Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
Lunes 31 de Octubre de 2011.
Echa con todo respeto, y sin que sea malagradecido, pero una de las críticas que tengo para las costumbres de nuestros ancestros, es que a los niños nos prestaban como si fuéramos herramientas, bestias de carga, o simplemente como que nos veían con cierto desdén, y en el interés de vernos formados “hombres”, nos prestaban con parientes y amigos para que fuéramos utilizados en las más diversas tareas, ajenas por supuesto, en las que el beneficiado con nuestro tierno trabajo, no siempre quedaba del todo satisfecho, y nosotros “los prestados” siempre quedábamos totalmente agotados, pero eso sí, “más hombrecitos”, como si en los trabajos de la propia casa no hubiésemos podido igual, “Agarrar tal hombría”.
Desde luego que mi postura no es la de criticar aquellas antiguas costumbres, más bien, es de analizar el por qué, desde los cuatro o cinco años éramos los niños varones, y en algunas ocasiones también las niñas, vistos por nuestros mayores con cierto deber por parte de ellos, el sacarnos del seno materno y enviarnos fuera de casa para que en otras apoyaran a nuestros padres para que “Nos hiciéramos hombres”, según sus propias palabras:
Normalmente a casa llegaba algún pariente o amigo de la familia, buscando al padre, diciéndole:
Préstame a fulano para que me ayude unos meses en el rancho: A lo que con todo desenfado el padre contestaba:
Sí, llévatelo “para que se haga hombre”
Luego llamaban al elegido, la madre le alistaba una cajita, o un costalito con sus muy escasas pertenencias, lo echaban atrás del troque, y se llevaban al chico, casi un bebe, con rumbo a tal o cual sitio, y allá iniciaba el ritual de hacer hombre al desvalido, ritual que normalmente iniciaba a las cinco de la mañana de todos los días, y concluían al anochecer.
¿Cuáles juguetes, cual niñez?, en aquellos tiempos eran atender una tarea tras otra, otra, y muchas más...Los niños más “utilizados”, eran los que habían perdido a alguno de sus padres, y al padre que quedaba a cargo le resultaba imposible sostener a la familia, lo que redundaba en hacer repartición de niños entre la parientada…
Y se nos fue la niñez, se nos fue en puro hacer mandados, y tareas tantas que apenas nos dejaban respirar; atendiendo aquellos arreglos que se daban entre nuestros mayores, ya fuera que se hubieran arreglado de caballo a caballo, de carro a carro, o en una borrachera, en la que uno le ofrecía, o aceptaba la petición del otro, para que le diera en préstamo a un chamaco de tantos que tenía.
En fin, así eran las costumbres, también yo, así me crié en El Rosario; aunque siempre el “prestado” se podía preguntar: ¿Por qué me traen aquí, si tienen hijos de mi edad?, aunque debo reconocer que en muchas de aquellas casas donde nos “arrimaban”, eran personas de muy buen trato, en otras no. Dependía entonces, de a qué casa íbamos a parar, porque mientras en algunas eran agradables nuestras estancias, en otras eran un verdadero martirio; en fin así fueron las cosas, pero de todos aquellas situaciones grandes aprendizajes obtuvimos, y sea tal vez, a eso, lo que antes los nuestros llamaban: “Hacerse hombres”.
En muchas ocasiones “los prestados”, íbamos a vivir con personas de avanzada edad, para mí eso era gratificante, pues en las nochecitas los interrogaba a mis anchas, y de aquellos “Interrogatorios”, es que han salido muchas de las historias que he investigado a lo largo del tiempo, muchas de las cuales ahora comparto, tanto en pláticas personales, como en narrativas.
Y para no hablar de mi persona, prefiero dejar el espacio a mi apreciable tío ANGEL ZACARIAS ESPINOZA AGUILAR, quien en sus propias palabras nos comparte algo de su vida, y de la costumbre que he tratado párrafos antes:
A continuación, transcribo la narrativa de Ángel Zacarías Espinoza Aguilar:
“Salí de El Rosario a la edad de 8 años con destino a Ensenada por órdenes de mi
Madre, quien entonces se encontraba atrasada económicamente, pues éramos varios hermanos; era lo que se usaba en aquellos tiempos: “Prestaban” a los hijos con los parientes, igual como prestar cualquier cosa.
