domingo, 26 de agosto de 2018

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA. (6)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 27 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 129.

SEXTA PARTE
...Y después de recordar a los personajes: "RAMÓN GORDO", y "PIANO GAXIOLA", continuamos con el estilo de la vida cotidiana, que por tradición ancestral centenaria vivíamos, y se siguen viviendo en los pueblos rurales, en éste caso en 1969 y 1970 de la región de Santa Ana, de Sonora.
Cuando de llenar los depósitos del agua para uso domestico se trataba, en todas las casas se contaba con pozo, que eran todos de descomunal profundidad, y que los rancheros excavaban a pico y pala, a puro pulmón.
Para obtener el preciado líquido, -ahí sí era preciado- sacábamos el agua a pulmón también. Cuando me tocaba llenar, cada tercer día, un tanque o tambo de doscientos litros, por curiosidad contaba el tiempo que transcurría entre bajar el balde desde el brocal del pozo, arriba, hasta el espejo de agua abajo; y luego de jalón y jalón, hasta que llegaba el balde arriba, "mantearlo" y vaciarlo.
 Para sacar un balde se tomaba entre quince y veinte minutos. El tanque, barril, o tambo de doscientos litros ocupaba al menos quince vueltas de arriba abajo, y de abajo arriba, por lo que llenar aquél depósito tomaba entre tres y cuatro horas; al menos eso me tomaba a mí. Así que nos podremos imaginar si el agua era o no apreciada en los pueblos del desierto sonorense.
Esos doscientos litros, alcanzaban apenas para lavar las "zapetas de tela” de los niños, y otra ropita; para cocinar, lavar los trastes, trapear, y para beber, porque el agua de los pozos era para todos los usos.
En la casa me tocaba siempre sacar el agua; un día mientras lo hacía pasó Don Ruperto Celaya Bernal, nuestro vecino, y me dijo que fuera por una yegua blanca con la que trabajaba la milpa, y que también viniera Sergio "Chejo", su hijo, para que me ayudara.
Desde aquel día en adelante, me subía al resistente lomo del animalito, jalaba el bote hasta allá pegado al cerco, y cuando el bote llegada hasta el brocal, "Chejo" lo "manteaba" y lo vaciaba al depósito; y luego regresábamos la yegua y Yo hasta el pozo, y cuando el balde se llenaba abajo, dábamos  media vuelta y nos íbamos hasta casi llegar al cerco de la propiedad, y "Chejo", -que era menor un año que Yo-, repetía la operación del manteo y el vaciado.
Con  ese valioso apoyo, el tanque lo llenábamos en una hora. Yo me sentí realizado al ver el tanque lleno la primera vez, pero luego lo veía bajar más y más.
Sólo por dar una idea, en la casa vivíamos cuatro personas, se utilizaban unos diez barriles por semana.
¿Y la leña?...
Las estufas de gas, nomás no existían, o había de plano muy pocas. Los alimentos se preparaban, casi en su totalidad en estufas de leña, fogones, parrillas, hornillas, y pozos para la "tatema". Los pozos para cocer barbacoa, birria, menudo, o cualquier otro alimento que en grandes cantidades se preparaban, lo hacen en agujeros en la tierra que son protegidos por ladrillo, llevan una placa arriba como tapadera; se mete leña gruesa de palo fierro y mezquite, y cuando las brasas son en gran cantidad, sobre ellas se asienta la olla, bote, o recipiente con el alimento; se deja toda la noche completamente tapado, para ser servido en el desayuno. Se obtiene de ésta manera, una comida sumamente exquisita, que durante siglos se ha hecho al igual en Sonora, que en El Rosario, y tantos más lugares de México y el mundo...
Sí para las estufas dentro de las cocinas se trataba, la leña debía ser cortada en trozos pequeños, y de igual manera que en los pozos, es un deleite cocinar en ellas durante el frío de otoño e invierno, un poco en primavera, y una verdadera tortura, es hacerlo en verano, dadas las altas temperaturas  de Sonora.
También en la casa el abastecimiento de leña estaba bajo mi más amplia responsabilidad, al igual que el del agua.
Me iba al monte con un hacha, marro, piola, un cincel, y otros pedazos de puntas de metal para poder quebrar la leña en el monte. Era tan duro de quebrarla, que pronto urdí una estrategia; me dedicaba sólo a sacar las raíces de árboles que habían muerto, y desaparecido, -desaparecido, tal vez como leña, antes que Yo llegara ahí, incluso antes de mi nacimiento-
Sólo una pequeña punta del extinto árbol asomaba sobre el ras del suelo; descubrí, que excavando en su rededor, y cortando a marro y cincel, "pronto" podía obtener de aquella leña, que aunque dura, lo era menos porque alguna estaba un tanto reblandecida por los años de estar bajo tierra.
Me imaginaba que aquellos árboles habían muerto de viejos muchos años antes de que yo naciera, y que ahora estaba aprovechando lo poco que de ellos quedaba para mantener lleno el cajón de la leña en casa, y la estufa caliente para los alimentos.
En una ocasión en que estaba haciendo la cueva para sacar una raíz, me encontré con un nido de tortugas del desierto; me puse a jugar con ellas, y luego tapé la excavación, sin causarles ningún daño, y me fui en busca de otra raíz.
En repetidas ocasiones encontré tortugas pequeñas, siempre las dejaba en paz, y me iba a buscar otra, cuidando dar los primeros golpes con cuidado por si acaso había nido.
En la casa  Celaya Jiménez, tenían un perrito pelos de alambre, color café que se llamaba "Tepo", siempre me seguía, y se quedaba con la cabeza ladeada mientras miraba lo que hacía con los cortes de la leña. Y cuando volvían a salir tortugas, pronto se paraba y levantaba la cola en señal de júbilo; Yo le decía: No Tepo, no las molestes, vayámonos; luego aquel animalito bajaba la cola, y se tiraba de panza sobre la tierra fresca de la excavación.
Una vez que andábamos el “Tepo” y Yo en la leña, al tiempo que le pegué el primer marrazo al tronco, salió una nube de embravecidas avispas; nos hicieron correr tanto, que no hayamos en donde meternos; aunque el verdadero problema fue cuando quise recuperar la herramienta que había quedado al pie del panal. Les puedo decir que las picaduras de avispas son muy dolorosas, mucho más que el de las abejas.
Dos cajones de leña se usaban al día en la casa, así que entre sacar agua e ir por la leña, me tomaba gran parte de mi tiempo fuera de clases que eran durante todo el día de lunes a viernes.
Cuando le sacaba las cenizas a la estufa pensaba:
 -Tan dura que es de cortar la leña, y se convierte en blanda ceniza y en humo; lo bueno que nos queda la comida y el calor-...
Las "chacuacas" o codornices, chureas o corre-caminos, liebres, conejos, y varios tipo de pájaros eran mis compañías en el monte cuando andaba en la leña, me gustaba escuchar su canto, apreciar sus carreras, y recordar que allá muy lejos, a cientos de kilómetros de distancia,  entre los cardonales de mi tierra bajacaliforniana, sucedía lo mismo,
Y cuando tenía tiempo libre y llegó la temporada de la fruta de los sahuaros, Sergio Celaya y Yo improvisamos un "sahuarero", que era una pieza larga de madera de sahuaro seco, con un gancho en la punta, y con ese instrumento bajábamos los exquisitos manjares del los altos sahuaros.
Decía Don Lázaro Murrieta que durante las noches los murciélagos comían la fruta, y que durante el día nos tocaba a nosotros la que quedaba, pero que ni nos preocupáramos porque los murciélagos son muy limpios.
Una vez presencié que una churea se estaba comiendo a una víbora de cascabel; la engulló en cuestión de un par de minutos después que la atontó a golpes.

