sábado, 16 de octubre de 2010

WILLIAM JAMES COCHRAN FLORES:

PERSONAJE BAJACALIFORNIANO MEJOR CONOCIDO COMO: “WILLY COCHRAN”.

Hablar, o escribir acerca de la vida, y obra de “Willy Cochran”, es como recorrer palmo a palmo la basta geografía de la península de Baja California, y el territorio de Sonora; ya que fue en estos dos estados donde entregó de manera permanente su esfuerzo, su arrojo, y la pasión que solo hombres de la talla de él, suelen entregar, recibiendo a cambio una bastedad de amistades, y buenos deseos por los caminos y pueblos por donde sembró amplios afectos, y que a pesar de haber transcurrido ya treinta y cuatro años de su partida, no son pocas las personas que aun conservan la grata memoria, que a ésta tierra le dejó.

El próximo día 21 de octubre se cumplirá el 119 aniversario de su natalicio, el que ocurrió en el entonces pueblito de la Ensenada de Todos Santos, un día 21 de octubre del año de 1891; habiendo nacido en la casa particular de sus padres, que se ubicaba en la esquina de calle quinta y miramar, en la parte posterior donde ahora se encuentra una zapatería.

En sus primeros años en esta vida, allá en la última década del siglo XIX, pasaba buena parte del día atendiendo las caballerizas que se encontraban en la calle quinta y Gastelúm, distante a unos cien metros de su casa, y por las tardecitas después de alimentar a la caballada, recorría las orillas de la laguna que ahora conocemos como “El Bajío”, en pleno centro histórico de la ciudad.

Tuve la gran fortuna de vivir en su casa durante los últimos cuatro años de su vida, de 1970 a 1974, siendo en ese lapso en que de él recibí basta información de los días aquellos, de la Ensenada aquella.

En una ocasión en nuestras platicas del amanecer, me comentó:

“Mas temprano que ahorita, cuando ya había terminado mis obligaciones en mi casa, salía con rumbo a las caballerizas que estaban en la calle “cinco” y Gastelúm; y tan luego que arrimaba la pastura a las bestias, y llenaba el abrevadero, me iba a casa de Don Manuel Clemente Rojo, quien vivía en la avenida Ruiz entre las calles “tres y cuatro”, le ayudaba a meter agua y leña a su casa, pues en la noche se le terminaba la del día anterior; y luego me iba a traer unos litros de leche de un corralito que se encontraba donde ahora esta la iglesia de “La Sagrada Familia”, le dejaba de paso la leche a Don Manuel Clemente, y me apresuraba a llegar a la casa, pues ya para entonces mi madre tenía listo el desayuno, y luego a la escuela; eso fue antes de mil “nuevecientos”.

Cuando nos íbamos para la escuela, Henry y John, mis hermanos menores, y yo, antes de llegar, jugábamos a las escondidas; en una ocasión, John, que era el menor de los tres, se escondió tan bien que perdimos las clases por andarlo buscando, te imaginarás como nos fue con mi madre y mi abuela, que eran españolas crudas, y de fuertísimo carácter”; esto que te digo sucedió como en mil “nuevecientos” dos, pues como ya Don Manuel Clemente había fallecido, ya no lo apoyaba en los mandados, me sobraba tiempo entonces para jugar, aunque también ayudaba a otros viejitos”.

¿Quieres más café compañero?, me dijo, mientras él se servía de nuevo:

Si, gracias tío, yo me lo sirvo.

¡Noo, yo te lo sirvo, pues tardaré más en entregarte la jarra, que en servirte, y una tasa de café es muy poca cosa para pelearnos!

Yo escuchaba sus pláticas con suma atención, aunque nuestras edades eran bastante distintas, pues como él me decía:

¡Tú naciste apenas ayer tarde!

Mientras que él contaba en 1970, con 79 años de edad, yo contaba con 12, así que, qué le podía platicar yo en ese entonces a una persona de semejante experiencia.

Una tarde del año de 1972, se encontraba en su acostumbrada lectura diaria, ya que era asiduo a la lectura, me acerqué a él ofreciéndole un refresco, y aunque lo aceptó no lo tomó, pues no le gustaban las bebidas frías, al mismo tiempo me dijo:

¡A las cuatro en punto de la tarde, como siempre tomaremos café, allá en la cocina te espero para platicar de los viejos tiempos!

