SANTA ANNA PERALTA ORDUÑO: 1993.
Cuando el arroyo de El Rosario, discurre frente a los caseríos, lo hace la mayoría de las veces con una fuerza tal que destruye la comunicación entre el pueblo de Arriba, y el de Abajo; el de Arriba se encuentra en las estribaciones de la mesa norte, en la margen derecha del arroyo, mientras que el de “Abajo”, se encuentra en las estribaciones de la Sierrita, o y de la mesa de “La Corcho lata”. Las avenidas del arroyo se vuelven “Máximas” cuando al unir sus caudales el arroyo de “Los Manzanos”, el de “La Víbora”, y el de “San Juan de Dios”, este último conocido también como “El Cardonal”; todas estas afluentes a su vez se alimentan “Aguas Arriba”, en la sierra de San Miguel, estribación sur de la de San Pedro Mártir, por otras corrientes, como son los arroyos de “Los Mártires”, “El Cartabón”, “Rancho de Peña”, y otros aguas abajo, como “El Aguajito” o “La India Flaca”, e infinidad de corrientes menores de cañadas y mesetas que escurren sus aguas hacia la corriente principal, que tiene una longitud de unos veinte kilómetros, desde “El Cardonal”, o de la “Cuesta de la Víbora”, hasta el estero, o bocana en su desemboque en el océano pacifico.
Estas fuertes avenidas han sido la causa de muchos éxodos de rosareños en busca de otros sitios para vivir, ya que desde 1802, año en que se da el primer éxodo, aunque aquel primero fue a corta distancia, pues fue el año en que la misión cambió su sitio de El Rosario de Arriba, a El Rosario de Abajo, a causa de las corrientes pluviales.
Poco antes de que México perdiera el norte nacional que antes fue, y que desde 1848 es el suroeste de Estados Unidos de América, bajó el arroyo, en 1847, con saña inaudita, llevándose la mayor parte de las tierras que entonces se cultivaban, y ahogando a muchos rosareños, de los que algunos jamás aparecieron, mientras que otros aparecieron sus cuerpos en los rebalses de ramajes, espinas, y raíces dejados por las broncas corrientes.
Así han bajado las corrientes pluviales del arroyo de El Rosario, así han transcurrido las generaciones de rosareños, y en todos los tiempos hemos sido apacibles y desconcertados testigos de la magnificencia de la naturaleza, la que siempre da la última palabra, la que siempre manda, y gana.
Las avenidas de los años de 1847, de 1886, de 1905, de 1914, de 1931, de 1967, de 1978, de 1992, y de 2010, han sido igual de destructoras, igual han arrasado con tierras, que con árboles, con personas, que con caseríos del pueblo.
Por si fuera poco, en 1973, año en que se abrió la carretera transpeninsular, no se construyó puente en el arroyo, ya que según “los estudios técnicos” de México, dictaban que no se requería, pues en la zona el agua nunca llega, palabras más, palabras menos, se había calculado por aquellos ingenieros hidráulicos, que la máxima elevación del tirante del arroyo, sería cuando mucho de un metro, razón por la cual no se justificaba la inversión en la construcción de un puente.
La naturaleza “calculó” que no era así, dando su primera demostración hacia 1978, año en que “bajó” tal cantidad de agua que alcanzó niveles, nunca antes vistos por los residentes que entonces vivíamos en el pueblo, desde luego tampoco se contaba con registros escritos de los niveles que alcanzaban las aguas, todo lo que sabíamos había sido transmitido de generación en generación.
Hacia 1982, el gobierno federal mandó construir, ahora sí, un puente que diera a basto con las “forajidas aguas”, solo que se cometió un garrafal error, o tal vez omisión en la ingeniería hidráulica, ya que se construyeron dos tramos de puente, sobre las márgenes del arroyo, dejando al centro de “la caja” por donde escurre el caudal, un tapón, es decir un bordo, que al oponerse a la corriente, esta era desviada a las márgenes, así que se le dio “permiso” a las aguas para que “barrieran” las tierras de las dos márgenes, razón por la que casi desaparecen los dos caseríos, después de arrastrar al mar todas las tierras blandas, formadas por aluvión, llegado de las dos mesas que flanquean al pueblo.