Las milpas de temporal que se regaban, y se riegan aprovechando las fuertes lluvias de verano; en Sonora llamadas "Las Aguas", que llegan después y durante fuertes estruendos de relámpagos, centellas y rayos; es un arduo trabajo que los hombres llevaban a cabo.
El suelo de Sonora es desértico, las lluvias son pocas, pero cuando llegan "las Aguas", lo hacen con fuertes correntadas, que arrastran con todo a su paso. Para calmar un poco la fuerza de esas furiosas aguas, la”rancherada” construye redes de canales, que bien podríamos llamar "distritos de riego artesanal".
Tienen sus terrenos agrícolas en sucesión de dueños, -uno en seguida de otro-; entre aquéllas parcelas dejan callejones, y al costado más próximo de cada parcela, por donde bajan las aguas broncas, a pico y pala construían canales, apoyados con bestias de trabajo, -al menos así eran las cosas cuando estuve entre ellos-
Don Salvador Jiménez Ríos, Lázaro Murrieta, los hermanos Ruperto, Francisco, y Federico "Lico" Celaya Bernal; Don José Castañeda y sus hijos Santos y Fidel Castañeda Núñez; los Noriega Núñez, los González Badilla, Tavares, Serna, Barceló, Calixtro, Dicochea Gaxiola encabezados por su padre Don David Dicochea, Guillermo Figueroa Traslaviña, los Gaxiola, Don Arsenio Celaya, Cobo Montoya, entre mucho otros, trabajaban en mayor o menor medida, en aquellos "distritos de riego artesanales"; unos poseían represas con bordos de tierra, y otros, un tramo de canal colindante con su milpa.
El apoyo y la cooperación entre ellos era tal que se podían ver los canales muy bien construidos o reparados, como si lo hubiera realizado una sola persona, y es que la organización y arrojo de todos ellos ante las broncas aguas, era de admirarse. Y como las lluvias no tenían hora para llegar; en cuanto empezaba lo más fuerte, al medio día, o a la media noche, o en la madrugada; y cuando cada quien en su casa consideraba que ya estaban por llegar las corrientes por las cañadas; bajo el intenso aguacero, rayos, relámpagos, truenos y centellas, bajaban todos, casi al mismo tiempo al arroyo, para canalizarlas hacia dentro de su parcela, que por cierto, contaban con un alto bordo en todo su rededor, de tal suerte que cada quien llenaba su predio, dejándolo con tanta agua como si fuera una laguna.
Una vez que anegaban todos sus tierras, almacenaban algo más en sus represas, o canales, que en Sonora y Baja California llamamos acequia, aunque en el argot sonorense dicen: "Jeequia", y en el bajacaliforniano "cequia"
- Era de admirarse el arrojo de las personas que he mencionado-
En una ocasión, según me comentó Don David Dicochea, uno de sus hermanos perdió la vida al ir apurado a realizar el apoyo comunitario que he descrito, y cuando estaba cruzando un cerco de alambre de púa, un rayo cayó en cierta parte de la alambrada, electrocutándolo de manera inmediata. -Fue el padre de Salvador Dicochea, y de Kenedy-
En otra ocasión, una centella que corrió como serpiente a ras del suelo, entró por la ventana de una casa en San Manuel, cerca del represo grande, y mató a una niña que se encontraba dentro de la casa; y cuántas desgracias más sucedieron, no sé...
Por esas razones es que me parece digno de admirarse el arrojo que aquellos nuestros rancheros realizaban bajo el intenso aguacero, rayos, centellas, relámpagos y las muy fuertes y peligrosas corrientes de "Las Aguas", como ha quedado dicho, y que debo insistir por la importancia que eso tiene.
Una vez que "las aguas" había amainado, y en las parcelas el agua infiltrado, hasta una profundidad de al menos un metro, y cuando se había oreado; los rancheros "tiraban" su maíz, frijol, cebada, trigo, o cualquier otra siembra que alcanzara a darse con aquella humedad, o que al menos crecieran y sirvieran como pastura para los animales de corral, mayormente caballos y vacas.
Como en las orillas de las milpas, el agua era más profunda, se sembraban en esa parte melón, pepinos, calabazas, y sandías principalmente.
Existían pozos para agricultura que eran similares a los caseros, artesianos, a cielo abierto, todos excavados a pulmón.
Don José Castañeda, en su rancho en el ejido La Sangre, contaba con un pozo en su rancho, sacaba el agua con una bomba que trabajaba con una banda muy larga, que mucho lo hacía batallar.
Una vez me dijo:
"¡Me dan ganas de sacar agua con una cachimba mejor, con ésta bomba no saco agua ni para que nazca el salisieso!"
Y es que "salisieso"  llaman en Sonora a los "chamizos o ramas voladoras", así conocidas en Baja California; de esas en forma de pelotas que salen en las películas de los pueblos fantasmas, y que con el viento van rodando y dando brincos como de gusto entre el polvo, como contentas porque van tirando miles de semillas de esa enfadosa hierva".
...Y ya que estamos hablando de nombres de plantas:
La cinita de Sonora, que es una planta cactácea, da una fruta pequeña parecida en su textura a la del sahuaro y de la pithaya; en mi tierra se conoce con "garambullo", y en otros lares como "órgano".
El sahuaro de Sonora, que es de la familia del Cardón de mi tierra, solo que el cardón es mucho más grande, y vive mayor tiempo.
Del sahuaro se aprovecha la fruta, del cardón no, o casi no.
El mezquite, es igual, palo verde casi no hay en mi tierra, palo fierro solo en ciertas partes de la península. El ocotillo es común en ambas regiones. Y es que una gran parte de la Baja California, pertenece al Gran Desierto de Sonora...
...Continuando con las costumbres y actividades en San Manuel, La Sangre, La Cuchilla, Santa Isabel, San Jose, El Ocuca, y en general en toda la comarca rural sonorense, la ordeña que muy de mañana se acostumbraba en casi todas las casas; unas familias para apoyar el sustento diario, mientras que otras la realizaban, y siguen realizando, para elaborar queso fresco, que mayormente se vende para Nogales, Caborca, y algunos otros centros de consumo.
 Mucho me lamentaba al ver que les pagaban muy barato el kilo de tan sabroso queso, que con tanto esfuerzo y esmero preparaban los rancheros; mientras que en otras ocasiones hasta la leche líquida vendían muy barata, porque según estaba "abarrotado" el mercado de queso.
 Eso me causaba entre confusión y tristeza, pues me daba cuenta de los grandes esmeros de todos ellos; mientras que en los mercados, los precios eran exorbitantes.
Como ejemplo, un kilo de queso fresco, los intermediarios les pagaban a los productores, como a la décima parte del valor en que se expendía en las tiendas de las ciudades.
La leche que tomábamos en la casa, era de la ordeña de las vacas de Uvaldina Montoya Gaxiola y Federico "Lico" Celaya Bernal, su esposo.
A eso de las seis de la mañana iba Yo a recoger el galón que nos entregaban ellos; les dejaba un galón de depósito y me daban otro lleno; siempre me decía "Uva":
-"Nomás buqui siruncio cabezón que no me traigas el depósito, pura chucata te entrego la lechi mañana".
Fue a ella a quien le pregunté el significado del vocablo "chucata", ya que me era desconocido, y que por primera vez lo escuché de Don Pancho López, el del camión de pasajeros.
"Come Chucata": quiere decir que mastique la  resina que sueltan los árboles. También significa en Sonora algo pegajoso.
Como cuando se suda mucho: "Ando todo chucatoso"…
…continuará…

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA.(5)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 14 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 128.

