Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
20 de Enero de 2012.
“Nuestras tradiciones son cultura, y conocimiento; cuidemos nuestras tradiciones”
La Península de Baja california, estuvo surcada por infinidad de senderos que comunicaban a las montañas, los desiertos, las costas, y con cualquier sitio geográfico que pudiera interesar a los milenarios pobladores desde tal vez los tiempos posteriores a la última glaciación, hará unos catorce mil años, y hasta la extinción de aquellos seres humanos, aplastados que fueron por la voracidad imperial española desde la aparición de aquellos poderosos hombres, ante la presencia de los casi indefensos nativos.
Ya para 1697, año en que se asentó de manera definitiva el imperio español en nuestra península; y cuando de avanzar en la conquista se trató, no dudaron en utilizar los milenarios senderos, viajando por toda la soledad que por medio de aquellos angostos caminos llegaban a cualquier sitio, por inhóspito que fuera.
Baste decir que aquellas veredas por las que viajaban nuestros antepasados los primeros pobladores peninsulares, mal llamados “indios”, se conservan en las montañas, como cicatrices sobretodo en la roca, y en suelos de alta dureza; los mismos por los que viajaron los conquistadores, misioneros, arrieros, rancheros, ganaderos; y que actualmente en las “campeadas” se siguen utilizando, cuando los vaqueros buscan sus hatos ganaderos.
En la sierra de San Miguel, que es la estribación sur de la de San Pedro Mártir, en la zona de El Rosario, existen kilómetros y kilómetros de aquellas veredas, que suben y bajan las montañas, y que muchos al recorrerlas en la actualidad creen que son de reciente creación, pero no es así; esas veredas, sobretodo las que aclaran los mantos rocosos han sido testigos de los miles y miles de pies que las han caminado, durante muchos miles de años, y hasta nuestros días.
Cuando en la actualidad se abre algún camino vecinal que une a las rancherías, y que para su formación, destruyen, sin saber, tal vez, que están borrando de la faz de la serranía, aquel legado milenario, que tuvimos el privilegio de heredar; pero entiendo que estamos tan acostumbrados a ver las veredas de manera superficial, que no les prestamos la atención que deberíamos; nos sucede igual que cuando los árboles no nos dejan ver el bosque.
Entiendo también que abrir un nuevo camino, trae consigo una inversión económica limitada, y que seguir por los “caminos viejos” o veredas, resulta mas fácil, además que es poca la vegetación que se destruye; lo mas conveniente para nuestros legados, y para nuestra flora, considero que sería, no abrir un camino mas, y rehabilitar continuamente los existentes.
Por fortuna los senderos de las altas montañas aun están a salvo, no es fácil que sobre ellos pase maquinaria, solo hombres, bestias, y ganado.
Cuando los automóviles llegaron al mundo hace poco mas de cien años, a nuestro entorno peninsular, llegaron primero los carros de mulas; y de manera muy lenta, los automotores.
Cuando los automóviles empezaron a recorrer los senderos de Baja California, lo hacían a mayor velocidad que los carros de mulas, y por ende, requerían ser algo mas anchos, con menos pendientes, que en mi tierra llamamos: “cuestas”; y como fue aumentando el parque vehicular, mas bien de extranjeros que recorrían la península en busca de la naturaleza, tesoros, y solo ellos saben qué cosas mas; mientras tanto nuestros abuelos, bisabuelos, y tatarabuelos, seguían utilizando las mulas y sus carromatos a muy bajas velocidades, pocos paisanos nuestros podían adquirir los carros a gasolina.
Para la apertura de los caminos, en ciertos tramos el gobierno de México contrataba a ciertos rancheros de la región a desarrollar, porque eran ellos los que conocían como las palmas de sus manos los milenarios senderos, cañadas, arroyos, cuevas, oasis, montañas, costas, y desiertos, lo que los hacía indispensables para que el progreso llegara a todos los rincones, no obstante la paulatina destrucción del milenario legado: Las veredas ancestrales.
