viernes, 14 de enero de 2011

ALGUNAS REFERENCIAS DE LA TENENCIA DE LA TIERRA EN LA PENINSULA DE BAJA CALIFORNIA.

CON RELACION A EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA COMO PUEBLO ANCESTRAL.

Y LA LLEGADA DE DOS CONTINGENTES A ESTE LUGAR: EN 1954, y en 1961.

Ancestralmente la tierra en la península bajacaliforniana, era tierra de todos y tierra de nadie, fue el territorio por donde vagaron por milenios sus primeros pobladores, quienes a la llegada de los europeos, en las personas de misioneros, soldados, marinos, muleros y arrieros principalmente, encontraron distribuida la población en las naciones Cochimi, Guaycura y Pericue, en ese orden de distribución poblacional de norte a sur; compuesta cada nación por diversos grupos de parientes, o clanes, que eran dirigidos por un brujo o chaman.

A la llegada de la corona española con fines de adquirir para si los territorios entonces en manos de la población autóctona, con fronteras delimitadas entre ellos por las zonas de caza o de recolección de frutos, semillas, y animales silvestres, se dio inicio prácticamente a la tenencia de la tierra de una forma estructurada, a causa de la presencia española.

Con la introducción por parte del imperio español del sistema de dominio y producción misional, se establecieron límites para cada uno de los asientos misioneros, los que avanzaron de Loreto hacia el sur, hasta San José del Cabo, y de Loreto hacia el norte, posteriormente, hasta las confluencias de Sonoma en la Alta California.

Aquí en la península, una vez que se establecieron todas las misiones, las que iniciaron en 1697, en Loreto, y el último asiento misional en San Miguel Arcángel de la Frontera, fundado el 12 de marzo de 1787, en las cercanías de la actual frontera política internacional entre México, y Estados Unidos de Norteamérica; teniendo como resultado, que infinidad de familias se formaron con los soldados misionales como los primeros dueños de las tierras, después de secularizado el sistema misional.

Antes de la secularización, se dio un intento por distribuir la tierra peninsular, y con esto lograr el poblamiento de la bastedad de nuestra geografía, la que en aquellos tiempos era desolada en su mayor parte.

El visitador del virrey, Don José de Gálvez, emitió un decreto para la distribución y poblamiento de las tierras en la región, firmado en el Real de Santa Ana, Baja California Sur, el 12 de agosto de 1768, poco después de la expulsión de los misioneros jesuitas de tierras hispanas, y poco antes de la llegada de los misioneros franciscanos a la California, quienes solo fundaron aquí, la misión de San Fernando Velicatá, situada en el actual territorio de El Rosario.

En 1773 arribó a la Baja California la orden Dominica, cuyos misioneros se hicieron cargo de toda la península, desde los Cabos, en el sur, hasta la Mojonera de Palou, en las inmediaciones del pueblo de la Misión Vieja, cerca de Playas de Rosarito, en el norte; por su parte, los Franciscanos se ocuparon de la Alta California, desde San Diego de Alcalá, hacia el norte.

Amparados en el decreto de José de Gálvez, se pretendió traer familias del centro de México, para que ocuparan las agrestes tierras de esta península, sin embargo, de los pocos que vinieron, al poco tiempo se regresaron a sus lugares de origen, principalmente Guanajuato, Jalisco, y otros sitios del interior del país.

No fue hasta que las misiones dejaron de ser centro administrativo, y militar, que se dotó a los antiguos soldados misionales con terrenos para que de ahí se hicieran vivir. Los tales terrenos entregados a los antiguos soldados de cuera, fue en pago a los salarios que en ocasiones hasta por diez años les debía el gobierno mexicano.

Los antiguos soldados se convirtieron después de las comunidades primitivas, y la misión después, en los siguientes dueños de las tierras aquí en la península, para el caso que nos ocupa.

