viernes, 23 de diciembre de 2011

LOS REYES DE LOS CAMINOS EN BAJA CALIFORNIA.

CARLOS “DON CHALE” ESPINOZA PERALTA: NUESTRO GRAN VAQUERO ROSAREÑO.


. (Foto: Por Harry Crosby: 1967).
Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
20 de Diciembre de 2011.


La herencia en el amplio y profundo conocimiento de la geografía peninsular por parte de las primeras familias, y sus descendientes que habitaron la región bajacaliforniana, data de los tiempos en que nuestros ancestros fueron arrieros, muleros, soldados de cuera, rancheros, leñeros, leñadores, pescadores y vaqueros; es la razón que en El Rosario, y otros pueblos con origen misionero, sus hijos sean tan diestros en esos menesteres.

Los reyes de los caminos, era como Harry Crosby llamaba a Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta, Antonio Peralta Gaxiola, y a otros personajes que le sirvieron de guía para los recorridos de exploración que en bastas regiones de la península realizó, que con motivo de estudiar los diversos asentamientos humanos, y rancherías, que se encuentran principalmente sobre la antigua ruta de las misiones.

Aquella ruta misionera, también conocida como “Camino real misionero”, en gran parte son las veredas y senderos que durante miles de años, y por miles y miles de pasos de los pobladores ancestrales que marcaron inclusive las rocas, y que después servirían para que el europeo español extendiera sus dominios hacia el norte continental de América.

Cuando los misioneros debieron seguir explorando todos los rincones de las tierras de los seres mal llamados “Sin razón”, obtenerlas para sí, y someterlos por las buenas o por las malas, a quien fueran encontrando, adoctrinándolo en su religión, y destruyendo todo vestigio de las paganas creencias de los nativos, dio como resultado además de tantos otros, que los soldados, arrieros, y cualquier hombre de campo que apoyaba a la misión como institución, conociera palmo a palmo la región por donde eran buscados tanto los “Aborígenes”, como sus escasos bienes.

El conocimiento primero, los hombres blancos lo obtuvieron aprovechando las enemistades y rivalidades que existían entre los pueblos autóctonos, valiéndose de esos desencuentros para sacar “tajada”, y que los enemigos de tal “nación” les mostrara los escondites de los que eran buscados, así que nada tonto el europeo, utilizó a “indios” contra “indios”; igualito como ahora se dan festín nuestros indescriptibles políticos mexicanos, sacando tajada a cualquier situación anómala, y si no existe, pues ellos mismos la forman, y resuelven nuestros problemas, porque saben cómo hacerlo, y cómo no van a saber, si son ellos los que “hacen” las intrigas.
Bueno, el caso es que nuestros hombres de campo conocieron tan bien cuando rincón existe, y al trasmitirlo a sus descendientes, y recorrerlos juntos llegaron a tener un conocimiento tan basto, como basto era el territorio recorrido.

Y por esa razón, Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta y al ser descendiente directo de Juan Nepomuceno Espinoza, Carlos Espinoza Castro, José del Carmen Espinoza Salgado, y de Policarpo Espinoza Marrón; quedando “Don Chale” en quinta generación de “Espinoza” en Baja California, en el orden que los he anotado.

Al pertenecer a la quinta generación en la familia, cuando las cuatro anteriores conocían a la perfección nuestra geografía peninsular; “Don Chale”, a los dos años de edad, ya andaba con su abuelo José del Carmen Espinoza Salgado en las correrías del ganado, y en las campeadas.
Para cuando el investigador norteamericano Harry Crosby conoció a “Don Chale”, era ya un hombre de casi setenta años de edad, así que su asombro por su amplísimo conocimiento peninsular lo dejó prácticamente con la boca abierta; no por nada fue su guía en repetidas ocasiones, y a él junto con otros peninsulares los llamó en su libro publicado en 1974: “Los Reyes de los caminos de Baja California”.