Cuando estábamos en la hora del café, me platicó de algunas de las “travesías” por las que la vida lo llevó. En la ocasión a la que aquí me refiero, me dijo:

“Fíjate compañero, en mil “nuevecientos” once, el año en que murió Claudio Sarabia Espinoza, en el rancho “El Salitral”, en San Vicente, las cosas se habían puesto bastante difícil aquí, llegaban hombres como haciendo rondines, como espiando, y nosotros que éramos entonces jóvenes de unos veinte años de edad, siempre andábamos hasta muy tarde en las noches, mientras los viejos dormían; fue así como nos pudimos dar cuenta de avanzadas que llegaban al pueblo de Ensenada, y a los ranchos, y de repente aparecían colgados algunos, que porque eran “alzados”, eran algunos de las mismas gentes de aquí, y nosotros no sabíamos que eran alzados. Para nosotros eran mas bien gentes que Porfirio Díaz, como en mil nuevecientos siete y ocho, había mandado de espías, y con su salida, empezaron a aparecer muchos de aquellos hombres colgados. Eran hombres que no trabajaban, y siempre tenían de qué vivir, y cómo no iban a tener, si eran del gobierno, pero ellos creían que nosotros no sabíamos, pero todos lo sabíamos, ellos nos espiaban a nosotros, sin imaginarse que en cada ventana había ojos que vigilaban sus movimientos. Cuando la muerte de Claudio, fue un pesar muy grande en su familia, y en todos los que fuimos sus amigos”

En otro de los cafés de la mañana, me comentó:

“En una de tantas ocasiones en que fuimos con mi papá para San Quintín, cuando se encontraba construyendo el muelle, y las vías del ferrocarril, en la compañía Inglesa, íbamos en un foringo como del año del nueve, y como había llovido mucho, en todos los arroyos nos jalaban con carretas de caballos, mediante un pago que hacíamos; esas carretas siempre las había en cada margen de los arroyos, así que llevábamos mas dinero para hacer esos pagos, que lo que costaba el resto de viaje. En una ocasión le pagamos en la colonia Vicente Guerrero al rosareño Salvador “Cuatito Duarte Valladolid”, con unos “Bilimviques”, que eran unos billetes que ni sé como llegaron a nuestras manos, pero eran billetes como los “pancholares”, que era el dinero que en los tiempos de la revolución Pancho Villa emitió. Cuando regresábamos a la Ensenada, nos estaba esperando “El Cuatito” con nuestros bilimviques, que le cambiamos por unos reales, eso fue como el catorce, porque todavía no llegaba Esteban Cantú aquí”

Hablar de Willy Cochran, es entrar en los campos de la geología, de la construcción pesada, de la minería, de metalurgia, de meteorología, de historia, de geografía, pues fue experto tanto en construcción marítima, y costera, como de la superficie terrestre, y bajo tierra; trabajó tanto en construir puentes, muelles, minas, canales de riego, presas de almacenaje, de derivación, túneles, grandes chimeneas, tiros de minas a grandes profundidades, en desvió de ríos, en caminos, y vías férreas, en calderas. Sería difícil señalar la bastedad de los campos que en su productiva vida realizó. Y como lo he dicho, de todos esos campos fueron nuestras diarias pláticas en aquellos cuatro años.

Willy Cochran estudió geología en Sacramento, California, viviendo en casa de su abuela paterna, quien siendo nieto de irlandeses, por parte de padre, y de españoles por parte de madre, dominaba por completo tanto el idioma inglés, como el español.

Durante las vacaciones de sus estudios viajaba al sitio donde su padre trabajaba, en la construcción pesada o en minas, y así, se adentró en la construcción de todo tipo. Era hombre de trabajo a carta cabal, conocía tanto en ese terreno, que la mayor parte de su vida la pasó, ya con unos planos en las manos, con un manual, con una herramienta, o con algún equipo.

Era ademas excelente cocinero, hombre de agradable estampa, recio cuando debía serlo, y noble la mayor parte del tiempo. Era amigo sin recovecos.

En su larga carrera de constructor y minero, trabajó oro, granate, molibdeno, tungsteno, azufre, cobre, barita, hematita, mármol, yeso, cemento, y tantos más.

Algunas de las minas en que trabajó se llamaron: Valle Perdido, La Sulfurosa, Rosa de Castilla, Julio Cesar, Santa Ursula, El Mármol, El Sauzalito, Calmalli, El Arco, Las animas, La Amargosa, y muchas mas.