En el lluvioso 1992, año en que falleció, a los 92 años de edad la fina dama: Doña Faustina Valladolid Ortiz, esposa que fue de Francisco Duarte Espinoza; como ella vivía en El Rosario de Arriba, y el panteón se encuentra desde 1802, en El Rosario de Abajo, se tuvo que transportar por familiares y amigos su ataúd en lancha al panteón, pues el arroyo se encontraba muy crecido. Esas eran precisamente las narraciones de Doña Faustina:
¡Espero que cuando me muera, sea en tiempos de secas!; ¿Si no, en dónde me van a sepultar?, me dijo en una entrevista, como si hubiera sabido, como si lo hubiera presentido, pues no murió en tiempos de secas.
Poco después, en 1993, bajó tal cantidad de agua, y como siempre el pueblo de Abajo quedó totalmente aislado, razón por la que sus moradores acabaron con los víveres que se encontraban en la única tienda entonces, llamada “Los Panchos”, habiendo sucedido esto, yo me encontraba en Ensenada, y era entonces uno de los enlaces entre la gente de El Rosario en general, con los rosareños que vivían en otros lugares, como Ensenada casualmente.
En ese entonces en El Rosario no existían líneas telefónicas de ningún tipo, la única comunicación era desde muchos años antes, solo vía radio de onda corta, mediante repetidoras que se encontraban en “La Bufadora” y en San Quintín.
Una mañana, de aquel lluvioso año de 1993, escuché un llamado por el radio, de manera muy insistente:
¡Haber Alejandro, Alejandro, Alejandro, si me escuchas Alejandrooo, para Santana, adelanteee!
Ya que logré contestarle, saludé a Santa Anna Peralta Orduño, quien se encontraba “varado” al igual; que un grueso contingente en El Rosario de Abajo, sin asistencia, ya con escases hasta de lo más elemental.
¡Adelante, Santana, adelante, buenos días!: le contesté.
¡Buenas nochis, buenos días, que diga: Mira Alejandro busca gente de El Rosario, allí en Ensenada, para ver con que nos pueden aventar, ya no tenemos nada de lonchi desde anochi, ni podemos manijar los carros, porque no tenemos gasolina!
Luego le pedí a mi amigo Santa Anna, que me diera un tiempo para realizar algunas llamadas por teléfono en la ciudad, en búsqueda de apoyo para mis paisanos.
Cuando ya tuve una respuesta, lo volví a llamar:
¡Santana, dice Pancho Aráuz Espinoza, que tiene un torete en su rancho, que lo pueden agarrar!
Luego Santa me contestó:
¡Haber Alejandro, pregúntale si no tiene otro, porque ese que dice ya nos lo comimos!
En 2010, el gobierno federal después de los destrozos causados por el arroyo, unió los dos puentes marginales con el centro de las corrientes, y ha encauzado las aguas en ciertos tramos, todo con la finalidad de no ver al pueblo de El Rosario, y a sus tierras formar parte del transporte litoral del océano pacifico.
AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
LUNES 20 DE JUNIO DE 2011.
NOTAS REELEVANTES: La cuenca del arroyo de El Rosario, al igual que la de Tijuana, son las de mayor área, en la península de Baja California, aunque solo la de El Rosario desemboca en el pacifico mexicano, mientras que el de Tijuana desemboca en el pacifico estadounidense.
Aunque mis artículos los escribo en Tijuana, Baja California, ciudad donde vivo y trabajo, se los anoto a El Rosario, con la idea de dar realce a mi tierra, aunque amplia gratitud le tengo, y le tendré siempre a Tijuana.
Santa Anna Peralta Orduño, es casado con Floriza Aceves, quienes procrearon a tres hijos, y a tres hijas. El torete que sirvió de alimento a la comunidad, nunca se supo que haya sido pagado a su dueño.
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