Mi tío bisabuelo Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta, conocía como cualquiera de sus contemporáneos, cada cañada, ojo de agua, oasis, arroyo, cueva, vereda, montaña, desierto, valle, árbol, animal, estrellas guías, vientos, nubes, fríos, calores, que con sólo presenciarlos, sabían qué decisión tomar. Para ellos un arroyo era como una carretera, cada montaña como un monumento, cada vereda la veían como cicatriz en la montaña, cada cueva como una habitación, cada animal o planta, como sus desayunos, comidas o cenas; de cada viento, calor o frío, predecían su andar; y de cada lluvia el baño de las bestias y el relajamiento a sus propios cuerpos por el largo tiempo de cabalgar.

Fueron excepcionales hombres, rústicos al parecer, sin embargo no era así, algunos contaban con gran sensibilidad, sencillez, amistad, y humildad; que aun en los “tiempos malos”, eran buenos, y en los “tiempos buenos”, eran mejores. Y sí eran rústicos, si a “letras” nos referimos; sin embargo conozco a muchísimos “letrados”, bastante mas rústicos que mis queridos viejitos, pues ellos aunque no letrados del todo, muy educados que fueron; bien se dice que el ser estudiado, no significa necesariamente: Ser educado.

Aunque bastante breve, estas palabras las escribo a la grata memoria de mi muy apreciado tío bisabuelo “Don Chale Espinoza”, imaginando que ahora las veredas que cabalga, le deben ser tan conocidas como las que en esta península recorrió.

AUTOR DEL ARTÍCULO:
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO.
20 DE DICIEMBRE DE 2011.


El presente trabajo es propiedad intelectual del autor, quien lo tiene protegido bajo patente número 1660383; se puede utilizar siempre y cuando se otorguen los créditos correspondientes, y no sea con fines de lucro, ni comerciales.



Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta (San Juan de Dios 1898- El Rosario 1974); llevó ese nombre en recuerdo a Carlos Espinoza Castro, quien fue su bisabuelo, pero que no conoció.

Juan Nepomuceno Espinoza (España 1730-San Juan de Dios, El Rosario, Baja California1799): Fue de origen español, y el primer Espinoza en Baja California, a donde llegó en 1755. Fue arriero con los misioneros jesuitas hasta 1767; y guía de misioneros franciscanos y dominicos posteriormente.

Carlos Espinoza Castro (Misión de Loreto, Baja California, Sur 1778- Misión de San Fernando Velicatá, El Rosario, Baja California 12 de mayo de 1883); fue el primer Espinoza en El Rosario, a donde llegó en el verano de 1800. Fue soldado misional, o de cuera, al servicio de la misión como institución española, antes que México existiera.

Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta, fue el vaquero número uno en todas las fiestas que se realizaron en El Rosario, desde 1910 a 1950; destacó en todas las suertes de las vaquerías; su mayor premio consistió en dos monedas que llamaban “alazanas” de oro que recibió de manos del comisario del pueblo en 1920; de las cuales una la donó a su segundo, y con la otra compró “mucha provisión para la casa”, según me lo platicó una tarde del verano de 1972, en que lo fui a visitar;

Fueron tantos los víveres que compré que tuve que pedirle prestado un “Foringo” a Santiago mi hermano, tu bisabuelo, pues las mulas no lo podían cargar, entonces era un hombre de 22 años de edad, recalcó.

El día de ayer 19 de diciembre de 2011, falleció Cecilio Espinoza Adarga, quien fuera hijo de Carlos “Don Chale” Espinoza Peralta. Fue mi hermano Héctor Espinoza Arroyo quien me avisó.

Para mayores datos familiares consultar: “Familia Espinoza”, y mi primer libro “LOS ROSAREÑOS”: 1992, en esta misma bitácora.


Aquí lo tienen en foto, a Carlos "Don Chale" Espinoza Peralta, tomada por Harry Crosby en 1967, cuando en viaje de investigación de El Rosario al rancho San José de Los Meling, por la alta serranía, "Don Chale" fue el guía; siendo llamado por Crosby como: "El rey de los caminos de Baja California".
Mandeville Special Collection, Library UCSD: San Diego, California, Estados Unidos de Norteamérica.
Steve Coy: University Archivist.

jueves, 15 de diciembre de 2011

ORIGEN DE LA FAMILIA “VALLADOLID” EN EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO.

Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
Jueves 08 de Diciembre de 2011.
 
La Villa de la Concepción, hoy llamada Ciudad Guerrero, en el norteño Estado mexicano de Chihuahua, es un antiguo asentamiento de origen misional, enclavado en el Municipio de Guerrero, en el valle del Papigochi, a orillas del rio del mismo nombre, en la sierra madre occidental, en cuyo lugar fue fundada en 1649 la misión del Papigochi, localizada cerca de Básuchil o Borjas.
En ese lugar, antes llamado “Villa de la Concepción”, nació hacia 1860, Manuel Valladolid Apodaca, quien fue el primero de su linaje en arribar a El Rosario.
Fue hacia 1880, cuando en viaje con otros aventureros, siguiendo los senderos ancestrales de la nación Tarahumara, sobre el sinuoso camino, casi inexistente sobre el río Papigochi, que desemboca en el río Yaqui, en el Estado mexicano de Sonora, vecino de Chihuahua, por donde viajaron Valladolid, y los demás, rumbo a la costa, con la finalidad de proseguir con rumbo a Baja California, que entonces presentaba mejores oportunidades de trabajos en minerías, y vaquerías, ya que el intenso frío de Chihuahua, en poco le permitía ganarse la vida. Aunque eran los “decires” sobre una misión perdida, la que en realidad lo atrajo a estas tierras peninsulares.

En el verano de 1989, en cerrada conversación que sostuve con Doña Faustina Valladolid Ortiz, hija menor de Valladolid, nacida en El Rosario en octubre de 1901, refirió la travesía que su padre había seguido desde aquellas lejanas tierras chihuahuenses, a lomo de mula, hasta llegar a Hermosillo, pero antes había estado en la desembocadura del río Yaqui en el mismo Estado de Sonora, y de ese lugar cabalgar hacia el noroeste, cruzando el árido desierto sonorense, arribar a ”La Posta de Los Algodones, Baja California”, donde se quedó trabajando con unos chinos, en cuyo lugar conoció a la gente de José del Carmen Espinoza Salgado, de El Rosario, quien enviaba en ocasiones a través de la sierra y el desierto, partidas de ganado para intercambiar con los chinos por bienes de consumo y herramientas.

Cuando los vaqueros de Espinoza regresaron a El Rosario, Valladolid “se les pegó”, viajaron en su recua de mulas, cruzando el valle, y costeando el golfo de California después, a lo largo del desierto, para luego de días de cabalgar subir por las “Caydas del desierto”, hacía la sierra de San Pedro Mártir, y sobre la cumbre de la serranía, viajar hasta el “Rancho La Suerte”, propiedad de Espinoza, y de aquel lugar al rancho grande de San Juan de Dios, también propiedad de Espinoza.

Para Valladolid, hombre de unos 20 años de edad entonces, aquel viaje significó el colocarse como vaquero en el rancho San Juan de Dios, significó también, que como muchos otros, antes y después que él, se quedaría para siempre en ésta tierra, dejaría su prole, y sobretodo, ésta tierra lo recibiría cuando los años se le vinieron encima, y hubo de partir por el camino sin regreso.

Allá en su tierra natal, se había desempeñado en la minería, y al igual que otros había escuchado hablar de la “Misión Perdida” que en Baja California, atesoraba las riquezas que los misioneros jesuitas no habían podido llevarse cuando se les expulsó de los territorios entonces españoles, en 1767; tal leyenda lo atrajo, aunque en el viaje desde el valle que, décadas después llamarían Mexi-Cali, a El Rosario, los vaqueros lo desanimaron, ya que la tal misión perdida, nadie jamás la había visto, y mucho menos sus tesoros; por tal motivo Valladolid se aseguró de obtener un puesto que le redituara al menos la alimentación, habitación, y algunas prendas de vestir, y de ser posible la paga de veinticinco centavos plata al mes.