En los muelles, construyó el de Isla de Cedros, el original de Ensenada, el de Santa Catarina, numerosos espigones, obras de protección y abrigo costero.

En Mexicali, trabajó en contratos para la construcción de canales de riego, cuyos trabajos los realizaron con caballos a falta de tractores. Tenía campamentos en “La Hechicera”, y en “Paredones”.

Prospectó innumerables zona de oro, era gambusino, lavaba tierras en busca de oro, y lo hacia sobre la batea también a pulmón, cuando de agua no se disponía, técnica que había aprendido de los gambusinos sonorenses.

En los ranchos de la península, juntaban rocas para que cuando Willy pasara las analizara, y poder determinar se eran de ley o no. Nadie como mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta juntaba tantas rocas; las apilaba en el traspatio, y cuando Willy llegaba se bajaba del jeep con su piqueta de geólogo, para analizar el cerro de rocas que lo esperaban, mientras mi abuelo con toda calma escuchaba el veredicto de aquel sinnúmero de resultados, y que al fin, la mayor parte de las rocas terminaban en los cimientos de algunas de las construcciones de mi abuelo.

Apoyó a muchos rancheros en los denuncios de sitios mineros, o bien les daba trabajo, con la condición que a sus menores hijos, los que buscaban trabajo los enviaran a la escuela, en caso contrario no aceptaba a ningún trabajador que llevara a sus pequeños hijos a trabajar.

Willy Cochran a lo largo de su productiva y exitosa vida, pasó casi la totalidad de su existencia trabajando, la pasó casi por completo en el campo, en los valles, montañas, mares, bajo la tierra, o en sala de juntas con los inversionistas mineros, o de construcción pesada.

A fines del mes de agosto de 1972, viajaban de regreso desde La Paz, Baja California Sur con rumbo a Ensenada, venían los dos hermanos Willy y Henry, cuando pasaron por El Rosario, me llevaron con ellos ya que debía entrar a tercer año de secundaria, además vivía en su casa en Ensenada. Me dio la vida la oportunidad en aquella ocasión de viajar durante ocho horas que hicimos de un lugar al otro, y como no existía la carretera transpeninsular, sino desde arroyo seca hacia el norte, el viajar entonces, era lento.

Durante el trayecto platicaron de infinidad de temas, mientras que yo en medio de ciento setenta años, y doscientos kilos de viejos, como ellos decían, viajé bien flanqueado por aquellos dos personajes.

¿Te acuerdas Henry del viejo Brown, como se enojaba porque en vez de mister Brown, le decíamos señor Moreno?

Si Willy, se molestaba mucho porque le hablábamos en español, nos reclamaba porque nosotros somos blancos, y debíamos olvidar el español, y entonces nosotros le contestábamos:

¡Si, señor Moreno, como usted diga!

¡Y como no molestarnos, si nos decía “Ingleses”, nunca lo pudimos hacer entender que somos mexicanos, irlandeses, y españoles; pero como él no quería a ninguna de esas tres razas, se enojaba en serio, mientras que nosotros solo “chalaneábamos” con él!

¿No es lo mismo ingleses que Irlandeses?, les pregunté.

¡OH no, de ninguna manera!, contestó el tío Henry, quien venía al volante; los ingleses son finitos y perfumados, muy estirados, son protestantes; mientras que los Irlandeses somos rudos, montañeses, broncos, tozudos, católicos, y no andamos con medias tasas, ni con medias tintas.

Por siglos los ingleses han guerreado con los irlandeses para someterlos, pero nunca se han dejado, aunque a fuerzas pertenecen al Reino Unido, no por gusto. Nuestro abuelo mejor se vino a America, para evitar una matanza con la familia, por eso nuestro padre nació en Maryland, en Estados Unidos, y en nada le gustaba que lo llamaran inglés.

¡Y no solo eso!, agregó el tío Willy; los anglosajones sometieron además a los escoceses, pero cada raza, tenían sus propias islas: Los sajones, los escotos, los britanos, y los irlandeses; y que ahora a todos en conjunto se les denomina Gran Bretaña, o Reino Unido; pero eso es solo en política, pues en nuestras costumbres estamos tan separados como hace varios siglos.