QUINTA PARTE.

“RAMÓN GORDO" y “PIANO GAXIOLA”.
En San Manuel, La Sangre, La Cuchilla, San José, San Agustín, El Ocuca, Trincheras, Tubutama, Atil, Oquitoa, Altar, Pitiquito, Caborca, Santa Ana, El Claro, Imuris, Sásabe,  La Reforma, Cucurpe,  Magdalena de Kino, y Benjamin Hill, son los pueblos en los que "RAMON GORDO", en otros tiempos, fue célebre.
Fue un personaje que no conocí, y que tampoco supe de dónde era oriundo.
Don Andrés Gaxiola fue quien me platicó vivencias del pintoresco y muy querido "Ramón Gordo".
Según Don Andrés, Ramón era un hombre "inocentón", de esos que en nada daban la contra, y que cualquiera podía mandar, él obedecía sin el mayor reparo. Se ganaba la vida haciendo mandados, y algunos livianos  "quehacercillos" en las casas de pueblos, y  ranchos. Era muy velludo, al grado que el bigote se confundía con la vellosidad de la nariz:
- Muy largos tenía los vellos de la nariz- recordaba Don Andrés Gaxiola.
Había en la comarca un pequeño hombre, apodado el “Wilo” que también era "inocentón"; solo que era un calavera; dentro de su inocencia, no podía ver, aborrecía que "Ramón Gordo", no se cortara los vellos de la nariz, así que siempre andaba tras de él para poner remedio ante tal descuido, y saciar su sentido de pulcritud...
Cuando el “Wilo” a lo lejos divisaba a Ramón Gordo, se dejaba ir detrás de él, y le gritaba:
- !"Ramón Gordo", espérame atascado, no huyas!
Pero en cuanto el otro escuchaba tales gritos, corría para el arroyo, por los callejones que se forman entre milpa y milpa.  De inmediato "El Wuilo" lo empezaba a corretear, hasta que lo alcanzaba; lo agarraba con fuerza, y lo regañaba, diciéndole:
- Mira nomás como andas arrastrado, me dan ganas de darte una "chicotera". Mira los pelotes que traes en la nariz.
Ramón Gordo desorbitaba los ojos asustado, y ni porque era mucho más corpulento se defendía, pues le tenía más miedo que respeto al regañón.
- ¡Ya me los voy a cortar "Wilo", ya me los voy a cortar!
- Qué cortar ni qué la nada, hace días que te he estado buscando para ver si andas como la gente, pero miiira!.
Luego lo tumbaba al suelo, le ponía una rodilla en el pecho, una mano en la frente, y sacaba unas pinzas que traía en la bolsa del pantalón, y con las pinzas a jalones le arrancaba los vellos, Ramon Gordo  soltaba tremendas "lagrimonas", recordaba Don Andrés.
-Aaahhh,ay, ayayay, gritaba ante el tremendo dolor que aquél bárbaro le propinaba.
Y luego que lo dejaba limpio, sin ningún vello en la nariz, lo amenazaba:
- Te voy a seguir checando, y pobre de ti "Ramón Gordo", nomas que me hagas pasar malos ratos... Ni respirar puedes, pobre de ti que te vuelva a ver yo con esa pelucera en la nariz.
- ¿Crees que no me haces sentir mal?
Esa misma historia me la contó, pero treinta y cinco años después, mi amigo Ramón Noriega Núñez, quien vive en La Cuchilla.

"PIANO GAXIOLA".
Cipriano Gaxiola, hijo de mi amigo Don Andrés Gaxiola, vivía en San Manuel, en casa de su padre, al igual que sus hermanos, Abraham, Felipe, y Andrés.
"El Piano", era un hombre bohemio, delgado, blanco tostado por el sol, a veces usaba barba, de cabello rizado y muy abultado, por tal razón en los pueblos era también conocido como:
"El cabeza de matorro".
Y es que en esa región de Sonora se dan unos arbustos muy frondosos, crecen en forma redonda, y son llamados "matorros"; de ahí le venía el otro apodo al "Piano".
Y como parte de su ajuar en su vida bohemia, traía consigo siempre una destartalada guitarra, que a veces le faltaban una o dos cuerdas, o estaban “anustadas”, de tal manera que no se podían apretar mucho, por lo que la guitarra estaba siempre muy desafinada, al igual que la voz del "Piano". En ocasiones se quedaba dormido por allá en el llano, y la guitarra le servía de almohada.
La tal guitarra, soportaba el calor, vientos, lluvias, la cabeza del "Piano", y hasta su rasgueo.
También era "compositor", me tocó escucharlo cantar muchos corridos, y hasta un arreglo que compuso en su honor, aunque yo no le entendía bien a la voz en su canto.
En una ocasión, bajo un palo verde estaba cantando; lo escuché y apenas logré rescatar las siguientes letras del corrido que había compuesto en su honor; son pocas, y aquí están:

"Si les preeguuntan a ustedes
quién coompuso éste corridooo,
lo compuso el Piano Gaxiola,
un tipo muy divertido…
…y si van a San Manuel,
nunca digan que los corrooo,
y es que éste corrido fue compuesto
por el caabeza ´e matorro...
Cantaba “La flor de Cacomo”, “Sonora Querida”, “Máquina 501”, “La barca de Guaymas”, “El albúr”, “En las cumbres de un verde mezquite”, “Mi ranchito”, “El Sauce y la Palma”, y la “Yaquesita”, principalmente.

Un día le pregunté que si había conocido a "Ramón Gordo", y lo que el "Wilo" le hacía con las pinzas.
Y me contestó muy sí señor el "Piano":
- En una ocasión lo agarré  y le dije:
-¡Mira “Wilo": Pataaa en la nuuca te voa dar si sigues molestando a "Ramón Gordo!"”.
- ¿Y ya no lo molestó?, le pregunté.
- Sí. Lo siguió molestando.
-¿Y miraste que lo molestaba Piano?
- Sí.
- ¿Y le diste pataa en la nuuca?
- No.
- ¿Por qué no lo defendiste?.
-Porque mira mis pelos de la nariz  ¿Te imagiiinas buqui jodido, cómo me hubiera ido con el Wilo?"
...Caate la boca buqui jodido…

Así es como fueron éstos dos personajes a quienes hoy les brindo éste modesto y breve relato; lo comparto con ustedes, sabiendo que al dejar de existir físicamente, nació su leyenda, ya que ambos pertenecen a la memoria colectiva, formando parte del folclore rural…
Para cuando llegué a San Manuel, en 1969, Ramón Gordo ya habia fallecido, y Cipriano “Piano”, “Cabeza de Matorro” Gaxiola, falleció hace varias décadas, al igual que su padre Don Andrés, en “tendejero” del pueblo.
…continuará…

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA. (4)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 27 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 127.

CUARTA PARTE.