Con el paso de los años, y a la pérdida del territorio norte de México a manos de estados Unidos de Norteamérica; y para los tiempos del gobierno de Benito Juárez, y por las convulsiones internas, las guerras, y por si aquello fuera poco, la intervención francesa a suelo mexicano; fue la razón por la que el gobierno de Juárez puso en oferta la venta de terrenos en distintos puntos nacionales, entre éstos los de la península, con el ánimo de hacerse de recursos para defender tanto la nación de la intervención extranjera, como su gobierno, muy perseguido que fue.

Los rancheros pioneros, antes soldados misionales, compraron los territorios que el gobierno de la república les ofertó; tenemos así que: La ex misión de El Rosario, se le vendió a Carlos Espinoza Castro, Santo Domingo de La Frontera a José Luciano Espinoza Castro, y así fue vendida palmo a palmo la tierra de la región. Con la doble intención del gobierno de Juárez, que era por un lado hacerse de recursos con la venta de las tierras, y en segundo término lograr que las familias aquí asentadas entonces, no emigraran para la Alta California, cuando ya esa tierra pertenecía a otro país; asegurando con la continuidad de nuestros pioneros aquí, mantener la presencia de mexicanos en esta tierra tan apetecida entonces por los intereses expansionistas del coloso del norte.

Durante el gobierno de Benito Juárez se expidieron los títulos de propiedad correspondientes, los que daban la certeza jurídica de la tenencia de la tierra; que fueron respetados desde su emisión en la década de 1860, hasta la llegada de Lázaro Cárdenas al poder, en 1934, quien implementó la tenencia ejidal, desconociendo los títulos del presidente Juárez. –Sería como si dentro de unos setenta años llegara alguien al poder y desconociera toda la documentación con la que ahora creemos tener asegurados nuestros bienes: Y los esfuerzos que ahora hacemos, se lanzaran a la basura-.

Para el caso de El Rosario, en particular, las tierras se mantuvieron desde 1836, hasta 1961, en manos de las mismas familias, los que poblaron la tierra, brindando en varias ocasiones su sangre en su defensa ante diversas invasiones de filibusteros.

PRIMER CONTINGENTE DE COLONOS QUE ENVIO EN EL SIGLO XX, EL GOBIERNO A EL ROSARIO.

Fue en 1954, cuando implementando las leyes que desconocieron los títulos del gobierno de Juárez, el gobierno mexicano envió sobre toda la republica, principalmente al norte, grupos de personas que requerían de tierras para la subsistencia, y para habitar.

Con la salvedad de que el contingente enviado a El Rosario en 1954, fue al valle de San Vicentito.

El Valle de San Vicentito, es un lugar desértico al grado que las esporádicas lluvias, a veces producen algunas hierbas que si acaso llegan a dar sus florecillas, lo hacen de muy mala gana, logrando crecer si acaso unos cinco centímetros de altura.

Nos podremos imaginar a las familias en ese valle en el año de 1954, donde no se encontraba ningún tipo de sombra, ni aguaje, tinajas, oasis, nada, salvo un triste páramo estéril, polvoroso, con fuertes secos y fríos vientos.

Al pasar los dos primeros años de su llegada ya no quedaba nadie en aquel triste lugar; salvo dos jovencitas que aguardaban a que su padre volviera por ellas, de un viaje que había realizado al pueblito de El Rosario en búsqueda de alguna parcela en renta: Aquellas chicas eran Amalia Arroyo Castro, y su hermana Rufina: mi madre.

La mayoría de los colonos de San Vicentito se regresaron a sus lugares de origen, o a diversos sitios, entre ellos El Rosario, a cuya demarcación pertenece San Vicentito.

Antonio Arroyo Barbosa (mi abuelo materno), regresó después de dos meses por sus hijas y se las llevó a El Rosario; habían durado desde su llegada, cerca de dos años en lo más crudo del desierto central de Baja California. En este lugar, mi abuelo se dio a la tarea de excavar un pozo para el agua, trabajó en el por casi año y medio, diario sin parar, salvo el domingo en la tarde; el pozo llegó a tener una profundidad descomunal, en la que jamás alcanzo ni una gota de agua, ni humedad siquiera.