Durante todo el viaje en ocasiones solo hablaban en inglés, o entremezclado con el español, y que lo hacían, según dijeron, para que yo aprendiera el inglés.

¡Para que se te eduque el oído!, decían.

Cuando al fin llegamos a Ensenada, fuimos a dejar al tío Henry a su casa, y en la despedida se dijeron:

¡Como ya estamos muy viejos, “puede ser” que sea este el último viaje que realicemos juntos en la vida!

Nos vemos hermano

Si, nos vemos hermano

Nos vemos secretario, hasta luego, y sigue así, hasta que te salgas con la tuya, ven de cuando en cuando a visitar a este viejo amigo que tienes, me dijo el tío Henry.

Si, gracias, volveré, vendré a visitarlo.

¿Por qué creen que ya no van a salir juntos?, le pregunté al tío Willy, cuando íbamos solos para la casa.

No lo creemos, es una realidad, decimos “puede ser” que sea el ultimo viaje, la verdad es que solos nos engañamos, me dijo. Nos dimos la oportunidad de este viaje que duró dos meses, y como sabemos que las fuerzas que nos quedan son pocas, y los días que nos restan están contados, por eso nos despedimos así, es solo cuestión de tiempo: ¡Ya lo verás!

¿Pero ya no se van a volver a ver, ni aquí en la ciudad?: Insistí.

Eso si, pero viajes largos conviviendo como antes, ya no, sabiamente contestó.

Y así fue, aquel fue el último de infinidad de travesías que recorrieron juntos aquellos dos sapientísimos hombres, aquellos dos grandes seres humanos, y amigos, y que tuve la fortuna de compartirlo con ellos. Sería por cuestión del destino, meramente circunstancial, o por lo que haya sido, para mi fue una experiencia única, e inolvidable, pues expertos en la vida como eran, se encargaron de dejar semillas, que con el tiempo germinarían; que si las pudieran ver, deseo no defraudarlos.

El tío Willy, asiduo como era a la lectura, lo vi leer su ultimo libro, que fue: “Memorias de Pancho Villa” de Martín Luis Guzmán.

Su casa en la calle nueve de Ensenada, la había comprado a un general en 1939, año en que traslado a su familia de la mina de El Mármol, a este lugar. La casa de madera estilo victoriano ingles, había sido construida, según los relatos del tío Willy, en 1906, sin embargo originalmente se construyó en San Diego, en 1886, lugar de donde se desarmó, y ensambló de nuevo en 1906, en el lugar donde actualmente se encuentra; siendo a la fecha ya, un monumento histórico, al pasar los cien años de edad.

Al tío Henry lo visité por última vez en su casa cuando tenía ochenta y ocho años de edad, y mientras tomábamos un café y platicábamos, me dijo:

¡Por esto no quería llegar a los noventa años, la tembladera no me deja tomar el café!

¡Y ponle azúcar al tuyo, porque así de amargo ninguna chica te va a querer!, decía mientras hizo todo tipo de esfuerzos para tomar su café sin lograrlo, hasta que llegó su hija Elena, y se lo dio.

¡Esto si que son fregaderas, ni para tomar café sirvo ya!

Al tío John, lo fui a conocer, en 1980, al pueblo de Los Algodones, Baja California, lugar ubicado en la parte mas norteña de México, en Mexicali, sitio donde confluyen los estados de Baja California, California, y Arizona, en las inmediaciones del río colorado; en este lugar es donde vivía a lado de su esposa Arcadia; siendo un personaje en cuerpo y alma, casi idéntico que sus dos hermanos mayores que él, con la salvedad que en su apariencia física usaba una larga barba blanca.

Podría desde luego, seguir escribiendo tanto sobre las memorias del tío Willy, pero ciertamente no hace falta, con estos breves relatos se podrá el amable lector dar una idea de la persona que fue, y con quien tuve el inmenso honor de compartir todas las mañanas y tardes, de sus últimos cuatro años de su vida, que para mi formación significaron no pasos, sino grandes saltos dentro del conocimiento, de las buenas costumbres, y de la tenacidad que solo aquellos seres, que son como árboles que esparcen su sombra a todos por igual, y que en lo personal, no me queda ninguna duda, que sigo bajo aquella su protección.

AUTOR DEL ARTÍCULO:

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO

EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO

A 15 DE OCTUBRE DEL 2010.