Cuando se trató de entrar y salir de El Rosario, ya no a pie, o en caballos, sino en carros de mulas y a gasolina después, se hubo de abrir la cuesta que se encuentra en la parte que se le llama “Ejido Nuevo Uruapan”, siendo su constructor mi bisabuelo Santiago Espinoza Peralta, quien con cuadrillas de rosareños, a pico, pala, marro, y carretilla, construyeron la “Cuesta Vieja”, allá por 1900; y que contaba con “cuestas livianas”, para que las bestias pudieran subir y bajar tirando de sus carros de madera, con grandes llantas de fierro, y rin de madera; y luego que llegaron los automotores, se construyó la “Cuesta Nueva”, que bajaba y subía la mesa norte de El Rosario; por ésta los primeros en transitar eran lentos vehículos a gasolina, que solo tenían “avante”, y “reversa”. Y para bajar la mesa hacía el Norte, se encontraba la cuesta “La Calera”, que aun muestra sus líneas.
Antes que las “Cuestas vieja, nueva y La Calera”, se entraba y salía al pueblo, si era hacia el norte por la bocana, hacia “El Gallo”, con rumbo a “El Desfondadero”, hoy mas conocido como “La Lobera”, de ese lugar a “El Campito”, lugares todos éstos localizados en la costa del océano pacífico, y proseguía el camino hasta alcanzar la estribación sur del valle de San Quintín, con rumbo a “El Socorro”.
Si de viajar al sur se trataba, la única manera era hacerlo por la cañada de San Fernando, precisamente siguiendo un milenario sendero.
Cuando los “troques” de carga hicieron su aparición en nuestros caminos de tierra, hacía 1919, acabaron con aquellos caminitos, se debió construirlos mas anchos, pero como no había con qué, el doble rodado destruyó por completo cuando antiquísimo sendero rodaron a lo largo y ancho de toda la península.
Cuando recorro las veredas aun intactas, hasta me sorprendo que aun existan, digo esto porque sé muy bien lo destructivos que podemos ser los humanos; por ejemplo cuando se trata de escalar la mesa de San Carlos, todas sus veredas cuentan con al menos unos ocho mil años, y aunque muy difícil de recorrerlas, casi todas ellas conducen a petrograbados, y a la costa donde los nativos sacaban abulón, y otros mariscos; y luego me pregunto:
¿Por qué las abrieron por lugares tan difíciles?
Y creo, por lo que he observado, que debe haber sido para guarecerse de sus enemigos, otras tribus, pues al llegar a la parte alta de la mesa, se cuenta con extensa zona de descanso; pero en caso que alguien pretendiera atacarlos, primero debían subir, no sin antes recibir una cascada de rocas rodando a gran velocidad cuesta abajo.
Y llegó el día en que debieron comunicarse a la mayoría de los pueblos peninsulares, así que el gobierno de México a principios de la década de 1970, dispuso que se construyera la carretera transpeninsular.
Cuando contaba con quince años de edad, fui peón en la construcción de alcantarillas, para la transpeninsular; fue donde me pude percatar de la destrucción a gran escala de nuestras ancestrales veredas, del camino real que utilizaron las carretas de bestias, y los primeros carros a gasolina; se abandonaron en mi tierra las cuestas vieja, nueva, y de la calera, la cañada de San Fernando, el camino de “La India Flaca”, la cañada y cuesta de “El Aguajito”, la cuesta de “La Turquesa”, “San Jorge”, “Jaraguay” y tantas más.
No solo el viejo camino a tierra y ciertos tramos de veredas se destruyeron, también infinidad de especímenes de Flora y Fauna, que por no sacarles la vuelta, las maquinas los arrollaban si piedad; además de la cantidad de rocas con petrograbados y pinturas milenarias fueron destruidas; y todo por el bien del progreso, como si progreso y protección de lo nuestro no fueran compatibles.
Debo comentar también que cuando se construyó una línea de fibra óptica desde Ensenada hasta Guerrero Negro, hará unos diez años, se excavó una zanja como de dos metros de profundidad; con gran aprecio observé que muy por enfrente del avance de la obra, iba un grupo de ambientalistas trasplantando toda cholla, y planta que se encontrara en los sitios por los que habría de construirse la obra, y no solo eso, sino que en las partes de donde había “chóllales”, es decir bosquecillos de esas plantas, la obra simplemente le sacaba la vuelta sin tocar para nada a ninguna planta, con el riesgo que el propio gobierno mexicano suspendiera la obra; y a toda cachora, serpiente, ratón, “correcaminos”, o lo que fuera, fue protegido si reparar en gastos, ni en otros recursos; y luego me congratulé por tales acciones: ¡Qué nos cuesta pues!