Mi abuelo Antonio, se asoció con Don Eustaquio Villalobos Meléndrez, con quien sembró sus tierras, ubicadas en arroyo de El Rosario, con maíz, frijol, y sandias; era en ese mismo lugar donde Victoria “Doña Vito” Castillo, esposa de Don Eustaquio atendía su restaurante, en el que servía variados platillos a los viajeros, mejor conocidos como “Los Sureños”, aunque no fueran del Sur, para nosotros, eran Sureños; -de la misma manera que para los occidentales, todos los orientales son chinos, aunque no lo sean-

Las tierras que trabajaba mi abuelo ya en 1956, las labraba a puro azadón y pala, apoyado también por un aradito, tirado por una yegua que había llevado de Maneadero a El Rosario; fueron trabajos tan arduos, tan pesados, y poco remunerativos, que mi abuelo se marchó a principios de los sesentas para San Vicente Ferrer; se marcharon todos los Arroyo de El Rosario, salvo mi madre, quien se casó en 1957, a principios de año, dando a luz a fines del propio año del cincuenta y siete, a quien esto escribe; convirtiéndome la vida en el primer rosareño cruzado con una chica de aquel primer contingente, con origen en los ideales de Cárdenas, llegado a El Rosario.

SEGUNDO LANZAMIENTO SOBRE EL ROSARIO; AUTOR: EL GOBIERNO DE MEXICO; AÑO: 1961.

Todos los días los rosareños desde el año de 1774, se levantaban a sus quehaceres cotidianos, como la ordeña, quebrar la leña, sacar agua, pastorear los animales, y muchas otras de las actividades que se realizaron desde aquel lejano año hasta 1961, año en el que en uno de sus amaneceres nos encontramos con que teníamos visita, visitas enviadas por el gobierno del entonces gobernador Eligio Esquivel Méndez, con ordenes giradas desde el centro del país, para que el Estado de Baja California fuera poblado por gentes que requirieran de tierras para vivir, y para producir.

Debido a la experiencia anterior con el contingente de San Vicentito, en 1961, el gobierno decidió enviar un segundo embate, ahora a donde si hubiera agua.

Nada tendría de malo tal política gubernamental, los problemas que se suscitaron fue que el gobierno no mandó a los que ocupaban tierras, sino que los lanzó sobre aquellos pobladores que ya habitaban la tierra desde mas de siglo y medio antes. Llegaron los “invasores” con la orden y la idea de dejarle a los antiguos colonos solo un metro de tierra alrededor de cada casa, o de cada rancho; con esto podemos imaginarnos lo errático de aquellas políticas de aquellos sabios, por la cantidad de problemas y enfrentamientos que se causaron , sin necesidad, ya que si algo había entonces en la península, y en El Rosario, eran tierras vírgenes sin explotar en toda su historia, y agua en cantidad suficiente para su riego, en la que muy bien podría haberse asentado a todos aquellos hermanos mexicanos que no las poseían, y no lanzarlos sobre nosotros sin ninguna necesidad de hacerlo.

Bueno, como hayan sido las cosas, como se hayan tomado las decisiones políticas, que a nuestros ojos fueron torpes y erráticas, por decir lo menos; en una fría mañana del año de 1961, en que amanecieron los “paracaidistas”, los confundimos con una comunidad gitana, de aquéllas personas que viajan por el mundo, y que también se les dice “Húngaros”.

Los que llegaron en aquella mañana, se instalaron de manera provisional, muy precaria, en carpas de lonas y cobijas, cocinando al aire libre, y acercando agua desde el arroyo a la parte alta donde según nosotros pernoctaban.

Una vez que ya estaban asentados, varios días después llegaron unos “parlanchines politiquillos” desde Mexicali, que viendo desde lejos los toros, cuando creían que ya podrían entrar sin ser golpeados, cuando consideraron que ya no habría amenazas por parte de los antiguos colonos, se acercaron a los “Ejidatarios”, para hacerles entrega de las tierras, que no tenían dueño, pero que curiosamente todas alimentaban ganados, y eran cultivadas desde muchas décadas antes.