...Desde luego que al día siguiente, muy de mañana, encaminé mis pasos y mi atención para la exploración del arroyo, tal y como lo habíamos comentado la tarde anterior en casa de los Celaya Jiménez.
Es un arroyo cuyas corrientes, en épocas de "las aguas", discurren desde el norte de San José, pasando entre La Sangre y Santa Isabel, -La Cuchilla-, y continúa su corriente con rumbo al golfo de California.
Al poco tiempo de andar con rumbo al arroyo, me encontré con una familia que estaban en el corral ordeñando a las vacas, los saludé, y de inmediato la señora, que era joven, muy alegre y de hablar rápido, dirigiéndose al marido le dijo:
- "Mira Lico, aquí viene llegando un buqui del rumbo "denque" la Rodhe, pero trae un paso como de Juan", -que después supe que significaba paso muy lento-
"¿Qué andas haciendo?, Yo soy la Uva Montoya Gaxiola, él es Lico Celaya Bernal, y todos éstos buquis son nuestros hijos;
- ¿y Tú, quién eres?".
-Soy sobrino del profesor Heraclio...
-"Ya ves Lico, te dije que venía “denque la Rodhe"; -
¿Te mandaron para acá?
-No, voy para el arroyo
-Y qué chin...vas hacer pa'l arroyo sobrino del profe Heraclio?, preguntó Uva, luego agregó: "Tómate una taza de leche con café, y luego te vas pa´l arroyo pueees buqui jodido".
 Y como no me tomé pronto la bebida, se quedó viéndome mientras me preguntó:
- ¿Que pasó puees, te la vas o tomaar o nooo?
Nadie hablaba, sólo ella, pero al fin me dio la bienvenida a su casa muy gentilmente, con un lenguaje muy florido, y con mucha rapidez al hablar.
Lo mismo hizo Lico, mientras me decía que era hermano de Don Ruperto Celaya Bernal, y del Profe Manuel Carlos, pero que él sí era muy alegre; pegó unos gritos y empezó a cantar:
…"En las cumbres de un verde mezquite, tristemente cantaba un jilguero..."
 Y después empezó con otra canción, al mismo tiempo miraba a Uva:
"…Que tendrán esos ojitos, por qué me miran así, contentos con otras caras y enojados para mí; y en el juego del albur le fui...",
 Luego me dijo:
"Noo si aquí en San Manuel nunca te vas a enfadar, y si te enfadas, recalas "panque" la Uva y el Lico, y te vas a ir componiendo... una sonora carcajada le siguió al canto.
Bueno pues me hicieron desayunar cuajada con tortillas de harina, unos burritos de machaca seca y frijoles enteros, a pesar que les insistí que ya había desayunado antes de salir de la casa.
"Queeé ya comí, ni que la chin..., ándele buqui o te agarro a peñascazos", me dijo Uva.
Fuimos amigos todo el tiempo que estuve viviendo en San Manuel.
Ese día  ya no fui al arroyo, me la pasé con Lico ayudándolo a ordeñar, y luego a llevar las vacas a la milpa, darle comida y agua a los becerros en el corral.
Como a las tres horas nos gritó Uva: "Vénganse a comer". -Otra vez a comer pensé-
Uvaldina Montoya Gaxiola, es mi nombre, pero me dicen "La Uva", soy prima de tu tía Rhode; mi mamá y la de ella son hermanas; son hijas de mi tata Chemalia Gaxiola, que vive pa´llá, pa´ La Cuchilla, pa´llá, pa´rriba.
Al siguiente día de haber estado en casa de Federico "Lico" Celaya Bernal y Uvaldina Montoya Gaxiola, muy de mañana, poco antes de la seis, mientras estaba atizando la estufa de leña, tocaron a la puerta; eran "Michita" y "Conchita" Celaya Jiménez, mis vecinitas, y me dijeron que iban por mí para que fuera a desayunar con ellos, que ya estaba todo listo. Fui a su casa en su grata compañía, pero ya Don Ruperto se había ido a trabajar, así que como un hijo más desayuné junto con Michita, Conchita, Vicky, Juan, Chejo, Dalia, y  la bebita que era María de Jesús, y le decían "Macachú"; todos siendo atendidos con mucho cariño por Doña Arminda.
Después de desayunar fui con rumbo al arroyo, sólo que ésta vez tuve a quien avisarle hacía donde dirigiría mis pasos; mi nueva protectora: Doña Arminda.
-Sí, vete con cuidado,; y cuando vuelvas vienes avisarme para no estar con pendiente, me dijo cuando ya me iba.
Pasé por "enque" Lico y Uva, me detuve como una hora con ellos, y luego seguí con rumbo al arroyo.
 Allá, en el arroyo me encontré y conocí a Don Lázaro Murrieta, andaba arreglando los canales porque esperaban "las aguas del verano del ´69", -que así le llaman a las fuertes lluvias de verano en Sonora; y que en mi tierra se le conocen como: "lluvias de verano", a secas-.
Al ver a Don Lázaro, detuve mi andar, y él detuvo el traspaleo que hacía, y al igual que todos al no conocerme, cuestionó mi origen; nos presentamos, y al saber que era Yo un Espinoza, me dijo:
- Mira ésta milpa es mía, pero aquí sembramos frijol pinto a medias, el Profe Heraclio y Yo,
  aprovechando "las aguas"
 Por cierto que ese año del sesenta y nueve, o en el setenta, también me tocó trabajar en la siembra de temporal del frijol, y levantamos abundante cosecha, que con la parte de mi tío, llenamos a granel el porche de la casa hasta por encima de la mitad de las paredes, y entrábamos a la casa por la cocina. Se dio un grano muy grande y bonito, que luego vendieron; me parece que se lo llevaron para Nogales, o para Cananea y Caborca, después de dejar bien surtida nuestra despensa.
Cuando llegó el día de inscribirnos en la escuela, aunque nosotros decíamos "matricularnos"; c aquél día de las matriculas llegué a la escuela y fui a buscar al Profesor Manuel Carlos Celaya Bernal, pero me topé con que ahí estaba mi tío, había llegado directo de Hermosillo a la escuela, sin pasar por la casa, y de la misma manera se fue.
Ya en la escuela miré que a muchos niños de todos los grados los estaban matriculando. A la primera persona que conocí esa mañana del primero de septiembre del sesenta y nueve, fue a Santos Badilla, y poco más tarde a Silvia Castañeda Núñez, a Dora Luz y Elvira Noriega Núñez, Heriberto Celaya Badilla, Dora María Jiménez Badilla, Armando y Crucy Badilla González, Samuel Cruz Molina, Rodolfo Tavares, Isabel Luna, Yolanda Calixtro, Andrés y Felipe Gaxiola, José Castañeda Núñez, Raquel Montoya Gaxiola, Ernestina y Elías Castañeda Gaxiola, Antonio Celaya Figueroa, Ignacio Celaya, Guadalupe Rivera Serna, Martha Murrieta, hija de Don Lázaro; y a otros niños, entre ellos a Martín Celaya Badilla.
Para cuando entramos a clases, todos se reían por mi extraña y pausada manera de hablar, y con acento distinto al de Sonora.
La escuela contaba con tres maestros, uno para primero y segundo, otro para tercero y cuarto, y otro más para quinto y sexto. A los de quinto y sexto nos daba clases mi tío Heraclio; el Profesor Manuel Carlos Celaya Bernal, además de Director le daba clases, creo que a tercero y cuarto; y otro profesor que no recuerdo su nombre a primero y segundo; aquel profesor vivía en la dirección de la escuela.
Mi compañero de mesa-banco, que era para dos niños fue Antonio Celaya Figueroa, que le decíamos "Toñito Celaya", a mi izquierda, después del pasillo, estaba Samuel Cruz Molina.
Las clases eran todo el día, ahí en la escuela comíamos, y cada quien llevaba sus alimentos.
A un costado del camino real, que une a todos los pueblos, al lado Este de la escuela, estaba un mezquite; en ese lugar los Castañeda, y Noriega, tenían su "campo" y siempre un sartén de fierro colgado de un clavo, sobre el suelo tres piedras, unos leños de mezquite y de palo fierro, con que calentaban todos los días su comida.
Yo comía enfrente de la escuela, en la casa de María de Jesús Dicochea Gaxiola y Juanito Escudero, ya que ella es hermana de mi tía Rhode;  en ese lugar también se asistía mi tío.
Todos los compañeros comían en distintas partes alrededor de la escuela, pero por fuera del cerco. Los que vivían por ahí cerca, en La Sangre, como Heriberto y Martín Celaya Badilla, Dora María Jiménez Badilla, Yolanda Calixtro, los Tavares, y otros iban a sus casas.
Al finalizar la segunda semana de clases, ya traía el pelo muy largo, según la apreciación de los profesores; -y era cierto, ya que la última vez que me lo había cortado fue en El Rosario, dos meses antes, con Juan "Cachirri" Duarte Peralta-; así que me dieron la orden que me lo cortara. Y me dijo mi tío, te vas a Magdalena de Kino para que compres unas cosas, y de paso te cortas ese pelo.
- ¿Y en dónde está ese lugar que dice?
-Está para allá para el otro lado de Santa Ana.
- No lo mandes solo, se va a perder Heraclio, le dijo mi tía Rhode, está muy chico Alejandro.
- Ahí donde la ves, le contestó, ese "chico" es capaz de sacar al diablo de un agujero.  ¿Qué no te has dado cuenta que tan decidido es?
Me volteó a ver y me dijo:
-"Mañana temprano te vas a Magdalena de Kino, va a pasar Don Pancho López en un camioncito, le haces la parada en la orilla del camino, y no te le despegues, él te va a llevar hasta Santa Ana.
Hasta la orilla del camino real, iba la gente en aquéllos pueblos rurales sonorenses a esperar a Don Pancho, que manejaba la ruta rural entre Atil y Santa Ana,  era el medio de transporte en que muchos se movían entre pueblo y pueblo,  entre rancho y rancho.
Cuando íbamos en el camión de Don Pancho López, entre San Manuel a Santa Ana, el ambiente era de total armonía, pues todos se conocían, se conducían entre ellos con toda familiaridad, siendo Don Pancho el moderador; viajaba Bernabé García,  que yo lo había conocido antes, pues cuando estaba solo en la casa, fue y me tomó varias fotos. -mismas que aún conservo-
Era Bernabé, al igual que Don Pancho, conocido en todos los pueblos, ya que fue quien le tomó fotos a casi todos, como de los años del cincuenta hasta los setentas, incluyéndome.
-La hija de Don Pacho, llamada Alma López, quien vive en Santa Ana en la actualidad, recién me acaba de ilustrar: dice que el recorrido por su padre realizado, era con salida en Atil, continuaba para Tubutama, La Reforma, San José, La Sangre, San Manuel, El Ocuca, y Santa Ana-