Una tarde le indicó su patrón Espinoza, que se alistara pues debía salir de madrugada junto con otros vaqueros para “El Rosario”, y como así lo hizo, pronto conoció el suelo que a su partida de este mundo lo habría de recibir.
El tal viaje de San Juan de Dios a El Rosario, era a la casa de Rosario Ortiz Espinoza, con la suerte, -recordaba doña Faustina-, que en esa ocasión se conocieron mis padres, pues una chica le sirvió café, la que más tarde sería su esposa: Encarnación “Chona” Ortiz Aguilar, mi madre.

Valladolid, que también era herrero de minas, oficio que había aprendido en su natal Chihuahua, pronto se dedicó a trabajar, cuando ya se había casado, en la herrería de Federico Ortiz Espinoza, y de su hijo Federico Tomas Ortiz Pellejeros; tío y primo hermano de Encarnación.

En cierta ocasión Valladolid quiso regresar a Chihuahua, esto fue en 1883, pero como ya había nacido su hijo “Modesto”, la familia se le paró de uñas, y no lo dejaron partir, ni lo siguieron, así que desde aquel año, y con las condiciones impuestas por la familia, y por un pedazo de tierra que le obsequió Carlos Espinoza Castro, poco antes de su muerte, se quedó de manera permanente en la que 74 años después vendría a ser mi tierra natal.

Don Manuel Valladolid Apodaca, hombre sin vicios, enteramente dedicado a los suyos, con el tiempo fue propietario de las tierras que aun pertenecen a esa familia, en El Rosario, de Arriba; en los terrenos donde se encuentra la escuela primaria “Francisco I. Madero”, y donde se encuentra la clínica de Salud, que del otro lado de la calle colinda con la escuela; y que después pasaron a manos de su hijo José “Pepe Garrucha” Valladolid Ortiz, nacido en El Rosario, en 1894.
Muy poco se dedicó a la pesca, por no decir, que no lo hizo, sin embargo, la agricultura, y la cría de animales domésticos, de corral, caballar, y vacuno, fueron sus principales actividades; pasando por la recolección de frutas y avellanas silvestres, como la jojoba, que con los trabajos de herrería complementaba el sustento familiar.

Don Manuel Valladolid Apodaca, y Encarnación Ortiz Aguilar, procrearon basta familia: Modesto, Josefa, Rebeca, Manuel, José, Anna, y Faustina, nacieron entre 1883, y 1901.

En la actualidad los representantes “Valladolid” en el pueblo, son los descendientes de José, quien casado con Dominga Duarte Espinoza, dejaron tronco familiar más o menos numeroso.

Hombres de la talla de Valladolid, Espinoza, Collins, Vidaurrázaga, Duarte, Montes, Marrón, y tantos otros, y desde luego, el amplio apoyo que de sus familias recibieron, es que ahora se pueden destacar sus proezas, antes que el inexorable paso del tiempo las borre.
 
 
AUTOR DEL ARTÍCULO:
 
ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO.
JUEVES 08 DE DICIEMBRE DE 2011.
 
El presente trabajo es investigación de orden intelectual, pertenece al autor, quien lo tiene protegido bajo patente número 1660383; se permite utilizar la información, siempre y cuando se cite la fuente, y se den los créditos correspondientes.
 
NOTAS RELEVANTES:
 
Manuel Valladolid Apodaca fue casado con la Rosareña Encarnación Ortiz Aguilar; sus hijos fueron casados con:

Modesto con una muchacha de la familia “Loya” del rancho El Rosarito, padres de Auda Valladolid Loya, quien fuera esposa de Manuel “Tehua” Espinoza Peralta, hermano menor que seguí a mi abuelo Alejandro “Negro”.

Anna casó con Salvador “Cuatito” Duarte Espinoza: Sus hijos fueron: Filipina, Celestina, Amado, Salvador “Chavalo Duarte”, Guadalupe “Lupe la de Toba”, entre otros.