Debo agregar que, cuando de plano la vegetación impedía los trabajos, y como no se permitió por ningún motivo su alteración, entonces los trabajos se continuaron por la cuneta que drena la carretera en épocas de lluvias, así que se demolía la cuneta, se instalaba la línea óptica, y se construía de nuevo la demolida cuneta.
Solo falta que nuestras autoridades también preserven y protejan, edificios antiguos, sitios naturales como, oasis, formaciones rocosas de interés, y todo lo que un buen juicio nos dicte, qué se puede sacrificar, y qué no. Por supuesto que nuestra población oriunda, y los visitantes en mucho debemos y estamos obligados a contribuir, por ejemplo diré que:
No debemos tirar basura en lugares naturales, no contaminar las aguas de corrientes naturales al lavar nuestros aceitosos y tóxicos vehículos, ni debemos “machetear” cardones, chollas, biznagas, no defecar a ras de suelo y al aire libre, sino que enterrarla, y lo peor de todo, no provocar incendios.
Un cardón que destruyamos, no volverán nuestros ojos a verlo ser adulto, pues les toma hasta 500 años llegar a la adultez, y por lo menos se ocupan seis millones de semillas de éstos organismos, para que sólo una se logre, las demás o se pudren, se las comen las hormigas, los pájaros, o simplemente cuando ya están naciendo, pasa un despistado animal y las pisa; o bien cuando ya tienen arraigo en la tierra, y unos dos o tres metros de altura, pasa otro animal y los “machetea”.
La carretera transpeninsular que en la parte de El Rosario se abrió a la circulación en septiembre de 1973, ha traído progreso en todos los sentidos, y no obstante esa construcción, nuestra bella península sigue siendo una tierra sin igual.
¡A ver que hace cada uno de nosotros porque así continúe, al menos ya di algunas simples ideas para lograrlo!
AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO
20 DE ENERO DE 2012.
El presente es trabajo intelectual del autor quien lo tiene protegido bajo patente número 1660383; se puede citar, siempre y cuando se otorguen los créditos correspondientes, y no sea con fines comerciales ni de lucro.
NOTAS Y FOTOS RELEVANTES.
Por el camino real bajacaliforniano, cruzaron primero los nativos, luego misioneros, soldados, arrieros, vaqueros, muleros, fayuqueros, asaltantes, bandas de forajidos, gente que huía de la leva en la revolución mexicana, carretas de mulas, gente a pie, mineros, gambusinos, leñadores, leñeros, pescadores, investigadores, historiadores, migraciones de familias enteras principalmente de sur a norte; siendo los peores de todos, los asesinos, traficantes, invasores, y filibusteros; y más tarde: Laboriosos hombres que conducían troques cargados con mercancías, caguamas, ganado, quesos, carnes, frutas secas, conservas, ónix, oro, granate, tungsteno, cobre; Aquellos troques que en mucho hacían pasar apuros a los carros bajos, peor cuando los caminos eran inmensos lodazales, que cruzarlos tomaba meses; todo eso pasó por aquellos caminos, y mucho, mucho más…En tiempos de lluvia para cruzar de Punta Prieta a La Bachata, distantes entre si unos cuantos kilómetros, se hacían días y días en cruzar las trampas eternas que eran los inmensos lodazales…O bien cruzar en cualquier época del año los médanos de El Socorro, al sur del valle de San Quintín, era un cuento de nunca acabar con los movedizos arenales; en lo personal cuando viajaba con mi abuelo, siendo un niño, me la pasaba tirado de panza jalando arena con los brazos y colocando ramas debajo de las llantas, recuerdo que salía grisáceo de abajo del carro; grisáceo como un coyote…
La carretera transpeninsular también se construyó a los largo de la península sobre ciertos tramos de las veredas ancestrales…
Y hablando de los caminos de la vida, el gran cantor uruguayo ALFREDO ZITARROZA, entonaba:
“No eches en la maleta lo que no vayas a usar, pues son mas largos los caminos pa’l que va cargau de mas…
No te olvides que el camino es pa’l que viene y pa’l que va”…
En el tramo entre San Agustín, hasta el área de la Laguna Seca de Chapala; en la actual Delegación Municipal de El Mármol, Baja California; y desde la laguna seca de Chapala, hasta Punta Prieta, y la Bachata, en la Delegación de Punta Prieta, fue don Arturo Grosso Peña, a quien en 1945, el gobierno federal contrató para abrir los caminos de los que he narrado.