Mi madre ganaba un peso a la semana y no le alcanzaba para mantenernos a todos, así que me mandó con mis Abuelos, los padres de ella, Ruperto Aguilar y María de Jesús Acevedo Marrón que Residía en Ensenada en donde cursé mi enseñanza primaria, de allí pase a Tijuana a la edad de 16 años, allá vivía mi tía Isabel Aguilar a quien aprecio bastante, pues me ofreció su casa me daba comida y allí me acomodé.
Bonitos Recuerdos guardo cuando le llevaba lonche a mi abuelo Ruperto Aguilar,
Él trabajaba cortando alfalfa para un señor ruso de apellido Rudakoff, quien tenía una gasolinera en la calle Quinta y Ruiz en Ensenada, eso fue en la década de 1940.
Yo le ayudaba a mi abuelito Ruperto Aguilar en su trabajo, ya que él se ganaba la vida cortando alfalfa con una guadaña, y pues la mentada herramienta estaba más grande que yo, después que terminábamos de cortarla, nos sentábamos a comernos el lonche. Mis abuelos vivían en Ensenada por la calle Sexta y Blancarte.
Me platicaba mi hermana Balbina Espinoza que cuando ella vivía en la casa de mi tío “Nico Loya” me miraba pasar cuando le llevaba el lonche a mi abuelo, me dijo, pasabas descalzo, y me daba mucha pena, un día le dije: Recuerdo que te miraba en el lavadero cada vez que pasaba; ¡Ah que bonitos recuerdos tan lejanos!.
Recuerdo que trabajaba cerca del rastro en donde mataban marranos y reses y le daban a mi abuelo sangre de res, después mi abuela María de Jesús hacía empanadas con ella, y yo las llevaba a vender al viejo muelle que había en ese entonces en Ensenada, de donde salían los turistas a pescar; mi abuela me decía véndelas a diez centavos moneda nacional, lo cual equivalía como un penny o dos, y los güeros me pagaban cinco o diez centavos moneda americana.
Pues que crees Alejandro, con esas ventas yo ganaba más que mi abuela, después de las ventas me metía al cine a gastar las ganancias y a mirar películas de vaqueros, a comer palomitas de maíz, perros calientes, y sodas.
También vendía el periódico americano “Los Ángeles Times”. Cuando fui más grande me acuerdo que mi hermano Policarpio (Polo) Espinoza y mis tíos Esteban, Jesús, y Alejandro “Cano Aguilar” y mis primos el “Grande”, y Adán Aguirre se iban a Eréndira, Baja California a sacar choros para la cooperativa “Ensenada” de los hermanos Guerrero, y yo me les pegaba, allí sacaba mi dinerito entonces tendría entre catorce o quince años de edad.
Un día mi hermano Polo me dijo que necesitaban un cocinero, que si quería irme a la isla Natividad, Baja California, Sur, que se encuentra justo debajito del paralelo 28 grados, pero del lado sur, enfrente de la Isla de Cedros, que se encuentra al norte del mismo paralelo; que si quería irme con ellos, pues mi hermano y el “Grande Aguirre” trabajaban un equipo en la pesca de langosta; y como si me fui con ellos para allá, cuando se iban ellos a marea echaba mis trampitas en lo bajito después que regresaban nos íbamos Francisco (Pancho) Aguirre; y yo a sacar las langostas de las trampas. Recuerdo que mis tíos, y mis primos nos hacían pelear a Pancho y a mí, pues éramos de la misma edad. Estuve en la isla de Natividad durante tres años, de aquel lugar pase a Tijuana, donde vivía en la casa de mi tía Isabel y mi tío Manuel Aguilar; un día fui a visitar a mi hermana María (Maura) y su esposo Jesús Ayala; vivían en Tijuana, en la calle primera y avenida “H”, como a media cuadra de su casa, estaba la lechería y pasteurizadora: “La Suiza”.