Rebeca no fue casada, poseía una tienda en El Rosario de Arriba, donde ahora se encuentra el mercado “Impulsora Comercial”; aquella tienda se llamó “La Hormiguita”.

José “Pepe Garrucha” fue casado con Dominga Duarte Espinoza; sus hijos fueron: Francisco, Manuel, Simón, Lidia Ramona, Guadalupe “Lupe la de Ramón Meza Pellejeros”, Norberto “Beto Valladolid”, Teodoro, Paz “De Roberto Higuera Duarte”, Martha, y Dionisio.

Josefa fue casada con Concepción “Chinito Duarte” Duarte Espinoza; sus hijos fueron: Rosario “Chayo Juit”, Anastasio “Ticho Duarte” o “Sam pin Duarte”, Raymundo “Santos Duarte”, Pablo “Gaby Duarte”, Concepción “Chiro”, Esther, Enriqueta, Maria Magdalena “La de Chayulín Espinoza”, Alejandra “La de Juan Peralta Acevedo”, y Julia “la de Ricardón Sandez Gonzalez, Gertrudis “Tulita esposa de Lázaro Peralta Acevedo”.

Faustina fue casada con Francisco “Chicurales” Duarte Espinoza; sus hijos fueron: Leobardo “Balo Duarte”; Bertha “Güera del Benny Reseck Núñez”; Telesforo, Anselmo, Jorge “Caco Duarte”, Rubén, Herminia “Mina”, Luis “Zurdo Duarte”, Balbina.

Tres hermanos y una hermana Duarte Espinoza, se casaron con tres mujeres y un hombre Valladolid Ortiz; y fueron:

Concepción “Chinito”, Francisco “Chicurales”, Salvador “Cuatito”, y Dominga Duarte Espinoza, se casaron con: Josefa, Faustina, Ana, y José “Pepe Garrucha” respectivamente, así que muchos confunden a las familias pues se apellidan igual, pero son hijos de distintos matrimonios.

A Don José Valladolid Ortiz, se le conoció como “Pepe Garrucha”, porque por su estatura le querían decir “Garrocha”; y como en mi tierra le quitan, le ponen, o cambian letras de las palabras, Garrocha, derivó en “Garrucha”. Don Pepe y Doña Dominga, su esposa, fueron grandes anfitriones en las fiestas navideñas en El Rosario, ya que cocinaban hasta 2,500 y 3000 tamales solo para invitar al pueblo a comer; y luego Don Pepe los deleitaba con sendas canciones que acompañaba con su guitarra, que muy bien tocaba. Ver el artículo: “José Valladolid Ortiz, Dominga Duarte Espinoza; Lázaro Peralta Acevedo, y Gertrudis “Tulita” Duarte Valladolid”, en esta misma bitácora.



Aquí lo tienen, el chihuahuense: Don Manuel Valladolid Apodaca, cuando ya contaba con unos ochenta años de edad; lo acompañan sus hijos, y nietos: El de pipa es José “Pepe Garrucha”, su esposa Dominga Duarte Espinoza, justo enfrente de él. Foto El Rosario, B.C. 1920: Me la obsequió Faustina Valladolid Ortiz, en 1988.


Faustina Valladolid Ortiz, y Francisco “Chicurales” Duarte Espinoza, el día de su matrimonio: El Rosario, B.C. 1919.: Me la Obsequió Faustina.


Boda de Francisca Valladolid Duarte, la hija menor de “Pepé Valladolid” y de Dominga Duarte Espinoza; el dia en que se casa con Zacarias Espinoza Peralta. El Rosario, Baja California, hacía 1954. Foto que me facilitó Francisca. La niña de blanco junto a la novia, es Cecilia “Chacha” Peralta Espinoza.



Auda Valladolid Loya, y Manuel “Tehua” Espinoza Peralta, siendo acompañados por mis hijos Alejandro, y Laura Delia, y el autor de este trabajo: Foto en Ensenada, B.C. 1995: Tomada por Maria Magdalena Jáuregui López de Espinoza.