No tengo ganas de comentar la cantidad de problemas que se suscitaron entre colonos y ejidatarios, y el estrés que grandes y chicos padecimos a raíz de aquellos hechos; lo que si quiero y me interesa en mucho, es relatar cómo, y quiénes llegaron en 1961, su situación en aquellos tiempos, y en la que ahora se encuentran.

Llegaron tan, pero tan atrasadas aquellas familias, como en las que llegó mi madre varios años antes, no solo eso, también vivían en la zozobra y en la angustia por la cantidad de problemas que cada día se acrecentaban por su llegada, y por querer el gobierno entregarles las propiedades que otros ocupaban desde hacia muchísimo tiempo.

Recuerdo que mientras los hombres de aquellas familias se acercaban a las tierras ya ocupadas, para querer ocuparlas, mas por ordenes del gobierno que por iniciativa de ellos, y mas por necesidad de subsistir, que por animo de despojo, o cualquier otra cosa; sus mujeres tímidamente se acercaban a las casas de los antiguos pobladores, y cuando supieron que en el pueblo vivía una joven mujer, madre de varios niños, que era originaria como ellos del centro del país, luego la buscaron en son amistoso y cordial.

Aquella joven mujer, mi madre, los recibió con gran gusto, pues eran personas con usos y costumbres muy similares a las de ella; por esta razón, y por su durísima experiencia en San Vicentito, tuvimos la oportunidad cuando niños, en aquellos grises días, de convivir tanto con los colonos, que éramos los rosareños, que eran las gentes de nuestro padre y de nosotros, como las gentes de nuestra madre que muy pronto las hicimos también de nosotros.

Y es que los límites geográficos de “El Rosario”, y del “Ejido”, se marcaron precisamente en la casa de mis padres. Nadie cruzaba aquel límite sin el peligro de fuerte enfrentamiento, incluso a balazos; sin embargo la casa de mi madre estaba siempre llena de las esposas de los “Ejidatarios”, y nosotros recorríamos con sus niños todas sus casas, allá jugábamos, en ocasiones allá comíamos:

¡Qué bueno que en aquellos tiempos, no lo supieron los demás rosareños; que nosotros éramos de acá, y de allá!

Mi madre les obsequiaba pescados, y mariscos en abundancia, mientras que ellas le obsequiaban, gallinas, verduras, y salsas, o intercambiaban semillas de distintas especies de chile; ya que en aquel tiempo los picantes no se incluían en las comidas de los bajacalifornianos tradicionales.

Las primeras casas de los ejidatarios del Nuevo Uruapan, eran apenas de paredes de ramas, emplastadas con lodo tendido a mano, sus techos eran precarios, construidos con tule, o con hojas de palmas, no tenían pisos, ni estufas, ni camas, cocinaban en tres piedras, en ocasiones en fogón, dormían directo en el suelo, sobre un cartón, un cuero crudo de res, o tule, incluso sobre una capa de sácate; de la mismísima manera en que los del 54 lo habían echo, mi madre entre ellos.

Sus niños, que fueron mis compañeros en la primaria, iban la mayoría sin desayunar, o mal desayunados, no tenían zapatos, y nos admiraban mucho, pues decían que nosotros éramos ricos y muy fuertes porque comíamos langosta, abulon, pescado, y carnes, mientras que ellos comían frijol, a veces arroz, salsa, y hierbas del campo, a veces conejos, y en otras ocasiones liebres.

Fueron sin ninguna duda estas familias, verdaderos pioneros, no cabe duda que cuando se tiene sed o hambre de triunfo y progreso, y se empeña la vida en ello, se logra, sin importar el tiempo y las penurias por las que se pasen.

Al fin de tanto pelear, los rosareños y los ejidatarios, con el réferi mandón y autoritario que era el gobierno, representado entonces por gentes de muy pocos escrúpulos, pues mientras a los ejidatarios les pedían que no aflojaran, a los de El Rosario, los mismos políticos les pedían que no se dejaran de los intrusos:

! Hágame el favor; con ganas de gritar: ¡Viva México!!