Cuando en la mañana de aquél día llegamos de San Manuel a Santa Ana, tan pronto miré las vías del tren, me sorprendí, y le pregunté a Don Pancho que si qué era ese camino de fierro y barrotes:
- "Son los rieles del tren; ¿no los conocías?", exclamó Don Pancho.
- No, ni conozco el tren, nunca he visto uno.
- Por aquí pasan a diario, son muy largos.
- ¿Más largos que éste camión? le pregunté.
-! Oh sí! como cien camiones, y más largos todavía
-¿Nunca has visto uno? ¿ni en los libros?
-¡No, nunca! Bueno en los libros sí.
- Y es que lo que Yo había escuchado acerca de los trenes, era muy diferente, ya que a mi tierra llegó, desde México, Distrito Federal, un hombre llamado Saturnino Díaz, y fumada exageradamente, y algunos le decían: "Le ganarás al tren a correr, pero a echar humo no"; eso era lo más cercano a un tren que había escuchado durante mi niñez en El Rosario-
Eso le contesté a don Pancho López, y respondió:
-"Ah qué viejo chucatoso ese Saturnino".
-¡Chuca qué?
-!Vieeejo fumadorrr!.
Sólo eso me respondió.
Así que la primera vez en que miré las vías del tren fue en compañía de Don Pancho López, en Santa Ana, Sonora.

En aquél mi primer viaje con Don Pancho, a mediados de septiembre del sesenta y nueve, cuando llegamos a Santa Ana, me dijo Don Pancho que a petición de mi tío, me llevaría en su camión con el herrero José Ramón Araiza Tapia, cuyo taller era "El Cepillo", y fue con aquél joven hombre que Don Pancho me dejó, con quien fui de Santa Ana a Magdalena de Kino.
Y cuando llegamos a Magdalena, José Ramón fue y me dejó en una peluquería, más o menos al centro del pueblo, él se fue con distinto rumbo.
El hombre que me iba a cortar el pelo, tan pronto me vio, dijo:
"Si te vas a cortar el pelo, sigues que aquél señor".
"Aquél señor" de quien yo seguía, era un hombre como de unos ochenta o más años, un hombre sonriente, muy bueno para la "platicada", pero sordo; sus respuestas no correspondían a la plática generalizada en la peluquería; desentonaba como guitarra bastante desafinada en un conjunto musical.
Cuando el peluquero empezó a cortar mi pelo, dijo:
- "Ah qué buqui pelo de alambre, me vas a dejar sin filo las máquinas y las tijeras"...
-Y como en los siguientes meses seguí yendo a que me cortara el pelo, al verme exclamaba:
- "¿Otra vez tú?
- ¿Por qué te mandan conmigo?
-Ayayay... ¿Por qué te mandan conmigo?
Yo lo tomaba en broma porque se le notaba una muy leve sonrisa-...

Por la tarde, de aquella primera vez que fui a Magdalena de Kino, regresamos  a Santa Ana, José Ramón me llevó a casa de Doña Socorro Traslaviña, -tía paterna de mi tía Rhode- a quien Yo no conocía; ahí estaba Don David Dicochea, padre de mi tía Rhode, -que tampoco lo conocía-, y fue con quien regresé a San Manuel, en su camioncito de redilas chevrolet color rojo.
 -En la casa de Doña Socorro me estaba esperando Don David, cosa que José Ramón  sabía por intermediación de Don Pancho López, y a petición de mi tío-.
-Bueno, así fueron las cosas-

-José Ramón le hizo una redilas de metal y madera a mi tío, muy seguido me mandaba de San Manuel a Santa Ana, -con Don Pancho-, para que viera qué tan adelantado iba el trabajo-
 Esas mismas redilas se las llevó hasta El Rosario, Baja California, y ahí en mi tierra, las miré por muchos años, por décadas, en diferentes picaps. La Señora Beatriz Araiza Tapia, quien radica en Santa Ana, hermana de José Ramón, en enero de 2017, me informó que hace varios años que él falleció.