Anastasio Peralta Duarte, El Autor, Esteban Duarte Loya, y Rubén Duarte Valladolid;
El Rosario, B.C. hacia 1995. Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui.


Anastasio “Ticho Duarte” o “Sam Pin” Duarte Valladolid.
Fue un hombre muy generoso, no dejó familia, nunca se casó;
Falleció hacía 1981. La última vez que lo vi, iba vestido
De revolucionario, con carrilleras, carabina 30-30,
Sobre un carro de mulas, el 20 de noviembre de 1980,
Amablemente saludaba a la rancherada.



Simón Valladolid Duarte, sentada su madre
Dominga Duarte Espinoza.
El Rosario, B.C., hacia 1950.



Roberto Higuera Duarte, su esposa Paz Valladolid Duarte, y su familia.

Desconozco el año.


Enriqueta, Julia, hija de Julia, y Esther Duarte Valladolid: Desconozco el año. Enriqueta fue esposa de Manuel “Pachuco “Sandoval; Julia de Ricardon Sandez Gonzalez, y Esther de Antonio Pucci Garcia.


Delegado de El Rosario, Don José “Pepe Garrucha” Valladolid Ortiz,
y su consuegro Rosario Meza Arce. El Rosario, B.C. hacía 1950.



Mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta;
José “Pepe Garrucha” Valladolid Ortiz, y Cristóbal Gilbert Murillo.
El Rosario, B.C. 1942: Foto que me obsequió mi abuelo.



Juan Acevedo Valtierra el día en que se casa con Francisca Bejarano Duarte: Los acompaña Pablo Duarte Valladolid. El Rosario, B.C., hacia 1960.




Guadalupe Valladolid Duarte, el día en que se casa
con Ramon Meza Pellejeros; El Rosario, B.C. hacia 1951.




El día en que se fundó el Museo Comunitario “El Rosario”, en edificio que en 1992 se encontraba en ruinas; construido en 1921, y rescatado por el autor de estos trabajos entre 1992 y 2008, con apoyo del INAH, la comunidad, algunas empresas, y algunos profesionistas. El primer recurso para la rehabilitación fue el producto de la venta de mi primer libro “LOS ROSAREÑOS”, que doné de manera íntegra, para rescatar la escuela a cuyo recinto el primer alumno que entró en diciembre de 1921, fue mi abuelo Alejandro “Negro” Espinoza Peralta, y quien antes de fallecer en 1991, me pidió que me hiciera cargo de que no se destruyera esa joya, como así lo hice, con un mar de problemas, y gastos de mi propio bolsillo, y durísimo trabajo que de manera personal ejecuté.
Aparecen en la foto en primer fila: Lidia Ramona, y Guadalupe Valladolid Duarte, Maria Grosso Duarte de Cousiño, Manuel “Tehua” Espinoza Peralta, Jesus “Tío Chuy” Espinoza Arce, Ana Grosso Peña, y Jose Manuel Rodriguez Ramirez.
Foto: Maria Magdalena Jáuregui Lopez de Espinoza: 09 de Octubre de 1994.




Darío Rabago, Teófilo Ortiz Garcia, Benjamín Reseck Núñez, Rosario “Chayo Juit” Duarte Valladolid, Jesus “Tío Chuy” Espinoza Arce, al fondo Rodhe Dicochea Gaxiola, Concepción Reseck Duarte, y Manuel “Tehua” Espinoza Peralta:
Foto: Después de inaugurar la primer etapa del Museo Comunitario “El Rosario”, 9 de octubre de 1994. Foto: Ing. Alejandro Espinoza Arroyo.
Los viejitos rosareños en 1994, y que aun vivían de los primeros alumnos de la escuela “Padre Salvatierra”, en 1921, Fueron los invitados de honor, para que atestiguaran aquel difícil y penoso logro. Muy contentos y con lágrimas que corrían por sus mejillas, me felicitaron aquel día, por la tarea tan pesada que me eché a cuestas, y que saqué adelante.

jueves, 1 de diciembre de 2011

“LOS INDESEABLES”; SUJETOS ASI LLAMADOS EN BAJA CALIFORNIA POR SU CRUELDAD, DESFACHATEZ, Y RUINDAD.