Aquellas abnegadas, trabajadoras, calladas, y cuidadosas familias con el tiempo cosecharon lo que con tanto esfuerzo sembraron, ya que en vez de estar peleando y haciendo caso a los politiquillos intrigosos, mejor se fueron sobre las tierras que nadie trabajaba, y aunque en 1967 el ciclón Catherine que azotó, y devastó la región, con cuya llegada les llevó las tierras en cultivo, tanto a unos como a otros. Entonces los Rosareños se dedicaron mas al mar y a la ganadería, mientras que los ejidatarios abrieron nuevas y altas tierras que antes nadie había trabajado jamás, y las hicieron producir, dándole a El Rosario una nueva vocación laboral, la que en la actualidad es una joya que con sus manos y con su sudor, con sus angustias, y con sus esperanzas lograron tallar, obteniendo a la fecha una preciosa gema productiva que es la agricultura de los ejidatarios del Nuevo Uruapan.

Aquellas casitas, se fueron convirtiendo en dignas casas, que antes como ahora son dignos hogares de dignas familias; qué orgullo siento por ellos, y admiro grandemente su gran esfuerzo, aquilato su gran progreso, no solo en lo material, sino en lo moral, ya que platicar con esa noble gente ahora, es como cuando lo hacíamos cuando recién llegaron.

Considero que su triunfo sobre el desierto, y sobre la escasez se debe a su incansable labor, y para nada se debe a los que los lanzaron sobre nosotros.

Agradezco a la vida que mi madre tenga los mismos orígenes que ellos, y que nos enseñara a quererlos como los queremos, así como quisimos a Don Félix Ruiz, y queremos en mi familia a Rubén Lara Gastelum, y a los suyos; a Doña Panchita Carreras, a quien siempre vimos como a una abuela, y mi madre quien ya no contaba con su madre, la vio siempre como tal.

En la actualidad las mesetas de las márgenes del arroyo de El Rosario, y algunas cañadas de la margen norte, producen miles de toneladas de alimentos que con tanto cariño y paciencia cultivan, cuidan cada plata, cada surco, y cada gota de agua como si fueran un niño recién nacido; por esa razón me he atrevido a escribir en su honor estas sencillas y humildes palabras, espero que sean tan sencillas y profundas como lo es su espíritu de lucha, y de progreso.

Me congratulo de manera especial porque los logros de estas familias son tangibles, predominando quizás sobre todos sus triunfos, que gran cantidad de sus hijos nacidos ya en El Rosario; han formado sus carreras profesionales en distintos campos, regresando al pueblo engrandeciéndolo sobremanera, sabiendo que son Rosareños, hijos de Rosareños y Ejidatarios, que al fin somos solo, habitantes de El Rosario.

Ahora sus labores las realizan al estilo de Juan “Güero” Mouett Pérez, originario de San José del Cabo, Baja California Sur, quien fue el primero en El Rosario, en toda su historia, en trabajar la tierra de manera ordenada, ya que lo hacia con tractores, con equipo de bombeo, regaba su alfalfa, con la que engordaba sus hatos de ganado en corral, contaba con un almacén donde guardaba sus tractores y demás equipos; y tenia muchos hombres bajo sus ordenes, los que mayormente eran vaqueros, regadores, y labriegos, entre ellos a mi padre, por allá en sus veinte años de edad, y les pagaba diecisiete pesos diarios, y la comida del medio día.

Don Juan Mouett Pérez, fue un hombre enteramente excepcional, sumamente trabajador, organizado, de alta confianza, y creo sin temor a equivocarme que varias personas del Ejido Nuevo Uruapan, a juzgar por los resultados obtenidos, han seguido las formas de trabajar de destacado “Güero Mouett”.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO

EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA

14 DE ENERO DEL 2011.

ALGUNAS NOTAS RELEVANTES:

Del contingente llegado en 1954, tenemos a las familias de: Antonio Arroyo Barbosa, sus hijos Roberto casado con Rosario Ceseña, con dos niños entonces; Ignacio, Amalia, Rufina, y Elías, de diez años en aquel entonces.