NOTAS RELEVANTES:

William James Cochran Flores, nació en la Ensenada de todos Santos, el 21 de octubre de 1891, cuando ese lugar era apenas un puñado de casas, y grandes espacios abiertos.

Fue hijo de William James Cochran, y de Librada Flores Fernández, él, hijo de irlandeses, radicados en Maryland, Baltimore, y en Sacramento, California, Estados Unidos de Norteamérica; y ella, hija de españoles radicados en Loreto, Baja California Sur, Guaymas, Sonora, San Vicente Ferrer, y Ensenada, Baja California.

Sus hermanos fueron: Alicia Florencia, nacida en 1889, Fallecida niña; Henry, nacido en 1893; John, nacido en 1895; Mary, nacida en 1897, y George nacido en 1900, todos de Ensenada.

Willy fue casado con la rosareña, nacida en la mina de El Mármol: Natividad García Marrón: (25 de diciembre de 1908, 09 de septiembre de 1985).

Los hijos de Willy y Naty fueron: Guillermo Santiago, falleció a los ocho años de edad a causa de meningitis; Elena Esther, Olga, Eduardo, Jorge, Juan, Guillermo Santiago, Olivia Alicia, y Carlos David. Nacieron todos ellos ya en la mina de El Mármol, El Rosario, y Ensenada.

Varios de los manuales de construcción pesada que pertenecieron al padre del tío Willy, y a él mismo, me los obsequió poco antes de fallecer, los cuales conservo de manera muy especial, y mucho me han servido en mi formación de ingeniero, los que dejaré antes de partir en las mejores manos que logre encontrar, esperando que sean conservados por largo tiempo.

La esposa de Henry, fue la señora Domitila Meléndrez, de la misma familia de Antonio María Meléndrez Ceseña nuestro héroe peninsular, originarios de La Grulla, Baja California.

La esposa de John, fue la señora Arcadia “N”, con quien procreó basta familia en Los Algodones, lugar donde vivieron por décadas, y donde habitan en la actualidad infinidad de sus descendientes, siendo también el lugar donde la madre tierra los recibió.

Mary fue casada con Bill Cipola, vivió la mayor parte de su vida en Los Ángeles, California, Estados Unidos de Norteamérica, lugar donde se encuentran sus descendientes.

George nunca se casó, vivió desde su juventud en Estados Unidos, lugar donde murió, hace unos veinticinco años.

Henry falleció hacia 1983, en Ensenada, lugar donde descansa.

William James Cochran, padre, falleció en 1925, había nacido hacia el año de 1860, en Maryland, Baltimore.

Librada Flores Fernández, falleció en Ensenada, en casa de su hijo Willy, en la calle nueve entre Miramar y Gastelúm, donde había vivido y sido atendida por su nuera Naty durante 17 años y 17 meses, como Naty decía, en referencia a que su suegra Librada, los primeros 17 años que la cuidó, era autosuficiente, y los últimos 17 meses no. Falleció en 1957, había nacido en Loreto, Baja California Sur, en 1862.

En la actualidad de los hijos de Willy y Naty, solo Elena Esther, Olga, y Guillermo Santiago sobreviven, así como en gran número nietos, y bisnietos.

William James Cochran Flores, “Willy Cochran”, nació el 21 de octubre de 1891, en Ensenada, y falleció el 22 de junio de 1974, en el hospital Mercy de San Diego, California.

Willy nunca se retiró, fue a causa del trabajo que perdió la vida, ya que en mayo de 1974, en el desierto central de Baja California, en las montañas de las inmediaciones de la laguna seca Chapala, mientras prospectaba un filón de metal, y a causa del intenso calor, afectó su sistema circulatorio, lo que unas semanas después desencadenó en su fallecimiento. Descansa en Ensenada, al igual que su esposa Naty.

Los amigos entrañables de Willy fueron: Percy Hussong, Aristeo Poblano, Don David Goldbaun, Arturo Grosso Peña, de Chapala, Antero Díaz de bahía de Los Ángeles, mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta, Francisco Núñez Cota, los hermanos Heraclio, Claudio, y Faraón Sarabia Espinoza, mi bisabuelo Santiago Espinoza peralta, Alfredo Cubillas Spencer, el Ingeniero Rimoldi, Roy Stepson, Reyes Quiñónez Castellanos, Don Félix Cota, y Ernesto “Monayo” Fernández, de San Vicente Ferrer, que era su primo, sin olvidar a jefes de la comunidades de los PAI PAI, de los Kiliwas, los Kumiai, y los Cucapah, con quienes intercambiaba regalos.