Por Ing. Alejandro Espinoza Arroyo
Martes 01 de Diciembre de 2011.

Cuando vemos alguna película gringa, en la que se enaltece los sufrimientos de sus pioneros recorriendo a pie, a caballo, o en carretas las grandes llanuras, y las montañas desde el Este de aquel país, con rumbo a California, y al viejo Oeste en general; jamás vemos que se haga la más mínima mención de los que antes, mucho antes que ellos llegaron, e hicieron florecer las inhóspitas tierras del “Salvaje Oeste”, según su decir, mientras que para los demás eran las tierras de los nativos ancestrales, primero; españolas, y mexicanas después; y que las películas gringas pomposamente las publicitan como las tierras de la fiebre del oro, el salvaje oeste, y la tierra de los pioneros, esto cuando ya se encontraban en manos del imperio yanqui, muy pocas veces haciendo alusión a los trabajos que los nativos, los españoles, y los mexicanos realizaron.
Escasamente vemos en esas películas, las desbandadas de forajidos que cruzaban la nueva frontera con rumbo al sur, al viejo México, sitios muy apetecidos por aquellos rufianes para llevar a cabo inmensas tropelías con nuestras familias, las que con tanta escasez y dificultades aquí se asentaban. Aquellas hordas de indeseables gringos eran también acompañados por indeseables mexicanos, europeos, y aventureros de toda índole, siempre profundizados en el vicio, la lapidación, el pillaje, la burla a flor de piel ante el caído, y la cobardía y el llanto al verse menguados.

Y eso que escribo con respecto a aquellos miserables chacales, no es cuestión de animadversión de mi parte hacia ellos, más bien es recordarle o hacerle saber a los actuales y a nuestros futuros descendientes, sobre las duras condiciones de vida que los nuestros pasaron para poder dejarnos esta tierra, tradiciones, y costumbres, que por malas, pobres, o intrascendentes que para algunos parezcan, son las que nos dan sentido e identidad.

Ni bien iniciaban con un ranchito, ni bien criaban algunos animalitos, cuando sobre nuestros rancheros caían aquellas hordas de saqueadores, y si alguien se atrevía a enfrentarlos, les quemaban las casas, violaban a sus mujeres, secuestraban a algún miembro de la familia, o simplemente asesinaban sin piedad.

Muchos hombres que llegaban a este suelo peninsular, provenían del interior del país, otros más del lado gringo, de Sudamérica, de Asia, y de Europa; muchos de aquellos eran buenas personas, de buenos principios, con conocimientos y costumbres que trasmitían entre los californios, incluso dejaron sus estirpes cuando se casaron con mujeres de aquí.

Pero había otros “Los Indeseables”, como se conocían en general, fueran de donde fueran; pero si eran mexicanos, se les llamaba: “Tagualilas, Chuntaros, Cuchis, o Cuchibriachis”; y esas maneras de llamarlos eran porque se les mostraba doble desprecio por ser nuestros paisanos en contra de sus paisanos.

No tardó mucho en que el gobierno persiguiera a aquellos bandoleros, sin embargo mucho con placa trabajaban para los dos bandos, o por lo menos obtenían sus buenos dividendos por las cuotas que los malhechores les pagaban, de acuerdo a los “arreglos” que entre ellos tenían. En Ocasiones cuando algún buen “Rural” del gobierno llevaba preso a algún malviviente, no faltaban sus compinches que en la serranía lo liberaran, en ocasiones asesinaban al rural de la “Acordada”, o se reían de ellos porque eran mayores las fuerzas de los malvados.