Lorenzo Ledezma Zúñiga, quien se fue a El Rosario en 1955, se asoció con Sabas Arias y, su esposa Jovita, y sus hijos, en una tierra que le tenían rentada a Cecilio Espinoza Peralta; Familia Servín Jiménez, formada por la madre doña Camila Jiménez, sus hijos Lorenzo, Silviano, Dolores, y otra hermana que no recuerdo su nombre; Don Saturnino Díaz, y su esposa Alicia; Don Natividad Gómez Camacho, y su familia; Don Francisco Carreras, y su esposa Francisca Carreras “Doña Panchita”.

De los miembros originales del ’54 de estas familias, solo quedan unos cuantos con vida en la actualidad; como mi madre, Don Lorenzo Ledezma Zúñiga, Lorenzo, Silviano, y Dolores Servín Jiménez. Doña Camila Jiménez, falleció hace poco a mas de cien años de edad, fue sepultada en El Rosario.

Del contingente llegado en 1961: originalmente eran las familias de: Francisco Zacarías, Francisco Zaragoza, Don Félix Ruiz, Juan Jáuregui “González”; Maclovio Vera, Alejandro Vera, Mateo Camarena, Jesús González Ayala, “Ñero”, Doña Julia Marin; Don Exiquio Albor, su hermana Doña Ramona Albor, madre de Tiburcio “Pichirilo” Nieblas Albor, y de Canuto Carrillo Albor; Don Rafael Beltrán, Baltazar Beltrán; Rubén Lara Gastelum; Salvador Castellanos; Pedro “Pitirijas”; Julián Torres y su hermano.

En la actualidad la mayoría de las tierras antes solas, se encuentran trabajadas de manera admirable:

Tantos los llegados en el ’54, y en el ’61, vivieron sus primeros años en El Rosario, de manera harto difícil; sin embargo en la actualidad viven sino en la opulencia, si lo hacen dignamente.

Juan “Güero” Mouett Pérez, llegó desde su juventud a El Rosario, y se casó con Emilia Espinoza Peralta, mejor conocida como “Balbina”, quien fue hermana de mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta. Fundaron su productivo rancho al que llamaron “Rancho Mouett”; donde producían grandes cantidades de alfalfa, árboles frutales de variados tipos, contaban con un bosque de hierbabuena, abundante agua de bombeo, de la primera perforación a pozo profundo que existió en El Rosario.

No tuvieron hijos, criaron a Gildardo Mouett Espinoza, quien es hijo biológico de Enrique Meza Echeverria y María Esther Ortiz.

Vivieron por largas temporadas con ellos, sus sobrinas Enriqueta e Idelia Delgadillo Espinoza, hijas del jalisciense Enrique Delgadillo Dávalos y Josefina “Tiki” Espinoza Peralta, también hermana de mi abuelo Alejandro.

Juan Mouett Pérez, nació en San José del Cabo, Baja California Sur el 24 de junio de 1901; y falleció en El Rosario el 01 de febrero de 1977, donde fue sepultado; su esposa “Balbina” nació en El Rosario, en 1907, y falleció el viernes santo de 1999.

Su rancho no existe en la actualidad, se lo llevaron al mar las fuertes y broncas corrientes del arroyo de El Rosario, el de mayor cuenca hidrológica en la península.

Mi abuelo materno Antonio Arroyo Barbosa nació en Pénjamo, Guanajuato, en 1903 fue herrero, talabartero, agricultor, elaboraba y tocaba guitarra; hablaba además de español, inglés, japonés y algo de ruso; así como la lengua autóctona purépecha, a cuya raza pertenecía. Llegó a El Rosario, a la edad de 51 años.

Vivió en Tokio Japón durante varios años, donde trabajó de cocinero; en Rusia trabajó algunos años en la pesca, y en Estados Unidos trabajó en herrería para piezas de ferrocarril. Era un hombre sumamente calmado, de apariencia sencilla, bajito de estatura, callado, y muy observador. Falleció en San Vicente Ferrer, el 10 de enero de 1972.

Mi abuela materna, María Piedad Castro Ramírez; oriunda de Morelia Michoacán; en los tiempos en que la familia se encontraba en San Vicentito, ella vivía en Culiacán, Sinaloa, donde falleció el 22 de noviembre de 1962; visitó a mi madre en El Rosario, cuando ya había nacido su primer hijo.

