Protegido bajo patente no. 1660383.
El Rosario, Baja California.
13 de julio de 2018.
ARTICULO No. 124.
La primera vez que escuché el nombre de “SANTA ANA”, fue en julio de 1969, en los precisos días en que se anunciaba la llegada del hombre a la luna. En aquél tiempo, contaba Yo con once años de edad, ya me habían sacado de la primaria y mandado a la sierra para trabajar de vaquero, con mi tío Sergio Espinoza Grosso, cuyo vaquero principal era Adalberto “Caracol” Espinoza Peralta, hermano de mi bisabuelo, que era 68 años mayor que Yo.
Uno de aquéllos días llegó hasta allá, hasta la alta sierra dónde nos encontrábamos, mi tío Heraclio Manuel Espinoza Grosso, a quien yo no conocía porque él se había ido del pueblo para estudiar, antes de que yo naciera. Cuando llegó me dijo que él era profesor y que daba clases, señalando con un ademan de su brazo en alto, sin rumbo alguno:
-"Aquí en Santa Ana, y si gustas vente conmigo, puedes vivir en mi casa, y a la vez terminar la primaria", y como Yo ni idea tenía de la ubicación de tal lugar, desenfada mente le dije que sí. Yo supuse, cuando escuché: "Aquí en Santa Ana", que el lugar estaba por San Quintín, a unos 65 kilómetros al norte de El Rosario.
Para poder ir con mi tío "Profe Heraclio Espinoza", a Santa Ana, debía primero obtener el permiso de mis mayores, que aunque no lo crean, para el permiso opinó todo el pueblo; sí, todos opinaron; mis padres, abuelos, tíos, bisabuelos, y cualquiera que fuera mayor que Yo, y al último hasta los menores que Yo; así que imagínense, aunque mi pueblo, a pesar de tener cerca de doscientos años de existencia, estaba habitado por apenas doscientas personas, mismas que opinaron para que: "Alejandro se fuera a Santa Ana a terminar la primaria" -aunque nadie sabía dónde se ubicaba ese lugar,, ni Yo-.
Cuando obtuve el permiso colectivo y me fui, recuerdo que pensé: "ahora el pueblo tiene 199 habitantes". -No sé por qué, pero eso fue lo que me vino a la mente, que de los doscientos habitantes de El Rosario, al irme quedaban ciento noventa y nueve, esa idea la traje ahí hasta 1970, en que volví, sin tomar en cuenta, que en mi ausencia habían nacido otro puñado de Rosareños, y fallecido otros más-.
Cuando llegó el día de irnos -“Aquí a Santa Ana”-, tuvimos que viajar por camino de terracería a lo largo de 130 kilómetros, y luego otra distancia similar por pavimento, hasta llegar a Ensenada. –
-"Nos fuimos de paso de Santa Ana, -pensé, pero no dije nada-.
A los tres días, nos fuimos de Ensenada a Tijuana, y de ahí viajamos, en autobús “Transportes Norte de Sonora”, toda la noche; Yo iba totalmente confundido, pero como a las cinco de la mañana le fui a preguntar a la esposa de mi tío, que si dónde estaba Santa Ana? a lo que ella respondió que faltaba poco para llegar, que ya íbamos en Altar.
Me fui a mi asiento, más confundido, porque jamás había escuchado ese nombre de "Altar". Cuando llegamos a Santa Ana, muy temprano, me quedé viendo para todos lados, muy desconsolado, porque sabía que mi pueblo había quedado muy lejos, muy atrás.
De ahí, de Santa Ana, agarramos un taxi que nos llevó a San Manuel, que era donde estaba la casa.
“Santa Ana”, desde aquel día representó para mí, algo de suma importancia en mi vida. Ahí conocí a muchas finas y excelentes personas, de ellos recibo, hasta la fecha, un generoso trato, como si Yo fuera de ellos, de sus seres queridos.
Santa Ana, Magdalena de Kino, San Manuel, La Sangre, San José, La Cuchilla, San Armando, Tubutama, El Ocuca, Oquitoa, Atil, Altar, entre otros lugares, para mí son, desde 1969, algo inolvidable, inexplicable; tanto su gente, sus paisajes, todo lo que se relacione con Sonora es motivo de gran orgullo y cariño en mi alma.
Rhode Dicochea Gaxiola, oriunda de San Manuel, era la esposa de mi tío, a quienes Yo miraba muy grandes, pero en realidad, ella contaba con apenas 19 años de edad, y él con 26, ambos muy finas personas, que llegaron a ser muy queridos y respetados por mí.
Cuando el taxi llegó desde Santa Ana a San Manuel, me di cuenta que era un pueblito tan pequeño como el mío; llegamos a la casa como a las ocho de la mañana, bajamos las cosas, el sol ya estaba muy intenso, porque era el 16 de agosto de aquel ya lejano año de 1969. De repente, le dijo mi tío al taxista que no se fuera porque se iban a regresar a Santa Ana,
-A Santa Ana otra vez pensé- y luego me volteó a ver mientras me hacía señas:
-"Mira Alejandro, allá está el trochil, va a venir un amigo que cuida los cochis, y le dices que tú los vas a atender ahora; del otro lado de la casa está el pozo para que saques agua, y si ocupas leña, te vas para aquellos cerros"; nosotros nos vamos para Hermosillo porque va a tener bebe tu tía...Oh, se me olvidaba, dijo, el día primero de septiembre te vas derechito por esa vereda entre el monte y caminas hasta que te encuentres la escuela de frente, ahí, ese pueblo es La Sangre, y le dices al Profesor Manuel Carlos Manuel Celaya Bernal, que te inscriba en sexto, y que vas de mi parte. Nos vemos en unos quince o veinte días, en cuanto se alivie tu tía".
...Miré al taxi alejarse, voltee para todos lados, como lo había hecho en Santa Ana horas antes. Hediondias, palos verdes, mezquites, sahuaros, y palos fierro, era lo que se miraba, pero ninguna casa, a ninguna persona. Los pájaros cantaban, y unos zopilotes volaban las ya calientes corrientes de aire. Yo estaba parado como clavado en el patio, no atinaba qué hacer, pero al fin el calor me hizo entrar a la casa…
…continuará…
Que bellos recuerdos,Ing. Alejandro Espinoza Arroyo. bonita la manera de trasladarnos con su relato a sus años de infancia. muchas gracias, espero nos siga compartiendo sus recuerdos.
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