Otro medio de transporte, en aquéllos pueblos rurales y rancherías, era el de Don Martín Castañeda, casado Albertina Gaxiola,-hija de Don José María "Chemalía" Gaxiola-.
  Don Martín Castañeda poseía un camioncito de redilas, era a bordo de ese camión, que viajaban como cada quince días muchos hombres de San Manuel, San José, La Cuchilla,  La Sangre, y ranchos de la comarca, con  rumbo a Santa Ana para comprar los víveres de sus familias.
 Recuerdo que en la cabina iba Don Martín al volante, y una o dos señoras;  en la parte trasera, en la plataforma, iban todos los hombres parados, porque no cabían de tantos que eran; habrán de imaginar cómo venían al regreso, ya con las mercancías; viajaban casi hasta en el capacete.
Era Don Martín, hombre caritativo, ya que los llevaba y los traía sin cobrar nada a cambio, aunque siempre los "raiteros" le compartían algunos bienes
 Me tocó ir unas tres veces a Santa Ana en aquél troque, en medio de tantos compañeros, todos de pie, de ida y de vuelta.
También Don Pancho López era caritativo, ya que cobraba sólo cinco pesos, que hasta mí, que era un niño se me hacía poco…

-Antes de proseguir con las memorias que  por cerca de cincuenta años he guardado, y que ahora por éste medio les he narro,  quisiera traer ante ustedes a dos personajes, de aquellos que en todos los pueblos existen, y que al paso del tiempo se convierten en "propiedad" de la colectividad, de aquellos seres que se vuelven parte del folclor: “RAMÓN GORDO" y “PIANO GAXIOLA”
…continuará…

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA. (3)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo

El Rosario, Baja California

A 25 de julio de 2018

Protegido bajo patente no. 1660383.

Artículo No. 126.





TERCERA PARTE.



…Aquel día fui por toda la vereda, por entre el monte, desde San Manuel a La Sangre, siempre viendo el ambiente, los árboles de palo fierro, palo verde, sahuaros, hediondia,  el blanquizco y arenoso suelo; escuchando las chicharras que aumentaban su ruido conforme el calor era más intenso.

La distancia, entre la casa y la escuela, es de cinco kilómetros.

 Muy adentrado iba en mis pensamientos, cuando de repente un trozo de papel que llevaba el viento chocó contra mí, lo agarré por instinto, y miré que traía algo escrito; seguí caminando y leyendo aquel escrito, el mismo que ahora les comparto, lo hago, porque me agradó mucho lo que ahí decía, al grado que lo aprendí de memoria:



"Por una simple avellana,

dos rapa-suelos pobretes,

se pegaron de cachetes,

un martes por la mañana;

Cansados de sacudirse,

y obrando al fin la razón,

la causa de la cuestión,

acordaron repartirse,

uno de los dos la fruta partió,

y una vez partida,

vieron que estaba podrida,

y había sido inútil la disputa...

Suele a menudo pasarle,

e al grande como al pequeño,

pretender con tanto empeño,

lo que no ha de disfrutar".

Seguí mi andar, y al fin me tope con la escuela que en uno de cuyos muros estaba escrito: "Escuela Primaria Rural Federal Maestro Justo Sierra", Ejido La Sangre, Sonora.

En el trayecto se encontraban unas cuantas casas, entre juntas y dispersas, con grandes llanos, no llegué a ninguna parte, solo regresé a la casa, al fin que ya había explorado más allá del terreno de la casa, y eso me daba seguridad.

En el camino me encontré con un hombre muy amable,  me dijo que era el comisario en el ejido La Sangre, su nombre:  Salvador Jimenez, venía caminando por un terreno muy grande que era el campo de béisbol, que se encontraba juste frente a su casa, se contentó mucho cuando le dije que el profe Heraclio era mi tío. Nos despedimos, y al poco andar de regreso a la casa me encontré con Don Ruperto Celaya Bernal, nuestro vecino; juntos nos fuimos y entablamos una charla muy amena, aunque era él quien me explicaba las costumbres del pueblo, sobre las familias, y sobre la amistad y el aprecio que todos le guardaban al profe. De seguro recibirás lo mismo trato, repitió varias veces. Me invitó a comer a su casa, ese medio día. Siempre me dieron trato como a un hijo propio...



...Cuando iba en recorrido de exploración de la casa a la escuela, al pasar por algunas casas, se miraba que todas contaban con los mismos implementos de uso cotidiano que las de nosotros en El Rosario; todas tenían pozo para agua con sus brocales muy bien terminados, sus cuerdas sobre las rondanillas y enrolladas en el suelo, espacios para aves de corral como, gallinas, guajolotes, y en ocasiones patos; corral para la ordeña, quesera, quebradero para la leña con una hacha clavada en un tronco, y bastante leña apilada, una cortada y otra en troncos; había tendero para la ropa, letrina, algunos árboles; todas las casas se veían con sus chimeneas, o tubos galvanizados por donde humeaban  las estufas de leña.

 Había corral para los cochis, en algunas casa contaban con un carro viejo que les servía como almacén, o como gallinero; todo me era familiar, también pude ver molinos para moler el nixtamal cerca de las casas. Por afuera, todo era igual que en mi pueblo.

Lo que llamó mi atención, y que no se usaba entre nosotros, era que en todas las casas tenían en el patio, cerca del lavadero y el tendero de la ropa, una tina grande ahumada, sentada sobre tres piedras, o sobre ladrillos, con una pila de leña al lado; eso me hizo creer que era donde calentaban el agua para bañarse, -pero si hace aquí hace mucho calor, para qué van a calentar el agua, pensaba-



Había a la llegada de todas las casas, por fuerita, una cántara, o un recipiente grande lleno de agua fresca y con tapadera; al lado, y de un clavo colgaba un pequeño sartén coludo; supe que era el agua para beber: todo mundo saciaba su sed, tomando el coludo agarraba agua, la bebía, dejando una poca para enjuagar el coludito, aventaba el agua del enjuague sobre alguna planta, o directo al suelo, y lo volvía a colgar en el clavo para que llegara el siguiente sediento y repitiera aquél ritual.

Ese cántaro de agua y las tinas ahumadas del patio eran desconocidas para mí.

No había luz eléctrica, solo lámparas de carburo que llamaban cachimbas, y otras de destilado, -petróleo-, que usaban para alumbrarse; no había pavimento, muy pocos autos, mayormente contaban con camioncitos y bestias para el trabajo.

Cuando iba de regreso de la escuela a la casa y nos acompañamos Don Ruperto Celaya Bernal y Yo, de inmediato lo cuestioné con respecto a aquellas ahumadas tinas, y me dijo:

- Es donde las mujeres ponen a hervir la ropa.

- ¿La ropa, a hervir la ropa, y para qué la hierven?

- Todas las mujeres hacen eso, primero la lavan, la enjuagan, y después la hierven para que quede limpia y no percudida; y ya seca la planchan con planchas de fierro que calientan en las brazas o en las estufas de leña. – me dijo-

- En el publo de Atil, de donde somos los Celaya, hacen lo mismo que miras aquí. Mi padre también es de allá, su nombre: Ruperto Celaya Ortiz.

 Y te digo que también lo hacen en Oquitoa, en el Sasabe, El Ocuca, La Reforma, Tubutama, Trincheras, Pitiquito, El Claro, Altar, La Playa, Imuris, en Cucurpe; en algunas casas en Santa Ana, en Magdalena de Kino, y en Caborca; en todas partes, aquí en Sonora se hace eso, -en todas Alejandro-

-Ya vamos a llegar a la casa, vénte, vamos para que almuerces con nosotros me dijo, y así lo hicimos.

Me quedé sin palabras ante las explicaciones sobre la ropa que me hizo  Don Ruperto.