Espero haber heredado de mi abuelo Antonio aunque sea unos cuantos de sus buenos genes.

CENA DE FIN DEL AÑO DE 2010.

Héctor “Soriano” Lara Carranza, quien es hijo de Rubén Lara Gastelum, y Gregoria Carranza, tuvo la gentileza de invitarnos a cenar en su casa en la parte de El Rosario, conocida como “Ejido Nuevo Uruapan”; aceptamos su gentil invitación, en cuya cena conversamos ampliamente sobre la historia tanto de El Rosario, como de la península; sobre las familias primigenias, y sobre los orígenes del Ejido.

Su esposa es Brenda Martínez Higuera, descendiente de las antiguas familias de El Rosario, como ejemplo Brenda fue nieta de Matea Duarte Peralta, quien a su vez fue nieta de Matea Murillo Smith; es decir en esas generaciones se está hablando de un periodo de unos 140 años de su permanencia en El Rosario.

Muy agradecidos con ellos y con la vida nos encontramos mi familia y yo, por contar entre nuestras amistades a personas como los Lara Carranza, y Lara Martínez:

CURIOSA RESPUESTA DE RUBEN LARA, NIETO:

Rubén Lara, nieto, niño de unos cinco años de edad, respondió a la pregunta que a sugerencia de su padre: Claudio Lara Carranza, le hice:

¿Rubén, en dónde naciste?; con todo desenfado respondió:

¡Nací en Tokio, Japón!

¡En Tokio!, le contesté, y que clarito hablas el español:

Si pues, respondió el niño; lo que generó amplias risas en los asistentes a la cena de fin de año.

Luego su madre, agregó:

Nació en San Quintín, Baja California, aunque siempre dice que nació allá.

RUBEN LARA GASTELUM, Y EL AUTOR: EL ROSARIO, BC 1993

FOTO: HECTOR ESPINOZA ARROYO.

DEL ARCHIVO DE MI PARIENTE Y AMIGO INGENIERO FRANCISCO ARTURO ARCE ZEPEDA, ORIGINARIO DE SAN TELMO, BAJA CALIFORNIA; TATARANIETO DE JOSE LUCIANO ESPINOZA CASTRO, ANEXO COPIA DE TITULO DE PROPIEDAD DE SAN TELMO, ENTREGADO A SU TATARABUELO PATERNO. COMO EL BIEN LO DICE, TENEMOS EL ORGULLO DE SER "VALECITOS" YA QUE ES LA MANERA EN QUE LAS FAMILIAS PRIMIGENIAS HAN UTILIZADO ESA FORMA DE LLAMAR A UNA PERSONA AFECTUOSAMENTE.


Muy estimado Alejandro:

Con muchísimo gusto te reenvío una fotografía que tengo de una copia del título de propiedad de fecha 31 de diciembre de 1859, documento por medio del cual el entonces Presidente de la República Don Benito Juárez le otorgó formalmente un sitio de ganado mayor en San Telmo a Don José Ignacio de Jesús Arce (mi tatarabuelo paterno), con antecedentes en una enajenación previa realizada por Don José Mariano Monterde Antillón Ángeles y Segura (Jefe Superior Político de California) el 15 de enero de 1834 .

Como podrás corroborarlo, la biografía del General José Mariano Monterde Antillón Ángeles y Segura es muy extensa e interesante. Fue director del H. Colegio Militar y diputado. Dirigió la defensa del Palacio de Chapultepec durante la guerra México-Estados Unidos en el año de 1847, hecho por el cual fue condecorado.

Leí tu libro “Linaje Espinoza” y, como lo anticipé: lo disfruté muchísimo. Me identifiqué al 100% con todo lo escrito en él. Me siento muy contento de haber nacido y seguir siendo un “valecito”, pues no cabe duda que los bajacalifornianos tenemos muchas razones para sentirnos muy bendecidos. Nuevamente muchas gracias.

Recibe un fuerte abrazo de mi parte.

Saludos cordiales.

Francisco Arturo Arce Zepeda.

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