Con el paso del tiempo, y ya para el año de 1837, más o menos, en mi tierra nuestros rancheros se dieron a la tarea de construir murallas a base de rocas, para tener sus trincheras, y poder defenderse de los ladrones; tenemos así lo que ahora se conoce como “El corral del Chino”, las murallas de San Juan de Dios, los “Corrales” en “Los Mártires”, y tantas otras obras de defensa, que solo es cuestión que alguien al pasar por esos rumbos se dé el tiempo de visitarlos y analizarlos. Hoy en día se utilizan como corrales, pero en su origen y durante muchas décadas fueros obras de defensa.

Nuestros rancheros llamaban de muchas maneras a aquellos viles seres, sus apodos eran entre otros: Moscas, por encimosos; Mazatanes por buenos para tomar café; Lurios, por enamorados; en fin.

Por desgracia en la actualidad que vivimos, no son pocos los malvivientes que alternan con cualquiera, y en cualquier medio; ahora los actuales “Indeseables”, mejor conocidos como “Malandros”, son gentes que tienen lo suyo, y que no describiré.

Y si bien las películas, y las novelas nos hacen el flaco favor de olvidar los enormes esfuerzos de abnegadas familias ya pasadas, y otras del presente, al menos nosotros sí les damos la dimensión que merecen.

Este pequeño artículo lo dedico a la memoria del Señor Guadalupe Loya Espinoza, quien falleció a manos de “Los Indeseables” en El Rosario, a principios del siglo veinte; así también a la memoria de Jesús Loya Espinoza, el hermano mayor de Guadalupe, quien también falleció a manos de aquellos chacales; sin olvidar a Julio Espinoza Peralta, hermano de mi bisabuelo paterno, quien falleció en Mexicali a manos de los mismos individuos; a Marciana Marrón Ortiz, tía que fue de mi abuela paterna, quien falleció a manos de los mismos individuos; a Juan Ortega Espinoza, asesinado a los 18 años de edad por los mismos sujetos; a Rosendo Peralta Murillo, caído por las mismas circunstancias; a Aquilina Loya Espinoza, también asesinada por aquellos chacales; y a tantos más que han quedado bajo los polvos del olvido; a todos ellos donde quiera que se encuentren, mi consideración.

AUTOR DEL ARTÍCULO

ING. ALEJANDRO ESPINOZA ARROYO
EL ROSARIO, BAJA CALIFORNIA, MEXICO
JUEVES 01 DE DICIEMBRE DE 2011.

El presente trabajo es de orden intelectual propiedad del autor, quien lo tiene protegido bajo patente número 1660383, se permite su uso, siempre y cuando no sea con fines de lucro o comerciales, y se otorguen los créditos correspondientes..



Muralla en San Juan de Dios, El Rosario, Baja California, que se utilizaba para encerrar el ganado, y como defensa ante los ataques de “Los Indeseables”; su construcción la inicio Carlos Espinoza Castro, hacia el año de 1837. Foto Alejandro Espinoza Jáuregui: 17 de Septiembre de 2007.


Corral que fue construido en el rancho “El Metate” propiedad que fue de mi bisabuelo Santiago Espinoza Peralta, quien a su vez fue bisnieto de Carlos Espinoza Castro. Se puede ver la puerta que se le construyó muchas décadas después de construido.Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui: 17 de Septiembre de 2007.


Corral “Del Medio”, originalmente construido con los mismos fines de defensa; este corral data de la década de 1830, fue construido por Carlos Espinoza Castro, y se encuentra cerca del rancho San Juan de Dios, y de “El Metate” de la familia “Espinoza”. Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui: 17 de Septiembre de 2007.


Muralla para la defensa del rancho “Los Mártires” de la familia Duarte en El Rosario, Baja California. En la parte alta de la montaña que se ve al fondo existe otra muralla, desde donde disparaban los “Duarte” para defenderse de los ladinos aquellos. En la parte de abajo, la muralla que se ve en la foto, era donde se guarecían las familias. Foto: Alejandro Espinoza Jáuregui: 17 de Septiembre de 2007.