También lo del cántaro y el sartén coludito me lo explico él.

En todas las casas por las que pasé cuando iba para la escuela, estaban haciendo queso, se veía que algunos quebraban la cuajada, otros ya los tenían en mantas, y otros más lo estaban cociendo.

 Una señora estaba haciendo requesón, y otra mas estaba dándole el suero a los cochis.

 En otras casas estaban haciendo tortillas de harina muy grandes en fogones que tenían en una de las paredes, por fuera de las casas. -Son tortillas sobaqueras de Sonora, también me explicó mi ya amigo Don Ruperto Celaya Bernal.

Me contentaba mucho ver que en varias casas tenían un tendedero de carne seca, y sobre los zarzos varios quesos oreados.

 -Muchos años después, supe que lo que acabo de describir, lo que miré en 1969, eran costumbres y tradiciones en Sonora, para entonces, con al menos trescientos años de antigüedad, y que habían sido introducidas a la Alta Pimeria por Fray Francisco Eusebio Kino, y por otros misioneros que se adentraron mediante el sistema misional a las tierras de la Baja y Alta Pimeria, que hoy ocupan los estados de Sonora y parte de Arizona, - la parte que también era Sonora-, principalmente.

Cuando terminamos de almorzar en casa de Don Ruperto y Doña Arminda, me dijeron que si ya habia ido para el arroyo, les dije que no, y que como hacía demasiado calor prefería ir al día siguiente, como así fue...

…continuará…

viernes, 27 de julio de 2018

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA. (2)

Por: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
El Rosario, Baja California
A 14 de julio de 2018
Protegido bajo patente no. 1660383.
Artículo No. 125.

SEGUNDA PARTE...

...Y antes de recorrer la casa para conocerla, metí todas las cajas, maletas, y cobijas que habíamos llevado en el viaje desde El Rosario, Baja California, a San Manuel, Municipio de Tubutama, Sonora, ya que estaban en el patio.
 Luego de tal cosa, me dispuse a ubicarme, a poner en orden el pequeño mundo que había en mi mente, ante el nuevo, grande, y desconocido horizonte que se presentaba ante mí.
Así, sin más ni más; completamente solo, como me encontraba en aquella casa, en aquel pueblo, que no lo miraba porque San Manuel y su pequeño caserío, no se veían ya que la casa de mis tíos estaba en las afueras, completamente dentro del desértico monte que ya describí, que resultaba muy familiar para mi, ya que es muy parecido al de mi tierra.
 Desayuné sopa de coditos que preparé en la estufa de leña, salí al patio, -que era un terreno de una hectárea que la gente de San Manuel, le había regalado, o vendido muy barato a mi tío, ya que él era muy querido por todos, y en el pueblo deseaban que nunca saliera de entre ellos-, fui a ver el pozo del agua, y al verlo me quedé muy sorprendido por la inmensa profundidad que tenía, y aunque en mi pueblo en todas las casas contábamos con pozos también, allá, en Baja California, eran muy bajitos en comparación al que estaba viendo.
Seguí caminando, proseguí con la exploración sin rumbo, con mente de niño sin salir de los límites que me imponía aquélla  hectárea de tierra; fui a ver a los cochis, les llevé granos y agua; al fin me llegó el sueño, porque en toda la noche anterior no dormí, -me la había pasado viendo hacia afuera del autobús "Norte de Sonora", aunque nada se veía porque estaba muy obscuro, deseaba ver Santa Ana; ya para entonces, por lo largo del viaje,  me había dado por vencido, había aceptado que aquél pueblo no estaba cerca de San Quintín, Baja California-.
 Entré a la casa poco después del medio día y me dormí, desperté cuando estaba obscureciendo, pero por lo aturdido que me sentía creí que estaba amaneciendo, así que prendí la estufa de leña para preparar "el primer café del amanecer", - como lo hacía en mi tierra- sólo que en vez de salir el sol, se obscureció más, entonces me dije:
- "No está amaneciendo, está anocheciendo", -me sentía completamente fuera de lugar y desorientado-.
Así pasé los primeros tres días, saliendo sólo al patio; por cierto que al tercer día lavé mi ropa, y cuando, al día siguiente,  la fui a descolgar  del tendedero, una vaca ya se la había comido, se estaba comiendo la última camisa. Eso era nuevo para mí, ya que nunca había visto, ni escuchado que las vacas se comieran la ropa del tendedero, me sorprendí mucho, de por sí que apenas tenía unas cuantas garritas como de quinto uso; pero según Yo, esa ropita eran las galas con las que planeaba salir a conocer a la gente de San Manuel.
 -Con el trabajo que me llevó sacar el agua para lavarla de aquel pozo tan profundo, pensaba-.
Al cuarto día, como entre seis y ocho de la mañana escuché unos golpes entre el monte, fui a ver y encontré que estaba otra casa como a unos cien o mas metros de nuestro cerco, era la casa de Don Ruperto Celaya Bernal, y Doña Arminda Jiménez Chávez, y quien golpeaba era Artemisa "Michita", niña de mi edad, hija de los Celaya Jiménez, -fue a ella la primera persona que conocí en Sonora- quien al verme se sorprendió, pues estaba sola en el patio sacudiendo un tapete o cobija a golpes de escoba, que fueron los que escuché. La saludé y le señalé que vivía en una casa que estaba "para allá, detrás del monte", que era del Profesor  Heraclio Espinoza, y Rhode, su esposa,  que yo era su sobrino; ella contestó que sí los conocía, pero que a mí no.
 -Pásele, ahí está mi mamá-
 Por pena no entré, me fui, otro día volví y conocí a Conchita, y a los demás niños, hermanos de Michita.
Doña Arminda, madre de todos ellos, me cuestionó, y al intercambiar unas cuantas frases sobre mi origen y motivos por los que yo estaba parado frente a ella, sorprendida me abrazó, siendo aquél abrazo, el primero de los cientos que recibí de la inmensa y querida familia sonorense, que al siguientes meses del sesenta y nueve, se amplió a todos los pueblos a la redonda, porque sólo eso recibí de todos ellos, un enorme cariño y aprecio, y que ahora aunque en pequeña manera les retribuyo, escribiendo en su honor éstas memorias.
Cuando tuve el gusto de conocer, en 1969, a la familia Celaya Jiménez, nuestros vecinos, en San Manuel, me dijeron cómo llegar a la tienda de Don Andrés Gaxiola, que se ubicaba justo en el corazón del pueblo.
 Una mañana fui de compras allá con Don Andrés, quien en su casa tenía acondicionada una habitación en la cual expendía algunas mercancías de uso diario, y lo hacía en su "tanichito", como él decía. La primera vez que fui a la tienda, me llamó la atención que despachaba desde una ventana, que era muy alta, así que al llegar el cliente, tenía que voltear hacia arriba para ser atendido por él, o por sus hijos, Felipe, Andrés, y en ocasiones Abraham. -Don Andrés me atendió-. Al llegar, lo saludé, y le pedí los objetos que deseaba adquirir; él, se me quedó viendo haciendo sus ojos muy chiquitos, cejas muy largas, y un sombrero bastante destartalado, luego me preguntó:
-Oye buqui, nunca te había visto, eres muy tipo, de quién eres, vives aquí?
-Acabo de llegar ésta semana, soy sobrino del Profesor Heraclio Manuel Espinoza Grosso.
-Ahh, entonces haz de cuenta que te conozco, pues fíjate que Rhode, la esposa del profe, es nieta de mi hermano Chemalía Gaxiola. Y también tengo un hijo muy bueno para la cantada, le dicen "Piano", después que vuelvas te voy a platicar de éstos pueblos, y de nuestra gente; y tú me platicas del lugar de dónde vienes.
Me entregó las cosas, se las pagué y me fui, cuando me habia alejado, me gritó:
- ¿Y cómo te llamas buqui jodido pues? porque Yo me llamo Andrés Gaxiola. Regresé le extendí la mano hacia lo alto y le dije mi nombre, y desde ese día fuimos muy buenos amigos, aunque con muy marcada diferencia de edades, pues él rondaba, tal vez los setenta y cinco, y Yo contaba con once años de edad. Don Andrés me había sorprendido en extremo, pues tenía las cejas exageradamente largas, entrecanas.
Ese mismo día, después de desayunar, decidí ensayar y conocer, para cuando tuviera que ir a “matricularme” a sexto año, yendo por la vereda entre el monte, hasta toparme de frente con la escuela en el otro pueblo, en La Sangre, tal y como me lo haba dicho mi tío el día en que me dejó en la casa, y se fueran a Hermosillo…
Continuará mañana…