A lo largo de su vida Willy poseyó infinidad de equipos de trabajo, entre los que destacaban vehículos Ford modelo “A”, y modelo “T”, doble tracción cuando los hubo, entre estos un troque de plataforma que se popularizó por el nombre con el que Willy lo bautizó: “El seis ruedas”; y es que a los troques los rancheros les quitaban las dos llantas traseras de afuera, sin embargo Willy no, así que en los angostos y hondos caminos, “El seis ruedas”, viajaba por arriba del bordo, de tal manera que todo mundo sabia que por ahí había pasado Willy Cochran”.

Su primer vehiculo fue un Ford de 1904, y el ultimo fue un jeep modelo CJ2A, Willis Overland 1947, que compró en Estados Unidos en 600 dólares de contado, y era ultimo modelo, el cual conservó durante 25 años, hasta 1972, año en que se lo obsequió a su nieto Jorge Badillo Cochran.

En una ocasión en uno de sus viajes, se le desvíelo el jeep, así que en pleno monte armó su “taller”, sacó el motor, le quito el pistón y la biela dañada, canceló con madera y lodo el cilindro, lo volvió a armar, y viajó hasta Ensenada en tres pistones.

En Otro de sus viajes, se le quebró de tajo el mazo de las muelles del frente del jeep, lo levantó, y en su lugar colocó el tronco de un datilillo, también conocido como yuca, planta del desierto parecida a una palma silvestre; y con esta reparación, viajó a lo largo de unos cuatrocientos kilómetros, sin ningún contratiempo.

En el banco de cemento natural de San Vicente Ferrer, mientras inspeccionaba la zona a bordo del jeep, este dio de vueltas colina abajo, hasta detenerse al pie de aquel cerro, y como aun estaba andando el motor, y había quedado con sus cuatro llantas en tierra firme, metió cambio y la doble, subiendo el cerro de regreso.

Acostumbraba Willy llevar consigo grandes cantidades de dulces, canicas, trompos, y muñecas en sus viajes por el desierto central, por el solo gusto de obsequiárselos a los niños en los ranchos. Mientras que a los niños les regalaba dulces duros, a las niñas les obsequiaba dulces blandos. Lo alentaba en mucho escuchar el crujir de los dulces duros, bajos los dientes de los chicos, y verlos con las bolsas llenas de canicas, y los pantalones rotos de las rodillas a causa del juego.

Natividad García Marrón, fue la hermana mayor de mi abuela paterna María Visitación, siendo esta la razón por la que ellas hablaron para que yo viviera en casa de Naty y Willy en Ensenada, mientras cursara mis estudios de secundaria y preparatoria, como así fue.

En 1973, un grupo de preparatorianos, dentro de los que me encontraba, formamos un club de “jeeperos”, contábamos con quince pedazos de jeeps; desde luego que fue por la influencia del tío Willy, y de su compadre y amigo Francisco Núñez Cota: Entre los “jeeperos” llamábamos afectuosamente al hito Willy: “Don Jeepo”, y a Francisco Núñez Cota: “Panchito”, o “Chatito”.

A raíz de aquel viaje, y de aquellas platicas con el tío Willy y el tío Henry, en 1972, de El Rosario a Ensenada, surgió mi interés, contando con catorce años de edad, en visitar a José del Carmen Loya Espinoza: “Nico Loya”, quien entonces era de ochenta años de edad, e iniciar con los apuntes que a la postre se convirtieron en 1992, en mi primer libro, llamado “LOS ROSAREÑOS”.

3 comentarios:

  1. Alejandro: Yo soy Guillermo Santiago Cochran Garza, tambien Billy como mi abuelo, hijo de Eduardo Y Gloria Garza. No sabes como me entusiasma oir hablar de mi abuelo con tan bonitas palabras de amor, aprecio y respeto. Desafortunadamente yo no tuve la oportunidad de convivir con él debido a que vivo en el DF, y solo ocasionalmente ibamos a Ensenada en navidad a ver a mis abuelos, tios y primos. Te mando una caluroso abrazo desde el DF y ojala y tengamos oportunidad de contactarnos de nuevo. mi e-mail es guillermo_cochran@hotmail.com

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