Me dijo mi hermana María:
¿Por qué no vas a buscar trabajo a la lechería?; y como así lo hice y con tan buena suerte que me acomodé de ayudante repartiendo leche a las tiendas, el dueño se llamaba Ernesto Jiménez; y el que me dio trabajo ese día se llamaba Efrén Sánchez, era primo de la ex esposa de Jiménez; los Sánchez eran de Sinaloa. Después me fui a la lechería de los hermanos “Alonso”, que eran Armando, Sany, Wallis, y el mayor Marcos Alonso.
Mi padre Alejandro (Mechudo) Espinoza Peralta siendo vaquero en la sierra trabajó con el papá de los “Alonso” cuando tenían borregos y ganado; un buen día me dijo Armando Alonso que tenía unas fotos de mi padre y me las iba a regalar, lo cual nunca sucedió. El conoció a mi padre, pero yo no.
Mi tío Santiago Espinoza Peralta le prestó algunos corrales a “Alonso” cuando pastoreaban su ganado y su borregada.
Trabajé en Tijuana de repartidor de leche, para ese entonces mi madre y mis hermanos ya residían en Ensenada, después pasaron a Tijuana a petición de mi tía Isabel; después conocí a Maria Eugenia Castruita con quien me casé, y procreamos cuatro hijos:
Ángel, Sandra, Patricia, y Francisca.
En el año 1963, un mes o dos antes que naciera Ángel mi primer hijo, me mandó decir Carlos Aguilar desde Los Ángeles, California, que si quería irme a trabajar a para allá, pues me tenía un trabajo en un restaurante “Dennis”, no dejé pasar la oportunidad; y desde entonces acá estamos.
Espero que en el futuro miembros de nuestra familia puedan dar una mirada atrás a través de éstos apuntes. La vida nos enseña muchas lecciones, pero sobretodo debemos tratar de dejar un legado digno que será parte de sus raíces con el paso del tiempo.
‘’Ángel Zacarías Espinoza Aguilar‘’.
Agosto de 2011.
Bueno pues, a eso es a lo que me referí en la introducción de este artículo; con las breves pero importantes palabras de Ángel Zacarías, nos pudimos transportar a las veredas que anduvo, en sus palabras nos dimos cuenta de cómo se vive cuando se es “niño prestado”, y sobre todo cuando se es niño sin padre, como en su caso, ya que su padre, el primer Alejandro que existió en nuestra familia, falleció cuando Ángel era apenas un pequeño niño.
A pesar de su dura niñez, de su dura y nula juventud, dentro de sus escasos entretenimientos se encontraba, como lo relata, comiendo palomitas de maíz, y disfrutando de las películas de vaqueros, en un cine de la Ensenada aquella, que ya se ha quedado unos sesenta años detrás de este tiempo que ahora vivimos; No obstante, Ángel, jamás se fue por caminos torcidos, cuyos resultados se palpan ahora, en una apreciable y digna familia; y aunque su narrativa la envió para compartirla con mi persona, la hago del conocimiento público, porque considero que es un ejemplo de vida que a muchos de seguro nos servirá de estímulo.
AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA
LUNES 31 DE OCTUBRE DE 2011.
El presente trabajo es de orden intelectual, es propiedad del autor, quien lo tiene protegido bajo patente numero 1660383; se permite el uso parcial o total, siempre y cuando se otorguen los créditos correspondientes, y no sea con fines de lucro o comerciales.
NOTAS RELEVANTES:
En Isla Natividad, Baja California. Sur, Ángel Zacarías también trabajó con los hermanos Luís y Jesús “Canguro” Vázquez Collins.
El padre de Ángel Zacarías Espinoza Aguilar fue Alejandro “Mechudo” Espinoza Peralta, hermano menor de mi bisabuelo Santiago; Alejandro nació en El Rosario, en 1895, y falleció asesinado en Ensenada en 1945:
La madre de Ángel Zacarías fue Francisca Aguilar Acevedo, descendiente de las antiquísimas familias rosareñas.
El nombre de Zacarías, lo lleva porque así se llamó el segundo Espinoza nacido en Baja california, en 1779, Zacarías Espinoza Castro, hermano del patriarca Espinoza de El Rosario, Carlos Espinoza Castro.