En Bahía de Los Ángeles y su comarca, fue Don Antero Díaz el encargado de tales trabajos.
Don Fidencio Ibarra, Don Gustavo Villavicencio, y “Cheche Fisher” en la zona de San Ignacio, Baja California, Sur; y tantos más laboriosos bajacalifornianos que ya se fueron, como los viejitos decían: ¡Se fueron para el potrero grande!
Camino real milenario, en El Rosario; Sergio Espinoza Grosso, arreando
Las bestias para la campeada del ganado.
Foto: Autor anónimo: Año hacia 1988.
Un auto de los que surcaron los ancestrales caminos.
Foto tomada en casa de mi bisabuelo Ambrosio García Guerrero, en El Rosario.
Hacia el año de 1936, por William James Cochran: Me la obsequió su hija
Elena Esther Cochran García.
Colección Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Primeros “Troques de carga” que llegaron a la zona de El Rosario, en 1919,
Sobrantes de la primera guerra mundial.
Foto William James Cochran; Colección Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Me la obsequió Elena Esther Cochran García, hija de W.J. Cochran.
Arriba: Margarito Duarte Espinoza, subiendo la cuesta nueva en
Agosto 1919, Con sus mulas jala el carro del gobernador Esteban
Cantú Jiménez. Abajo: Carros de mulas frente a la casa de
Don Anastasio Villavicencio Arce, y auto del gobernado que
Pasa por enfrente de la casa por el camino que fue sendero
Ancestral, y aquí habilitado para carros de mulas y los primeros a gasolina.
Foto: Gobierno de Esteban Cantú.
Camino de El Mármol, a El Volcancito, ambos sitios hoy abandonados.
Este camino se construyó siguiendo un sendero ancestral.
Foto tomada en 1995, por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Cabalgata “Eulogio Duarte Peralta” en marzo de 2008, por un camino
que antes fue sendero milenario.
Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui.
Colección: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Valle de los Cirios, en el extremo sur de la Delegación de El Rosario,
Baja California, México.
Foto: Marzo de 2008 por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Camino sobre sendero milenario entre el pueblo Nuevo Rosarito y
La misión de San Francisco
De Borja Adac.
Foto tomada en marzo de 2008:
Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Foto tomada desde un sendero milenario intacto.
San Francisco de la Sierra, Baja California, Sur.
Foto tomada por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
Marzo de 2008.
Sendero milenario en la roca cruda, se encuentra intacto; la mano
Del hombre actual construyó una cortina para proteger y almacenar
Agua en mayor capacidad en una tinaja que utilizaron por milenios
Los primeros pobladores.
San Francisco de la Sierra, Baja California, Sur.
Foto tomada por Alejandro Espinoza Jáuregui, en marzo de 2008.
Cicatriz milenaria en la roca madre: San Francisco de la Sierra,
Baja California, Sur.
Foto tomada por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo, en marzo de 2008.
El autor Ing. Alejandro Espinoza Arroyo, recorriendo milenaria vereda.
San Francisco de la Sierra, Baja California, Sur.
Foto tomada por Alejandro Espinoza Jáuregui: Marzo 2008.
Otra vista de milenario sendero intacto: San Francisco de la Sierra,
Baja California, Sur.
Foto tomada por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: Marzo de 2008.
“Qué hermosa es la cruda belleza de Baja California”
“Nuestras tradiciones son cultura, y conocimiento; cuidemos nuestras tradiciones”