando al rato
va llegando con las llaves, y les dijo: “Aquí tiene las llaves, esa es la casa,
y entren para que descansen y se asistan bien”.
La
sorpresa de ellos fue mayúscula, pues no conocían a nadie en el pueblo, y ahora
hasta en casa estaban alojados. Al día siguiente, regresó Santiago, y le dijo a
Don Francisco, que la casa era de su padre Herminio Espinoza Romero, y que la tenía
en venta. Yo, recuerda Don Francisco, que quería congraciarme con la Doña, mi
esposa, porque venía algo enojada en el viaje, le pregunté, si quería que le
comprara esa casa, sabiendo que le contestaría un rotundo “no”; pero que le va
diciendo que “sí”.
Y se dijo Don Francisco para sí mismo,
riéndose: “Ándele, ahí fue donde le pegaron en el hocico al perro”. Y bueno,
compraron la casa, y desde hace unos dieciséis años son propietarios de esa
casa, donde actualmente viven, alternadamente en la de El Rosario, y en otra
que tienen en California. Una en Baja California y otra en California.
Su
esposa es la señora María Guadalupe Vázquez Espíritu, nacida en Cerro Ortega,
Municipio de Tecoman, Colima en 1947.
Aquí
dejo unas cuantas líneas dedicadas a Don Francisco Rodríguez Obispo, que
trabajó en muchas otras actividades a lo largo de su vida; y a su generosa
esposa Doña María Guadalupe Vázquez Espíritu, también a sus hijos: María del
Rosario, Ana Bertha, María de la Luz, Gabriel, Verónica y María Guadalupe.
Gracias por su amistad, y por la labor de generosidad que tienen al obsequiar
despensas a personas desfavorecidas o enfermas en una buena parte de la Baja California,
desde hace al menos quince años, a raíz de su fe religiosa, y de su buen
corazón como seres humanos.
LINEAS FAMILIARES:
Francisco Rodríguez Obispo fue
hijo de: Felipe Rodríguez (Reyna) Munguía (1915-2005), y de Adelaida Obispo
González (1916 o ´17-1982). Nieto de Felipe Rodríguez) Arnulfo Reyna y Apolinar
Munguía.
Sus
abuelos maternos fueron: Tirso Obispo (Presidente de los indios de Coire,
Michoacán), y de Juliana González (1892-1982).
Todos
los familiares antepasados de Don Francisco eran de Coire, La Estanzuela, La
Placita, San Juan de Lima, y El Faro, Michoacán, México.
María Guadalupe Vázquez Espíritu,
fue hija de: Everardo Vázquez Rivera, originario de Iztlahuácan, Colima, y de
María Espíritu Tejeda, de Colima, Colima.
Abuelos
paternos: Constantino Vázquez y Paula Rivera.
Abuelos
maternos: Santiago Espíritu Polanco y Sixta Tejeda Figueroa
Bisabuelos
maternos: Aniceto Espíritu y Cecilia Polanco.
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Entrevistados:
Sr. Francisco Rodríguez obispo y María Guadalupe Vázquez Espíritu.
AUTOR: ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
PATENTE: 1660383.