SAN MANUEL, MUNICIPIO DE TUBUTAMA, SONORA.

Autor: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
Protegido bajo patente no. 1660383.
El Rosario, Baja California.
13 de julio de 2018.
ARTICULO No. 124.

La primera vez que escuché el nombre de  “SANTA ANA”, fue en julio de 1969, en los precisos días en que se anunciaba la llegada del hombre a la luna. En aquél tiempo, contaba Yo con once años de edad, ya me habían sacado de la primaria y mandado a la sierra para  trabajar de vaquero,   con mi tío Sergio Espinoza Grosso, cuyo vaquero principal era Adalberto “Caracol” Espinoza Peralta,  hermano de mi bisabuelo, que era 68 años mayor que Yo.
Uno de aquéllos  días llegó hasta allá, hasta la alta sierra dónde nos encontrábamos, mi tío Heraclio Manuel Espinoza Grosso, a quien  yo no conocía porque él se había ido del pueblo para estudiar, antes de que yo naciera. Cuando llegó me dijo que él era profesor y que daba clases, señalando con un ademan de su brazo en alto, sin rumbo alguno:
-"Aquí en Santa Ana, y si gustas vente conmigo, puedes vivir en mi casa, y a la vez terminar la primaria", y como Yo ni idea tenía de la ubicación de tal lugar, desenfada mente le dije que sí. Yo supuse, cuando escuché: "Aquí en Santa Ana", que el lugar estaba por San Quintín, a unos 65 kilómetros al norte de El Rosario.
Para poder ir con mi tío "Profe Heraclio Espinoza", a Santa Ana, debía primero obtener el permiso de mis mayores, que aunque no lo crean, para el permiso opinó todo el pueblo; sí, todos opinaron; mis padres, abuelos, tíos, bisabuelos, y cualquiera que fuera mayor que Yo, y al último hasta los menores que Yo; así que imagínense, aunque mi pueblo, a pesar de tener cerca de doscientos años de existencia, estaba habitado por apenas doscientas personas, mismas que opinaron para que: "Alejandro se fuera a Santa Ana a terminar la primaria" -aunque nadie sabía dónde se ubicaba ese lugar,, ni Yo-.
Cuando obtuve el permiso colectivo y me fui, recuerdo que pensé: "ahora el pueblo tiene 199 habitantes". -No sé por qué, pero eso fue lo que me vino a la mente, que de los doscientos habitantes de El Rosario, al irme quedaban ciento noventa y nueve,  esa idea la traje ahí hasta 1970, en que volví, sin tomar en cuenta, que en mi ausencia  habían nacido otro puñado de Rosareños, y fallecido otros más-.

Cuando llegó el día de irnos -“Aquí  a Santa Ana”-, tuvimos que viajar por camino de terracería a lo largo de 130 kilómetros, y luego otra distancia similar por pavimento, hasta llegar a Ensenada. –
-"Nos fuimos de paso de Santa Ana, -pensé, pero no dije nada-.
A los tres días, nos fuimos de Ensenada a Tijuana, y de ahí viajamos, en autobús “Transportes Norte de Sonora”,  toda la noche; Yo iba totalmente confundido, pero como a las cinco de la mañana le fui a preguntar a la esposa de mi tío, que si dónde estaba Santa Ana? a lo que ella respondió que faltaba poco para llegar, que ya íbamos en Altar.
Me fui a mi asiento, más confundido, porque jamás había escuchado ese nombre de "Altar". Cuando llegamos a Santa Ana, muy temprano, me quedé viendo para todos lados, muy desconsolado, porque sabía que mi pueblo había quedado muy lejos, muy atrás.
De ahí, de Santa Ana, agarramos un taxi que nos llevó a San Manuel, que era donde estaba la casa.
 “Santa Ana”, desde aquel día representó para mí, algo de suma importancia en mi vida. Ahí conocí a muchas finas y excelentes personas, de ellos recibo, hasta la fecha, un generoso trato, como si Yo fuera de ellos, de sus seres queridos.
Santa Ana, Magdalena de Kino, San Manuel, La Sangre, San José, La Cuchilla, San Armando, Tubutama, El Ocuca, Oquitoa, Atil, Altar, entre otros lugares, para mí son, desde 1969, algo inolvidable, inexplicable; tanto su gente, sus paisajes, todo lo que se relacione con Sonora es motivo de gran orgullo y cariño en mi alma.
Rhode Dicochea Gaxiola, oriunda de San Manuel, era la esposa de mi tío, a quienes Yo miraba muy grandes, pero en realidad, ella contaba con apenas 19 años de edad, y él con 26, ambos muy finas personas, que llegaron a ser muy queridos y respetados por mí.
Cuando el taxi llegó desde Santa Ana a San Manuel, me di cuenta que era un pueblito tan pequeño como el mío; llegamos a la casa como a las ocho de la mañana, bajamos las cosas, el sol ya estaba muy intenso, porque era el 16 de agosto de aquel ya lejano año de 1969. De repente, le dijo mi tío al taxista que no se fuera porque se iban a regresar a Santa Ana,
 -A Santa Ana otra vez pensé- y luego me volteó a ver mientras me hacía señas:
-"Mira Alejandro, allá está el trochil, va a venir un amigo que cuida los cochis, y le dices que tú los vas a atender ahora; del otro lado de la casa está el pozo para que saques agua, y si ocupas leña, te vas para aquellos cerros"; nosotros nos vamos para Hermosillo porque va a tener bebe tu tía...Oh, se me olvidaba, dijo, el día primero de septiembre te vas derechito por esa vereda entre el monte y caminas hasta que te encuentres la escuela de frente, ahí, ese pueblo es La Sangre, y le dices al Profesor Manuel Carlos Manuel Celaya Bernal, que te inscriba en sexto, y que vas de mi parte. Nos vemos en unos quince o veinte días, en cuanto se alivie tu tía".
...Miré al taxi alejarse, voltee para todos lados, como lo había hecho en Santa Ana horas antes. Hediondias, palos verdes, mezquites, sahuaros, y palos fierro, era lo que se miraba, pero ninguna casa, a ninguna persona. Los pájaros cantaban, y unos zopilotes volaban las ya calientes corrientes de aire. Yo estaba parado como clavado en el patio, no atinaba qué hacer, pero al fin el calor me hizo entrar a la casa…
…continuará…