Zacarías Espinoza Castro se fue de El Rosario a Sonora en 1802, o en 1803, de donde jamás regresó, pero si lo hizo 120 años después José Espinoza, bisnieto que fue de Zacarías, y se asentó en Ensenada, donde aún viven sus descendientes. En 1928 José ya se trataba con los Espinoza de El Rosario, en la calidad de parientes, y fue por él, por quien se supo de su ancestro Zacarías. José Espinoza instaló en Ensenada, en la década de 1920 un taller de fotografía y una barbería que llamó “La Popular”.
El padre de Ángel Zacarías, fue el primer “Espinoza” que en El Rosario llevó el nombre de “Alejandro”, mejor conocido por el apodo de “Mechudo”; el segundo fue mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta, nacido en 1912, y fue sobrino de Alejandro “Mechudo”; el tercero fue Alejandro Espinoza Peralta, nieto del “Mechudo”, e hijo de Arnulfo “Chuty” Espinoza Loya, hermano de Ángel Zacarías; el cuarto fue Alejandro Espinoza Bañaga, hijo de Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta, y de la Kiliwa Dionisia Bañaga; el quinto es quien esto escribe; el sexto es Alejandro Espinoza ¿?, hijo del tercero; el séptimo es Alejandro Espinoza Jáuregui (mi hijo); y con una ligera variante el octavo es Isaac Alexander Espinoza Montiel (mi nieto). El nombre “Alejandro” apareció en nuestra familia en 1895, por lo que a la fecha lleva 116 años utilizándose.
Los cuatro primeros “Alejandro” ya han fallecido, mientras que “Mechudo” falleció antes de los 50 años de edad, mi abuelo falleció de casi 79, en 1991; Alejandro hijo de “Chuty” cerca de los 60, hacia 2010; y el hijo de “Chale Espinoza”, falleció de 30, hacia 1986.
Alejandro “Mechudo” Espinoza Peralta en sus primeras nupcias fue casado con Ángela Loya Espinoza; procrearon a: Emilio, María Guadalupe, Enriqueta, Gustavo, María Maura, y Arnulfo “Chuty”. Luego que enviudó de Ángela:
En segundas nupcias se casó con Francisca Aguilar Acevedo, procreo a: Bertha, Leopoldo, Angelita, Balbina, “Tardo”, Cruz (mujer), Ricardo, y Ángel Zacarías.
De izquierda a derecha: Ángel Zacarías Espinoza Aguilar, Zacarías Espinoza Peralta, y el autor de este trabajo: El Rosario, Baja California, 2005.
Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui.
Zacarías Espinoza Peralta, fue primo y padrino de Ángel Zacarías, y ambos fueron primos de mi abuelo Alejandro “Negro Espinoza Peralta. Zacarías Espinoza Peralta falleció un par de años después de tomada esta foto frente a su casa.
“Nico Loya”, a quien Ángel Zacarías menciona en su narrativa, fue José del Carmen Loya Espinoza, primo hermano de su padre Alejandro “Mechudo” Espinoza Peralta. Fue con “Nico Loya” con quien me inicié de escritor, si es que se me puede otorgar tal distinción, ya que fue en su casa de Ensenada, en 1972, contando con catorce años de edad, cuando tomé mi primera toma nota de las pláticas y relaciones que de sus orígenes me hiciera aquel año.
Kiliwa: Es una etnia de los pobladores ancestrales de la península, habitan en El Arroyo de León, en el Municipio de Ensenada, Baja California; pertenecen al troco lingüístico yumano peninsular, y al dialecto Borgeño. Actualmente sólo existen en Baja California de manera muy mermada poblaciones de Kiliwa, Paipái, Kumiai, y Cucapah; siendo unos cuantos de los miles que habitaban en toda la geografía peninsular a la llegada de los conquistadores españoles, que aunque algunos afirman que a la península no se le conquistó; el azote español primero y el mexicano después, prácticamente extinguieron a la población ancestral; pues a esa raza pertenecía mi tía Dionisia Bañaga, esposa que fue de Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta, hermano de mi bisabuelo con quienes tuve el gusto de ampliamente charlar.
La Kumiai Gloria Castañeda elaborando una cesta en Tecate, Baja California: Foto Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: 1995.
La Kumiai Gloria Castañeda elaborando una cesta en Tecate, Baja California: Foto Ing. Alejandro Espinoza Arroyo: 1995.
La bella Baja California y su historia
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